Manojo de zarsas (Versión para imprimir)
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Si la noche se lleva,
en su fúnebre manto,
la humedad de mis lágrimas
y el rumor de mi canto...
Y si el día se lleva,
cuando abandona el mundo,
los amargos sollozos
de mi pecho profundo...
¿Por qué se irán las noches...
por qué se irán los días...
sin llevarse una sola
de mis melancolías?
A una noviaEditar
Esos labios que vertieron
frases que vibrando están
labios que tanto mintieron,
que mienten y mentirán.
Esos labios tan queridos,
esos labios dulces [b]esos
labios empalidecidos
por la ausencia de mis besos.
Pronto estrujados serán
por labios estremecidos
de amor [tus] labios que hallarán
todos mi besos dormidos!
Mas, mis besos al calor
de esos ósculos quemantes,
se morirán de dolor
entre tus labios vibrantes.
Y oye: tu dueño al saciar
su infinita sed de almíbar,
no te volverá á besar?
porque tiene que encontrar
entre tus labios... mi acíbar.
ApocalípticaEditar
Y me senté en el carro de la sombra,
presa del más horrendo paroxismo,
y comencé a rodar sobre una alfombra,
formada por el cosmo del abismo.
Y abarqué el infinito en una sola
mirada, llena de fulgor intenso...
y vi del tiempo la gigante ola
rodar al precipicio de lo inmenso.
Y vi la eterna procesión de mundos,
a través de mi loco desvarío,
rodar por dos ignotos y profundos
senos inescrutables del vacío.
Y llamé a Dios, con penetrante acento,
con un acento penetrante y hondo,
que atravesó, rasgando el firmamento,
sin encontrar del firmamento el fondo.
Mas, nadie respondióme. En mi agonía,
-¿En dónde estás...? -grité de nuevo- ¿En
dondé...?
Pasó le pesadilla. Hoy todavía
lo llamo y todo inútil: no responde.
CaosEditar
No hay miedo en sombra para el hombre
fuerte
que ve, sin pestañar, el precipicio;
que conoce las úlceras del vicio
y no tiembla jamás, ni ante la muerte.
Para el que al cabo de la vida, advierte
la sinrazón de todo sacrificio;
para el que nunca halló nada propicio
y fué siempre vejamen de la suerte.
Ah! qué puede temer el que por huellas
de los pies dejó sangre. El que, contrito,
pide alivio á sus múltiples querellas.
Y ve sólo, ante el eco de su grito,
la inmutabilidad de las estrellas...
en medio del sopor del infinito!
DeseoEditar
Quisiera hacer estrofas,
estrofas [de] perlas,
que brotaran fulgores
de luna llena,
cantos de tordo,
rumor de selvas
y perfumes de flores
recién abiertas...
para encerrar esta alma
triste y enferma,
como en nevadas copas
de llanto llenas...
y ante tus plantas
después romperlas...
para que los abismos
d'esta alma vieras!
El gran crimenEditar
Su pupila brilló como una brasa
en la tiniebla de su rostro.
Ella,
como tras de una nube nívea estrella,
parecía irradiar bajo la gasa
de su túnica grácil:
Era una
melancólica anémona
entre una malla de fulgor de luna:
un lánguido asfódelo
que empezaba á dormir... era...
¡Desdémona?!
Frágil y blanca, ante la noche: ¡Otelo!
El sultán de los celos implacables,
el demonio divino
del odio y del amor, sus formidables
ojos negros pasea
por el inmóvil cuerpo venusino
de su amada?
¡Su faz relampaguea
como un carbonizado torbellino,
como una tempestad sorda y oscura!
–Ah, yo soy como Dios, que siempre hiere
donde más ama! con dolor murmura–
y acerca su puñal a la blancura
de aquella carne casta, y grita ¡Muere!
¡Y hunde, hasta la dorada empuñadura,
la fina hoja que a su mano adhiere!
¡Ni un ay! La sangre corre. Otelo llora:
y parece ante Otelo
aquella muerta, un témpano de hielo
que nada en los carmines de una aurora
¿Mayor crimen concibes?
¡Oh, que execrable hora!
Era inocente. Y tú? –Ya ves: tú vives!
