Manual sobre el ejército: Libro 1

Resumen

Manual sobre el ejército, de Flavio Vegecio Renato, ilustre cortesano.

El primer libro muestra cómo elegir a los jóvenes, de qué lugares o de qué clase hay que tomar a los soldados o con qué entrenamientos deben instruirse. El segundo libro contiene las costumbres del antiguo ejército romano, que podrían usarse para adiestrar a nuestro ejército de infantería.[1] El tercer libro presenta toda clase de técnicas que parecen necesarias para el combate terrestre. El cuarto libro expone todos los artilugios con los que se asedian o defienden las ciudades; también resume las bases de la guerra naval. En cualquier combate, la muchedumbre y el valor descontrolado no suelen conseguir la victoria tanto como el oficio y la práctica.

Introducción

En la Antigüedad era habitual enviar por carta a los gobernantes las investigaciones sobre las buenas artes y ofrecérselos en formato de libro, porque no es posible iniciar cosa alguna sin el favor primero de Dios y después del emperador ni a nadie le es menester conocer más y mejores cosas que al gobernante, cuyos conocimientos pueden beneficiar a todos sus súbditos. Es evidente que una y otra vez acogieron Octavio Augusto y los buenos gobernantes que le siguieron obras de este estilo favorablemente: así, con la aquiescencia de los gobernantes, aumentaron los conocimientos mientras no se condenaba la audacia de escribir. Pensando que a vuestra clemencia le resultaría más fácil perdonar a quienes se atreviesen a escribir, me dejé llevar por el afán de emular a los antiguos pero enseguida me sentí muy inferior a esos escritores; con todo, en esta obrilla no es necesaria la elegancia en el lenguaje ni un derroche de ingenio sino un trabajo esforzado y leal para traer a vista de todos, en beneficio de Roma, los testimonios ocultos, dispersos y enmarañados en los relatos de los historiadores o de quienes enseñaban la importancia de la disciplina militar.

Así las cosas, intentaremos mostrar las costumbres de antaño sobre las levas y el entrenamiento de los reclutas en algunos aspectos, no porque os resulten, victorioso emperador, desconocidos, sino para que reconozcáis que cuanto disponéis en aras del bienestar del estado ya antaño lo defendieron los fundadores del Imperio Romano y encontréis en este librito todo cuanto creáis que es menester conocer respecto a este asunto tan importante y siempre necesario para un Estado.

Los romanos han derrotado a todos los pueblos gracias únicamente a su práctica con las armas

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No pensamos que haya otra cosa que haya ayudado al pueblo romano a someter a todo el mundo que la instrucción con las armas, la disciplina castrense y las constantes campañas. ¿Por qué unos pocos romanos se impusieron a las muchedumbres galas? ¿Qué podían conseguir unos pequeños romanos frente al inmenso tamaño de los germanos? Fue evidente que los hispanos nos superaban no solo en número sino también en fuerzas; siempre fuimos inferiores a los africanos[2] en astucia y dinero, y nadie podría dudar de que los griegos nos podrían vencer en inteligencia y conocimientos.

Sin embargo, contra todas estas desventajas, lo que más beneficio nos ofreció fue elegir con destreza a los reclutas, enseñarles (como ya he dicho) la instrucción militar, fortalecerlos con ejercicio diario, adiestrarlos en las maniobras contra todo cuanto puede suceder en una marcha o en un combate; también castigar con severidad la pereza. El conocimiento de las técnicas militares nutre la valentía en el combate: uno no tiene miedo de hacer lo que confía que ha aprendido a hacer bien. Por tanto, en los enfrentamientos bélicos, un ejército reducido pero entrenado está más cerca de la victoria mientras que una muchedumbre indisciplinada y desorganizada se expone siempre a la derrota.

De qué lugares hay que elegir a los reclutas

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Para seguir un orden adecuado, en primer lugar vamos a explicar de qué lugares hay que elegir a los reclutas. Por supuesto, está claro que en todas partes nacen hombres tanto débiles como vigorosos; sin embargo, algunos pueblos superan a otros en la guerra y el ambiente condiciona especialmente no solo los cuerpos sino también los ánimos — no vamos a pasar por alto un punto que hombres muy doctos han demostrado fehacientemente. Los estudiosos afirman que los pueblos que viven cerca del sol,[3] resecos por tan gran calor, son más inteligentes pero tienen menos sangre y, por esto, no son firmes ni fiables en el combate cuerpo a cuerpo, ya que quienes saben que tienen poca sangre temen las heridas. Por contra, los pueblos del norte, alejados de los calores del sol, son más irreflexivos pero poseen mucha más sangre, por lo que se lanzan con mayor facilidad a la guerra.

Por tanto, es necesario elegir a los reclutas de las regiones templadas, pues poseerán suficiente sangre para despreciar las heridas y la muerte pero no carecerán de inteligencia, que ayuda a mantener la mesura en el campamento y también beneficia no poco a las tácticas de combate.

¿Los reclutas más válidos provienen del campo o de la ciudad?

