Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

II


Concluidas las fiestas de San Benito el último año del siglo XVIII, más sonada que otras, por la negrería del barrio de los tambores, y en la Capilla de San Roque, con cantos y gangolina que convertían la procesión en verdadera merienda de negros, saliendo entre la multitud devota que se desgranaba por las gradas del pretil de San Francisco, descendían tres vejetes de los muchos González que poblaban el vecindario. Ellos seguían su habitual paseo y murmuraciones hacia la calle San Martín, que toda la presuntuosa aldea era de santos, al menos en sus calles, descansando de larga caminata al pie de la cruz en la barranca de San Sebastián, mojón del término fijado desde la primera repartición de solares por Garay.

Honrados vecinos de un barrio eran González Rivadavia, González Balcarce, Belgrano González, á la sazón acompañados de un otro Beruti, también González por entroncamiento, españoles unos, si bien los dos últimos procedían de Italia, continuando su paseíto de tarde, envueltos en amplias capas de paño onceno color pasa, por el Retiro de los ingleses hasta la quinta de Basavilbaso, donde acababa de desembarcar la última partida de negros.

Al través del corral, palizada á pique, formando corros en la barraca de los esclavos, veíase apeñuscamiento de éstos, amontonados como moscas, en promiscuidad de sexos y edades, tomando el sol, única cosa que se les permitía tomar por ser gratis todavía.

Fijándose Beruti en la vivacidad de movimientos y locuacidad de un negrito tan pobre que ni llama tenía, y al que después dió nombre, libertad y habilitación, sin esperar al lunes del remate lo solicitó en compra particular, y previo prolijo reconocimiento de integridad, sano de lomo y planta, según examen del veterinario, convino su traslado inmediato.