Martín Fierro: Juicio Crítico
Sr. D. José Hernandez.
Estimado señor y amigo:
He leído y releído con placer la original y preciosa historia de Martin Fierro, con que ha tenido la bondad de obsequiarme.
Es una bellísima obra, y lo mejor que he visto en su género.
Su lectura, interesante por la verdead de los cuadros, por la sencillez y naturalidad de la narración, por la ternura del sentimiento, por la propiedad del colorido, nada deja que desear al lector ilustrado, ó cuyo gusto no esté pervertido por la lectura de las novelas inmorales y absurdas de que está plagada nuestra sociedad.
Martin Fierro, es una creación verdadera, de que debe enorgullecerse la literatura de su país, y que acaso no será comprendida, ni estimada en lo que vale, porque no debe su existencia á un nombre inglés, francés ó yankée, á uno de esos nombres de celebridad acaso inmerecida, pero ruidosa, que atestan el mundo de necedades, y que el mundo recoje y aplaude como si fueran bellezas reales. -¿Por qué esta fatalidad? porque nadie se crée ilustrado si no habla de lo que no entiende, si no aplaude lo que es desatinado y absurdo, pero que tiene el raro mérito de haber nacido muy lejos del país, y de autor estrepitoso y extranjero.
Los yankees nos dieron á este respecto un ejemplo digno de imitación, pero que por ser bueno no imitaremos.
Tuvieron un escritor nacional, Fenimore Copper, que con sus sencillas novelas, dió impulso á su naciente literatura. Esas novelas, puramente locales, y destituidas de la intriga del argumento y del brillante estilo que caracteriza á las francesas, entre nosotros, hubiesen muerto; entre los yankees vivieron!
Los yankees tuvieron el buen sentido de comprender su mérito, de mirarlas como parte de su genio y de su gloria, de honrarse y de enorgullecerse con ellas, y elevándolas á la categoría de bellas obras, las esparcieron por todo los países: y hoy, esas novelas al parecer tan simples y modestas ocupan un lugar distinguido en todas las bibliotecas públicas y particulares de los dos continentes.
¿Y de qué trataban esas novelas? precisamente de lo que trata Martin Fierro; de la naturaleza, de la vida, de esas costumbres de un pueblo nuevo — ¿Y valen mas los cuadros de esa naturaleza, de esa vida, de esas costumbres que trazó la pluma educada de Fenimore Copper, en prosa que lo que la inculta de Martin Fierro trata con tan graciosos y sencillos versos? No! ¿Por que entonces esa diferencia? Porque Copper nació en un país donde se tiene orgullo en ser yankée, y en preferir lo propio a lo ageno: y Martín Fierro en otro, en donde casi es vergüenza haber nacido en él, y en donde se desdeña lo de casa por bueno que sea, para tomar y aplaudir lo ageno aunque no valga nada.
Este triste y doloroso paralelo entre la suerte de lo nuestro y de lo ageno, me indujo á leerlo de nuevo, temiendo que la sorpresa de la novedad en el primer momento hubiera exajerado mis apreciaciones, pero estas se robustecieron, y me dieron por resultado las siguientes, que someto al criterio de cuantas personas sensatas lo vean.
Martin Fierro no solo es un tipo característico de la población semi-nómade de la República Argentma, ó sea da la base de su nacionalidad, puesto que es la mas numerosa, que con ella se obtuvo su independencia, con ella se cuenta para mantenerla, y con ella se guardan las fronteras contra los indios, motivo mas que suficiente para que tuviera las simpatías de todas las gentes ilustradas; sino que es también otra cosa mas elevada. —Para el vulgo, para los que no comprenden lo que leen— y entre estos, hay mucha gente de pró — solo es una historieta gauchesca, buena cuando mas para ser cantada en las pulperías y fogones de campaña, pero indigna de ocupar por un momento los ocios de las altas y serias inteligencias, que con su vanidad y su ignorancia honran y dirijen el país.
Para estas gentes, que con decir: — «los gauchos no inventaron el vapor, ni el telégrafo (cosas que tampoco inventaron ellos), los gauchos se van» — creen haberlo dicho todo, Martin Fierro no tiene, ni puede tener importancia, pero para los que saben leer, para los que comprenden lo que leen, la tiene y grande.
Para estos es, primero antes que todo un gran pensamiento humanitario, una lección de Gobierno administrativo, que todo hombre verdaderamente serio é ilustrado, debe tomar.
Martin Fierro pertenece á esa clase desventurada que en la República Argentina ha sostituido á la negra, extinguida ya, en los trabajos y sacrificios de sangre y de vida, en beneficio exclusivo de las mas elevadas ó mas ambiciosas de la sociedad.
