Manifiesto de Carlos VII a los españoles
La Revolución, que en 1833 sentó en el trono de España á una niña inocente, después de haber deshecho su obra y por varias partes mendigado un rey, de quien necesita por algún tiempo al menos, ha ofrecido la corona de Felipe V á un príncipe de la casa de Saboya. Carlos Alberto, rey de Cerdeña, reconoció como rey legítimo de España á mi augusto abuelo don Carlos de Borbón. Víctor Manuel, antes de llamarse rey de Italia, tenía por rey legítimo de España á mi augusto tío el Conde de Montemolín. El príncipe Amadeo ha aceptado la corona que me pertenece de derecho. Infiel á las tradiciones de la antigua Saboya, no se ha atrevido siquiera á exigir los procedimientos de la Italia nueva (el plebiscito). Ciento noventa y un individuos, que se llaman constituyentes, y que no representan la décima parte del pueblo español, con voluntad más o menos espontánea, le han alargado la corona, y él la ha tomado.
Debo protestar y protesto. Lo hago, no por temor de que el silencio se interprete en daño del derecho, porque jamás el mundo creería que yo asintiese en ninguna manera, al enorme atentado, sino para advertir en tan solemne ocasión á todas las potestades legítimas del peligro que crece, y recordar al pueblo español el amor que le tengo.
Protesto, pues, por mí, y en nombre de mi familia, y hasta tomando el de todas las potestades legítimas, contra Felipe V, en que se ordenaba y ordena la sucesión á la corona entre sus descendientes legítimos; violación que envuelve, explícita o implícitamente, la de los tratados diplomáticos que con aquella ley se relacionan, y van dirigidos á mantener el equilibrio europeo, y á evitar guerras sangrientas.
Protesto en nombre del pueblo español de 1808, y de todos los tiempos, pues que en todos fue católico y libre, contra el insulto que se infiere á su noble altivez por una minoría facciosa y armada, que intenta imponerle un rey, y un rey extranjero.
Protesto contra el ultraje que se causa á la fe de España buscando cabalmente ese rey en el hijo del que está hiriendo hoy al Catolicismo y á toda la cristiandad en la augusta y santa cabeza de Pío IX, Vicario de Jesucristo en la tierra.
Protesto, en una palabra, contra la Revolución, que acaba de dar un paso adelante, encontrando, en una casa real de Europa, un nuevo auxiliar ó un nuevo instrumento.
Si no se tratase de conspiraciones impías y de reyes extranjeros; si se tratase meramente de un derecho personal; si el abandono de ese derecho pudiese contribuir al bien del pueblo español, no sería para mí penoso sacrificio, sino bendecida mi fortuna. Y si fuera sacrificio, yo lo haría pensando en mi España. Mas aquí el deber es obligación; la causa de España es mi causa, como la causa de los reyes legítimos debe ser la causa de los pueblos. La Revolución española no es más que uno de los cuerpos del grande ejército de la Revolución cosmopolita. El principio esencial de ésta es una soberana negación de Dios en la gobernación de las cosas del mundo; el fin á que tiende, la subversión completa de las bases hijas del cristianismo, sobre las cuales se asienta y afirma la humana sociedad.
No hay potestad legítima en el mundo que no esté amenazada en sus derechos; amenazadas están en todos los pueblos la paz y la justicia, la civilización cristiana y la paz verdadera.
Por eso levanto hoy mi voz, protestando ante Dios, ante las potestades legítimas, ante el pueblo español. Y ruego al pueblo español, con quien estoy identificado por mi sangre, por mis ideas, por mis sentimientos, y hasta por comunes dolores, que tenga confianza en mí, como yo la tengo en él. Por la memoria de nuestros padres y por la salvación de nuestros hijos cumplirá ese hidalgo pueblo con su deber y yo con el mío.
Fuente
editar- Enciclopedia Espasa: «Tradicionalismo», tomo LXIII, Páginas 480-481.