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A continuación nos cuestionaremos si un recluta es más válido si procede del campo o de la ciudad. En este punto, creo que nunca nadie podrá dudar de que los habitantes del campo resultan mucho más adecuados para el servicio militar, ya que se alimentan con su trabajo al aire libre mientras sufren el sol y rechazan la sombra; desconocen los baños, ignoran los lujos, tienen un carácter sencillo, se contentan con poco y sus miembros están endurecidos para soportar cualquier trabajo, como llevar el hierro,[4] cavar zanjas y transportar pesos, habituales en el campo. A veces, con todo, la necesidad obliga también a reclutar habitantes de ciudad — estos, en cuanto se hayan alistado, es necesario que primero aprendan a trabajar, correr, transportar pesos y aguantar el sol y el polvo, que sean frugales y que duerman a veces a cielo abierto, a veces en tiendas. Después, deben entrenarse en el uso de las armas y si surge una expedición más extensa, es necesario retenerlos en los campos y alejarlos de las tentaciones de las ciudades, para que así se fortalezcan sus cuerpos y también sus espíritus.

Es de todos bien sabido que, al poco de fundar la ciudad, eran los propios romanos los que abandonaban la ciudad para luchar, pero en aquel entonces ningún lujo turbaba su entereza (los jóvenes se limpiaban el sudor provocado por las carreras y la instrucción bañándose en el Tíber) y la misma persona era, al mismo tiempo, labrador y guerrero: solamente cambiaban el tipo de armas que usaba — hasta tal punto es esto cierto que Quincio Cincinato aceptó el cargo de dictador mientras araba sus campos. A mi parecer, el ejército debería reforzarse con reclutas del campo, pues teme menos la muerte quien ha conocido menos lujos en vida.

Qué edad deben tener los reclutas

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Ahora vamos a explicar a qué edad se debe reclutar a los soldados. Ciertamente, si queremos mantener las antiguas costumbres, nadie ignora que deben reclutarse a quienes inicien su pubertad:[5] lo que se aprende de niño, se interioriza más rápido y mejor. Además, es necesario practicar la rapidez de movimientos, el salto y la carrera antes de que el cuerpo se ralentice con la edad — una buena forma física, desarrollada con el ejercicio constante, produce buenos guerreros.

Como dice Salustio, hay que reclutar a los jóvenes: «Entonces, mientras los jóvenes soportaban la guerra, aprendían en el campamento las costumbres del ejército». Que un joven perfectamente adiestrado se queje que todavía no ha alcanzado la edad de combatir resulta mejor que se duela porque se le haya pasado. Debe tener el tiempo para aprenderlo todo y no debe considerar como algo insignificante o despreciable la instrucción: ya sea jinete, arquero o espadachín, querrás entrenarlo y enseñarle todas las técnicas de lucha y todas las órdenes, para que no abandone su lugar, perturbe la formación, pueda lanzar sus proyectiles hacia el blanco con grandes fuerzas, sepa cavar un foso y clavar concienzudamente las estacas y conozca cómo manejar el escudo, rechazar con golpes laterales los proyectiles, evitar los golpes con previsión y atacar con valor. Un recluta instruido así no tendrá miedo de luchar contra cualquier enemigo sino deseo.

Qué altura deben alcanzar los jóvenes para aceptarlos

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Sé que la altura de los reclutas se ha ajustado siempre a una marca exacta, de tal manera se requerían 6 pies de altura o 5 pies y 10 pulgadas para ingresar en las alas de caballería o en la primera cohorte de una legión,[6] pero entonces había una mayor población y muchos seguían la carrera militar: la vida civil todavía no absorbía a los jóvenes más brillantes. Así las cosas, si las circunstancias lo exigen, conviene tomar en consideración no tanto la altura como las fuerzas (y esto no es ningún truco, según demuestra el propio Homero, que deja bien claro que el pequeño Tideo tenía un cuerpo más pequeño pero era más fuerte).

Cómo reconocer durante la selección cuáles podrían ser los mejores reclutas por su aspecto y postura

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Por otro lado, es necesario que quien realice la leva intente por todos los medios elegir a aquellos que por su aspecto, mirada y las proporciones de su cuerpo resulte útil entrenar como guerreros, pues no solo en los hombres sino también en los caballos y perros hay muchas pistas que muestran su valor, tal y como los escritos de los más sabios demuestran, hecho que Virgilio afirma que incluso se puede observar en las abejas:

Hay, pues, de dos clases: una mejor, ilustre de rostro y

brillante con rojizas escamas; la otra, horrorosa,

que vil atrae al panal la dejadez.



Así pues, un joven que presente mirada atenta, cuello recto, pecho ancho, hombros musculosos, brazos fuertes, dedos largos, poca barriga, una cintura estrecha y unas pantorrillas y pies firmes, sin carne superflua y bien prietos con fuertes tendones debe incorporarse a las tareas de Marte. Cuando observes estas señales en un recluta, no debes darle mucha importancia a la altura: es más útil un soldado fuerte que uno grande.

