Manojo de zarsas (Versión para imprimir)

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Manojo de zarsas de Julio Flórez

?Editar





Si la noche se lleva,

en su fúnebre manto,

la humedad de mis lágrimas

y el rumor de mi canto...


Y si el día se lleva,

cuando abandona el mundo,

los amargos sollozos

de mi pecho profundo...


¿Por qué se irán las noches...

por qué se irán los días...

sin llevarse una sola

de mis melancolías?



A una noviaEditar





Esos labios que vertieron

frases que vibrando están

labios que tanto mintieron,

que mienten y mentirán.


Esos labios tan queridos,

esos labios dulces [b]esos

labios empalidecidos

por la ausencia de mis besos.


Pronto estrujados serán

por labios estremecidos

de amor [tus] labios que hallarán

todos mi besos dormidos!


Mas, mis besos al calor

de esos ósculos quemantes,

se morirán de dolor

entre tus labios vibrantes.


Y oye: tu dueño al saciar

su infinita sed de almíbar,

no te volverá á besar?

porque tiene que encontrar

entre tus labios... mi acíbar.



ApocalípticaEditar





Y me senté en el carro de la sombra,

presa del más horrendo paroxismo,

y comencé a rodar sobre una alfombra,

formada por el cosmo del abismo.


Y abarqué el infinito en una sola

mirada, llena de fulgor intenso...

y vi del tiempo la gigante ola

rodar al precipicio de lo inmenso.


Y vi la eterna procesión de mundos,

a través de mi loco desvarío,

rodar por dos ignotos y profundos

senos inescrutables del vacío.


Y llamé a Dios, con penetrante acento,

con un acento penetrante y hondo,

que atravesó, rasgando el firmamento,

sin encontrar del firmamento el fondo.


Mas, nadie respondióme. En mi agonía,

-¿En dónde estás...? -grité de nuevo- ¿En

dondé...?

Pasó le pesadilla. Hoy todavía

lo llamo y todo inútil: no responde.



CaosEditar





No hay miedo en sombra para el hombre

fuerte

que ve, sin pestañar, el precipicio;

que conoce las úlceras del vicio

y no tiembla jamás, ni ante la muerte.


Para el que al cabo de la vida, advierte

la sinrazón de todo sacrificio;

para el que nunca halló nada propicio

y fué siempre vejamen de la suerte.


Ah! qué puede temer el que por huellas

de los pies dejó sangre. El que, contrito,

pide alivio á sus múltiples querellas.


Y ve sólo, ante el eco de su grito,

la inmutabilidad de las estrellas...

en medio del sopor del infinito!



DeseoEditar





Quisiera hacer estrofas,

estrofas [de] perlas,

que brotaran fulgores

de luna llena,

cantos de tordo,

rumor de selvas

y perfumes de flores

recién abiertas...

para encerrar esta alma

triste y enferma,

como en nevadas copas

de llanto llenas...

y ante tus plantas

después romperlas...

para que los abismos

d'esta alma vieras!



El gran crimenEditar





Su pupila brilló como una brasa

en la tiniebla de su rostro.

Ella,

como tras de una nube nívea estrella,

parecía irradiar bajo la gasa

de su túnica grácil:

Era una

melancólica anémona

entre una malla de fulgor de luna:

un lánguido asfódelo

que empezaba á dormir... era...

¡Desdémona?!

Frágil y blanca, ante la noche: ¡Otelo!


El sultán de los celos implacables,

el demonio divino

del odio y del amor, sus formidables

ojos negros pasea

por el inmóvil cuerpo venusino

de su amada?

¡Su faz relampaguea

como un carbonizado torbellino,

como una tempestad sorda y oscura!


–Ah, yo soy como Dios, que siempre hiere

donde más ama! con dolor murmura–

y acerca su puñal a la blancura

de aquella carne casta, y grita ¡Muere!

¡Y hunde, hasta la dorada empuñadura,

la fina hoja que a su mano adhiere!


¡Ni un ay! La sangre corre. Otelo llora:

y parece ante Otelo

aquella muerta, un témpano de hielo

que nada en los carmines de una aurora

¿Mayor crimen concibes?

¡Oh, que execrable hora!

Era inocente. Y tú? –Ya ves: tú vives!



