Mancha de tinta
6. Aunque residas entre alienados, calcula;
aunque vivas entre mujeres, ármate; aunque
duermas entre recién nacidos, vigila…
7. Cada átomo de alma, Cada átomo de
tigre: toda espalda está amenazada de su
estiletazo y toda mano condenada a herir...
9. Hasta los lobos reposan entre los lobos;
pero tú no te confíes al sueño, ni sobre el pecho
de tu propio hijo: nada te ama.
15. Tu fe, tu esperanza y tu caridad, no son
nada más que variedades de tu interés;
18. Nadie que haya hecho algo bueno, ha
querido hacerlo. Dentro de cada uno, lo que
hay es un secreto inconfesable. Aquel más Cri-
minal o más vil, todavía lo es más.
(PAGINAS NEGRAS)
MANCHA DE TINTA
I
Estaba una noche yo
Sin compañía ninguna
cuando en un rayo de luna
un ángel rubio bajó.
Mojó mí pluma, escribió,
plegó el papel, y me dijo:
<<Aquí están los nombres, hijo,
de los que ruegan por ti>>...
Después... ¡voló sobre mí
como un blanco crucifijo!
II
Fué tan fuerte mi emoción
que, sin hacer su lectura,
la celestial escritura
cubrí de intenso borrón.
Lleno de tribulación
cogí rasante cincel
a fin de raspar aquel
tenebroso espumarajo...
¡Y en lo mejor del trabajo
se me desgarró el papel!
III
¡Pensé morir!...Resonantes a
las dos sienes me latían!...
¿Cuáles y cuántos serían
los nombres escritos antes?
Y en un mar de interrogantes
el alma flotando alerta,
puse mi faz en la puerta
del paterno rancho mío...
¡y el rancho estaba vacío
sobre la pampa desierta!
IV
Como el perro delincuente
que regresa con la aurora,
echado a la puerta llora
largamente, amargamente,
en la tapera doliente
que fué mi torre patricia,
el Día de la Justicia
me hubiese encontrado el mundo,
aguardando gemebundo
como el can, una caricia.
V
Pero besando el umbral
a de las ruinas de mi rancho...
(¡cunas rotas, en el ancho,
Sollozante pajonal!)
no sé qué fiebre imperial
me invadió de tal manera...
que me impuse, aunque debiera
valerme de cualquier medio,
de aquel borrón sin remedio
sacar la luz toda entera.
VI
Y medité: — <<Pudo ser
la nómina del enjambre,
del cardumen muerto de hambre
que invadía mi taller>>. —
Y comencé a recorrer
las cuevas del proletario;
pero el afán libertario
deshumaniza al ilota...
¡y pasé por la picota
de un bestial vocabulario!
VII
Los amigos... ——— <<]Que no sea,
dije, por soberbias mías!>>
y anduve noches y días
de la ciudad a la aldea.
Como el poner una tea
sobre una planta de trigo
por el trigal sin abrigo
ruede le conflagración,
¡fué cundiendo la Traición
de un amigo en otro amigo!
VIII
Tremé: Circulé la vista
como pidiendo contacto:
sólo quedaba lo abstracto
para restaurar la lista.
Como celebrado artista
fijé pomposo cartel...
y vino el orbe en tropel
para gritarme entusiasta:
<<¡A los necios de tu casta
les sobre con un laurel!>>
IX
Por una incongruencia rara,
o, más bien, por cobardía,
de un corazón yo quería
no tener conciencia clara:
le pira secreta, el ara
donde oficia todo ser,
solo, sin dejarse ver,
en lo callado y oscuro...
¡ Lo más torpe y lo más puro:
los besos de una mujer!
X
Mas pensé de pronto: <<No;
más hoy, más luego, es lo mismo.
¡Quiero sondar el abismo
de la que gobierno yo!>>
Llamé; gemí...¡no salió!...
Aullé como hambrienta loba;
en sus puertas de caoba
grabé con sangre su nombre...
y entre besos gritó un nombre:
<<¡Cambió de rey esta alcoba!>>
XI
¡Qué blasfemia formidable
desafiando a DIOS en seco,
me brotó del antro hueco
de mi pecho mísera!
¡Roto estaba el postrer cable
y el bajel roto en astillas!
¡Desplomado, de rodillas,
me sentía centro y polo
del más frío, del más solo
mar sin fondo y sin orillas!
XII
Y sonámbulo, sombrío,
como un crónico sin cura
que ya tiene la tonsura
de la sombra y del vacío,
tomé la senda del río
buscando la paz, lo inerte,
el refugio, el contrafuerte,
la negación del dolor...
¡me pensé que la mejor
es la vida de la muerte!
XIII
Pisé la playa; y al ver
rodar las ondas serenas
me paralizó las venas
la enormidad del No-ser
y quise a vivir volver
presa de espanto cerval,
pero una fuerza fatal
me sumergía... ¡y a ratos
vibraban los pizzicatos
de una risa universal!
XIV
Muerto...¡sí, yo estuve muerto!
Ya sin la vil sobreveste,
busque la Ciudad celeste
que es recompensa y es puerto.
Me hundí en el éter desierto,
como paloma extraviada,
hasta. divisar, dorada,
luminosa Puerta Pia;...
¡y al acercarme no había
ni luz, ni puerta, ni nada!
XV
Desde aquella enorme cuita,
en la más solemne calma,
otra vez reside mi alma
dentro mi carne maldita.
Ahí está, la pobrecita,
sin ensayar ningún vuelo,
como la monja en su velo,
como el reo en su cadalso,
pues sabe que todo es falso...
¡cuando lo dispone el Cielo!
XVI
Y como el can delincuente
que regresa con la aurora,
lamiendo la puerta llora
largamente, amargamente,
en mí covacha doliente
y acurrucado en su quicio,
tal vez el Día del Juicio
me habrá de encontrar el mundo
¡como un triste, gemebundo,
palpitante desperdicio!