En el caféEditar
Y aquel amigo me contó tu historia;
negra historia de horribles liviandades,
que hoy viven azotando mi memoria,
como azotan al mar las tempestades.
Me habló de tus sonrisas y miradas,
de tus abrazos mudos y tus besos,
y de todas las vivas llamaradas
de tu amor... y también de sus excesos.
¡Pobre amigo inocente, no sabía
que cuando estaba de su amor hablando,
las puertas del infierno me entreabría;
me estaba el corazón despedazando!
–¿No la conoces tú? –me dijo al cabo?
–¡Tan hermosa! Tan dulce! Tan ardiente!
Y yo q' he sido de tu amor esclavo,
–No –respondí con voz desfalleciente,
Y en tanto que llegaban, como tropa
de aves enfermas, los recuerdos gratos
de tus caricias en la noche aquella,
–¡Por ella...! –dijo– y levantó su copa
–¡Salud... por ella...! ¡Por tan dulces ratos!
Yo alcé mi copa y murmuré: «¡Por ella...!»
Mas, como viese en esta
vez, mi amigo bizarro,
humedecerse mis pestañas, fijo
en mi faz, ¿Lloras? –dijo–
y yo exclamé: «¿No ves que me molesta
el humo que despide tu cigarro?»
ErranteEditar
Solo y huraño y mudo peregrino,
detuve el paso en escondida roca
y me olvidé de todo: de mí sino,
del inmenso zarzal de mi camino,
por escuchar los cantos de tu boca.
Y allí me hubiese estado eternamente,
d' esa divina música en demanda,
si no hubiese escuchado, de repente,
la misma voz del Dios Omnipotente
que dijo al triste Ashverus: ¡Anda, ánda!
¡Y tuve que partir... Más, donde quiera
que voy ó vaya, en la fatal balumba,
yo sé q' el eco de tu voz me espera
y que resonará, cuando yo muera,
hasta en el mismo fondo de mi tumba.
ImposibleEditar
Lo mismo es el recuerdo qu'el olvido
para los que se acuestan en la fosa;
todo ser qu'en el féretro reposa,
sólo ó acompañado... es un dormido
que no despertará, ni oirá el gemido
terrible, de la madre cariñosa;
ni el silencio qu'al fin cubra su losa
lastimará su corazón rendido.
¡Ah! ¡No!... Más los que vamos por el mundo,
creyendo en un amor, sin un asomo
de duda, y vemos que hasta el más profundo
cimiento d'ese amor, rueda á la nada:
cómo vivir sin el recuerdo. ¡Cómo
del olvido escanciar la copa helada!
LejosEditar
¡Ah, mi pobre cabeza, atormentada,
huérfana de tu seno, es negra fronda
que ya no se reclina en la redonda
morbidez de esa carne idolatrada!
Lejos, hoy, de tu boca encanallada,
no vive de tu aliento entre la onda;
tus lágrimas, diamante de Golconda,
no han vuelto a sumergirla en su cascada.
Pero, tú la verás, desventurada!
porque, de tus ensueños en la ronda,
lívida y sin calor y ensangrentada,
la sentirás sobre la tuya blonda,
o cerca de la tuya, en tu almohada,
cuando la noche sepulcral la esconda.
PeticiónEditar
Si en esta alma dolorida
reina la desolación,
si llevo en el corazón
toda la hiel de la vida;
si está en mi pecho escondida
la medusa de los celos
y sólo zarzas y hielos
encuentro por donde voy...
si ante mis súplicas hoy
están cerrados los cielos...
Por qué me pides que vierta,
este espíritu sombrío,
una gota de rocio?
¿no ves q'el alma está muerta?
cuándo en la playa desierta
pudo brotar una flor?
cuándo el pobre trovador,
un canto podrá verter,
de entusiasmo ó de placer,
bajo el yugo del dolor?
¡Oh!, no me pidas cantares
alegres, que mi canción
al salir del corazón
tiene el sabor de los mares.
Si te duelen mis pesares
y es cierto que me amas tanto,
pide un ¡ay! á mi quebranto
y reclama al pecho mío,
no una gota de rocío...
sino una gota de llanto.
Rojo y blancoEditar
En la cabeza el azahar y toda
su tersa carne florecida: el seno
de lirios albos y de rosas lleno?
llega al templo en el día de su boda.