En el caféEditar





Y aquel amigo me contó tu historia;

negra historia de horribles liviandades,

que hoy viven azotando mi memoria,

como azotan al mar las tempestades.


Me habló de tus sonrisas y miradas,

de tus abrazos mudos y tus besos,

y de todas las vivas llamaradas

de tu amor... y también de sus excesos.


¡Pobre amigo inocente, no sabía

que cuando estaba de su amor hablando,

las puertas del infierno me entreabría;

me estaba el corazón despedazando!


–¿No la conoces tú? –me dijo al cabo?

–¡Tan hermosa! Tan dulce! Tan ardiente!

Y yo q' he sido de tu amor esclavo,

–No –respondí con voz desfalleciente,


Y en tanto que llegaban, como tropa

de aves enfermas, los recuerdos gratos

de tus caricias en la noche aquella,

–¡Por ella...! –dijo– y levantó su copa

–¡Salud... por ella...! ¡Por tan dulces ratos!

Yo alcé mi copa y murmuré: «¡Por ella...!»


Mas, como viese en esta

vez, mi amigo bizarro,

humedecerse mis pestañas, fijo

en mi faz, ¿Lloras? –dijo–

y yo exclamé: «¿No ves que me molesta

el humo que despide tu cigarro?»



ErranteEditar





Solo y huraño y mudo peregrino,

detuve el paso en escondida roca

y me olvidé de todo: de mí sino,

del inmenso zarzal de mi camino,

por escuchar los cantos de tu boca.


Y allí me hubiese estado eternamente,

d' esa divina música en demanda,

si no hubiese escuchado, de repente,

la misma voz del Dios Omnipotente

que dijo al triste Ashverus: ¡Anda, ánda!


¡Y tuve que partir... Más, donde quiera

que voy ó vaya, en la fatal balumba,

yo sé q' el eco de tu voz me espera

y que resonará, cuando yo muera,

hasta en el mismo fondo de mi tumba.



ImposibleEditar





Lo mismo es el recuerdo qu'el olvido

para los que se acuestan en la fosa;

todo ser qu'en el féretro reposa,

sólo ó acompañado... es un dormido


que no despertará, ni oirá el gemido

terrible, de la madre cariñosa;

ni el silencio qu'al fin cubra su losa

lastimará su corazón rendido.


¡Ah! ¡No!... Más los que vamos por el mundo,

creyendo en un amor, sin un asomo

de duda, y vemos que hasta el más profundo


cimiento d'ese amor, rueda á la nada:

cómo vivir sin el recuerdo. ¡Cómo

del olvido escanciar la copa helada!



LejosEditar





¡Ah, mi pobre cabeza, atormentada,

huérfana de tu seno, es negra fronda

que ya no se reclina en la redonda

morbidez de esa carne idolatrada!


Lejos, hoy, de tu boca encanallada,

no vive de tu aliento entre la onda;

tus lágrimas, diamante de Golconda,

no han vuelto a sumergirla en su cascada.


Pero, tú la verás, desventurada!

porque, de tus ensueños en la ronda,

lívida y sin calor y ensangrentada,


la sentirás sobre la tuya blonda,

o cerca de la tuya, en tu almohada,

cuando la noche sepulcral la esconda.



PeticiónEditar





Si en esta alma dolorida

reina la desolación,

si llevo en el corazón

toda la hiel de la vida;

si está en mi pecho escondida

la medusa de los celos

y sólo zarzas y hielos

encuentro por donde voy...

si ante mis súplicas hoy

están cerrados los cielos...


Por qué me pides que vierta,

este espíritu sombrío,

una gota de rocio?

¿no ves q'el alma está muerta?

cuándo en la playa desierta

pudo brotar una flor?

cuándo el pobre trovador,

un canto podrá verter,

de entusiasmo ó de placer,

bajo el yugo del dolor?

¡Oh!, no me pidas cantares

alegres, que mi canción

al salir del corazón

tiene el sabor de los mares.

Si te duelen mis pesares

y es cierto que me amas tanto,

pide un ¡ay! á mi quebranto

y reclama al pecho mío,

no una gota de rocío...

sino una gota de llanto.



Rojo y blancoEditar





En la cabeza el azahar y toda

su tersa carne florecida: el seno

de lirios albos y de rosas lleno?

llega al templo en el día de su boda.