De qué profesiones deben tomarse o rechazarse los reclutas

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Lo siguiente es que averigüemos de qué profesiones deben tomarse o rechazarse los reclutas. Considero que todos los pescadores, cazadores de aves, reposteros y tejedores deben ser apartados del ejército, porque están en contacto con elementos vinculados a las mujeres; en cambio, a los artesanos, herreros, carpinteros, carniceros y cazadores de ciervos o jabalíes conviene unirlos al ejército. Con todo, la salvación del Estado estriba en que se elijan los reclutas que destaquen más no solo por sus fuerzas sino también por su espíritu. Las fuerzas del Imperio y del pueblo romano se fundamentan en ese primer examen de los reclutas: este deber no hay que considerarlo como algo baladí o encargárselo a cualquiera, pues entre los antiguos se destacaba y alababa esta entre las tantas otras virtudes de Sertorio. Los jóvenes a los que se les encargue la defensa de las provincias y el desarrollo de la guerra tiene que ser excelente por su linaje, en la medida de lo posible, y por su moral: la honradez consigue soldados perfectos; la vergüenza que le evita huir lo convierte en un vencedor.

¿De qué nos sirve entrenar al cobarde si pasa la mayor parte de su servicio en el campamento? Un ejército que ha dejado de lado la selección de sus reclutas no tendrá nunca oportunidad alguna. Las innumerables y generalizadas derrotas ante los enemigos han venido precedidas por el olvido de nuestras técnicas de entrenamiento e instrucción, mientras en la larga paz se reclutaban a soldados con mayor descuido, mientras los jóvenes más honrados perseguían una carrera civil, mientras se aceptaban, por congraciarse con sus señores o por negligencia, para el servicio militar como reclutas a quienes sus amos no querían como sirvientes. Así pues, es mejor elegir a los jóvenes que destaquen en fuerza y empeño.

Cuándo deben incorporarse los reclutas

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Con todo, el recluta seleccionado no debe inscribirse inmediatamente en la nómina,[7] sino que antes hay que ponerlo a prueba con ejercicios, de tal manera que pueda saberse si realmente es apto para tan gran tarea. A mi juicio, debe poseer buena forma física y vigor; también capacidad de aprender la instrucción armada y la confianza propia de un militar: la mayoría, aunque a simple vista no parezcan inútiles, con la práctica se comprueba que lo son. Por tanto, hay que expulsar a los menos útiles y, en su lugar, atraer a los más esforzados: en todo combate, vale más el valor que el número.

Así las cosas, los soldados que ya se hayan alistado tienen que aprender la instrucción a través de entrenamientos diarios con las armas. Sin embargo, la falsa apariencia de una larga paz ha acabado con esta costumbre. ¿Cómo encontrar, por tanto, a quien pueda enseñar aquello que no ha aprendido previamente? Debemos recuperar estas antiguas costumbres de los libros y de las historias, pero los antiguos únicamente escribieron sobre las hazañas y las glorias en las guerras, mientras dejaban de lado estos aspectos que ahora buscamos, como si resultaran por todos conocidos. Desde luego, los lacedemonios, los atenienses y el resto de griegos han transmitido mucha información que denominan «táctica», pero nosotros debemos investigar la instrucción militar propia del pueblo romano, que desde unas pequeñísimas fronteras extendió su imperio hasta casi las tierras del Sol[8] y el propio fin del mundo. Nuestra actual situación me empuja a relatar en esta obrilla con extrema fidelidad, tras estudiar a todas las autoridades en el tema, cuanto escribió Catón el censor sobre la instrucción militar, lo que Cornelio Celso o Frontino resumieron, lo que Paterno, quien organizó el derecho militar, en sus obras explicó o lo que prevén las leyes de Augusto, Trajano y Adriano. No reclamo para mí ningún conocimiento del tema sino para los que acabo de citar; yo redacto lo que estaba disperso en la forma de un manual.

Es necesario enseñar a los reclutas a marchar, correr y saltar

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Por tanto, una de las primeras cosas que debe aprender un recluta es a marchar según el paso militar: es primordial que todos los soldados mantengan el mismo paso tanto en las marchas como en las formaciones de batalla. Esto no puede conseguirse más que con la práctica asidua y constante para que aprendan a marchar veloces y al mismo ritmo: un ejército desorganizado e inconexo siempre corre un gravísimo peligro frente a los enemigos.

Al paso de marcha, los soldados deben recorrer 20 millas[9] en cinco horas de verano;[10] al paso ligero, que es más rápido, deben completar 24 millas en el mismo periodo de tiempo. A esto se le podría añadir la carrera, de un espacio indefinido, pero que los jóvenes deben practicar especialmente, para que puedan cargar contra los enemigos con mayor ímpetu, ocupar los lugares estratégicos con rapidez cuando haga falta o adelantarse a los destacamentos enemigos que intenten conseguir lo mismo; también para adelantarse ágiles a explorar y volver con mayor agilidad y también para alcanzar más fácilmente a quienes huyan.

También es necesario que el soldado entrene su capacidad de salto para cruzar los fosos o superar cualquier obstáculo de manera que, cuando aparezcan estas dificultades, las pueda atravesar sin problemas. Además, en el propio combate y en el intercambio de proyectiles un guerrero que se lanza a la carrera contra el enemigo atrapa su atención, le infunde miedo y lo golpea antes de que se pueda preparar para protegerse o resistir.

