Manifiesto de Zapata: Llamamiento patriótico a todos los pueblos engañados (1918-08-22)
<< Autor: Emiliano Zapata
Llamamiento patriótico a todos los pueblos engañados por el llamado gobierno de Carranza
editarEjército Libertador de la República Mexicana
Cuartel General
El Cuartel General a mi cargo, siempre deseoso de encarrilar a los pueblos por el sendero de la libertad, del bienestar y del progreso y procurando siempre arrancarles la venda del obscurantismo y del error que pudiera extraviarlos y hacerlos caer una vez más entre las férreas cadenas de la esclavitud y de la más degradante miseria, hoy a estimado de su deber dirigirse a todos los habitantes de todas las poblaciones que actualmente asumen una actitud hostil a la revolución, con el fin de persuadirlos a que depongan esa conducta y francamente se unan a la causa popular, desligándose en absoluto del vandálico y nefasto bando carrancista.
El movimiento revolucionario se ha iniciado y ha sostenídose, a no dudar, para bien de la clase humilde del país, y ésta ya ha saboreado los frutos que trae consigo la revolución. El Cuartel General que me honro en dirigir, consecuente con los altos fines que se persiguen, en todo tiempo se ha preocupado porque los pueblos y demás comunidades comprendidas en la zona dominada por el Ejército Libertador, goce de todas clase de garantías en sus personas e intereses, y al efecto, ha expedido las disposiciones conducentes, entre las cuales se encuentra la circular del 31 de mayo de 1916, que permite a los vecinos de cada lugar armarse y organizarse para defenderse de los malhechores y de los malos revolucionarios.
Los pueblos, correspondiendo a los nobles y benéficos procedimientos del Cuartel General, lejos de volver sus armas en contra de la gran revolución agraria, deben por su propia conveniencia secundarla, uniéndose a ella, procurando a lo menos ayudarla con elementos de vida, pues que los soldados libertadores para su subsistencia necesitan el auxilio de los pacíficos o no combatientes. La circular antes citada, a la vez que se propone otorgar amplias y cumplidas garantías, a toda persona, le crea obligaciones imprescindibles, sólo mientras dure el estado de guerra; estas leves cargas son perfectamente soportables, puesto que los pueblos hoy por hoy, están relevados de toda contribución, lo mismo que exentos de pagar toda renta por el cultivo de tierras.
Por otra parte, las autoridades municipales y el vecindario de cada localidad, están en la obligación de no confundir la mala conducta de algún falso revolucionario con la del Cuartel General, transformando un asunto personal en cuestión relacionada con los intereses de la revolución; porque si es cierto que hay jefes desordenados e intemperantes, el Cuartel General en nada interviene a su favor, procediendo, al contrario, incontinenti, a reprimir cualquier atentado contra personas o intereses, estimando que un pueblo está en su derecho para obrar con energía respecto de algún militar abusivo, pero no así a oponerse al curso de la propia revolución.
Además, es preciso que los pueblos a que aludo se den cuenta de que el carrancismo está próximo a derrumbarse y que en su caída arrastrará a muchos inocentes engañados. Así lo indican los acontecimientos que ocurren. Carranza carece de dinero, de hombres y de toda clase de elementos, y lo que es peor todavía, de prestigio. Numerosos jefes antes adictos a su facción lo han abandonado, indignados por los múltiples atropellos que ha cometido contra todas las libertades y contra todos sus derechos, y también porque ha faltado a todos sus compromisos. Las defecciones en sus filas se suceden a diario, y las sublevaciones están a la orden del día. Los Generales Francisco Coss, Luis y Eulalio Gutiérrez, Eugenio López y José María Guerra en Coahuila y Tamaulipas; Cervera y Arenas en Puebla, los subordinados de Mariscal en Guerrero, José Cabrera en México, y otros muchos jefes en distintos puntos del país han desconocido a Carranza convencidos de la perfidia que es su norma, y de las traiciones que ha consumado; todos ellos se han adherido a la causa, trayendo un contingente de más de veintiocho mil hombres. Esto sin contar con el levantamiento de los Yaquis, sedientos de tierras en Sonora, la de los Coras y Huicholes en Tepic, la de los mineros en Santa Gertrudis, La Luz, Loreto y el Chico, pertenecientes a Hidalgo, y las de otros varios lugares de la República.
