Malas ausencias
de Arturo Reyes


El señor Paco el Caracoles abrió la carta que acababa de llevarle el cartero, y como ya la hora de la venta era pasada, entregóse tranquilamente a la para él arduísima labor de traducir la epístola que transcribimos a nuestros lectores:

«Mi querido tío: me alegraré que al recibo de ésta se encuentre usté en tan cabal salú como yo pa mí deseo.

Ha de saber usté, mi querido tío Paco, que acabo de recibir una carta de mi novia Rosalía. Ya sabe usté quién es Rosalía, que es la hija del señor Antonio el Jorobeta, el que tiée la freiduría de pescao en la calle del Tiro (que le peguen aonde yo diga). Pos bien, tío Paco: sigún mi novia me escribe, que por cierto le ha escrito la carta la señá Cloto, la casera del Corralón del Duende, porque ella no sabe escribir, ha de saber usté que el Jorobeta quiere casarla con un tal Juan el Escabeche (que en escabeche acabe sus días), porque el padre de mi novia dice que está él mu abitocao y que no quiere si palma pronto dejar al relente su tesoro, y que además no quiere que se case conmigo, porque yo, sigún dice, aún tengo la edá en la boca y porque se le ha metío entre ceja y ceja que a mí me gusta mucho el solera y las aceitunas, y cree que los cuatro ochavos que él ha rejuntao me los voy yo a gastar en dambas cosas, y a mi Rosalía de tanto llorar, sigún me escribe, se le han agrandao los lagrimales. Y ha de saber usté, tío Paco, que si a mi novia la casan con ese Escabeche, yo a ese Escabeche lo escabecho, y endispués me escabecho yo, en cuantito me den el canuto, que me lo darán de aquí a cinco meses, Dios mediante.

Y como desde que recibí la carta de mi novia no cato el rancho y me he puesto más pajizo que una hopa, el sargento Candileja, que es un hombre que sabe jasta tocar el acordeón, me preguntó qué era lo que me había quitao la voluntá al rancho, y yo, como el sargento es to un hombre, le conté las duquitas de muerte que estoy pasando y lo que pensaba hacer en cuantito sortara el máuser, y el hombre me aconsejó que le contara a usté mi pesaumbre y que le pidiera a usté, por to lo que usté quiera más en el mundo, que meta el percal y haga to lo posible para que cuando yo vaya no me encuentre casá a mi flor de mayo, porque si me la encuentro casá con el Escabeche, ya sabe usté lo que hará su sobrino, que le quiere y que le estima,

Paco Urdiales, por mal nombre el Clavijero.»

El señor Paco, después que hubo leído aquel a modo de grito de socorro lanzado por su sobrino, pareció abismarse en hondísimas meditaciones.

Y pensando en aquel pícaro asunto estaba, cuando penetró en la tienda su compadre el señor Manuel el Lele, el chalán más famoso de todos los chalanes de Andalucía.

-Dios le guarde a usté compadre -dijo el recién llegado, sentándose sobre uno de los sacos de trigo apilados contra una de las laterales del amplio establecimiento.

-¡Hola! ¿Cómo a estas horas por aquí?

-Pos le diré a usté, compadre: yo vengo a esta hora porque vengo de ministro plenipotensario.

-¿Usté de ministro pleni... plenipon...? Güeno, de ministro de eso que usté dice.

-¡Camará, y cómo se conoce que no está usté acostumbrao a platicar con gente fina!

-¡Como que me he acostumbrao a platicar cuasi solamente con su presona!

-Güeno, ¿y usté sabe quién me ha mandao a llamar a mi hoy pa jacerme cuatro carantoñas y pa hablarme como si estuviere chupando caramelos?

-¿El que corta el cupón en el Bareo?

-No, señor; que quien me ha mandao llamar es una gachí con veintidós años, y ca año de los que lleva vivío le ha dejao trescientos sesenta y cinco primores y trescientos sesenta y seis los bisiestos en el perfil y en la presona. Conque ajuste usté primores.