Salustio recuerda que Gneo Pompeyo Magno se entrenaba «en el salto, competía con los ágiles; en la carrera, con los rápidos; con los fuertes, en pesas». Y no podría haberse puesto al nivel de Sertorio de ninguna manera, si no se hubieran preparado él mismo y sus soldados para el combate con sus constantes ejercicios.

Los reclutas deben practicar natación

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Todos los reclutas deben aprender por igual a nadar en los meses de verano: no siempre se pueden cruzar los ríos por un puente y también un ejército que se retira o que persigue se ve obligado con frecuencia a nadar. A menudo unas lluvias o nieves inesperadas suelen inundar los cauces y quien no sepa nadar corre un gran riesgo, no solo frente a los enemigos, sino también frente a las propias aguas. Por todo esto, los antiguos romanos, cuyas habituales guerras y continuos peligros los prepararon para toda práctica bélica, ubicaron el Campo de Marte cerca del Tíber, donde los jóvenes podían limpiarse el sudor y el polvo tras practicar con las armas y aliviar el cansancio de las carreras nadando. Es muy conveniente que no solo los infantes, sino también los jinetes, los propios caballos e incluso el personal auxiliar, a los que llaman galiarios, practiquen la natación, para que nadie tenga que correr ese riesgo sin saber nadar cuando haga falta.

Cómo se entrenaban los antiguos reclutas con escudos de mimbre y estacas

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Los antiguos, tal y como podemos leer en los libros, entrenaban a los reclutas de esta manera: confeccionaban unos escudos redondos de mimbre igual que los parapetos[11], de tal manera que pesaran el doble de lo que que suele pesar el escudo que les suministra el Estado; igualmente se les entregaban unas porras de madera del doble de peso en vez de las espadas.

Así armados, se entrenaban no solo por la mañana sino también por la tarde con una estaca: el entrenamiento con la estaca beneficia en mucho a los soldados pero también a los gladiadores y de ninguna forma podrá salir invicto en la arena o en el campo de batalla quien no se haya entrenado con dedicación con la estaca. Se clavaba una estaca en el suelo por cada recluta, de tal forma que no temblara y tuviera seis pies de alto. El recluta se ejercitaba contra aquella estaca con su espada y escudo como si fuera un enemigo, primero para golpearle a la cara o a la cabeza, luego como si le atacasen por un costado, después atacándole a las rodillas y por abajo, a retroceder, atacar, asaltar: como si estuviera ante un rival, así golpeaba a la estaca con todas sus fuerzas, con todas las técnicas de combate. En este entrenamiento se intentaba prevenir para que, al atacar, no dejara abertura alguna para que le golpearan.

Debe enseñarse a los reclutas a herir con la punta y no con el filo

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Después aprendían a herir con la punta y no con el filo, pues los romanos no solo han vencido fácilmente a quienes golpean con el filo, sino que hasta se han burlado de ellos. Un golpe con el filo, por más fuerza que lleve, rara vez mata, ya que el equipo y los huesos protegen los órganos vitales; por contra, una punta que penetre dos pulgadas resulta mortal (aunque es necesario que perfore órganos vitales la parte que ha herido). Además, mientras se golpea con el filo, quedan desprotegidos el brazo y el costado derechos; en cambio, se puede clavar la punta con el cuerpo protegido y herir al enemigo antes de que se dé cuenta. Por todo esto, queda claro que esta era la manera en la que solían luchar los romanos.

Por otro lado, se les entregaba una espada y un escudo del doble de peso para que, cuando el recluta tomase las armas de verdad, luchara con mayor confianza y agilidad al verse liberado de tales pesos.

Hay que enseñar a los reclutas el uso de las armas

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Además, el recluta debe aprender el uso de las armas, lo que denominan armatura y enseñan los instructores — esta práctica se conserva al menos en parte: incluso hoy, reconocemos que en cualquier combate luchan mejor los soldados instruidos en la armatura que los demás. Por esto, es menester comprender que un soldado entrenado es mucho mejor que uno novato cuando vemos que cualquier soldado instruido aventaja en sus técnicas de combate a sus camaradas.

Nuestros antepasados cuidaban tan estrictamente esta disciplina del ejército que los instructores recibían el doble de paga y a los soldados que no se esforzaran en estos ejercicios los obligaban a alimentarse de cebada en vez de trigo y no se les permitía volver al trigo antes de que hubieran demostrado que podían completar todos los ejercicios propios de la técnica de combate que les hubieran asignado en presencia del prefecto de la legión,[12] de los tribunos o de los principales centuriones. Nada hay más estable, afortunado y digno de alabanza que un estado donde abundan los soldados instruidos: ni el brillo de las ropas ni la abundancia de oro, plata o gemas provocan respeto o favor entre nuestros enemigos, sino que solo se someten ante el terror a las armas.

Como decía Catón, en cualquier otro tema siempre hay tiempo de corregir un error, pero los errores en batalla no permiten solución, ya que el castigo inmediatamente sigue al error: rápidamente mueren quienes hayan luchado como cobardes o sin entrenamiento o se dan a la fuga y después ya no se atreven a oponerse a los vencedores.

