Luisa de Lorraine
Un espeso humo se veia salir de las altas chimeneas del antiguo castillo de Vaudemont, la residencia feudal de Nicolas, Duque de Nercoeur, y Conde de Vaudemont, mientras que el sabroso perfume de esquisitas viandas se mezclaba con el aire puro y embalsamado de la tarde y daba muestras evidentes de grandes preparativos en la cocina, para algun estraordinario festin. El motivo que esto producia, era una cena que debia efectuarse en celebridad del casamiento de la jóven Luisa, hija mayor de la ilustre casa de Lorraine Vaudemont con el Conde de Brienne, ceremonia que su padre había decretado se llevára á efecto aquella tarde, aunque el consentimiento de la novia había sido tenazmente rehusado. Esto, sin embargo, era en el siglo diez y seis un preliminar que no se consideraba indispensable.
El Duque de Nercoeur era uno de esos vástagos desgraciados de casa medio real que están destinados á sostener con muy escasos medios un rango en la sociedad adecuado mas bien á sus antigua dignidad, que á su estado actual.
Era tio del reinante duque de Lorena, y habiendo heredado poco mas que algunas tierras de poquísimo valor y el título de conde de Vaudemont, cometió la imprudencia de elegir para su primera esposa, á una muger tan pobre como él, huérfana, hija del conde de Egmont, que bien pronto despues de su enlace falleció dejándolo padre de dos bellas hijas, Luisa y Magarita. Casóse segunda vez el conde, pero en esta ocasion la esperiencia le mostró la senda que debía seguir, y casóse con la heredera de una ilustre familia que le proporcionó las riquezas que apetecia, y el título de duque de Mercoeur, pero su nuevo enlace produciéndole una muy numerosa familia, en breve se halló tan embarazado con los cuidados pecuniarios, como se habia encontrado al tiempo de contraer su segundo matrimonio.
Causábanle aun mas ansiedad que sus otros hijos, las hijas de su primera muger, no teniendo medio alguno para conseguirles un bien estar, cuando su cuidadosa duquesa que veía con ojos celoso, el cariño de su marido por estas jóvenes tomó sobre sí, el trabajo de negociar un casamiento para Luisa con el poderoso Conde de Brierune, pariente suyo, Luisa tenía diez y ocho años, el conde cincuenta y cinco, y sin ningun atractivo en su persona y maneras, pero aunque hubiese sido el mas hermoso y noble de toda la Francia, Luisa lo hubiera tratado de la misma manera, porque su corazon tenía ya dueño.
Estaba (aunque en secreto) comprometido con el jóven conde Cárlos de Salina, á pesar de hallarse ambas familias opuestas al casamiento y este motivo incitándola á negar su correspondencia al novio que le proporcionaba su madrasta, se decidió á sufrir toda clase de persecuciones antes de renunciar al objeto de su cariño.
En esta decision estaba sostenida por su hermana Margarita que aunque teniendo un año menos que ella, poseía un carácter mucho mas decidido y enérgico. Luisa era, toda gentileza y dulzura, y aunque de estatura pequeña, mostraba su figura la gracia y simetria de una hada. Margarita era alta, majestuosa y aunque graciosa, podía decirse de ella que su andar y su aire eran el de una emperatriz.
Tambien tenía ella pendiente unos amores desgraciados porque era amada por Joyeuse, cuyo orgulloso padre para evitar su enlace con una hija de la casa de Lorena Vaudemont lo había desterrado á la corte de Polonia.
A pesar de esto, Margarita ni lloraba ni se desesperaba, confiaba ciegamente en la constancia de su amante, y no tenia mas que diez y siete años.
Fué, al observar las pálidas mejillas de Luisa y sus llorosos ojos, cuando ella por primera vez conoció la desdicha; porque Luisa confiaba todos sus pesares á su hermana y al descubrirle el estado de su corazon le pedía un amparo y consuelo y confiaba en que Margarita la sacaria de todas sus dificultades.