Cuando hubo que pelear por la independencia nacional, ella lo hizo, y con su sangre la conquistó! Ya obtenida, vinieron las guerras extranjeras y volvió á derramarla mientras duraron. Terminadas éstas, y miéntras otras no vienen, es el guardián exclusivo de la fronteras, donde diariamente se halla á brazos con el hambre, la miseria y los indios; guardando las fortunas de los grandes hacendados, y la riqueza pública, y este es el mas penoso y terrible de los tributos que paga á una organización social, por la cual se sacrifica, y de la que no recibe por recompensa, mas que tropelías, insultos y desprecios.
¿Hay que reforzar la guarnición de la frontera? Se hace una arreada de estos desgraciados, ni mas ni menos que como en otro tiempo se hacían las correrías de las yeguadas y ganados baguales. Se les acecha como á bestias, en las reuniones, en las carreras, en los bailes, y se cae repentinamente sobre ellos. Los mas diestros ó previsores, escapan; pero el mayor número queda, y sin atender á súplicas, ni á miramientos de razón ó de justicia, los arrancas á los brazos de sus mujeres, de sus hijos, á sus pocos bienes que quedan perdidos, y reuniéndolos á otros tomados del mismo modo, los llevan a las fronteras.
Es preciosísima la descripción que hace de la cacería en que lo agarraron y de la que solo daremos como muestra la 1ª, 2ª y 6ª estrofas:
Cantando estaba una vez
En una gran diversión;
Y aprovechó la ocasión
Como quiso el Juez de Paz...
Se presentó, y ahi no mas
Hizo una arriada en montón
Juyeron los mas matreros
Y lograron escapar —
Yo no quise disparar —
Soy manso— y no había por qué —
Muy tranquilo me quedé
Y ansí me dejé agarrar.
Formaron un contingente
Con los que en el baile arriaron —
Con otros nos mesturaron
Que habían agarrao tambien
Las cosas que aquí se vén
Ni los diablos las pensaron.
¿Es razonable, es digno este modo de proceder?
¿Hay equidad, hay justicia en hacer pesar exclusivamente sobre estos desventurados, un servicio que debía pesar igualmente sobre todos los ciudadanos ó que mejor aun, debía ser hecho por tropas de línea?
¿Hay equidad, hay justicia en tenerlos indefinidamente en la frontera, donde cuando no mueren, ó huyen, se envejecen, mientras sus familias, se disuelven, y sus pocos bienes se pierden? ¿hay dignidad, hay justicia en tenerlos sin paga y hambrientos en desiertos inhospitalarios, donde el sol los abrasa, el frío los hiela y el indio los diezma?
Pero, ¿es solo esto lo que sufre el pobre paisano? ¡Nó! hay algo que es mucho peor, y es el trato bárbaro, inhumano que reciben de sus gefes, de los cuales son, no soldados, sino esclavos.
Y que Indios — ni qué servicio
Si allí no había cuartel —
Nos mandaba el Coronel
A trabajar en sus chacras,
Y dejábamos las vacas
Que las llevara el Infiel.
Yo primero sembré trigo
Y después hice un corral,
Corté adobe pa un tapial,
Hice un quincho, corté paja...
La pucha que se trabaja
Sin que le larguen ni un rial.
Y es lo pior de aquel enriedo
Que si uno anda hinchando el lomo
Se le apean como plomo...
¡Quién aguanta aquel infierno!
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Pero aun hay mas y es que ocupándolos en estos trabajos, ni los arman, ni los instruyen, ni los disciplinan, de modo que cuando los bárbaros llegan, se encuentran tan nulos y tan incapaces de medirse con ellos, como lo estaban, al dejar sus familias, lo cual esplica esas continuas y sangrientas derrotas.
¿Es digno de un pueblo culto, es honroso para un gobierno que se dice ilustrado, que esto suceda?
Y no hay que decir que el pueblo y el Gobierno lo ignoran, pues hasta los ciegos y sordos lo saben. ¿Por qué sucede, pues? porque el pueblo culto sumergido en la molicie y los goces, mira con apatía, con culpable indiferencia las lágrimas y los sufrimientos que corren y se padecen en lo que llaman fango de la sociedad; y á los que gobiernan, les es corto el tiempo para los exigencias de la fortuna y de la vanidad. ¡Los Presidentes, los Ministros, ocuparse de los dolores, de los infortunios de tales gentes! sería asqueroso; indigno de su carácter y de su ilustración!
Martin Fierro al contar sus desdichas, las tropelías é injusticias de que es víctima, y que lo arrojan á la vagancia y al crimen, cuenta las de toda su raza, y las cuenta de un modo que las hace ver y palpar.
Tuve en mi pago en un tiempo
Hijos, hacienda y mujer,
Pero empecé á padecer
Me echaron á la frontera,
Y qué iba á hallar al volver?
Tan solo hallé la tapera.
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¡Aparcero! si usté viera
Lo que se llama cantón...
Ni envidia tengo al ratón
En aquella ratonera —
De los pobres que allí había
A ninguno lo largaron,
Los mas viejos resongaron
Pero á uno que se quejó,
En seguida lo estaquiaron
Y la cosa se acabó.