Es necesario instruir a los reclutas en el lanzamiento de proyectiles

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Volviendo al tema, un recluta que se esté ejercitando contra la estaca con su palo también debe arrojar contra la estaca, como si fuera un enemigo, proyectiles de un peso mayor del que serán los que después usará. En este punto el instructor vigilará que arroje el proyectil con gran fuerza y que se dirija al objetivo previsto o cerca. Con este ejercicio aumenta la fuerza de los hombros y se adquiere experiencia y práctica en el tiro.

Hay que instruir cuidadosamente a los reclutas en el tiro con arco

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Los jóvenes que parezcan adecuados, alrededor de una tercera o cuarta parte, deben ser equipados con arcos de madera y flechas preparadas para entrenar y practicar de continuo contra las estacas. Los instructores deben elegir a los más hábiles en este aspecto, que han de servirse de una especial habilidad para mantener el arco en la postura correcta, tensarlo con fuerza, mantener la zurda fija y mover la diestra con cuidado, de tal forma que el ojo, al mismo tiempo que la respiración, se ajuste al objetivo que hay que herir y aprendan a disparar recto tanto a caballo como a pie. Es necesario entrenar y practicar cada día con esmero para adquirir esta habilidad y mantenerla.

Catón en sus libros sobre la instrucción militar demuestra claramente la utilidad que unos buenos arqueros tienen en la batalla, y Claudio derrotó a un enemigo superior desplegando muchos arqueros bien entrenados; asimismo, Escipión Africano, cuando iba a enfrentarse a los numantinos que habían hecho pasar al ejército romano por el yugo, pensó que solamente podría vencer si incluía en cada centuria a algunos arqueros especialmente seleccionados.

Los reclutas deben ejercitarse en el tiro con honda

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Además, es conveniente que los jóvenes se entrenen con dedicación para arrojar piedras con las manos o con hondas. Los primeros en usar las hondas fueron los habitantes de las islas Baleares y se dice que eran tan hábiles que las madres no permitían a sus hijos comer nada que no hubieran abatido con su honda. A menudo, un hondero arroja una piedra pulida, más pesada que cualquier flecha, con su honda o fustíbalo contra los guerreros protegidos con casco y armadura completa[13] y, aunque su golpe no derrama sangre ni corta un miembro, el enemigo muere por el golpe letal de la piedra; nadie ignora que los honderos han combatido en todas las batallas antiguas.

Por todo esto, es necesario que todos los reclutas practiquen habitualmente con las hondas para aprender su uso, porque no supone ningún esfuerzo llevar una honda y a veces sucede que el combate se desarrolla en un lugar pedregoso, que hay que defender una montaña o colina, que hay que rechazar el ataque de los bárbaros sobre una fortificación o ciudad con piedras y hondas.

La práctica con las azagayas[14]

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También hay que transmitir a los jóvenes la práctica con las azagayas, a las que también se denomina mattiobárbulos, ya que en Iliria había antes dos legiones, cada uno con seis mil hombres, que se llamaban matiobárbulas porque utilizaban estos proyectiles con gran efectividad y valor. Se sabe que estas legiones participaron de forma decisiva en todas las guerras durante mucho tiempo, hasta tal punto que Diocleciano y Maximiano, cuando subieron al poder, en reconocimiento por su valor declararon que se les llamara Matiobárbulos Jovianos y Herculianos y que los consideraron superiores al resto de legiones. Solían llevar cinco matiobárbulos enganchados al escudo que, si los soldados los arrojan en el momento adecuado, parece que casi imiten a unos arqueros, pues hieren a los enemigos y a los caballos antes de que se puedan acercar no ya al combate cuerpo a cuerpo sino incluso a arrojar sus proyectiles.

Cómo enseñar a los reclutas a montar a caballo

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Siempre se ha exigido a los reclutas y también a los soldados en activo practicar continua y cuidadosamente la equitación. Es evidente que ha pervivido hasta nuestros días, si bien con una cierta negligencia esta costumbre: se colocan unos caballos de madera a campo abierto en verano, bajo techo en invierno, y se obliga a los jóvenes a montar sobre ellos desarmados hasta que se acostumbren y, después, ya con armas. Los antiguos se ejercitaban con tanto esmero que aprendían a montar y desmontar por la derecha y también por la izquierda, incluso blandiendo la espada o sosteniendo una lanza. Además, lo practicaban con gran frecuencia, de tal manera que quienes se ejercitaban con tanto esfuerzo en la paz fueran capaces de montar sin perder un momento en la confusión del combate.

Es necesario ejercitar a los reclutas para cargar con pesos

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También es necesario que los reclutas se vean obligados a cargar un peso de hasta 60 libras y caminar a paso de marcha, ya que en las expediciones complicadas les hará falta cargar con los alimentos y las armas. Y no se debe pensar que es difícil si están acostumbrados: no hay nada que la práctica constante no vuelva más que fácil. Sabemos que los soldados antiguos solían hacer esto según nos relata Virgilio cuando afirma:

El áspero romano, cuando con las armas de su patria

bajo un cruel peso toma el camino, ante el enemigo

desprevenido levanta en formación su campamento.