En la tarde memorable de que hablo Luisa entró en el aposento de su hermana y tirándose sobre el lecho, en acentos desesperados esclamó:
—Ya no hay remedio, todo acabó en el mundo para mi. Ay! ya no me queda ningun recurso, y tengo que someterme á la triste suerte que me espera como esposa del Conde de Brienne.
―No haras tal cosa, replicó Margarita.―La resistencia es ya inútil: el sacrificio es inevitable.
—No digas eso, hermana mia. Te queda aun el recurso de descubrir tu compromiso con otro, y apelar á la proteccion de la iglesia.
—Ah, Margarita! tú no sabes lo que ha ocurrido!....
—Si lo sé. Se que una gran matanza ha tenido lugar en el corral, y que grandes preparativos se hacen para una cena en honor de una boda que nunca se celebrará si muestras algun ánimo y enseñas tu contrato con Cárlos de Saline.
—Cárlos de Saline! esclamó Luisa violentamente agitada. Ah! Margarita, no lo nombres. Es ya indigno de mi aprecio, y lo detesto mil veces mas que al Conde de Brienne. Ya no estoy ligada por ningun compromiso, hermana mia, porque he roto nuestro contrato de casamiento, al que él insolentemente ha llamado una niñeria, que ningun valor merecia, ¡y era para mi compromiso tan solemne!..... Ah, hermana!....
—¿Cómo, y cuándo ha ocurrido esto, Luisa mia?
—No me lo preguntes, Margarita; basta saber que aquel en quien yo fiaba para salvarme en la crisis de mi destino ha sido infiel, y que ya no me queda otro recurso mas que casarme con el conde de Brienne, y morir. Sosiegate, mi dulce Luisa; no te entregues á la desesperacion, ni créas que es preciso que porque el hombre que tu amabas ha sido infiel, destruyas para siempre tu felicidad casándote con el hombre que aborreces. No, no: sométete á mi dictámen, y haz al conde de Brienne sentir un poco del dolor que el infame Cárlos te ha hecho esperimentar. Mientras que las hermanas estaban asi conversando, Luisa fué llamada por su padre á quien encontró en íntima conversacion con la Duquesa, el Conde Brienne y el sacerdote de la familia.
―No te llamé á tí, dijo el Duque volviéndose á Margarita y mirándola enojado.
—Vine á sostener á mi hermana Señor respondió la doncella.
—Y á animarla para que permaneciese en la misma obstinacion supongo, dijo el Duque, pero sabed señoritas que ya no tolero por mas tiempo esta rebelion. Las luces están encendidas en el altar de la capilla; todo está dispuesto para el rito, y dentro de una hora tú, Luisa de Lorraine serás esposa del Conde de Brienne.
―Jamás entraré en la capilla con ese objeto, dijo Luisa sentándose resueltamente en el último escalon del dosel.
―Entrarás, respondió el padre cogiéndola por el brazo y forzosamente levantando su aérea forma del humilde asiento que habia ocupado. Entrarás, aunque tenga yo el trabajo de llevarte en los brazos como á una niña perversa.
—Pero ningun poder terrestre me forzará pronunciar el voto fatal, fué la respuesta de Luisa.
—Asi dijo Margarita de Francia, respondió el Duque, cuando se consideró conveniente casarla con Enrique de Navarra, y de nada le sirvió su silencio obstinado porque nuestro difunto rey Cárlos, que en paz descanse, á la faz de todo Paris la forzó á mostrar su consentimiento poniendo su mano sobre su cuello, y obligando su cabeza dura á doblarse á la fuerza. Y ¿no podré hacer contigo lo mismo?
—Valor, dijo Margarita á su tímida hermana. Te pronostico un rescate.
―¿Qué le decias á Luisa, osada? preguntó el Duque con severidad.
—Le aconsejaba que se tranquilizára señor, porque oigo pisadas de caballos no lejos del castillo.
—Caballos! ¿Quién á esta hora vendrá á Vaudemont.
—Personas de importancia si hemos de juzgar por el sonido de las cornetas.
Un fuerte y prolongado sonido logró distraer al señor del castillo, de su inmediato propósito.
―Abrid en nombre del rey de Francia, fué la respuesta á la demanda del centinela.
