El cencerro de cristal
Música nochera

de Ricardo Güiraldes


-¿Quieres? ¿Vamos a divertirnos?

Accedió y fueron al café.

Gente, ruido, baile y música. Música para trasnochadores; música de hotel internacional o de «boite», que era lo que buscaban.

Parado en una silla, sobre una mesa, peroraba el poeta ebrio, con ojos de amplia pupila, vaga, de cocaína o ajenjo.

-«Ritmos pseudo-alegres de desenvolvimiento fatal. Cosas para bailar o cantarse en coro. ¡Hay que divertirse! ¡Oh, brevedad humana, saltar, gritar; la vida es breve, reír se debe... a troche-meche, cantando cosas macabras y huyentes, bailando pasos internacionales y tomar vino. Tomar vino, o champagne, o alcohol, que da fuego al hombre y a las lámparas.

»¡Cuestión de quemar!

»Orquesta estrepitosa, tapujo de tristezas, despertadora de melancolías dormidas e inútiles. Cada pieza es una pieza menos (y en esto es como en todo). Apurar ritmos vitales, para intensificarlos. Barajar, en plena alma, la exacerbación de todo dolor ajeno, chillado en las pobres cuerdas, víctimas llorosas, como hilachas del alma arrancadas del ovillo».

Él estrechaba a su compañera, que se vende para vivir y sufre, y era de los que viven para comprar y sufren.

Un malestar los torturaba.

Él ebrio seguía su discurso.

-¡Vamos! -dijo.

-Vamos.

El automóvil corrió.

-¡Llévanos lejos, lejos! donde tu quieras...

No dejaban nada tras ellos, eran libres y sin embargo reían, porque escapaban, así, de divertirse. Buscando, cada uno, el calor del alma amiga, iban recostados; ella, la cabeza en su hombro.

Por delante, el camino largo a recorrer, las sorpresas del vendrá.

Y eso es todo.

Una nueva aventura, que comienza.

¡Oh, destino terrestre, esclavitud centrípeta! No poder emigrar, en grandes elipses sidéreas, por los astros de los astros...



Mar del Plata, 1915.