Manifiesto de Don Jaime con motivo de la proclamación de la II República Española
Mi amor sin límites a España, reavivado constantemente por la amargura de un destierro injusto, me inspira hondas preocupaciones en estos momentos solemnes de la Historia patria, en que el voto popular ha puesto término a un régimen cuyo fin preveía y contra cuyos desaciertos protesté en reiteradas ocasiones. Quiero recordar en este instante a todos los españoles que estoy en mi puesto de siempre, dispuesto a ser el primero a impedir que España se precipite en el desorden y en la anarquía.
Antes de nada he de decir cuán profundamente deploro los proyectados cambios en los colores de la bandera nacional. La vieja bandera española ha cobijado todas nuestras glorias, ha sido la compañera fiel de las tristezas y de los esplendores de España, y para mí, desterrado de toda la vida, era la amiga que consuela, la que me hacía latir más fuerte el corazón y me arrasaba los ojos en lágrimas cuando la veía asomarse a la popa de algún navío parado en los mares lejanos. Únicamente un plebiscito de la nación entera puede decidir un pleito que afecta al alma de todos los españoles. Lanzo desde el fondo del pecho un llamamiento a todos para que exijan que sólo las futuras Cortes decidan sobre este punto.
He visto que el Gobierno provisional, que hoy asume el mando supremo, hace cuantos esfuerzos puede para garantizar el orden, y deseo que los míos apoyen su actuación en todo lo que no sea contrario a sus tradicionales doctrinas, recomendando a todos los españoles que conserven su sangre fría para seguir evitando la funesta explosión de desórdenes callejeros.
Sólo en la cooperación eficaz de los elementos de orden puede llegar el Gobierno, respetando las libertades esenciales, a la convocatoria de una Cortes generales constituyentes, que son hoy día una necesidad imprescindible.
Uno de los principios esenciales de nuestra actuación en los últimos años ha sido precisamente reclamar la convocatoria de estas Cortes libremente elegidas, así como ha sido siempre el fundamental objeto de nuestra política realizar la federación de las distintas nacionalidades ibéricas.
Mi intención es que nuestros elementos presidan ahora en toda España la organización de un gran partido monárquico, federativo, anticomunista, defensor de las grandezas patrias, intensamente progresivo, amigo de las reformas sociales, que coloque a la Iglesia y al Ejército en su verdadero lugar, lejos de toda política.
Desde hoy, después del fallo de la nación entera, no puede haber más que un sólo partido monárquico en España. Y ese partido, genuinamente español, dispuesto a sacrificarse en todo momento por la grandeza y la unidad de nuestra Patria inmortal, es el partido legitimista. Invito a todos los monárquicos y a todos los amantes del orden a darle su adhesión, si no quieren ir en busca de un nuevo fracaso.
Hemos llegado a unos momentos en que todas las fuerzas de orden deben entrar en acción. Han de acudir con ánimo decidido a las elecciones generales constituyentes, que deben ser un verdadero plebiscito nacional, y para las que pido al Gobierno provisional que adopte el único sistema de escrutinio que permite aprovechar hasta el último voto de todos los ciudadanos: la representación proporcional íntegra, usada en las grandes naciones europeas.
En estas elecciones deben pronunciarse de un modo definitivo, sea por la República, sea por una Monarquía renovada, progresista, ampliamente descentralizadora, que no ofrecería ningún punto de contacto con el antiguo sistema, precisamente a causa de la creación de las grandes administraciones federales en las distintas regiones hispanas. Mi anhelo sincerísimo es que a la cabeza de esa federación esté un Rey que represente, por encima de todos los partidos, las aspiraciones de cada español. Gran parte de nuestro pueblo sigue siendo monárquico; no lo niegan los mismos republicanos. No es justo que por desafección a un Rey que no supo hacerse querer del pueblo se anulen las fuerzas monárquicas, que son una reserva necesaria para el equilibrio del país, una garantía de unidad y la defensa más certera contra el bolcheviquismo.
Si la voluntad nacional, libremente expresada, se pronunciara en favor de la República, yo pediría a los monárquicos que colaborasen en la obra inmensa que es construir la federación de la nueva España, dispuesto siempre a renovar, en los momentos críticos, el ofrecimiento de mi persona que hago a España en estas circunstancias en que digo públicamente que todas las amenazas del separatismo, declarado o encubierto, encontrarán en mí el más resuelto adversario.
Diré más. Desgraciadamente mi experiencia política y los largos años pasados en Rusia, me han enseñado que una República patriótica, moderada, bien intencionada puede muy fácilmente y en un espacio de tiempo brevísimo, ser arrollada por la avalancha del comunismo internacionalista, destructor de la Religión, de la Patria, de la familia y de la propiedad.
Y eso sí, lo juro: sacrificaría hasta la última gota de mi sangre en la lucha contra el comunismo antihumano, poniéndome al frente de todos los patriotas para oponerme a la implantación de una tiranía de origen extranjero.
Fuente
editar- Ferrer, Melchor: Historia del Tradicionalismo Español, tomo XXIX (1960). Páginas 284-285.