—Cuando esta contestacion fué sabida por el Duque de Mercoeur, se dirigió á las puertas del castillo para conferenciar con las personas que tal respuesta daban; y abriendo una ventana de seis pulgadas en cuadro desde alli preguntó en voz alta.
―¿Quién sois, y que quereis del Conde de Vaudemont?
—Abrid en nombre del rey de Francia, fué la respuesta.
—El rey de Francia ha muerto, replicó el Duque.
—El rey de Francia nunca muere, vociferaron cien personas desde fuera.―Cárlos noveno duerme, dijo el Duque de Mercoeur enmendado su primera poco constitucional afirmacion.
―Enrique tercero vela. Abrid en su nombre, dijo una voz que atemorizó al cauteloso vasallo del desocupado trono Francés; pero aquellos no siendo tiempos en que con seguridad se abriesen las puertas á los huéspedes que pedían entrada el señor de Vaudemont, replicó, Enrique tercero está en su reino de Polonia; no sabemos si aun ha sabido el fallecimiento de nuestro rey: y aunque la noticia haya llegado á sus oidos, no ha habido tiempo para que llegue todavía á la frontera francesa.
—Enrique tercero està á tus puertas, respondieron desde fuera. Viajan apriesa los que viajan para ganar un trono. Abre tu puerta y sea de aqui en adelante tu orgullo entre los nobles, el que fuistes el primero á rendirle homenage á tu soberana en sus propios dominios.
A estas palabras el rastrillo fué levantado, las puertas inmediatamente abiertas y el señor del castillo con la cabeza desnuda, y la rodilla doblada recibiò al primero que entraba, quien despojándose de la oscura capa de camino y del sombrero de plumas, descubrió las hermosas facciones de Enrique de Anjou, rey de Polónia, y succesor del trono de Francia.
—Por san Denis mi señor Duque, es este un recibimiento algo fino en la frontera de mi propio reino, esclamó—Os pido perdon señor, pero estos son malos tiempos para los vasallos nobles de Francia. Los hugonotes están en movimiento, y estando ocupados en asuntos domésticos de la mayor importancia cuando vuestros caballeros nos llamaron, no estrañeis que nuestros sentidos no estuviesen tan claros como hubieran estado en otra ocasion.
—Asi parece señor Duque, replicó el soberano. Yo espero continuó el mortificado señor de Vandemont, que me hareis la justicia de creer.....
―Que no estais dispuesto á gastar hospitalidad con personas desconocidas, replicó el rey sonriéndose. Los dias caballerosos han pasado ya. Maldito sean estos hugonotes y sus predicadores. Podemos estarles agradecidos por este cambio, pero no os disculpeis mas, dadnos a probar vuestros pichones de Vandemont, Si es que no teneis cosa mejor en la despensa porque estamos tan hambrientos como sarracenos.
—Señor, replicó el Duque; somos un ramo jóven de la casa de Lorena, es verdad y por consiguiente nos tratamos pobremente como podreis suponer; pero gracias á Dios nuestra despensa esta noche puede proporcionar algo mas que pichones para la refaccion real.
―Os pido perdon! replicó el rey. Hablé en ese sentido solo para tranquilizaros, en caso que hubieseis ya cenado, habiendo ya dado las ocho.
—Nuestra cena se dispuso por motivos domésticos para deshoras mas tarde de lo de costumbre, dijo el Duque con solemnidad, y si no me engaño ya está dispuesta y nos espera.
―Con gusto participaremos de ella esclamó el rey.
Los platos que habian estado preparados para la boda fueron puestos en requisicion para satisfacer el apetito del rey y sus caballeros, todos agradablemente sorprendidos con un banquete que escedia á sus esperanzas, altamente cumplimentaron al Duque y á la Duquesa sobre la abundancia y escelencia de las provisiones.
―Por el alma de S. Luis, vosotros, los nobles de provincia, vivis perfectamente! esclamó el monarca despues de haberle hecho debida justicia á pescado, carne, aves y pasteleria.—Os juro que no he visto banquete como este desde que salí de mi buena ciudad de Paris. Debeis estar muy rico, señor Duque, ó vuestro cocinero no os proporcionará cenas tan esquisitas todas las noches en Vaudemont.
