Manfredo: Acto II: Escena III
(La cumbre del monte Jungfro.)
EL PRIMER DESTINO.
El disco plateado de la luna empieza a brillar en los cielos. Nunca el pie de un mortal vulgar ha manchado las nieves sobre las cuales andamos durante la noche sin dejar ninguna huella. Apenas rozamos ligeramente esta mar de escarchas que cubre las montañas con sus olas inmóviles, semejantes a la espuma de las aguas que el frío ha helado repentinamente después de una tempestad; imagen de un abismo reducido al silencio de la muerte. Esta cumbre fantástica, obra de algún terremoto, y sobre la cual descansan las nubes de sus viajes vagabundos, está consagrada a nuestros misterios y a nuestras vigilias: yo espero en ella a mis hermanos que deben venir conmigo al palacio de Ariman; esta noche se celebra nuestra grande fiesta... ¿Por qué tardan en venir?
(Una voz canta a lo lejos.)
El usurpador cautivo, precipitado del trono, sepultado en un infame reposo, estaba olvidado y solitario: yo he interrumpido su sueño, le he dado el socorro de una multitud de traidores; el tirano está todavía coronado. Pagará mis cuidados con la sangre de un millón de hombres, con la ruina de una nación, y yo le abandonaré de nuevo a la huída y a la desesperación.
(Una segunda voz.)
Un navío bogaba rápidamente sobre las aguas, impulsado por los vientos propicios: he rasgado todas sus velas y roto todos sus masteleros, no ha quedado ni una sola tabla de esta ciudad flotante; no ha sobrevivido un solo hombre para llorar su naufragio... Me engaño, hay uno que yo mismo he sostenido sobre las aguas por un mechón de sus cabellos... era un sujeto muy digno de mis cuidados, un traidor en la tierra y un pirata en el Océano. Sabrá reconocer mis bondades por medio de nuevos crímenes.
EL PRIMER DESTINO.
(Respondiendo a sus hermanos.)
Una ciudad floreciente está sumergida en el sueño, la aurora alumbrará su desolación: la horrible peste ha caído de repente sobre los habitantes durante su descanso. Perecerán a millares. Los vivos huirán de los moribundos que deberían consolar; pero nada podrá defenderlos de los tiros crueles de la muerte. El dolor y la desesperación, la enfermedad y el terror envuelven a toda una nación. ¡Dichosos los muertos de no ser testigos del espantoso espectáculo de tantos males! La ruina de todo un pueblo es para mí la obra de una noche; la he verificado en todos los siglos, y no será todavía la última vez.
(Llegan el segundo y el tercer Destino.)
LOS TRES DESTINOS JUNTOS.
Nuestras manos encierran los corazones de los hombres, sus sepulcros nos sirven de tarima. No damos la vida a nuestros esclavos sino para volvérsela a quitar.
EL PRIMER DESTINO.
Salud, hermanos míos. ¿En dónde está Némesis?
EL SEGUNDO DESTINO.
Prepara sin duda alguna gran obra, pero lo ignoro porque me encuentro demasiado ocupado.
EL TERCER DESTINO.
Vedle aquí.
EL PRIMER DESTINO.
¿De dónde vienes Némesis? Tú y mis hermanos habéis tardado mucho esta noche.
NÉMESIS.
Estaba ocupada en levantar los tronos abatidos, en componer himnos funestos, en volver la corona a los reyes desterrados, en vengar a los hombres de sus enemigos a fin de hacerlos arrepentir de sus venganzas. He castigado con la locura a los que estaban detenidos por sabios, los jefes inhábiles han sido proclamados por mí, dignos de gobernar el mundo... los mortales empezaban a disgustarse de los tiranos, se atrevían a pensar por sí mismos, a poner los reyes en equilibrio, y a hablar de la libertad, que para ellos es el fruto vedado... Pero esta tarde... montemos en nuestras nubes.
(Desaparecen.)