En la lista de la tarde
El Gefe nos cantó el punto,
Diciendo: «quinientos juntos
«Llevará el que se resierte,
«Lo haremos pitar del juerte
«Mas bien dése por dijunto.
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Y qué Indios — ni qué servicio
Allí no había Cuartel —
Nos mandaba el Coronel
A trabajar en sus chacras,
Y dejábamos las vacas
Que las llevara el Infiel.
Yo primero sembré trigo
Y después hice un corral,
Corté adobe pa un tapial,
Hice un quincho, corté paja...
La pucha que se trabaja
Sin que le larguen ni un rial.
Y es lo pior de aquel enriedo
Que si uno anda hinchando el lomo
Se le apean como plomo...
¡Quién aguanta aquel infierno!
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Y andábamos de mugrientos
Que el mirarnos horror;
Les juro que era un dolor
Ver esos hombres, por Cristo!
En mi perra vida he visto
Una miseria mayor.
Yo no tenía camisa
Ni cosa que se parezca;
Mis trapos solo pa yesca
Me podían servir al fin...
No hay plaga como un fortín
Para que el hombre padezca;
Poncho, jergas, el apero.
Las prenditas, los botones,
Todo, amigo, en los cantones
Jué quedando poco á poco,
Ya me tenían medio loco
La pobreza y los ratones.
Solo una manta peluda
Era cuanto me quedaba,
La había agenciao á la taba
Y ella me tapaba el bulto —
Yaguané que allí ganaba
No salía... ni con indulto
Y pa mejor hasta el moro
Se me jué de entre las manos —
No soy lerdo... pero hermano
Vino el comendante un dia
Diciendo que lo quería
«Pa enseñarle á comer grano».
Afigúrese cualquiera
La suerte de este su amigo,
A pié y mostrando el umbligo,
Estropiao, pobre y desnudo,
Ni por castigo se pudo
Hacerse mal mas conmigo.
Ansi pasaron los meses
Y vino el año siguiente,
Y las cosas igualmente
Siguieron del mesmo modo —
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Entre cuatro bayonetas
Me tendieron en el suelo —
Vino el mayor medio en pedo
Y allí se puso a gritar,
«Picaro, te he de enseñar
«A andar reclamando sueldos».
De las manos y las patas
Me ataron cuatro cinchones—
Les aguanté los tirones
Sin que ni un ay! se me oyera.
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Martín Fierro nos cuenta en estos versos con un candor, con una verdad admirables, el orígen y desarrollo de sus desdichas, la causa primera y única de su vagancia y sus delitos.
Tenía rancho, hacienda, mujer hijos, y era feliz.— La autoridad lo arranca de su hogar, lo arrebata á sus afecciones, lo lleva á la frontera, al desierto, al frio, á los tormentos, á los peligros, para que con su valor y su sangre defienda la sociedad, siempre agredida ó amenazada por los indios.
Lo llevan prometiéndole alimentos, ropa, paga, y libertad á los seis meses de servicio. — En vez de alimento, encuentra hambre, en vez de ropa, desnudez y frío, en vez de paga, palos y estaqueadas; y en vez de seis meses, se pasan mas de seis años sin que se piense devolverlo á su familia.
Desesperado con su esclavitud y su miseria, huye de una tiranía insoportable, de un servicio que había ultrapasado los límites del deber y de la justicia, y vuela á su rancho, á los brazos de su mujer y de sus hijos. Parte el corazón el relato de lo que encuentra.
Volvía el cabo de tres años
De tanto sufrir al ñudo,
Resertor, pobre y desnudo —
A procurar suerte nueva —
Y lo mesmo que el peludo
Enderecé pa mi cueva.
No hallé ni rastro del rancho -
Solo estaba la tapera!
Por Cristo, si aquello era
Pa enlutar el corazón —
Yo juré en esa ocasión
Ser mas malo que una fiera!
¡Quién no sentirá lo mesmo
Cuando ansi padece tanto!
Puedo asigurar que el llanto
Como una mujer largué —
Ay! mi Dios — si me quedé
Mas triste que Jueves Santo.
Solo se oiban los aullidos
De un gato que se salvó,
El pobre se guareció
Cerca, en una viscachera —
Venía como si supiera
Que estaba de güelta yo.
Al dirme dejé la hacienda
Que era todito mi haber —
Pronto debíamos volver
Sigun el Juez prometía,
Y hasta entonces cuidaría
De los bienes, la mujer.
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Después me contó un vecino
Que el campo se lo pidieron —
La hacienda se la vendieron
En pago de arrendamientos
Y qué sé yo, cuantos cuentos,
Pero todo lo fundieron.
Los pobrecitos muchachos
Entre tantas afliciones
Se conchavaron de piones
¡Mas qué iban á trabajar,
Si eran como los pichones
Sin acabar de emplumar!