-¿Y quién es esa armaciga de bonituras?

-Pos esa armaciga es la novia de su sobrino de usté, el que está sirviendo al rey en Cáiz, y ese proigio me ha dicho: «Oiga usté, señó Manué: usté isimule si lo he mandao llamar, pero como yo sé que usté es carne y uñita del Caracoles, y el Caracoles es tío de mi Paco y quiée a mi Paco como si lo hubiera parío, tengo que decirle a usté que cuando yo estaba más tranquila esperando carta de Paco, mi padre, que no puée ver a mi Paco ni en una mordura tallá, me ha dicho que sa menester que me case con el Escabeche, un gachó que tiée un estrupicio por cara.» «¿Y qué quiées tú que yo jaga con ese estrupicio?», le pregunté yo, y entonces ella me dijo que era menester que platicara yo con usté, pa que entre usté y yo veamos qué es lo que se va a jacer pa que ese Escabeche no se salga con la suya.

El Caracoles mostró la carta que acababa de recibir a su compadre, y cuando él hubo acabado de leerla, éste le preguntó:

-Y usté, ¿qué es lo que piensa jacer en esta mala chapuza?

-Pos allá veremos, hombre, allá veremos; a úrtima hora convierto en afrecho al Escabeche y lo vendo en tres puñaos.


Rosalía esperaba la llegada del Caracoles como si fuera la del Mesías; el Caracoles habíale mandado decir con su compadre el Lele que ella dijera que sí a todo cuanto él solicitara, aunque la propusiera que se pasara al moro.

Y si Rosalía esperaba impaciente al Caracoles, también su padre le esperaba, y por más esfuerzos de imaginación que hacía el Jorobeta, no daba con el porqué de la anunciada visita del más acomodado expendedor de harinas y cereales al por mayor de todo el barrio.

Y ya le dolía la cabeza de tanto cavilar al buen hombre, cuando penetró en la casa el tan esperado Caracoles, que a fuer de hombre no todavía del todo para el guano, habíase vestido su mejor traje: uno de pana lisa, cuya chaqueta de corte andaluz contorneaba su torso de cuarentón arrogante y bien formado; una faja negra ceñía su cintura, que comenzaba a cometer antiestéticos desafueros, y un cordobés gris cubría su cabeza, en que los años empezaban a poner sus pícaras harinitas, como solía decir el Caracoles, cuyo rostro era redondo, algo carrilludo, limpio, de color sano y de tersura que empezaba a flaquearle en las comisuras de los labios y de los ojos, pequeños y de voluptuoso mirar; rostro, en fin, que aún hacía que alguna que otra hembra murmurara al verle pasar por su lado con acento no despectivo:

-Aún está este gachó pa que no escupa ninguna gachí si le acusa las cuarenta.

Cuando el Jorobeta hubo dado la bienvenida al Caracoles y húbose sentado frente a él, díjole impaciente:

-¡Camará, señó Paco!, ¿querrá usté creer que desde que recibí su recao estoy dándome martillazos en la mollera por averiguar por mo de qué viene usté a darle barniz esta noche a mis cubriles?

-El barnizao soy yo, señó Antonio, y a lo que yo vengo lo va usté a saber más pronto que un tiro: yo vengo a peirle a usté su consentimiento pa casarme con su nena Rosalía.

En poco estuvo que el Jorobeta llegara al techo con la joroba, y...

-¿Qué es lo que me está usté diciendo? -le preguntó cuando se hubo repuesto algo de la sorpresa.

-Pos tú que yo le hubiera a usté peío que me prestara la luna, chavó -díjole en tono de zumba el Caracoles.

El Jorobeta no volvía de su apoteosis.

-Pero ¿es verdá que usté quiée casarse con mi Rosalía?

-¡Vaya si quiero!

-Pero usté, ¿desde cuándo está enamorao de mi Rosalía?

-¡Camará, jace ya la mar de tiempo!

-Pero ¿y ella le conoce a usté?

-¡Camará, pos si está por mí loquita de remate!