—Señor, replicó el Duque, esta no es la cena diaria, porque la verdad sea dicha, la cena de que habeis participado estaba dispuesta en honor de los desposorios de mi hija mayor, y esta ceremonia vuestra visita real por ahora ha detenido.
—Le debo á la novia mil apologias, replicó el rey, y la única enmienda que puedo ofrecerla es hacer mañana el oficio de padrino, antes de Salir de Vaudemont.
—Vuestra magestad nos concederá un sin igual honor.
―Tambien tengo que suplicar el perdon del novio por el chasco que inocentemente le he causado, observó el rey: os suplico que me lo deis á conocer, mi señor Duque. Por san Denis, esclamó el monarca riéndose cuándo el Duque con mucha formalidad le presentó el Conde de Brienne. Sois algo atrevido Conde, en pretender á una Señora, cuyo padre aparentemente es mas jóven que vos mismo!..... ¿Podemos ver á la novia? La pobre novia se habia aprovechado de la confusion profunda por la visita del rey y se habia retirado con Margarita al santuario de su aposento teniendo pocos deseos de mostrarle á estraños sus pálidas megillas é hinchados ojos.
A las hermanas se unió en breve su doncella Sofia, que con mejillas encendidas y ojos brillantes esclamó
—Virgen santa. Si Supieseis quien ha llegado!
―Quién? Quien? preguntó Margarita. Es mi Joyeuse?
—Sois una adivina, señorita, dijo Sofia: pero, quién creeis ha venido con él?
―Carlos de Saline, prorumpió Luisa en acentos débiles, sin atreverse á espresar lo que deseaba en alta voz.
―No, No Con qué intento había de venir aquí el ingrato Conde despues de haberle dicho que no deseabais volverlo á ver. No, no es él. Es un leal y un real, personage de quien hablo.
―El rey? gritó Margarita á la aventura.
―Si, el rey, el rey señorita, repitió Sofia, y os aconsejaria que os apresuraseis á verlo cuando pase á su dormitorio; quizá no volvereis á ver cosa semejante, porque dicen que es el príncipe mejor mozo del mundo La reina hereje de Inglaterra dicen que muere por él, y tuvo huir de Polonia de noche, porque las señoras polacas decian que no era posible que se separasen de tan hermoso soberano. Mi buena Sofia, qué tonteras estas contando! interrumpió Luisa con impaciencia.
―Serán tonteras si gustais, señorita; y sin embargo, si yo estuviera en vuestro lugar, yo iría en busca de este amable soberano antes de salir del castillo, y le pediria su mediacion para libertaros del odioso casamiento.
―Escelente idea, esclamó Margarita. Vamos, enjúgate tus lágrimas Luisa, y mañana en persona apelarás á la benevolencia del rey.
―Ah!―dijo Sofia.―Las puertas se abren..... Ya sube á su aposento. Las hermanas se apresuraron á ecsaminar el monarca que subia la escalera. «Que buen mozo es!» esclamó Luisa asomándose sobre la balaustrada.
Habia un eco estraordinario en la escalera de Vaudemont, que fué causa de que esta esclamacion llegara á los oidos del rey Enrique quien alzando los ojos, saludó con respeto á las jóvenes que lo miraban con tan evidentes muestras de admiracion. Luisa se retiró á su aposento llena de rubor y confusion.
—¡Dios mio!―¿Como puedo ya presentarme al rey?
―Alcontrario, mucho mas dispuesto estará, (despues de lo que ha oido) á concederte lo que le pides, respondió Margarita.
—La conversacion fué interrumpida por la entrada de la Duquesa de Mercoeur que venia á noticiarle á Luisa el honor que iva á conferirle el rey, dignándose hacer de padrino en su boda con el Conde de Brienne ecsortándola al mismo tiempo para que se condujera de una manera digna y propia de tan importante ocasion. Una mirada, y una seña de Margarita indujeron á Luisa, á recibir este anuncio con paciencia. La Duquesa la elogió por su entrada en la senda de la razon, y le presentó un hermoso aumento á sus alhajas de novia y se retiró.