Por ahi andarán sufriendo
De nuestra suerte el rigor:
Me han contado que el mayor
Nunca dejaba á su hermano —
Puede ser que algún cristiano
Los recoja por favor.
Y la pobre mi mujer
Dios sabe cuanto sufrió!
Me dicen que se voló
Con no sé qué gavilan —
Sin duda á buscar el pan
Que no podía darle yo.
No es raro que á uno le falte
Lo que á algún otro le sobre —
Sino le quedó ni un cobre
Sino de hijos un enjambre,
Qué mas iba á hacer la pobre
Para no morirse de hambre!
¡Tal vez no le vuelva á ver,
Prenda de mi corazón!
Dios te dé su proteción
Ya que no me la dio á mi —
Y á mis hijos dende aqui
Les echo mi bendición.
Como hijitos de la cuna
Andarán por ahi sin madre —
Ya se quedaron sin padre
Y ansi la suerte los deja,
Sin naides que los proteja
Y sin perro que les ladre.
Los pobrecitos tal vez
No tengan ande abrigarse,
Ni ramada ande ganarse,
Ni rincón ande meterse,
Ni camisa qué ponerse,
Ni poncho con qué taparse.
Tal vez los verán sufrir
Sin tenerles compasión —
Puede que alguna ocasión
Aunque los vean tiritando,
Los echen de algún jogón
Pa que no estén estorbando.
Estos versos tan naturales, tan sentidos, que parecen escritos con lágrimas, estas quejas tan tiernas, tan patéticas, y que harían llorar á las piedras, si las tuvieran: ¿no dicen nada al corazón, ni á la inteligencia de las gentes que se llaman ilustradas, de los hombres que gobiernan y hacen las leyes? ¿No conmoverán á los que tienen el poder y el deber de poner término á tales atrocidades, á tales sufrimientos? Probablemente nó, porque Martin Fierro es un bárbaro, un gaucho que se vá.
— ¿Que importa entonces que haya nacido en el pais, que haya derramado su sangre defendiéndolo contra los extranjeros ó los indios, que la haya derramado en las contiendas civiles en defensa de gobierno, de libertades y leyes, de que gozarán otros, pero de que él jamás gozará? ¿quién es él, para interrumpir con sus penas los placeres y el sosiego de un hombre ilustrado, de un hombre del poder? ¿qué importa su llanto, sus desgracias, si la sociedad, si los gobiernos están á demasiada altura para fijarse en los dolores, en los infortunios que yacen á sus piés?
Martin Fierro busca á su mujer, á sus hijos y no los encuentra. Durante su ausencia, la hacienda que había dejado fué disipada por los acreedores y la autoridad; la mujer y los hijos, desnudos y hambrientos, se dispersaron, y el lugar donde tres años antes existía una familia feliz, solo tiene por recuerdos una tapera arruinada, y los maullidos de un gato!
¡Cuánto sentimiento, cuánto color, cuánta poesia!
Pero la medida de sus infortunios no estaba aún colmada, era desertor se vé perseguido como vago y tiene que huir.
De carta de mas me via
Sin saber á dónde dirme;
Mas dijeron que era vago
Y entraron á perseguirme.
Nunca se achican los males
Van poco á poco creciendo,
Y ansina me vide pronto
Obligado á andar juyendo.
Sin familia, sin bienes, sin hogar, y perseguido como vago, halla refugio en la pulpería y el pajonal; se hace nómade y camorrista, frecuenta las milongas, y pelea y mata, porque destruidos los lazos que lo unían á la sociedad, su miseria, la persecución que se le hace y el continuo peligro en que se encuentra, han borrado de su mente toda idea de sociabilidad, y despertado en él los instintos del desierto, la soledad, la independencia y el desprecio de la vida propia, como de la agena.
Tales son las consecuencias que un detestable sistema de Gobierno y de administración produce en las provincias argentinas del Oeste del Plata, y por eso dijimos, que Martin Fierro era antes que todo «una lección moral de Gobierno administrativo.» Póngase término á ese insufrible desórden, cámbiese su cruel y vergonzoso sistema, y centenares de infelices dejaran de ir á engrosar las hordas salvajes llevándoles el contingente de su valor y desesperación.
Pero ¿Martin Fierro es solo un pensmiento humanitario, una lección moral de Gobierno administrativo, bellamente dada bajo las quejas del dolor, bajo los acentos del infortunio? ¡Nó! Martin Fierro es también la personificación de su raza, la mas perfecta que hasta ahora se ha conocido, y que probablemente no tendrá superior, y en este concepto es un monumento, típico, que honra la literatura argentina.
