Manifiesto de Acción Republicana
Instaurado en septiembre de 1923 un poder personal absoluto que, con la fuerza de una sola clase del Estado, se prometía regenerar a la nación en el término de noventa días, hemos visto prorrogarse una y otra vez aquel plazo, hasta el momento presente en que un régimen declaradamente provisional funda en la ausencia forzosa de toda oposición sus deseos de permanecer como definitivo. Nadie, hasta hoy, ha roto colectivamente el silencio. Aún, la nación parece sumida en el estupor donde cayó al sobrevenir la dictadura. Silencio y estupor que algunos entienden como signos aprobatorios, basando en ellos un plebiscito de nuevo estilo; un plebiscito por omisión. No manifestarnos equivaldría a mantener ese equívoco. No concertar ya nuestro esfuerzo sobre un propósito común, sería una renuncia al porvenir. El mañana estará hecho de lo que acertemos a forjar en los días que corren. Es, pues, llegada la hora de que España escuche un llamamiento a la libertad y a la justicia; una voz donde lo más del pueblo reconozca su propio sentir y las esperanzas que, hasta hoy, calladamente le agitan. Tomando a la faz de todos nuestra responsabilidad, henos aquí para cumplir lo que el sano aprecio del bien público nos impone como deber.
Oponemos al pretendido asentimiento táctico esta declaración principal: somos republicanos. Sostenemos que la instauración de la República en España no vendrá solo a colmar los designios de la democracia pura, sino que, además, abrirá el camino, hoy cerrado por los poderes históricos, al gobierno justo, razonable, humano, que cumple a los pueblos libres. Afirmamos que en España el problema político primero consiste en mudar de instituciones. La República también nos permitirá convivir mejor con las democracias del mundo. La República en España es una doble necesidad histórica de política interior y exterior. Nuestra convicción está desde tiempo atrás formada; seguro es que las experiencias acumuladas sobre el país habrán formado la convicción de los demás. Del sentimiento republicano renacido y latente, de las legiones nuevas suscitadas por la severa lección que recibimos; de los militantes antiguos; en fin, de cuantos basan la política del porvenir, inexcusablemente, en la desaparición de la monarquía queremos ser intérpretes y animadores. Añadimos a nuestra declaración de principios una convocatoria de acción. Inauguramos una obra dirigida precisamente a instaurar la República; queremos restablecer la equivalencia, por el momento rota, de hombre libre y ciudadano español.
De entre los que, suscribiendo estas palabras, proclaman su adhesión a la República, se constituye un grupo más particularmente vocado a la actividad. Embrión de un partido, centro organizador, agente de relación; todo eso, y más que las circunstancias demanden, pretende ser. El grupo comprueba las fuerzas existentes, busca y organiza otras nuevas, aprovecha cualquier voluntad que lealmente se sume a él. Solicita la cooperación de las antiguas organizaciones republicanas, así nacionales como locales; la del proletariado, en sus cuadros políticos y profesionales; la de todos los ciudadanos que perciban con claridad lo que el civismo reclama de ellos. Los límites del grupo son extensibles indefinidamente; mas no pretende absorber a ninguna de las entidades ya creadas o que en lo sucesivo se creen; tampoco consentirá en ser absorbido por nadie. La autoridad a que aspira es de orden puramente moral. Ella se funda en el desinterés, en la falta de compromisos de partido, en el modo como este grupo, ya copioso, nace a la vida pública. Para que su obra sea útil, necesitamos conservarle independiente. Y ejercerá aquella autoridad a que aspira, por el medio único e insuperable de confrontar a cada cual con su deber del momento y preguntarle si le ha cumplido. Nosotros creemos haber hecho hoy el nuestro.
Madrid, mayo de 1925
Fuente
editar- Juliá, Santos (2008). Manuel Azaña. Obras completas. Volumen II. Madrid: Centro de Estudios Políticos y Constitucionales / Taurus. Páginas 409-410. ISBN 978-84-306-0698-6