-Pero, entonces, ¿ella no quería a su sobrino de usté?

-A mi sobrino, ca, hombre, ca... Pero ¿usté cree que ella puée querer a mi sobrino? Hombre, no sea usté inocente; eso de mi sobrino fue un chanelo. Como estaba tan reciente lo de mi difunta, y yo no quería dar el perfil jasta que cumpliera los dos años, pos mi sobrino fue mi..., vaya, cómo le diré yo, mire usté: mi sobrino fue mi tapaera.

-Entonces, ¿mi hija le quiere a usté?

-¡Camará, que si me quiere a mí! Como que na más que la miro ya está necesitá de un sopicaldo. Y si no, llámela usté y verá usté.

-Ya lo creo que la llamo.

-Pero usté consiente, ¿verdá?

-Hombre, si ella está conforme, por más que yo tengo un compromiso...

-Con el Escabeche, ¿verdá?

-Con el Escabeche. Sí, señó, con el Escabeche.

-Pos que se deje el Escabeche de eso, que eso no puée ser, y llame usté a Rosalía.

Ésta, que había escuchado el diálogo desde detrás de la puerta, no tardó en acudir al llamamiento de su padre.

El Caracoles, al que le había hecho bizcar de los dos ojos la hermosura de la muchacha, preguntó a ésta con acento zalamero, al par que se colocaba una mano en la cintura y con la otra se echaba hacia atrás el cordobés, como en los tiempos en que no dejaba vivir a ninguna hembra del distrito:

-¿Es verdá, salero, que tú me quieres a mí más que a las niñas de tus ojos?

Rosalía miró a su vez sonriente al Caracoles, y repúsole complacida al ver sustituido, aunque fuera de mentirijillas, a su Paco de modo tan bizarrísimo:

-Ya lo creo que sí; más, pero que muchísimo más que a las niñas de mis ojos.


«Rosalía:

Me acabo de enterar de una cosa que me ha puesto la sangre más negra que er betún. Tú eres una mala gachí, Rosalía; tú eres una mala gachí, y mi tío Paco ya no es mi tío, sino que es un Júas Iscariote. Y esto que digo lo digo porque lo sé de mu güena tinta, porque me lo ha escrito un amigo leal, que me dice en su carta que tú y mi tío me habéis jugao una chanaíta que está pidiendo a voces una puñalá trapera, y como yo no quiero atentar a la familia, he decidío quearme en Cáiz en cuanto trinque er canuto, y pa que no pienses tú que yo estoy dando las boqueás de la pena, te diré que si tú me has despreciao, no me ha despreciao una hermana del sargento Candileja, que es una gachí de la que na más que una pestaña aburta más que toa tu mata de pelo.

Asín, pues, quéate con Dios, y te aconsejo que no te acuerdes más de mi presona. Y me harás el favor de devolverme los dos pares de medias que te mandé, y sobre to las ligas azules que te regalé en er día de tu santo.»

Cuando Rosalía hubo concluido de leer la carta, sonrió maliciosamente, y dijo, entregándosela al Caracoles, que la contemplaba como embobado:

-Lea usté, hombre, lea usté lo que me dice su sobrino. Mire usté por dónde va usté a ajorrarse el trabajo de jacerme el amor dos veces al día.

Cuando el Caracoles hubo leído la carta, miró con ojos amartelados a la muchacha y le dijo:

-Pos mire usté, yo soy un hombre mu formal, y como yo le he perjudicao a usté y estos cuatro meses me han parecío a mí cuatro minutos, si usté quiere yo me reengancho, que por algo le ha puesto a usté Dios ese banderín en la cara.

Rosalía contempló con honda expresión de ternura al Caracoles, y media hora después decíale éste al Lele con acento lleno de júbilo:

-Na, compadre, que me reengancho y que mi sobrino se quea en Cáiz, y que mañanita mismo le facturo yo en presona, por ferrocarrí los dos pares de medias y las dos ligas azules que le regaló a mi nena en el día de su santo.