Martin Fierro no es un gaucho sabio, un gaucho apócrifo, de esos que nos marean con sus gracejos vulgares y con la crítica que hacen de una sociedad que no conocen —Martin Fierro es un gaucho legítimo, que solo habla, pero bien, de lo que entiende, y que contándonos su historia, nos hace ver y comprender esos hombres tan numerosos, tan esparcidos en la base de la sociedad argentina, de quienes todo el mundo habla, pero que muy pocos conocen.
Hijo legítímo de las llanuras, nacido sobre el caballo, criado al aire libre, tiene en alto grado todas las calidades y todos los instintos del hombre de la naturaleza; es ginete, pastor, soldado, poeta y nómade; así sus cuadros son animados y tienen el colorido y la expresión de la verdad.
Jinete, recuerda con fuego y con brio las escenas del domador.
Y allí el gaucho inteligente
En cuanto el potro enriendó.
Los cueros le acomodó
Y se le sentó en seguida.
Que el hombre muestra en la vida
La astucia que Dios le dió.
Y en las playas corcobiando
Pedazos se hacía el sotreta
Mientras él por las paletas
Le jugaba las lloronas,
Y al ruido de las caronas
Salía haciéndole gambetas.
Ah! tiempos!... si era un orgullo
Ver ginetear un paisano —
Cuando era gaucho baquiano
Aunque el potro se boliase
No había uno que no parase
Con el cabresto en la mano.
Pastor, pinta con igual animación la vida á la vez sosegada y activa de estancia, sus trabajos y sus goces.
Ya apénas la madrugada
Empezaba á coloriar.
Los pájaros á cantar,
Y las gallinas á apiarse,
Era cosa de largarse
Cada cual á trabajar.
Este se ata las espuelas,
Se sale el otro cantando,
Uno busca un pellon blando,
Este un lazo, otro un rebenque,
Y los pingos relinchando
Los llaman dende el palenque.
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Y miéntras domaban unos;
Otros al campo salían,
Y la hacienda recogían,
Las manadas repuntaban,
Y ansí sin sentir pasaban,
Entretenidos el dia.
Y verlos al cair la noche
En la cocina reunidos,
Con el juego bien prendido
Y mil cosas qué contar,
Platicar muy divertidos
Hasta después de cenar.
Y con el buche bien lleno
Era cosa superior
Irse en brazos del amor
A dormir como la gente,
Pa empezar al dia siguiente
Las fainas del dia anterior.
Ricuerdo: ¡Qué maravilla!!
Como andaba la gauchada
Siempre alegre y bien montada
Y dispuesta pa el trabajo...
Pero hoy en el día... barajo!
No se le vé de aporriada.
El gaucho mas infeliz
Tenía tropilla de un pelo,
No le faltaba un consuelo
Y andaba la gente lista...
Teniendo al campo la vista
Solo vía hacienda y cielo,
Cuando llegaban las yerras,
¡Cosa que daba calor!
Tanto gaucho pialador
Y tironiador sin yel —
Ah! tiempo!... pero si en él,
Se ha visto tanto primor.
Aquello no era trabajo,
Más bien era una junción,
Y después de un güen tirón
En que uno se daba maña.
Solía llamarlo el patrón.
Soldado, describe al natural los ataques y entreveros con los indios, con una verdad y colorido sin rival.
Se vinieron en tropel
Haciendo temblar la tierra
No soy manco pa la guerra
Pero tuve mi jabón
Pues iba en un redomón
Que había boliado en la sierra.
¡Qué vocerío! ¡qué barullo!
Qué apurar esa carrera!
La indiada todita entera
Dando alaridos cargó —
Jué pucha... y ya nos sacó
Como yeguada matrera.
Qué fletes traiban los bárbaros!
Como una luz de lijeros —
Hicieron el entrevero
Y en aquella mescolanza,
Este quiero, este no quiero,
Nos escojían con la lanza.
Al que le dan un chuzazo,
Dificultoso es que sane,
En fin, para no echar panes,
Salimos por esas lomas,
Lo mesmo que las palomas,
Al juir de los gavilanes.
Es de almirar la destreza
Con que la lanza manejan!
De perseguir nunca dejan —
Y nos traiban apretaos,
Si queríamos de apuraos
Salirnos por las orejas.
Y pa mejor de la fiesta
En esta aflición tan suma,
Vino un Indio echando espuma,
Y con la lanza en la mano
Gritando «Acabau cristiano
Metan el lanza hasta el pluma».
Tendido en el costillar
Cimbrando por sobre el brazo
Una lanza como un lazo
Me atropelló dando gritos —
Si me descuido... el maldito
Me levanta de un lanzazo.
Si me atribulo, ó me encojo
Siguro que no me escapo:
Siempre he sido medio guapo
Pero en aquella ocasión,
Me hacía buya el corazón
Como la garganta al sapo.
Dios le perdone al salvaje
Las ganas que me tenía...
Desaté las tres marías
Y lo engatusé á cabriolas...
¡Pucha! si no traigo bolas,
Me achura el Indio ese dia.