En la situación bamboleante que atraviesa, y previendo ya su derrocamiento en breve tiempo, el viejo hacendado de Cuatro Ciénegas, Venustiano Carranza, se ha valido del ardid más odioso y condenable para prolongar la vida de su llamado gobierno; ha empleado el engaño, haciendo creer a los incautos que la revolución está vencida, y que su regímen se consolidará; ha seducido a los pueblos o bien los ha obligado por la fuerza para que le presten su contingente de sangre como carne de cañón, prometiéndoles orden y garantías que no puede ni está dispuesto a hacerlas efectivas, puesto que sus chusmas, en su insaciable sed de rapiña, no han respetado ni honras ni vidas, ni tampoco intereses. Ofrece hoy garantías, para al día siguiente pisotearlas todas por medio de sus hordas de ladrones y asesinos, que no teniendo otra manera de vivir, no respetan ni la ropa desgarrada que porte el más desheredado de la fortuna.
Cuando el tirano ofrece garantías, abriga únicamente la intención de allegarse prosélitos, sirviéndole este ardid para embaucar ignorantes que mañana, al derrumbarse su mentado gobierno, le sirvan de barrera para huir cómodamente al extranjero, a disfrutar los dineros robados al pueblo mexicano, abandonando esa carne de cañón, a su propia suerte.
A mayor abundamiento, Carranza, en vez de satisfacer las aspiraciones nacionales resolviendo el problema agrario y el obrero, por el reparto de tierras o el fraccionamiento de las grandes propiedades y mediante una legislación ampliamente liberal, en lugar de hacer esto, repito, ha restituido a los hacendados, en otra época intervenidos por la revolución, y las ha devuelto a cambio de un puñado de oro que ha entrado en sus bolsillos, nunca saciados. Sólo ha sido un vociferador vulgar al prometer al pueblo libertades y la reconquista de sus derechos.
En cambio, la revolución ha hecho promesas concretas, y las clases humildes han comprobado con la experiencia, que se hacen efectivos esos procedimientos. La revolución reparte tierras a los campesinos, y procura mejorar la condición de los obreros citadinos; nadie desconoce esta gran verdad. En la región ocupada por la revolución no existen haciendas ni latifundios, porque el Cuartel General ha llevado a cabo su fraccionamiento en favor de los necesitados, aparte de la devolución de sus ejidos y fundos legales, hecha a las poblaciones y demás comunidades vecinales. Por todo lo expuesto, hago un llamamiento fraternal y sincero a todos los pueblos arteramente seducidos por los carrancistas, manifestándoles que aún es tiempo de que reflexionen madura y concienzudamente sobre su conducta y se convenzan de su error, volviendo sobre sus pasos y alistándose en el formidable partido revolucionario; bien entendidos de que el Cuartel General a mi mando, francamente está decidido a olvidar los hechos pasados y recibir con los brazos abiertos a los hijos de esos pueblos, a los que ofrece solemnemente su mano amiga, y librar en consecuencia órdenes terminantes a los jefes militares del rumbo, a fin de que por ningún motivo los molesten tan pronto como cambien de actitud y se aparten abiertamente del perverso y funesto grupo carrancista, resueltos a ayudar en alguna forma a la sacrosanta causa del pueblo, sintetizada en el Plan de Ayala que es su enseña.
Conciudadanos: todavía es tiempo de que os alejéis del profundo abismo, todavía es tiempo de que volváis al buen camino y dejéis a vuestros hijos la herencia más preciosa que es la libertad, sus derechos inalienables y su bienestar; podéis aún legarles un nombre honrado que por ellos sea recordado con orgullo, con sólo ser adictos a la revolución, y no a la tiranía personificada de Carranza.
Reforma, Libertad, Justicia y Ley
Tlaltizapán, Morelos, 22 de agosto de 1918
El General en Jefe, Emiliano Zapata