Manojo de zarsas/El gran crimen

El gran crimen editar




Su pupila brilló como una brasa

en la tiniebla de su rostro.

Ella,

como tras de una nube nívea estrella,

parecía irradiar bajo la gasa

de su túnica grácil:

Era una

melancólica anémona

entre una malla de fulgor de luna:

un lánguido asfódelo

que empezaba á dormir... era...

¡Desdémona?!

Frágil y blanca, ante la noche: ¡Otelo!


El sultán de los celos implacables,

el demonio divino

del odio y del amor, sus formidables

ojos negros pasea

por el inmóvil cuerpo venusino

de su amada?

¡Su faz relampaguea

como un carbonizado torbellino,

como una tempestad sorda y oscura!


–Ah, yo soy como Dios, que siempre hiere

donde más ama! con dolor murmura–

y acerca su puñal a la blancura

de aquella carne casta, y grita ¡Muere!

¡Y hunde, hasta la dorada empuñadura,

la fina hoja que a su mano adhiere!


¡Ni un ay! La sangre corre. Otelo llora:

y parece ante Otelo

aquella muerta, un témpano de hielo

que nada en los carmines de una aurora

¿Mayor crimen concibes?

¡Oh, que execrable hora!

Era inocente. Y tú? –Ya ves: tú vives!