Poeta es incorrecto y verboso, pero claro, verdadero y expresivo — Su narración esmaltada y embellecida por las metáforas é imajénes que emplea, es unas veces indolente y perezosa, animada y rápida otras; pero siempre sencilla, siempre verdadera, siempre melancólica.
Su vena, abundante, fácil y grata, es inagotable; como él mismo lo dice, — «las coplas le brotan como agua de manantial.»
Aquí me pongo á cantar
Al compás de la vigüela,
Que el hombre que lo desvela
Una pena estraordinaria,
Como la ave solitaria
Con el cantar se consuela
Pido á los Santos del Cielo
Que ayuden mi pensamiento,
Les pido en este momento
Que voy á cantar mi historia
Me refresquen la memoria
Y aclaren mi entendimiento.
Vengan Santos milagrosos
Vengan todos en mi ayuda,
Que la lengua se me añuda
Y se me turba la vista;
Pido á mi Dios que me asista
En una ocasión tan ruda.
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Cantando me he morir,
Cantando me han de enterrar,
Y cantando he de llegar
Al pié del Eterno Padre —
Dende el vientre de mi madre
Vine á este mundo á cantar.
Que no se trabe mi lengua
Ni me falte la palabra —
El cantar mi gloria labra
Y poniéndome á cantar,
Cantando me han de encontrar
Aunque la tierra se abra.
Me siento en el plan de un bajo
A cantar un argumento —
Como si soplara un viento
Hago tiritar los pastos —
Con oros, copas y bastos
Juega allí mi pensamiento.
Yo no soy cantor letrao,
Mas si me pongo á cantar
No tengo cuando acabar
Y me envejezco cantando,
Las coplas me van brotando
Como agua de manantial.
Con la guitarra en la mano
Ni las moscas se me arriman,
Naides me pone el pié encima.
Y cuando el pecho se entona,
Hago gemir á la prima
Y llorar á la bordona.
No puede darse nada más acabado como prueba de abundancia y de facilidad.
Cuando describe, pinta, y sus cuadros son vivos y animados como la naturaleza misma.
Yo he conocido esta tierra
En que el paisano vivía
Y su ranchito tenía
Y sus hijos y mujer....
Era una delicia el ver
Cómo pasaba sus dias.
Entonces.... cuando el lucero
Brillaba en el ciclo santo,
Y los gallos con su cantos
Nos decían que el día llegaba,
A la cocina rumbiaba
El gaucho que era un encanto.
Y sentao junto al jogón
A esperar que venga el día,
Al cimarrón le prendía
Hasta ponerse rechoncho,
Mientras su china dormía
Tapadita con su poncho.
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Venía la carne con cuero,
La sabrosa carbonada,
Mazamorra bien pisada
Los pasteles y el güen vino...
Pero ha querido el destino,
Que todo aquello acabara.
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No me faltaba un guasca
Esa ocasión eché el resto:
Bozal, maniador, cabresto,
Lazo, bolas y maneas...
¡El que hoy tan pobre me vea
Talvez no crerá todo esto!!
Todo esto es bellísimo; pensamiento, descripción, versificación. El recuerdo del tiempo pasado, la madrugada, la comilona, y el candoroso recuerdo de las guascas que constituían sus riquezas, son preciosidades que enternecen, que encantan y trasportan al lector á la estancia, al rancho, á la yerra, á todas esas escenas sencillas y tocantes que hacen la felicidad del paisano y su familia — felicidad real porque está en la naturaleza, y que solo Martín Fierro ha sabido pintar con sus verdaderos colores.
Por lo que á mí hace, puedo decir que no he visto en las mejores descripciones de Walter Scott y de Fenimore Coopper, nada que iguale á la sencillez, naturalidad y belleza de éstas.
Tiene todavía en este género, y entre un cúmulo de bellezas en que es dificil elegir, un cuadro sin rival, en que competen la grandeza del terror, en que todo es bello, todo es tremendo; tremendo el espanto, tremendo el pavor que inspira. Este cuadro es el malón del Indio.
Allí, si, se ven desgracias
Y lágrimas, y afliciones,
Naides le pida perdones
Al Indio — pues donde entra
Roba y mata cuanto encuentra
Y quema las poblaciones.
No salvan de su juror
Ni los pobres angelitos;
Viejos, mozos y chiquitos;
Los mata del mesmo modo —
Que el Indio lo arregla todo
Con la lanza y con los gritos.
Tiemblan las carnes al verlo
Volando al viento la cerda —
La rienda en la mano izquierda
Y la lanza en la derecha —
Ande enderieza abre brecha
Pues no hay lanzazo que pierda.
¿Y qué decir de la última estrofa?
¿Quién no vé con espanto ante sus ojos al indio feroz y bárbaro, sediento de sangre, ávido de destrucción y carnicería; desnudo, desmelenado y terrible, lanza en ristre hiriendo y matando con furor cuanto encuentra, viejos, mujeres y niños?