Con su mirada, de placer beoda,
el novio la examina –ella, el obsceno
mirar siente de aquel, y su moreno
rostro incendia el rubor– y se incomoda.
Asco siente y deplora su destino,
su infame venta y su perfidia ¡ahora!
q’ es presa del dorado vellocino.
Llegó de pronto!... ¡Tiempla la traidora!
Y densa palidez cubre el vino
carmín sangriento de su faz aurora.
Sonrisa de muertoEditar
Después de un lustro apenas cabizbajo,
torné a l'antigua selva:
entré; de pronto me detuvo un gajo
de una ya conocida madreselva.
Y así me habló: «¿Do vas? ¿no me conoces?
¿de mí ya no te acuerdas?
¿por qué muestra tu sien canas precoces
y tu dulce laúd, rotas las cuerdas?
«Poeta de las hondas desventuras
y de los versos tristes,
¿por qué lloras tan negras amarguras?
¿por qué de luto las estrofas vistes?
«¿Por qué vuelves tan sola? Tu adorada
¿en dónde está? Me asombra
no verla aquí, contigo, en la enramada,
dichosa como ayer bajo mi sombra.
«¿Acaso está olvidada en tu memoria
y de su imagen nada
queda, ni de su ser ni de su historia?»
Yo, impaciente, exclame: «¡No está
olvidada!»
«Tal vez ha muerto y de la tierra fría
llegó al último puerto?
¿Y por eso tú lloras noche y día?»
Yo pensativo respondí: « ¡No ha muerto!»
«¡No ha muerto?! ¡Vive?! Vive aún? ¿en
dónde?
¿sin ti?» No se concibe.
«¡Vive y vienes sin ella! ¿Tú? ¡Responde!»
Yo murmuré como soñando: «Vive».
Y te idolatra aún? te es fiel? –¿no es cierto?
–me dijo el fresco gajo
Yo sonreí como sonríe un muerto.
Y proseguí mi marcha… cabizbajo.
Todo nos llega tardeEditar
Todo nos llega tarde, -hasta la muerte.
Nunca se satisface ni se alcanza
la dulce posesión de una esperanza
cuando el deseo acósanos más fuerte.
Todo puede llegar; pero se advierte
que todo llega tarde: la bonanza,
después de la tragedia; la alabanza,
cuando está ya la aspiración inerte.
La Justicia nos muestra su balanza,
cuando sus siglos en la Historia vierte
el Tiempo mudo que en el orbe avanza;
y la Gloria, esa ninfa de la suerte,
sólo en las viejas sepulturas danza.
Todo nos llega tarde; -hasta la muerte.
Un casoEditar
Tú caíste por buena, no por mala;
la suprema bondad fue tu defecto;
sin saber cómo, sumergiste el ala,
el ala de ángel, en el fango infecto.
Sin embargo, mi dedo te señala,
lo mismo que antes, el camino recto,
tu espíritu, alba flor, perfume exhala;
sólo en tu carne se posó el insecto.
Yo sé-que no quisiste, en tu desvío,
ni un beso dar al que con vil reproche
te suplicó frenético y sombrío.
Que la lujuria, como hambriento pulpo,
no se enredó á tu cuerpo aquella noche,
lo sé!... Por eso menos te disculpo!...
¡Jamáaas!Editar
Solos: la playa, el mar; sola una estrella
en el alto negror, sólo: el gigante
peñón, en donde un día delirante,
le confesé mi amor –yo: ¿ sólo? ¿Y ella?
De sus pies diminutos ni una huella
respeto al aquilón; el Mar de Atlante
muge a mis pies: el mar q? en su vibrante
cristal, copio su faz púdica y bella.
–¿Volverás? –clamó, con gemido tierno–
a escuchar los dolientes barcarolas
que te cantaban en el pasado invierno.
Y en las riveras; áridas y solas,
apenas me responde el sempiterno
jamáaas!... jamáaas! de las revueltas olas.
¡Salud!Editar
Para no darme cuenta de la vida,
hoy vivo en un constante aturdimiento:
así no lloro la ilusión perdida,
así no sufro el mal del pensamiento.
