María (Isaacs)/Juicio crítico

Juicio crítico

Cuando aparece un joven en la sociedad y se hace conocer por el imprescindible comienzo de unos articulones de política, bien atestados de palabrotas, la sociedad se rasca tras de la oreja y sin embargo acepta con benevolencia al nuevo escritor, porque se le figura que aquel mal principio es una mera equivocación, y que, andando los tiempos, tendrá en el nuevo politiquero no un insecto más que se asile en sus ropas y viva de su sangre, sino un escritor que acreciente la herencia intelectual de nuestros padres. Por desgracia esta esperanza sale fallida las más de las veces: el político en embrión se hace político de profesión, gasta su vida en fraguar artículos que no resisten segunda lectura, y muere sin dejar de ser un muchacho de esperanzas, exactamente lo mismo que el primer día de su carrera. Tal es, en general, la historia de mil notabilidades políticas que hemos tenido, de mil que tenemos y de mil más que tendremos, si la férula de la sociedad no lo remedia.

Por estas razones, cuando aparece un joven que no va A deber su fama a la fácil y bastarda literatura de un articulón, sino al cultivo de las letras en todos sus ramos legítimos, nos congratulamos vivamente; y la sociedad, acostumbrada ya al zumbido odioso del moscardón político, recibe con menos estrépito, pero con íntimo gozo, al que viene a compensarle ciertos desengaños.

En este caso está especialmente el autor de MARÍA. Hace cuatro años que era completamente desconocido; hace tres que se presentó en Bogotá con un volumen de versos que fueron recibidos con raro entusiasmo; y hace pocos días que ha dado un nuevo volumen en prosa, conteniendo una novela bien elaborada, bien escrita, bien sentida. Regalos como éste no se hacen todos los días a la sociedad; y el regalo es doble, y doblemente precioso, porque si el libro vale mucho, el autor vale más.

El señor Isaacs vio la luz en Cali, y en el seno de las comodidades buscadas por su padre, inglés activo, industrial y caballeroso; pérdidas inmerecidas lo atrasaron, y la muerte vino en seguida a completar la ruina, arrebatando al laborioso jefe de la familia. La larga y sangrienta guerra del Cauca, desde 1860 hasta 1863, acabó la obra comenzada por la desgracia, y los hijos de Isaacs, huérfanos hoy de padre y madre, han tenido que bascar otros hogares y decir adiós al que fue el asilo de su infancia. Por fortuna para el autor de María, le ha tocado en suerte el hogar bogotano, cuna de su gloria, donde es profundamente estimado, menos por sus notables obras que por las buenas cualidades de su ser. Disputándose en él las que son propias de las tres razas de que desciende: era su padre inglés de nacimiento, pero de raza judía; el amor lo inclinó a la religión de Jesucristo y le dio otra patria, la nuestra, donde se estableció casándose con la hija de un capitán español. Así es que Jorge tiene en su apostura y en sus arranques, en sus ideas y en su pluma, reminiscencias hebraicas, españolas e inglesas. No es un tipo: es un original.

Es preciso tener en cuenta quién es el autor (y por eso lo hemos dicho) para hablar de la obra que anunciamos.

MARÍA es, como su autor, un ser triple, indefinible; es una Rebeca sajona viviendo en Sevilla. De la misma manera su autor es un ser indefinible; en poesía no es un Quintana, ni un Byron, ni un David; sino un David inglés hablando en castellano. María pertenece en literatura al género sentimental, pero no tiene sino una sola hermana, la Historia holandesa, porque es muy diferente de las otras novelas de esta clase, como Átala y Pablo y Virginia. Pablo y Virginia es la historia de dos niños solitarios, donde con poco esfuerzo pudo el autor pintar un amor inocente o, mejor dicho, infantil. María es la narración de los amores de dos jóvenes, rodeados de muchas personas, viviendo en una misma casa y profundamente enamorados. Por lo tanto, la pintura de su amor es más fecunda, más interesante, pero más delicada por más peligrosa. Y sin embargo es tan casta, que así como los dos amantes no se dijeron una sola palabra que no pudieran oír sus padres, así en el libro no hay una página que no pueda leer una madre de familia. Virginia es la pintura de un hogar excepcional, en que lo excepcional mismo constituye su principal encanto. No todos los días se ven dos madres viadas retiradas a una isla despoblada, teniendo la una una hija y una negra; la otra un hijo y un negro. Aquella simetría podrá ser, como es, muy bella; pero tiene que ser, como es, muy rara.