Margarita, que con el alba se habia levantado y habia tenido una entrevista con su amado Joyeuse, antes de haberse despertado Luisa, se dirigió presurosa á disipar el sueño de su hermana y à ayudará su doncella á hacer resaltar todo lo mas posible los encantos de la persona de Luisa: no equipándola en su costoso y magnifico vestido de boda que tenía preparada para sus desposorios, sino con un sencillo ropage blanco que caia en elegantes pliegues sobre sus graciosas formas, y peinando su lindo cabello rubio en largos risos, sugetólos con un solo aro de perlas al que prendió un sencillo velo blanco. En seguida le entregó una canastilla de flores frescas que habia cogido y arreglado aquella mañana, y la dirigió en busca del rey á la capilla de Nuestra Señora de Vaudemont en los bosques, donde Joyeuse le habia dicho, Enrique pensaba orar aquella mañana a las seis.
Luisa, con el corazon latiéndole con violencia se encontró por fin ante la capilla, pero no atreviéndose á entrar, se sentó en los escalones que conducian á la pequeña iglesia, y cuando el rey salió se levantó, alzó su velo, y doblando una rodilla, con los ojos bajos le ofreció al monarca las flores de su canasto. El rey, encantado con la sencilla y bella apariencia de la jóven escogió una rosa de Provenza, y un ramo de laurel, y colocándolos en su pecho con una mano, con la otra ofreció alzarla del suelo.
—No; replicó la doncella. No puedo levantarme hasta que me hayais concedido el favor que os pido.
—Esplicate, replicó el rey, que al instante reconocio la voz que y habia la noche anterior dado articulacion á palabras tan lisongeras para su vanidad.
—Todo lo que pido, dijo Luisa alzando sus suaves ojos azules hácia al rostro de su soberano, es que me liberteis de una cruel sentencia en la que me han dicho pensais hacer el oficio de verdugo.
—¿De veras? respondió el rey, mis enemigos me dan crédito de ser un gran bárbaro entonces.... pero estais hablando en enigmas, bella doncella; hazme el favor de decirme quien eres, y que es lo que de mí deseas?
―Señor, replicó Luisa, soy huerfana de madre, y mi padre ha sido persuadido por mi cruel madrasta á concederme en casamiento el mas repugnante viejo de toda la Francia, y el sacrificio se hubiera consumado anoche á pesar de mis lágrimas y súplicas si vuestra llegada como la del ángel de mi guarda no lo hubiese evitado.
—Ha, ha, esclamó el rey riéndose—¿con qué vos sois la señorita cuyo banquete de boda tan sin ceremonia devoré?
—Si señor, pero me habeis hecho aun mayor daño, porque me dicen que habeis prometido ser padrino de mi boda.
—Eso he prometido, replicó el rey con gravedad. ¡Oh cielos!.—
—Pero vos no cometereis tal barbarie!..... ah! si supierais como lo detesto.
―Pobre señor! es bien digno de compasion.
—Compasion! esclamó Luisa sorprendida.
—Si, mi dulce Luisa, bien digno de compasion por ser objeto de tu odio.
—¡Ah señor! Os burláis de mi desventura.
―De ninguna manera.... pero quizás esté en mi poder hacértelo mas agradable, supongamos.―¿Si lo hiciese Duque?.....
—Aunque lo hicieseis rey, seria siempre el objeto de mi aversion.
―Pobre Brienne. es muy desgraciado, pero quizás lindisima Luisa has fijado tu cariño en otro? dijo el rey cogiendo ambas manos de la jóven entre las suyas y mirándola con sumo interés.
―No; aborrezco á..... todos los hombres.
―Oh durisima tirana!... pero no me opondré á que te satísfagas permaneciendo siempre soltera, puesto que tan mal me quieres.
—A vos señor!
―Si:—me acabas de decir que aborrecias á todos los hombres.
—Menos á mi rey, interrumpió Luisa.