Así las horas de pesar no cuento,
ni me hace sollozar la doble herida
que tú dejastes en mi alma dolorida
y en mi profundo corazón sangriento.
Ves, mi copa está llena; alzo mi copa
y bebo a tu salud... Huye la pena,
surgen los sueños como alada tropa.
Todo pasa deprisa... muy deprisa...
y soy feliz: ante la copa llena,
el gesto de dolor se cambia en risa.
A una gitanaEditar
¿A dónde vas en tu camino incierto?
¿qué buscas? ¿qué persigues? ¿qué
ambicionas?
¿del ancha tierra en las distintas zonas,
no hallastes nunca ni hallarás un puerto?
Díme, ¿en tu corazón el goce ha muerto?
¿por qué es tan triste la canción que
entonas?
¿de tus padres barrió las blancas lonas
el ignívomo soplo del desierto?
A ti, gitana misteriosa, acudo;
Hábla! Tu predicción no me intimida:
tras ese batallar constante y rudo,
hallaremos la tierra prometida:
tú, la bohemia del desierto mudo...
y yo, el pobre bohemio de la vida.
Al TequendamaEditar
Ah! yo como tú; también fui río;
me deslicé por sobre blanda arena,
bajo un cielo de bóveda serena,
y recorrí la vega y el plantío.
Más tarde, la fatiga y el hastío,
y más que todo, la desdicha ajena,
al repletar mi corazón de pena,
me sentí desplomado en el vacío.
Y estoy cayendo en el abismo obscuro
de mi dolor letal, sordo, infinito...
como tú, del peñón inmoble y duro.
Voy, como tú, tras negra lontananza,
lanzando siempre, como tú, mi grito;
ay! pero sin un iris de esperanza.
Así fueEditar
Dormía. De la crisis en acecho,
mudo la contemplaba, de hito en hito,
como un nenúfar pálido, marchito,
en un estanque albísimo: su lecho.
De pronto, l'ancha curva de su pecho
se dilató, cual si de vida un grito
fuese a lanzar... y atónito y contrito,
rodé a sus pies, en lágrimas deshecho.
Después, incorporándome y gimiendo,
-¿Sufres?- la pregunté -¡pobre alma mía!-
-Habla, que más que tú... me estoy muriendo.
¡Ni un estremecimiento de agonía...
Ni un suspiro, ni un ay, siguió durmiendo,
siguió durmiendo... y duerme todavía.
De viajeEditar
Siempre aturdido, entre el tumulto ignaro
voy con mi carga de dolor acuestas,
olas salvando y empinadas crestas:
en tierra, sin bordón y en mar, sin faro.
Aquí y en todas partes, sin amparo,
con los labios repletos de protestas,
tras horas desabridas y funestas,
a bajar la pendiente me preparo.
Ruinas no más, desolación y luto,
dejo mi senda lúgubre; –a mi vista
se abre la eternidad– y no me inmuto;
solo seguir viviendo me contrista:
pues tengo, para el último minuto,
el alma, pronta, y la materia, lista.
DesolaciónEditar
¡Cuántas vivas antorchas apagadas
en cuatro lustros de dolor apenas!
¡Cuántas flores fragantes deshojadas,
de cauce de mi vida en las arenas!
Casi todos: mis padres, mis hermanos
y mis amigos, duermen so la tierra;
ya no siento el contacto de tus manos:
la sima de la tumba... los encierra.
De tus queridas y vibrantes bocas,
no escucho ya los íntimos consejos;
impasibles están como las rocas.
Mudos están, como los troncos viejos.
Ya no me miran sus brillantes ojos,
ni conocen mis últimos quebrantos;
amontonados yacen sus despojos,
en pobres y distintos camposantos.
Hoy no veo sus plácidas sonrisas,
ni sus semblantes cariñosos veo;
hoy tan solo, en sus túmulos, las brisas
les repiten mi adiós... con su aleteo.
Hoy, de la tarde a las postreras luces,
cantan a solas funerarios dúos,
posados en los brazos de las cruces
que los resguardan los huraños buhos.
¿Pero, qué importa, si a pesar de todo,
esos muertos helados y cautivos
del terrenal y deleznable lodo,
por siempre están en mi memoria vivos?