Saint-Pierre tuvo que arreglar primeramente las cosas a su gusto para describirlas después, y cuando un jugador arregla primero y a su gusto las piezas de su ajedrez, no puede tener gran trabajo en ganar su juego. María no es un hogar excepcional, sino común, y muy común. No hay simetría ni resortes creados ad hoc; no hay soledad, gran recurso para el caso, ni sociedad abundante, que es otro recurso muy grande. Lo primero fue el principal auxilio de Chateaubriand y Saint-Pierre; lo segundo es el mejor cómplice de Dumas y Sué. En María figuran el padre y la madre, dos hijos: Emma (personaje de comparsa en el cuadro) y Efrain, joven que vuelve de Bogotá a la casa paterna y se enamora de María, huérfana criada por sus tíos, los padres de Efraín. Hay un niño hermano de ésta, personaje innecesario para el inventor y del cual saca mucho partido el narrador, haciéndolo asistir a los castos y ardorosos diálogos de los dos amantes, como un garante de la pureza de aquellos amores. El niño Juan representa el papel del ángel de la antorcha en la Huida de Egipto de Vásquez: su antorcha sirve solamente para iluminar el rostro de la Virgen. Hay criados, colonos, vecinos que se visitan y un perro viejo llamado Mayo; cacerías, pasiones, deudas, trabajo, pesares, esperanzas, intriga, personajes secundarios útiles; hay, en fin, todo lo que se encuentra en una casa. María y Efraín no son dos niños en una isla desierta, como Pablo y Virginia, ni dos jóvenes solos en el Desierto, como Chactas y Átala; María y Efraín son dos jóvenes vestidos con telas europeas que vivieron en una hacienda del Cauca, se amaron, se fue él y... ¿para qué decir el fin de la novela? Es la prosa de la vida vista con el lente de la poesía; es la naturaleza y la sociedad traducidas por un castizo y hábil traductor. María es un idilio, un canto del hogar; una crónica casera, un conjunto de escenas dichosas y tristes, hábilmente descritas.

El mejor carácter, el más sostenido, es el de María, la protagonista, y después de ella siguen, por su orden de mérito, el del padre y el de Efraín. Los de la madre, Emma y el niño son los de una madre, una joven y un niño; quiero decir que no tienen nada de particular ni de irregular: son las medianías del hogar.

Entre los caracteres externos o extraños a la acción, el mejor de todos es el de Salomé, que está admirablemente descrito: el segundo el del boga del Dagua, y el tercero el de los colonos antioqueños. El pícaro y enamorado amante que hace rabiar a Salomé se conoce donde se le vuelva a encontrar; y si uno fuera a la choza de José, podría decir: aquella vaca es la Mariposa y aquel majadero es Lucas. Si uno va al Cauca y se cruza con un hacendado petimetre, de labios rosados y patillas peinadas, seguido de otro viajero de zamarros de chibo y cara de gaznápiro, puede saludarlos: ¡Adiós, señor don Carlos! ¡adiós, señor don Emigdio ! No hay cómo confundir a Tránsito con Salomé o Lucía, ni al insultoso amante de la segunda con el marido de la primera. Si se encuentran con los del lector los ojos de la muchacha y los guiña, Salomé se echará a reír y Lucía se avergüenza. Es, pues, también una novela de caracteres. Tal es, en extracto, la preciosa novela que mencionamos. Dejamos sin tocar las demás cualidades que la recomiendan, para que el lector no encuentre mal contado aquí lo que en el libro encontrará preciosamente escrito. Por otra parte, cómo contar en resumen aquellas originales y bellísimas escenas de amor, todas diferentes, todas animadas, en que las palabras pronunciadas a medias, describen la marcha impetuosa de la pasión; en que a veces una flor de más constituye una situación nueva? ¿Cómo describir aquellos magníficos paisajes del Cauca, émulos de los paisajes orientales, si no es leyendo la novela? Para contar lo que es María, sería preciso escribir otra María. Se puede describir una montaña, pero no se puede describir una alborada de verano. El que no la conozca, que la vea: no hay otro remedio para que se forme idea de ella.

Tal es MARÍA, obra que puede y debe obtener buena y cordial acogida no sólo en la patria sino en Europa.

MARÍA hará largos viajes por el mundo, no en las balijas del correo, sino en las manos de las mujeres, que son las que popularizan los libros bellos. Las mujeres la han recibido con emoción profunda, han llorado sobre sus páginas, y el llanto de la mujer es verdaderamente el laurel de la gloria.

Por lo que hace al autor, lo hemos saludado ya dos veces en sus dos triunfos: no desconfiamos de presenciar otro que consiga con su genio tan fecundo y tan múltiple; porque es de advertir que el autor de las poesías que se imprimieron hace dos años y de MARÍA, es también autor dramático, y tiene escritos cuatro dramas que han sido juzgados muy favorablemente por las personas que los han leído.

Estos primeros trabajos, unidos a la circunstancia de que su autor es muy joven, dejan vaticinar una carrera llena y... desgraciada tal vez, porque no hay ejemplo de que los hombres de genio hayan vivido felices. El privilegio de conmover los corazones se compra muy caro: al precio del propio corazón.

Mas sea lo que fuere lo que el destino guarde a Isaacs en lo porvenir, lo felicitamos por ser autor de tal obra; y al Estado del Cauca lo felicitamos por ser patria de tal autor.


Bogotá, junio de 1867.


J. M. VERGARA Y VERGARA.