Tiemblan las carnes al verlo
Volando al viento la cerda —
La rienda en la mano izquierda
Y la lanza en la derecha —
Ande enderieza abre brecha
Pues no hay lanzazo que pierda.
El sentimiento que en todo el canto rebosa, es dulce hasta lo tierno; penetrante hasta el dolor.
De este último hemos dado ya una muestra al describir su llegada á su rancho.
Puedo asigurar que el llanto
Como una mujer largué
Ay mi Dios! si me quedé
Mas triste que Juéves Santo.
Hé aquí ahora algunos del primero, de ese sentimiento dulce, preñado de tierna melancolía que brota del alma, y cuyos acentos quejumbrosos y resignados, salen lentos y pesarosos como pulsaciones de un corazón dolorido.
Y atiendan la relación,
Que hace un gaucho perseguido,
Que padre y marido ha sido
Empeñoso y deligente,
Y sin embargo la gente
Lo tiene por un bandido.
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Junta esperiencia en la vida
Hasta para dar y prestar,
Quien la tiene que pasar
Entre sufrimiento y llanto;
Porque nada enseña tanto
Como el sufrir y llorar,
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Tuve en mi pago en un tiempo
Hijos, hacienda y mujer,
Pero empezé á padecer,
Me echaron á la frontera,
¡Y qué iba á hallar al volver!
Tan solo hallé la tapera.
Sosegado vivía en mi rancho
Como el pájaro en su nido —
Allí mis hijos queridos
Iban creciendo á mi lao...
Solo queda al desgraciao
Lamentar el bien perdido.
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No tiene hijos, ni mujer,
Ni amigos, ni protectores.
Pues todos son sus señores
Sin que ninguno lo ampare.
Su casa es el pajonal,
Su guarida es el desierto;
Y si de hambre medio muerto
Le echa el lazo á algún mamón,
Lo persiguen como á plaito
Porque es un gaucho ladrón.
Y si de un golpe por ay
Lo dan güelta panza arriba,
No hay un alma compasiva
Que le rece una oración —
Tal vez como cimarrón
En una cueva lo tiran.
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Para él son los calabozos
Para él las duras prisiones —
En su boca no hay razones
Aunque la razón le sobre,
Que son campanas de palo
Las razones de los pobres
Si uno aguanta, es gaucho bruto —
Si no aguanta es gaucho malo
Déle azote! déle palo!
Porque es lo que él necesita!!
De todo el que nació gaucho —
Esta es la suerte maldita.
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Y en esa hora de la tarde
En que tuito se adormece
Que el mundo dentrar parece
A vivir en pura calma
Con las tristezas del alma
Al pajonal enderieze.
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Bala el tierno corderito
Al lao de la blanca oveja;
Y á la vaca que se aleja
Llama el ternero amarrao —
Pero el gaucho desgraciao
No tiene á quien dar su queja.
La vida nómade que emprende, respira la poesía animosa, elevada y melancólica del desierto. El aislamiento, el espacio y el silencio lo inspiran, y canta la Noche, la Soledad y el Peligro:
Y al campo me iba sólito
Mas matrero que el venao —
Como perro abandonao
A buscar una tapera,
O en alguna viscachera
Pasar la noche tirao.
Sin punto ni runbo fijo
En aquella inmensidá
Entre tanta oscuridá
Anda el gaucho como duende,
Allí jamás lo sorprende
Dormido, la autoridá.
Su esperanza es el coraje,
Su guardia es la precaución
Su pingo es la salvación,
Y pasa uno en su desvelo,
Sin mas amparo que el cielo
Ni otro amigo que el facón.
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Ansi me hallaba una noche
Contemplando las estrellas
Que le parecen mas bellas
Y que Dios las haiga criao
Cuanto uno es mas desgraciao,
Para consolarse en ellas.
Les tiene el hombre cariño
Y siempre con alegría
Ve salir las tres marias
Que si llueve, cuanto escampa,
Las estrellas son la guía
Que el gaucho tiene en la pampa.
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Me encontraba como digo.
En aquella soledá
Entre tanta oscuridá
Echando al viento mis quejas
Cuando el grito del chajá
Me hizo parar los orejas.
Como lumbriz me pegué
Al suelo para escuchar,
Pronto sentí retumbar
Las pisadas de los fletes,
Y que eran muchos ginetes
Conocí sin vacilar.
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Me refalé las espuelas
Para no peliar con grillos,
Me arremangué el calzoncillo,
Y me ajusté bien la faja.
Y en una mata de paja,
Probé el filo del cuchillo,
Para tenerlo á la mano
El flete en el pasto até.
La cincha le acomodé,
Y en un trance como aquel.
Haciendo espaldas en él
Quietito los aguardé;
Cuando cerca los sentí
Y que ay no mas se pararon
Los pelos se me herizaron;
Y aunque nada vian mis ojos,
«No se han de morir de antojo»
Les dije cuando llegaron.