Qué clase de armas se usaban los antiguos soldados

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Ahora corresponde intentar explicar con qué tipo de armas deben entrenarse o armarse los reclutas. Pero en esta parte se ha perdido totalmente la costumbre antigua: pues aunque por imitación de los godos, alanos y hunos han mejorada las armas de la caballería, está claro que la infantería ha quedado desprotegida. Desde que se fundó Roma hasta los tiempos del divino Graciano, la infantería se protegía con armaduras y cascos pero, cuando por mor de la despreocupación y la desidia se dejó de lado la instrucción y las maniobras, las armas, que los soldados solo cargaban de vez en cuando, empezaron a parecer pesadas. Por esto, se solicitó al emperador abandonar o destruir primero las armaduras y después los cascos y así, cuando nuestros soldados cargaron contra los godos con los pechos y las cabezas descubiertas, una multitud de arqueros los masacró;[15] ni siquiera tras tan gran derrota, que comportó la destrucción de tantísimas ciudades, se preocuparon por recuperar las armaduras o los cascos para la infantería. Así sucede que quienes se exponen sin protección a las heridas en combate piensan más en la huida que en la lucha ¿Qué puede hacer un arquero sin un casco y una armadura, ya que con el arco no puede sostener un escudo? ¿Qué pueden conseguir en combate los abanderados y los portaestandartes, cuyas zurdas sostienen los astiles y cuyos pechos y cabezas quedan desprotegidos? Pero a un soldado que rara vez se ejercita, que rara vez porta sus armas, una armadura y un casco le parecen pesados: con una práctica diaria no sufriría, aunque portase unas armas pesadas. Aquellos que no pueden tolerar el esfuerzo de cargar los antiguos equipos de defensa se ven obligados a soportar con sus cuerpos desprotegidos heridas, muertes y, lo que es más grave, a ser capturados o perjudicar al Estado con su fuga.

De esta forma, mientras los soldados se niegan a practicar y ejercitarse, mueren como ganado, con la mayor de las deshonras. ¿Por qué describirían los antiguos al ejército de infantería como un muro, si no fuera porque las legiones, armadas con jabalinas, armaduras y cascos, además de escudos, refulgían Y esto era así hasta tal punto que los arqueros se protegían su brazo izquierdo con una protección y la infantería pesada estaba obligada a llevar, además de armaduras y cascos, una greba de hierro en su pierna derecha: así estaban armados los que luchaban en primera, segunda o tercera fila, llamados respectivamente príncipes, hastati y triarios.[16] Sin embargo, los triarios solían arrodillarse tras sus escudos para que los proyectiles que cayeran no les hirieran y, cuando hiciera falta, atacaban, descansados, con mayor vigor a los enemigos, a los que muchas veces derrotaron aunque hubieran eliminado a los hastati y a los que luchaban delante.

También existían entre los antiguos la infantería de armadura ligera, honderos y jabalineros, que se colocaban principalmente en los flancos del ejército y que daban inicio al combate. Para este puesto se seleccionaba a los soldados más rápidos y entrenados: eran solo unos pocos y, si las circunstancias del combate les requerían retirarse, se solían refugiarse entre las primeras filas de las legiones sin perturbar la formación de la infantería pesada.

Hoy en día casi todos nuestros soldados llevan unos gorros de piel, llamados panónicos, para que al estar acostumbrados a llevar un peso en la cabeza no les pesara el casco. A las jabalinas que usaba la infantería se le llamaba pilum, un hierro fino de nueve pulgadas o un pie de largo acabado en una punta triangular, el cual, una vez clavado en el escudo, no se podía cortar y, arrojado con fuerza y habilidad contra una armadura, fácilmente la atravesaba, un tipo de arma que hoy es poco habitual entre nosotros. Sin embargo, la infantería bárbara se sirve especialmente de este tipo de armas, que denominan bebras y de las que llevan dos y hasta tres al combate.

Además, los soldados deben saber que, cuando se arroja un proyectil, han de tener el pie izquierdo adelantado: así el golpe es más fuerte con las jabalinas que blanden. Pero cuando se llega al corto alcance, como dicen, y se combate mano a mano con las espadas, entonces los soldados deben adelantar su pie derecho para que los enemigos no los sorprendan por los costados y los hieran y para que la mano derecha esté presta para golpear. También está claro que hay que entrenar a los reclutas y protegerlos con todos los tipos de armas que usaban los antiguos: esto es necesario para que los soldados, sin temor de recibir una herida en la cabeza o en el pecho, combatan con mayor valor.

La fortificación del campamento

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Un recluta también debe aprender a fortificar el campamento: nada resulta tan seguro ni tan necesario en una guerra. En efecto, si se levantan unos campamentos adecuados, los soldados pueden pasar seguros los días y las noches, incluso si los enemigos los rodean, como si llevasen consigo una ciudad amurallada por doquier. Pero actualmente la técnica para construirlos se ha perdido: hace tiempo que nadie ya levanta un campamento excavando las zanjas y clavando las estacas a su alrededor y así sabemos que muchos de nuestros ejércitos a menudo sufren actualmente los ataques diurnos o nocturnos de la caballería de los bárbaros. Además, nuestros soldados así acampados no solo sufren ataques de ese estilo sino que, además, cuando empiezan a retirarse de una batalla por alguna desgracia, no tienen las fortificaciones del campamento a las que retirarse y caen como ganado, sin redención, y no se acaba la matanza hasta que los enemigos no pierden la voluntad de perseguirlos.