Con su mirada, de placer beoda,

el novio la examina –ella, el obsceno

mirar siente de aquel, y su moreno

rostro incendia el rubor– y se incomoda.


Asco siente y deplora su destino,

su infame venta y su perfidia ¡ahora!

q’ es presa del dorado vellocino.


Llegó de pronto!... ¡Tiempla la traidora!

Y densa palidez cubre el vino

carmín sangriento de su faz aurora.



Sonrisa de muertoEditar





Después de un lustro apenas cabizbajo,

torné a l'antigua selva:

entré; de pronto me detuvo un gajo

de una ya conocida madreselva.


Y así me habló: «¿Do vas? ¿no me conoces?

¿de mí ya no te acuerdas?

¿por qué muestra tu sien canas precoces

y tu dulce laúd, rotas las cuerdas?


«Poeta de las hondas desventuras

y de los versos tristes,

¿por qué lloras tan negras amarguras?

¿por qué de luto las estrofas vistes?


«¿Por qué vuelves tan sola? Tu adorada

¿en dónde está? Me asombra

no verla aquí, contigo, en la enramada,

dichosa como ayer bajo mi sombra.


«¿Acaso está olvidada en tu memoria

y de su imagen nada

queda, ni de su ser ni de su historia?»

Yo, impaciente, exclame: «¡No está

olvidada!»

«Tal vez ha muerto y de la tierra fría

llegó al último puerto?

¿Y por eso tú lloras noche y día?»

Yo pensativo respondí: « ¡No ha muerto!»


«¡No ha muerto?! ¡Vive?! Vive aún? ¿en

dónde?

¿sin ti?» No se concibe.

«¡Vive y vienes sin ella! ¿Tú? ¡Responde!»

Yo murmuré como soñando: «Vive».


Y te idolatra aún? te es fiel? –¿no es cierto?

–me dijo el fresco gajo

Yo sonreí como sonríe un muerto.

Y proseguí mi marcha… cabizbajo.



Todo nos llega tardeEditar





Todo nos llega tarde, -hasta la muerte.

Nunca se satisface ni se alcanza

la dulce posesión de una esperanza

cuando el deseo acósanos más fuerte.


Todo puede llegar; pero se advierte

que todo llega tarde: la bonanza,

después de la tragedia; la alabanza,

cuando está ya la aspiración inerte.


La Justicia nos muestra su balanza,

cuando sus siglos en la Historia vierte

el Tiempo mudo que en el orbe avanza;


y la Gloria, esa ninfa de la suerte,

sólo en las viejas sepulturas danza.

Todo nos llega tarde; -hasta la muerte.



Un casoEditar





Tú caíste por buena, no por mala;

la suprema bondad fue tu defecto;

sin saber cómo, sumergiste el ala,

el ala de ángel, en el fango infecto.


Sin embargo, mi dedo te señala,

lo mismo que antes, el camino recto,

tu espíritu, alba flor, perfume exhala;

sólo en tu carne se posó el insecto.


Yo sé-que no quisiste, en tu desvío,

ni un beso dar al que con vil reproche

te suplicó frenético y sombrío.


Que la lujuria, como hambriento pulpo,

no se enredó á tu cuerpo aquella noche,

lo sé!... Por eso menos te disculpo!...



¡Jamáaas!Editar





Solos: la playa, el mar; sola una estrella

en el alto negror, sólo: el gigante

peñón, en donde un día delirante,

le confesé mi amor –yo: ¿ sólo? ¿Y ella?


De sus pies diminutos ni una huella

respeto al aquilón; el Mar de Atlante

muge a mis pies: el mar q? en su vibrante

cristal, copio su faz púdica y bella.


–¿Volverás? –clamó, con gemido tierno–

a escuchar los dolientes barcarolas

que te cantaban en el pasado invierno.


Y en las riveras; áridas y solas,

apenas me responde el sempiterno

jamáaas!... jamáaas! de las revueltas olas.



¡Salud!Editar





Para no darme cuenta de la vida,

hoy vivo en un constante aturdimiento:

así no lloro la ilusión perdida,

así no sufro el mal del pensamiento.