―Eres muy amable en hacer una escepcion á mi favor.
―Es nuestro deber amar al rey, observó Luisa. No amarlo seria traicion. ―Temo entonces, que haya muchos traidores en Francia, fué la respuesta.
―No me conteis entre ellos señor, os lo suplico, díjo Luisa fijando los ojos en el rostro del rey. Enrique la encontraba muy hechicera y se decidió á continuar un diálogo que tanto le agradaba.
―Vamos; dáme alguna prueba de tu lealtad, dijo.
―En primer lugar siempre reso por vuestra magestad.
―Bien: Pero, ¿desde cuando?
―Desde que murió vuestro hermano el rey Cárlos nueve.
―Vaya!―Tan solo quince dias, dijo el rey. Pero Luisa, preguntó despues de un rato de silencio ¿cuales son tus objeciones al Conde de Brienne?
—Señor, son innumerables, es viejo, feo, tonto, y muy desagradable, y si vuestra magestad en caridad, no encuentra medio de libertarme de su pertinacia no tendré mas remedio que meterme monja, á lo que no tengo vocacíon.
Bien, dijo el rey; encuentro tres medios para conseguir tus deseos.
En primer lugar puedo remover unaantigua ofensa del Conde hácia mi hermano Francisco, y forzando algun tanto la evidencia podrémos mandarlo al cadalso.
―Señor, yo no quiero atentar à su vida.
―¿Quieres entonces queyo interrumpa la ceremonia arrestando á tu cruel padre y mandándolo á la Bastilla?
―Por nada en el mundo.
―Pues entonces no me queda mas que una alternativa. Buscarte un marido mas agradable.
Luisa se deshizo en lágrimas.
―No os he dicho señor, que aborrezco á todos los hombres?
―Creia que harias una escepcion. Observó el rey mirandola fijamente.
―Si; una solamente.
―Mucho me lisongea.
―Pero señor, dijo Luisa, me libertareis del Conde de Brienne?
―¿No he ofrecido cortarle la cabeza á ese fastidioso?
—Todo lo que os pido es que os digneis prohibir el casamiento.
—Lo prometo. ¿Estás satisfecha? Tienes algo mas que pedir?
—Señor sois tan bondadoso que me envalentonais para implararos vuestro favor para hacerse efectuar el casamiento de Joyeuse con mi hermana Margarita.
—Están ambos convenidos?
—Se aman entrañablemente.
―Muy necios son. Y ¿qué obstáculo evita su union?
—La cruel oposicion de su padre, señor.
—Yo me comprometo á obtener su consentimiento.
―¡Que amable es vuestra magestad!
―Y tú muy encantadora; dijo el rey sonriéndose. No tienes tú ningun asunto amoroso en el que pueda servirte de amigo? continuó lanzando sobre ella una mirada penetrante.
—Ninguno, replicó Luisa.
—¿Y no deseas casarte?
—No señor.
—A Dios por ahora: acuérdate que puedes fiarte de mí.
Luisa llevó la mano de su soberano á sus labios, lo saludó y se retiró.
El Duque de Mercoeur temiendo la resistencia de la novia fué él mismo en busca de ella, para conducirla à la presencia real.
Su porte sereno lo sorprendió, habiendo esperado hallarla en una desesperada agonia. Sin embargo, nada dijo, calculando que las nuevas y costosas alhajas que la Duquesa la habia regalado, habia sido el medio de reconciliar á Luisa en su casamiento con el Conde de Brienne. La cogió por la mano y la condujo á la capilla.
—Señor, dijo el Duque de Mercoeur conduciendo á la jóven á los pies de su soberano. Esta doncella es mi hija mayor á quien tengo el honor de presentaros.
—Luisa, haz tu homenaje á su magestad.
—Luisa se hubiera arrodillado y besado la mano del rey pero el monarca la detubo y la saludó en la megilla.
―Sois muy afortunado, mi señor Duque, en ser padre de una hija tan hechicera.
—Esos elogios nos envanecen, dijo el duque. Esta es la doncella á quien os habeis dignado prometer entregar, en calidad de padrino, al Conde de Brienne.