En qué lugar debe ubicarse el campamento

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Un campamento, sobre todo si hay enemigos cerca, debe construirse siempre en un lugar seguro, donde abunden la madera, el alimento y el agua y, si va a estar ocupado mucho tiempo, no sea un sitio insalubre. Además, hay que vigilar que no haya un monte o una colina cerca más alta que los enemigos puedan utilizar para perjudicarnos. También es necesario prever que las torrenteras no inunden a menudo el campamento ni que el ejército sufra por desgracia este perjuicio. Los campamentos tienen que construirse según el número de soldados o el tamaño de la impedimenta, a fin de que no se concentre una multitud en un lugar estrecho ni un pequeño número se vea obligado a extenderse más de lo necesario para guarnecer sus costados.

Qué aspecto debe tener el campamento

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A veces será necesario construir el campamento con forma cuadrada; otras, triangular y otras semicircular, según lo requiera la situación y las características del lugar. La puerta que se llama «pretoria» debe mirar a oriente o hacia el lugar que mira hacia el enemigo o, si hay un camino, debe estar ubicada en el extremo por donde saldrá el ejército: tras ella, las primeras centurias (es decir, cohortes) levantan sus tiendas y se plantan los dracones[17] y las enseñas. La puerta llamada «decumana» estará en el costado opuesto, por donde se lleva a los soldados que han cometido algún delito para castigarlos.

Cómo debe fortificarse el campamento

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Hay tres formas diferentes de fortificar un campamento. Si el enemigo no está cerca, se excava una pequeña fosa y se amontona la tierra para levantar como un pequeño muro, de tres pies de alto, tras la fosa que se ha excavado. Después, si hay amenaza enemiga, se excava una fosa de nueve pies de ancho y siete de alto; pero donde haya un inminente riesgo de un fuerte ataque enemigo, conviene rodear el campamento con una fosa regular de doce pies de ancho y nueve pies, según dicen, «medidos a plomo». Una vez excavada, se levanta un terraplén de cuatro pies de alto, de tal forma que la fosa es de trece pies de alto y doce de ancho; encima de ella, se clavan unas estacas de madera recia que los soldados solían llevar consigo. Para esta tarea, conviene tener siempre a mano azadas, palas y otros tipos de herramientas.

Cómo fortificar el campamento cuando el enemigo está cerca

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Con todo, fácil resulta fortificar un campamento si el enemigo no está presente pero, si está cerca, se organiza una línea de batalla con toda la caballería y la mitad de la infantería para rechazar un ataque; el resto, tras ellos, excavan las fosas y fortifican el campamento y, con un pregón, se anuncia qué centuria ha concluido primero la obra, cuál la segunda y cuál la tercera. Después de esto, los centuriones examinan y miden la fosa y castigan a quienes no hayan realizado bien su trabajo. Es necesario que los reclutas se acostumbren a esta práctica para que, cuando sea necesario, puedan fortificar el campamento rápida y cuidadosamente.

Cómo entrenar a los reclutas para que mantengan la formación en la batalla

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Es evidente que nada hay mejor que mantener en el combate, gracias a la práctica continua, las formaciones, de tal manera que no se abran o se contraigan más de lo conveniente: los soldados apretados no tienen suficiente espacio para luchar y se estorban unos a otros, mientras que una formación abierta y repleta de huecos es una invitación para el enemigo a romper las línea: entonces, si el enemigo rodea la retaguardia tras romper las líneas, el miedo necesariamente lo confunde todo.

Así las cosas, los reclutas siempre deben abandonar el campamento y dirigirse a la formación según la lista, de tal manera que primero formen en una larga línea sencilla en la que no haya salientes ni huecos, donde la distancia entre los soldados sea siempre la reglamentaria. Después hay que ordenarles que doblen la línea de repente, para que incluso en un ataque se mantenga el orden al que suelen responder. En tercer lugar, se les debe ordenar que formen de cuatro en fondo y después que adopten una formación en triángulo, llamada cuña, que es una formación muy útil en la batalla. También es necesario enseñarles a formar en círculo, una formación que los soldados instruidos acostumbran a adoptar cuando el enemigo ha roto las líneas para que los hombres no se den a la fuga y tenga lugar una gran derrota. Si los reclutas asimilan estas formaciones en una práctica habitual, les resultará fácil aplicarlas en el mismo campo de batalla.