Así las horas de pesar no cuento,

ni me hace sollozar la doble herida

que tú dejastes en mi alma dolorida

y en mi profundo corazón sangriento.


Ves, mi copa está llena; alzo mi copa

y bebo a tu salud... Huye la pena,

surgen los sueños como alada tropa.


Todo pasa deprisa... muy deprisa...

y soy feliz: ante la copa llena,

el gesto de dolor se cambia en risa.



A una gitanaEditar





¿A dónde vas en tu camino incierto?

¿qué buscas? ¿qué persigues? ¿qué

ambicionas?

¿del ancha tierra en las distintas zonas,

no hallastes nunca ni hallarás un puerto?


Díme, ¿en tu corazón el goce ha muerto?

¿por qué es tan triste la canción que

entonas?

¿de tus padres barrió las blancas lonas

el ignívomo soplo del desierto?


A ti, gitana misteriosa, acudo;

Hábla! Tu predicción no me intimida:

tras ese batallar constante y rudo,


hallaremos la tierra prometida:

tú, la bohemia del desierto mudo...

y yo, el pobre bohemio de la vida.



Al TequendamaEditar





Ah! yo como tú; también fui río;

me deslicé por sobre blanda arena,

bajo un cielo de bóveda serena,

y recorrí la vega y el plantío.


Más tarde, la fatiga y el hastío,

y más que todo, la desdicha ajena,

al repletar mi corazón de pena,

me sentí desplomado en el vacío.


Y estoy cayendo en el abismo obscuro

de mi dolor letal, sordo, infinito...

como tú, del peñón inmoble y duro.


Voy, como tú, tras negra lontananza,

lanzando siempre, como tú, mi grito;

ay! pero sin un iris de esperanza.



Así fueEditar





Dormía. De la crisis en acecho,

mudo la contemplaba, de hito en hito,

como un nenúfar pálido, marchito,

en un estanque albísimo: su lecho.


De pronto, l'ancha curva de su pecho

se dilató, cual si de vida un grito

fuese a lanzar... y atónito y contrito,

rodé a sus pies, en lágrimas deshecho.


Después, incorporándome y gimiendo,

-¿Sufres?- la pregunté -¡pobre alma mía!-

-Habla, que más que tú... me estoy muriendo.


¡Ni un estremecimiento de agonía...

Ni un suspiro, ni un ay, siguió durmiendo,

siguió durmiendo... y duerme todavía.



De viajeEditar





Siempre aturdido, entre el tumulto ignaro

voy con mi carga de dolor acuestas,

olas salvando y empinadas crestas:

en tierra, sin bordón y en mar, sin faro.


Aquí y en todas partes, sin amparo,

con los labios repletos de protestas,

tras horas desabridas y funestas,

a bajar la pendiente me preparo.


Ruinas no más, desolación y luto,

dejo mi senda lúgubre; –a mi vista

se abre la eternidad– y no me inmuto;


solo seguir viviendo me contrista:

pues tengo, para el último minuto,

el alma, pronta, y la materia, lista.



DesolaciónEditar





¡Cuántas vivas antorchas apagadas

en cuatro lustros de dolor apenas!

¡Cuántas flores fragantes deshojadas,

de cauce de mi vida en las arenas!


Casi todos: mis padres, mis hermanos

y mis amigos, duermen so la tierra;

ya no siento el contacto de tus manos:

la sima de la tumba... los encierra.


De tus queridas y vibrantes bocas,

no escucho ya los íntimos consejos;

impasibles están como las rocas.

Mudos están, como los troncos viejos.


Ya no me miran sus brillantes ojos,

ni conocen mis últimos quebrantos;

amontonados yacen sus despojos,

en pobres y distintos camposantos.


Hoy no veo sus plácidas sonrisas,

ni sus semblantes cariñosos veo;

hoy tan solo, en sus túmulos, las brisas

les repiten mi adiós... con su aleteo.


Hoy, de la tarde a las postreras luces,

cantan a solas funerarios dúos,

posados en los brazos de las cruces

que los resguardan los huraños buhos.


¿Pero, qué importa, si a pesar de todo,

esos muertos helados y cautivos

del terrenal y deleznable lodo,

por siempre están en mi memoria vivos?