Vivos están... Pues cuando al fin me siento
desfallecer en las contiendas rudas,
–Aquí estamos nosotros...! Tóma aliento!–
oigo que claman con sus voces mudas.
Y yo prosigo mi azarosa marcha;
la tempestad eriza mis cabellos,
no me importan ni el cierzo ni la escarcha:
mi triunfo sí porque mi triunfo es d'ellos.
Y cuando baje hasta la cripta hueca,
hasta esa cripta a donde todo vamos,
ellos, al verme, exclamarán: –¡Eureka...!
Ninguno queda allá: todos estamos.
En CartagenaEditar
De noche, cuando llego a la muralla
que la lima del tiempo desmorona,
y el mar, ebrio de yodo, se corona
de hirviente espuma que a mis pies estalla,
al pensar en tú ausencia en esa valla
que nos divide, mi pasión se encona...
y mi recuerdo, entonces te aprisiona
en su invisible y resistente malla.
Y entre mí te poseo. Entre mí mismo
te hablo, te aspiro, te contemplo y toco,
como entre las tinieblas de un abismo.
Mis párpados se cierran, poco á poco
y en un largo y supremo paroxismo,
beso tu sombra hasta volverme loco.
En marchaEditar
Me miran los hombres y exclaman: ¿qué
tienes?
¿por qué taciturno refrenas el paso?
espectro ó vampiro ¿do vas? ¿de do vienes
así... en sangrentado como sol de ocaso?
Qué daño te han hecho? respóndenos, dinos,
¿por qué tu pie deja purpurinos rastros?
¿qué el ave te dice cuando alza sus trinos?
¿y tú, qué le cuentas de noche a los astros?
¿Por qué va sin rumbo como hoja que vuela?
¿cómo hoja marchita que vuela al ocaso?
¿qué tedio te mata? ¿qué frío te hiela?
¿qué buscas? ¿las sombras como el sol de
ocaso?
¿Tal vez una ingrata mujer te ha vendido?
¿o ha muerto? y la pena corona tus sienes?
¿tal vez te ha olvidado? ¡qué infame ese
olvido!
Responde: ¿qué tienes? ¿qué tienes? ¿qué
tienes?
Yo miro á los hombres, los oigo y sonrío,
así... ensangrentado como el sol de ocaso;
muriendo de angustia, muriendo de hastío...
y no les contesto, los saludo... y paso.
Flor de sangreEditar
En el nuevo jardín de mis amores
y entre sus laberintos más espesos,
enojos dando á pudibundas flores,
con vivos y purpúreos resplandores,
se abrió el rojo capullo de los besos.
Y aquellas flores castas: las ternuras,
las confidencias, al sentirse solas
por mi abandono, avergonzadas, puras,
ante la flor sangrienta, sus blancuras
perdieron y cerraron sus corolas.
ImpotenciaEditar
Ya no puedo reír. Cuando en el pecho
ladra el dolor y en llanto se deslíe
el corazón en su recinto estrecho,
puede el labio temblar... pero no ríe!
Yo no puedo cantar. Cuando la pena
roe la vida, sin cesar, en tanto
que el Hastío el espíritu envenena,
puede el grito brotar... pero no el canto!
Ya no puedo luchar. Cuando los brazos
al fin se cansan, cuando nadie escucha
el sollozo de un alma hecha pedazos,
puede el hombre morir... pero no lucha!
Ley implacableEditar
¡Ay! cómo quieres que tu madre encuentre
en este mundo bienhechora calma,
si le desgarras, al nacer, el vientre,
y le desgarras, al morir, el alma?
Y esa madre infeliz, cómo á porfía
quiere darte, en el mundo, horas serenas,
si en la leche fetal con que te cría,
bebes tú... todo el sumo de sus penas!
¿Cómo quieres, mortal, q'en la existencia
tu esposa guarde fiel sus atributos...
si tú mismo, al robarle la inocencia,
le enseñas el deleite de los brutos?
Hombre, eres pasto de un rencor violento:
al mal te empujan invisibles manos;
Vives, y te devora el sufrimiento;
Mueres, y te devoran los gusanos.
Pobre JuanEditar
Juan estaba mirando
el mar azul, desde la playa, cuando
un pescador, con gran desosiego,
su red sacaba a la desierta orilla,
donde exhalando fuego,
la floja arena como el oro brilla.