Cuánto o cuántas veces al mes deben ejercitarse los soldados cuando se les enseña a marchar

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Además, los antiguos tenían la costumbre (y los reglamentos militares de Augusto y Adriano lo prevén) de llevar tres veces al mes tanto a los jinetes como a la infantería de marcha: con esta palabra se define a este ejercicio. Se le ordena a la infantería ir y volver diez millas a paso militar armados con todos los pertrechos y en formación; además, en alguna parte, se les ordena aligerar el paso. Los jinetes, también divididos en escuadras y armados con todo el equipo, les seguía durante todo el camino practicando sus movimientos, a veces simulando retiradas y a veces preparando un ataque. Se obligaba a ambos cuerpos a marchar no solo en campos, sino también a ascender y descender por lugares arduos para que no hubiera nada, ni siquiera la mala suerte, a lo que esos buenos soldados no hubieran aprendido a hacer frente con su entrenamiento.

Una exhortación al oficio militar y al valor romano

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Toda esta información, invicto emperador, que he extraído de cuantos autores escribieron sobre el ejército, la he recopilado en este librito como muestra de mi fidelidad y entrega para que, si alguien quisiera dedicar sus esfuerzos al reclutamiento y entrenamiento de los jóvenes, pudiera fácilmente fortalecer nuestro ejército imitando la valentía de los antiguos. Ni se ha degenerado el ardor marcial de los hombres ni se ha desgastado la tierra que engendró a los espartanos, atenienses, marsos, samnitas, pelignos e incluso a los propios romanos. ¿No hubo un tiempo en el que las fuerzas del Épiro poseían la supremacía? ¿Acaso no se abrieron paso batalla a batalla los ejércitos macedonios y tesalios hasta el Indo tras derrotar a los persas? Es bien sabido que los dacios, moesios y tracios fueron siempre tan belicosos que, según relatan los mitos, el propio Marte nació entre ellos. Largo tiempo me llevaría si intentara enumerar las fuerzas de todas las provincias, aunque ahora estén sometidas al poder romano.

Sin embargo, la seguridad producida por una larga paz ha llevado a los hombres en parte a disfrutar del tiempo libre y en parte a los cargos civiles. Así las cosas, se conoce que primero se descuidó un poco el ejército, después se dejó de lado y al final se relegó al olvido. A nadie le sorprende lo que sucedió antaño cuando, tras la primera guerra púnica y veinte años de paz, aquellos invencibles romanos perdieron su nervio relajando su disciplina militar y disfrutando del ocio de tal forma que en la segunda guerra púnica no pudieron igualar a Aníbal. Así se perdieron tantos cónsules, tantos generales, tantos ejércitos, aunque al final alcanzaron la victoria cuando fueron capaces de recuperar y aprender las prácticas y ejercicios militares. Por tanto, siempre hay que reclutar y entrenar a los jóvenes: es menos costoso iniciar a los jóvenes propios en las armas antes que pagar a otros para dirigirlos.

  1. Vegecio está pensando en el ejército de su momento, en el cual la caballería ya tenía una importancia (y un prestigio) que no tuvo en épocas anteriores.
  2. Aquí se refiere específicamente a los cartagineses, con los que los romanos se enfrentaron en tres destructivas guerras, las llamadas Guerras Púnicas.
  3. Esto es, hacia el sur.
  4. Aquí posiblemente haya un juego de palabras, refiriéndose con esta expresión el autor tanto a «portar el arado» como a «blandir la espada».
  5. Los pueri romanos abandonaban tal estado (es decir, pasaban a ser adultos) hacia los diecisiete años.
  6. A partir de época augusta, la primera cohorte de cada legión era el doble de grande que el resto. Esta exigencia de altura serviría además para hacerla más imponente a ojos de sus rivales.
  7. En el original dice que el soldado debe recibir los «puntos de las enseñas» (signorum punctis). Es posible que con esta expresión se refiera a algún tipo de tatuaje.
  8. En el original, Solis regiones. Lo más probable es que se refiera a los territorios al sur del Imperio romano, es decir, al Sáhara.
  9. Una milla romana equivalía a 1481 m. La distancia total, por tanto, sería de casi 30 km.
  10. Los romanos dividían el día (es decir, el periodo de sol a sol) en doce horas, cuya longitud era variable en función de la propia longitud del día. Por tanto, una hora de verano era más larga que una de invierno.
  11. Era habitual que, durante un asedio, los soldados confeccionaran parapetos de mimbre para defenderse de los proyectiles enemigos.
  12. En el organigrama clásico de la legión, el prefecto era el cargo militar más alto al que podía llegar un soldado en su carrera militar. Solo había uno por legión y era una especie de lugarteniente del legado, el senador designado por el Senado o el Emperador para comandarla.
  13. Probablemente el autor se esté refiriendo a los catafractos, unos soldados montados a caballo y completamente cubiertos de armadura que resultaban muy difícil de derrotar para el ejército romano.
  14. Traduzco plumbata como 'azagaya'. La plumbata era una especie de dardo de unos 30 cm. de largo con un contrapeso de plomo que tenía una enorme capacidad de penetración.
  15. Con toda seguridad se está refiriendo a la batalla de Adrianópolis, de funestas consecuencias para el ejército romano.
  16. La información que suministra Vegecio es claramente discutible, según los conocimientos actuales sobre el tema.
  17. El draco era un tipo de estandarte muy habitual en el ejército romano tardío con forma de dragón.