Vivos están... Pues cuando al fin me siento

desfallecer en las contiendas rudas,

–Aquí estamos nosotros...! Tóma aliento!–

oigo que claman con sus voces mudas.


Y yo prosigo mi azarosa marcha;

la tempestad eriza mis cabellos,

no me importan ni el cierzo ni la escarcha:

mi triunfo sí porque mi triunfo es d'ellos.


Y cuando baje hasta la cripta hueca,

hasta esa cripta a donde todo vamos,

ellos, al verme, exclamarán: –¡Eureka...!

Ninguno queda allá: todos estamos.



En CartagenaEditar





De noche, cuando llego a la muralla

que la lima del tiempo desmorona,

y el mar, ebrio de yodo, se corona

de hirviente espuma que a mis pies estalla,


al pensar en tú ausencia en esa valla

que nos divide, mi pasión se encona...

y mi recuerdo, entonces te aprisiona

en su invisible y resistente malla.


Y entre mí te poseo. Entre mí mismo

te hablo, te aspiro, te contemplo y toco,

como entre las tinieblas de un abismo.


Mis párpados se cierran, poco á poco

y en un largo y supremo paroxismo,

beso tu sombra hasta volverme loco.



En marchaEditar





Me miran los hombres y exclaman: ¿qué

tienes?

¿por qué taciturno refrenas el paso?

espectro ó vampiro ¿do vas? ¿de do vienes

así... en sangrentado como sol de ocaso?


Qué daño te han hecho? respóndenos, dinos,

¿por qué tu pie deja purpurinos rastros?

¿qué el ave te dice cuando alza sus trinos?

¿y tú, qué le cuentas de noche a los astros?


¿Por qué va sin rumbo como hoja que vuela?

¿cómo hoja marchita que vuela al ocaso?

¿qué tedio te mata? ¿qué frío te hiela?

¿qué buscas? ¿las sombras como el sol de

ocaso?


¿Tal vez una ingrata mujer te ha vendido?

¿o ha muerto? y la pena corona tus sienes?

¿tal vez te ha olvidado? ¡qué infame ese

olvido!

Responde: ¿qué tienes? ¿qué tienes? ¿qué

tienes?


Yo miro á los hombres, los oigo y sonrío,

así... ensangrentado como el sol de ocaso;

muriendo de angustia, muriendo de hastío...

y no les contesto, los saludo... y paso.



Flor de sangreEditar





En el nuevo jardín de mis amores

y entre sus laberintos más espesos,

enojos dando á pudibundas flores,

con vivos y purpúreos resplandores,

se abrió el rojo capullo de los besos.


Y aquellas flores castas: las ternuras,

las confidencias, al sentirse solas

por mi abandono, avergonzadas, puras,

ante la flor sangrienta, sus blancuras

perdieron y cerraron sus corolas.



ImpotenciaEditar





Ya no puedo reír. Cuando en el pecho

ladra el dolor y en llanto se deslíe

el corazón en su recinto estrecho,

puede el labio temblar... pero no ríe!


Yo no puedo cantar. Cuando la pena

roe la vida, sin cesar, en tanto

que el Hastío el espíritu envenena,

puede el grito brotar... pero no el canto!


Ya no puedo luchar. Cuando los brazos

al fin se cansan, cuando nadie escucha

el sollozo de un alma hecha pedazos,

puede el hombre morir... pero no lucha!



Ley implacableEditar





¡Ay! cómo quieres que tu madre encuentre

en este mundo bienhechora calma,

si le desgarras, al nacer, el vientre,

y le desgarras, al morir, el alma?


Y esa madre infeliz, cómo á porfía

quiere darte, en el mundo, horas serenas,

si en la leche fetal con que te cría,

bebes tú... todo el sumo de sus penas!


¿Cómo quieres, mortal, q'en la existencia

tu esposa guarde fiel sus atributos...

si tú mismo, al robarle la inocencia,

le enseñas el deleite de los brutos?


Hombre, eres pasto de un rencor violento:

al mal te empujan invisibles manos;

Vives, y te devora el sufrimiento;

Mueres, y te devoran los gusanos.



Pobre JuanEditar





Juan estaba mirando

el mar azul, desde la playa, cuando

un pescador, con gran desosiego,

su red sacaba a la desierta orilla,

donde exhalando fuego,

la floja arena como el oro brilla.


