María Stuart
A Rafael Moyano
Pálida la color, en la alba frente, un surco que revela el desconsuelo, la azul pupila dirigida al cielo, el paso firme, el ademán prudente, baña su hermosa faz el llanto ardiente. Marcado en su semblante está el desvelo, y un vestido de negro terciopelo aprisiona sus formas ricamente. Así María Stuart camina lenta, el pudoroso pecho destrozado, a la picota lúgubre y sangrienta; y al rodar su cabeza en el tablado, rodó en el suelo, para eterna afrenta, el nombre de su prima deshonrado.