En la refriega que tuvo con la Policía, fué socorrido por Cruz, otro gaucho desgraciado y perseguido como él, y como él valiente y poeta. Se hacen amigos; Cruz le cuenta su historia que es la misma de Fierro y de todos los gauchos; y al hablarle de su querida lo hace con una pasión y un sentimiento que honrándolo á él, honra y ennoblece á la mujer de campaña.
Yo también tuve una pilcha
Que me enllenó el corazón
Y si en aquella ocasión
Alguien me hubiera buscao —
Siguro que me había hallao
Más prendido que un botón.
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Quién es de una alma tan dura
Que no quiera una mujer!
Lo alivia en su padecer:
Si no sale calavera,
Es la mejor compañera
Que el hombre puede tener.
Si es guena, no lo abandona
Cuando lo vé desgraciao,
Lo asiste con su cuidao,
Y con afán cariñoso
Y usté tal vez ni nn rebozo
Ni una pollera le ha dao.
¡cuan noble y hermoso es este retrato de la mujer americana, única que sin interés adhiere y sacrifica por el hombre que ama!
Y usté tal vez ni un rebozo
Ni una pollera le ha dao.
Hé aquí la mujer tal como la hizo la naturaleza, y tal como es todavía en nuestros campos. ¡Lástima que no pueda decirse otro tanto de todas las de las ciudades, donde estos ejemplos son ya bastante raros!
Cruz y Fierro unidos por la amistad y recíproco interés, abandonan sus pagos, y se van á los indios. — Nada mas natural que este pensamiento y el modo de ejecutarlo — .Los proyectos, el raciocinio, y el lenguaje se sostienen hasta el fin con el mismo interés con que empezó la historia.
Véase la conclusión que queda estereotipada en la mente del lector.
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Si hemos de salvar ó nó —
De esto naide nos responde,
Derecho ande el sol se esconde
Tierra adentro hay que tirar,
Algún día hemos de llegar..
Después sabremos á donde.
No hemos de perder el rumbo
Los dos somos güeña yunta —
El que es gaucho va ande apunta,
Aunque inore ande se encuentra;
Pa el lao en que el sol se dentra
Dueblan los pasos la punta.
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Allá habrá segunda
Ya que aquí no la tenemos.
Menos males pasaremos,
Y ha de haber grande alegría.
El día que nos descolguemos
En alguna toldería.
Fabricaremos un toldo
Como lo hacen tantos otros,
Con unos cueros de potro
Que sea sala y sea cocina,
¡Tal vez no falte una china
Que se apiade de nosotros!
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El que maneja las bolas,
El que sabe echar un pial,
Y sentársele á un bagual
Sin miedo de que lo baje.
Entre los mesmos salvajes
No puede pasarlo mal.
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Cruz y Fierro de una estancia
Una tropilla se arriaron —
Por delante se la echaron
Como criollos entendidos,
Y pronto sin ser sentidos
Por la frontera cruzaron.
Y cuando la habían pasao,
Una madrugada clara
Le dijo Cruz que mirara
Las últimas poblaciones
Y á Fierro dos lagrimones
Le rodaron por la cara.
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Las citas casi igualarían al texto, si hubieran de citarse todas sus bellezas; pero sobra con lo hecho para formarse una idea de la obra.
Habrá gente, sin embargo, para quienes las bellezas del pensamiento y de poesía de que está profusamente sembrada, no serán tales bellezas, por la razón soberanamente estúpida de que el estilo y el lenguaje, sean gauchescos; como si bajo todas las lenguas y estilos no pudieran manifestarse con propiedad y elevación los sentimientos del alma, los quejidos del dolor, los encantos de la poesía!
Para tales gentes valdrá mas un millar de embustes, de sandeces y absurdos referentes á pueblos y costumbres que no conocen ni les interesan, pero que estén penosamente bruñidos con el limado y violento estilo de Víctor Hugo, con el esmerado y florido de Lamartine; ó el festivo de Dumas, que la verdad animada de estos cuadros, en que todo es real, vivo, interesante y bello. A tales gentes es preciso comprenderlas.
Concluiremos repitiendo, que como pensamiento poético, y como ejecución, es lo mejor que hemos visto en su género; y creémos muy difícil, por no decir imposible que pueda superarse.
Tengo pues la satisfacción íntima de felicitarlo por una creación que hace tanto honor á su corazón como á su talento; que honra altamente á la literatura de su país; que conservará para siempre ese tipo característico, cuyo original está próximo á desaparecer, pero que no morirá mientras haya imprentas para reproducirlo, y que puede gloriarse con razón de haber eternizado.
Esperando que nuevas obras de su pluma me proporcionen solaces agradables como los que esta me ha dado, quedo —
Suyo Servidor, y amigo.
Montevideo, su casa, Febrero 18 de 1874.