Pagado había, el Hacedor, con creces,

del pescador los múltiples azares:

¡como saltaban los dorados peces!

¡Había entre la red? dos centenares!


Juan pensó: ¡que contraste! ¡Cuántas veces,

la red de mi esperanza,

eché en el mar revuelto de la vida,

y al sacarla del piélago profundo,

hallé solo en la red humedecida,

algas no más! y cieno nauseabundo.

Y, cabizbajo, se alejó el suicida.



SemblanzaEditar





Surge el rayo y la muda sombra argenta:

el rayo, ese fuete luminoso,

con que castiga el nubarrón medroso

al terrible corcel de la tormenta.


El trueno, entonces, con fragor revienta

y su voz penetrante de coloso,

se aleja por el cielo tenebroso,

alta, profunda, lamentable y lenta.


Es como el rayo mi dolor; latiga

el ciclón de mi espíritu implacable

y mis extrañas cóleras fustiga.


Mi grito es como el trueno formidable:

huye, cuando de mi alma se desliga,

alto, lento, profundo y lamentable.



SugestiónEditar





Todas las noches, al dormirme, suelo

(dulce necesidad siempre imperiosa)

soñar contigo: entonces mariposa

de luz, alza mi espíritu su vuelo.


Y me lleva consigo... cruzo el cielo

y con celeridad vertiginosa,

llego hasta tu camita silenciosa

y blanca como un témpano de hielo.


Tu duermes: la cabeza destrenzada,

el núbil seno palpitante... oliente,

a fresca flor tu boca entrecerrada...


Y te voy á besar!... más, de repente,

huyen sueño y visión... y mi almohada

sorbe el acíbar de mi llanto ardiente.



Última hojaEditar





En los nudosos brazos, de las encinas,

largos y secos,

antes d'entra alegres, de las ruinas

en los lúgubres huecos,

se detienen y gimen las golondrinas.


Yo me detengo apenas en esta hoja,

frágil y blanca,

y antes de ir donde el llanto la tierra moja,

el ay! de una congoja

entre amargos sollozos de mí se arranca.



¡Calla!Editar





En el gran cementerio del olvido,

cavé una fosa y la enterré; la yerba

nació allí y ha crecido,

y hoy, más que nunca, su verdor conserva;

no arranques esa yerba; no hagas ruido.


Pudiera despertarse la que un día

me dio acíbar y miel, luto y consuelo,

desengaño y amor, paz y alegría

y esperanza y desdén: infierno y cielo.


Puede estar esperándome, y al verme

puede hablar de perdón, y entonces... ¡Cálla!

No hablemos más, porque si acaso duerme

y se despierta, romperá la valla

y volveré adorarla... y a perderme.


No, no escarbes la tierra d'esa fosa:

pueden estar abiertos

sus párpados... y pálida y llorosa...

No! Retira tu mano cariñosa:

los muertos d'esas tumbas... no están

muertos.



¡Oh muerte!Editar





Amad la muerte, amadla... Ella procura

el supremo descanso, ella nos guía

en el camino del silencio, es fría

pero buena;...ella mata l'amargura.

¡Ella es la maga de la sombra... es pura

y eterna... y todos la llamaís impía.

¿Por qué? ¿por qué nos besa en l'agonía,

y un tálamo nos da en la sepultura?

La Muerte es la ceniza de la llama;

es el «no ser» de lo que vibra; muda

ante el placer o el infortunio, ama:

El sueño, matador de los dolores;

la calma, que del daño nos escuda,

y la tierra qu'es madre de las flores.



¿Quién oye?Editar





De noche, bajo el cielo desolado,

pienso, en tu amor y pienso en tu abandono,

y miro, en mi interior, deshecho el trono

que te alcé como á un ídolo sagrado.


Al ver mi porvenir despedazado

por tu infidelidad, crece mi encono;

más, como sé que sufres, te perdono,

¡Oh? Tú, jamás me hubieras perdonado!


Mis lágrimas en trémulo derroche,

ruedan al fin... y al punto, en inaudito

arranque, á Dios elevo mi reproche.


Pero se pierde, entre el negror, mi gritó,

y sólo escucho, en medio de la noche,

del silencio el monólogo infinito.