Luz y sombra (Manuel Gutiérrez Nájera)

​Luz y Sombra​ de Manuel Gutiérrez Nájera

Yo soy el ave errante que solitaria llora,
y en áridos desiertos -cruzando siempre va;
sé tú la verde rama que brinde bienhechora
al ave que ya muere dulcísimo solaz.

Yo soy brisa que pasa, yo soy hoja que rueda,
arista que arrebata furioso el huracán;
no sé por do camino, no sé ni en donde pueda
de mi incesante lucha el término encontrar.

Yo soy el sol que se hunde, allá tras la montaña,
envuelto en el sudario rojizo de su luz;
sé tú la blanca aurora que el horizonte baña
y rasga de las sombras el lóbrego capuz.

Yo soy la negra noche, sin luces, sin estrellas:
yo soy cielo de sombras, rugiente tempestad;
sé tú la casta luna que con su luces bellas
disipe de esa noche la horrible obscuridad.

Yo soy la navecilla que el aquilón azota,
y que, sin rumbo, en medio del anchuroso mar;
juguete de los vientos entre arrecifes flota
y sin timón ni brújula se mira zozobrar.

Sé tú la blanca estrella que alumbre mi camino,
el faro que me guíe al puerto de salud;
no dejes que en los brazos de mi cruel destino
me arroje en el abismo y olvide la virtud.

Yo soy la flor humilde sin galas ni belleza,
sin plácidos colores ni aroma embriagador;
tú, pálida azucena de eólica pureza
cuyo perfume casto es hálito de amor.

Mas si la flor humilde amara la azucena,
si venturosa viere premiada su pasión,
alzara, su corola, tal vez de aroma llena,
irguiérase en su tallo al soplo del amor.

II.

Yo vivo entre sollozos, mi canto es el gemido,
jamás mi labio entona la estrofa del placer;
mi pecho siempre exhala tristísimo alarido,
mi rostro siempre abate terrible padecer.

Muy lentas son mis horas; muy tristes son mis días;
horribles horizontes limitan mi existir,
caverna pavorosa de obscuras lejanías,
preséntase á mis ojos el negro porvenir.

La luz que iluminaba mi lóbrego camino
y que tranquilos goces en la niñez me dió,
dejándome entre sombras, cual raudo torbellino,
ante mi vista atónita por el espacio huyó.

Tan triste es lo que siento, tan negro lo que veo,
que sólo me consuelan mi llanto y mi gemir;
ya no en la dulce dicha, ni en la ventura creo,
ya sólo me presenta la muerte el porvenir.

La duda con sus garras destroza mi creencia,
marchita con su aliento las flores de mi amor;
hay sombras en mi alma, hay luto en mi conciencia,
mi vida es una estrofa del himno del dolor!

III

Tu vida ángel hermoso, cual cándido arroyuelo,
deslizase entre flores con suave murmurar,
tu corazón es puro como el azul del cielo,
jamás tu frente empañan las nubes del pesar.

Tú ignoras, niña bella, del mundo los engaños,
no sabes cómo muere del alma la ilusión ;
no sabes cómo agotan terribles desengaños
los sueños más hermosos del triste corazón.

No sabes cual se llora al contemplar perdida
aquella fe sublime que guió nuestra niñez;
no sabes cómo amarga las horas de la vida
la duda que nos cerca de eterna lobreguez.

Es blanca tu conciencia y azul tu pensamiento,
rosados horizontes te ofrece el porvenir,
ninguna nube empaña de tu alma el firmamento,
ninguna pena enluta tu plácido existir.

Cuando del sacro templo en las soberbias naves,
murmuras una tierna, purísima oración,
suspenden al oírla, sus cánticos las aves,
y un ángel la conduce al trono del Señor.

Los cielos te sonríen, la tierra te da flores,
las fuentes su murmullo, las aves su cantar;
tu corazón es nido de cándidos amores,
con tu mirada ahuyentas las nubes del pesar.

IV

Mi vida es un suspiro, tu vida una sonrisa;
mi alma negra sombra, la tuya blanca luz;
eres arroyo y ave, eres perfume y brisa;
yo lágrimas y duelo, tristísimo sauz.

Convierte los abrojos de mi cruel destino
con las hermosas flores de tu bendito amor;
y entonces, vida mía, al fin de este camino,
irán nuestras dos almas al trono del Señor.

Tal vez en mi alma existen en sombra aletargados,
los gérmenes sublimes de gloria y majestad:
sin ámbito ni norte dormitan cobijados
en el sudario lúgubre de horrible obscuridad.

Alumbra con tus ojos mi obscura inteligencia,
sé tú, mi vida, el norte que mire mi ambición,
y me alzaré gigante y arrancaré á la ciencia
el más hermoso lauro que anhela el corazón.

Si de tu amor el hálito mi espíritu alentara,
si de tu amor sintiera la llama celestial,
yo el vuelo poderoso con majestad alzara,
y un rayo alcanzaría del sol de lo inmortal.