Pagado había, el Hacedor, con creces,
del pescador los múltiples azares:
¡como saltaban los dorados peces!
¡Había entre la red? dos centenares!
Juan pensó: ¡que contraste! ¡Cuántas veces,
la red de mi esperanza,
eché en el mar revuelto de la vida,
y al sacarla del piélago profundo,
hallé solo en la red humedecida,
algas no más! y cieno nauseabundo.
Y, cabizbajo, se alejó el suicida.
SemblanzaEditar
Surge el rayo y la muda sombra argenta:
el rayo, ese fuete luminoso,
con que castiga el nubarrón medroso
al terrible corcel de la tormenta.
El trueno, entonces, con fragor revienta
y su voz penetrante de coloso,
se aleja por el cielo tenebroso,
alta, profunda, lamentable y lenta.
Es como el rayo mi dolor; latiga
el ciclón de mi espíritu implacable
y mis extrañas cóleras fustiga.
Mi grito es como el trueno formidable:
huye, cuando de mi alma se desliga,
alto, lento, profundo y lamentable.
SugestiónEditar
Todas las noches, al dormirme, suelo
(dulce necesidad siempre imperiosa)
soñar contigo: entonces mariposa
de luz, alza mi espíritu su vuelo.
Y me lleva consigo... cruzo el cielo
y con celeridad vertiginosa,
llego hasta tu camita silenciosa
y blanca como un témpano de hielo.
Tu duermes: la cabeza destrenzada,
el núbil seno palpitante... oliente,
a fresca flor tu boca entrecerrada...
Y te voy á besar!... más, de repente,
huyen sueño y visión... y mi almohada
sorbe el acíbar de mi llanto ardiente.
Última hojaEditar
En los nudosos brazos, de las encinas,
largos y secos,
antes d'entra alegres, de las ruinas
en los lúgubres huecos,
se detienen y gimen las golondrinas.
Yo me detengo apenas en esta hoja,
frágil y blanca,
y antes de ir donde el llanto la tierra moja,
el ay! de una congoja
entre amargos sollozos de mí se arranca.
¡Calla!Editar
En el gran cementerio del olvido,
cavé una fosa y la enterré; la yerba
nació allí y ha crecido,
y hoy, más que nunca, su verdor conserva;
no arranques esa yerba; no hagas ruido.
Pudiera despertarse la que un día
me dio acíbar y miel, luto y consuelo,
desengaño y amor, paz y alegría
y esperanza y desdén: infierno y cielo.
Puede estar esperándome, y al verme
puede hablar de perdón, y entonces... ¡Cálla!
No hablemos más, porque si acaso duerme
y se despierta, romperá la valla
y volveré adorarla... y a perderme.
No, no escarbes la tierra d'esa fosa:
pueden estar abiertos
sus párpados... y pálida y llorosa...
No! Retira tu mano cariñosa:
los muertos d'esas tumbas... no están
muertos.
¡Oh muerte!Editar
Amad la muerte, amadla... Ella procura
el supremo descanso, ella nos guía
en el camino del silencio, es fría
pero buena;...ella mata l'amargura.
¡Ella es la maga de la sombra... es pura
y eterna... y todos la llamaís impía.
¿Por qué? ¿por qué nos besa en l'agonía,
y un tálamo nos da en la sepultura?
La Muerte es la ceniza de la llama;
es el «no ser» de lo que vibra; muda
ante el placer o el infortunio, ama:
El sueño, matador de los dolores;
la calma, que del daño nos escuda,
y la tierra qu'es madre de las flores.
¿Quién oye?Editar
De noche, bajo el cielo desolado,
pienso, en tu amor y pienso en tu abandono,
y miro, en mi interior, deshecho el trono
que te alcé como á un ídolo sagrado.
Al ver mi porvenir despedazado
por tu infidelidad, crece mi encono;
más, como sé que sufres, te perdono,
¡Oh? Tú, jamás me hubieras perdonado!
Mis lágrimas en trémulo derroche,
ruedan al fin... y al punto, en inaudito
arranque, á Dios elevo mi reproche.
Pero se pierde, entre el negror, mi gritó,
y sólo escucho, en medio de la noche,
del silencio el monólogo infinito.