—De veras? esclamó el rey que no habla cesado de mirar á la temblorosa Luisa con la mas viva admiracion: ¿hice yo tan temeraria promesa?
—Bajo la palabra de honor de un noble frances , os aseguro que la hicisteis, señor, dijo el duque de Mercoeur.
—Entonces fue antes de haber visto á la doncella: oh! no se la hubiera prometido á otro! replicó el enamorado monarca.
—¡A otro! replicó el padre con sorpresa: ¿Qué quereis decir, señor?
—No quiero disimular mi pensamiento, porque es muy honroso para exigir ese disimulo, interrumpió el rey.
Luisa de Lorena Vaudemont habla francamente, y dí la verdad: ¿Estás comprometida con el conde de Brienne?
—Ningun compromiso me liga á él ni á ningun otro hombre, fué la contestacion.
—¿Deseas ser su esposa?
—No, no, no, respondió ella con energía.
—¿Cómo es esto, señor duque? preguntó el rey volviéndose con serenidad hácia el duque de Mercoeur.
—Señor, esto es una obstinacion, ya perenne de esta doncella, murmuró el duque. Si vuestra llegada anoche no hubiese interrumpido la ejecucion del casamiento, seria á estas horas esposa del conde de Brienne.
—No se como las jóvenes se casan en las provincias, observó el rey; pero en mi buena ciudad de Paris y en todas partes donde la ley de Dios se obedece, un enlace no puede ser contraido sin el consentimiento de ambas partes, y vuestra hija, segun veo, niega el suyo en esta ocasion.
—Y siempre lo negaré, dijo Luisa.
—Entonces, repuso el rey, prohibo el casamiento.
—Es este vuestro agradecimiento por la hospitalidad que habeis recibido en Vaudemont? ¡Privarme asi de tan honroso yerno como el conde de Brienne!
—Mi señor duque, creo proporcionaros otro en su lugar, cuya alianza, aun vos mismo admitireis, no es menos honrosa.
—Pero, señor.... interrumpió el duque con algun calor.
—No, prosiguió Enrique, aguardad hasta que hayais oido su nombre, y entonces espresaréis vuestra opinion; pero primero deseo un momento de conferencia con la señorita, porque no quisiera instar, antes de oir de sus propios labios que el candidato para un amor que le ofrezco merece su aprobacion.
Dichas estas palabras cogió á Luisa por la mano, y conduciéndola á alguna distancia y de los demas, le dijo en baja voz;
—Luisa de Lorena. ¿deseas ser la esposa del que tiene tu mano entre las suyas?
—0h! mi señor! esclamó la jóven temblando con emocion: ¿cómo puede eso ser?.
—Eso no te lo pregunto, Luisa. Te pido una respuesta sencilla á mi pregunta. ¿Deseas ser mi esposa?
—¿Vuestra esposa, señor? `
—Si, mi reina.
—Oh! ¿cómo puede la pobre Luisa de Lorena sostener ese temible nombre y esa dignidad?
—Basta, basta, dijo el rey. Vamos, señor duque, continuó dirigiéndose al padre de Luisa. ¿Os agradaría tener por yerno á vuestro soberano?
—Vuestra Magestad se burla de mi.
—No, estoy hablando con la mayor formalidad, y yo que podia mandar, os pido vuestro consentimiento para mi casamiento con vuestra hija.
—La sangre de Charlomagno corre por mis venas, señor, y si la haceis esposa vuestra, la haceis igualmente reina.
—Lo será, y dentro de tres semanas, juntos serémos coronados en la catedral de Rheins.
—Os pertenece: es vuestra ya, señor, dijo el duque.
—Mientras, tirad un contrato matrimonial entre Luisa de Lorena y Enrique de Anjou, esclamó el rey; y volviéndose al Conde de Brienne, que se mordia sus bordados guantes, con semblante disgustado y confuso, el monarca alegremente añadió. Lo que es con respecto á vos mi buen conde, no se como resarciros por la pérdida que habeis sufrido.
—Yo lo consolaré dándole mi hija segunda, contestó el duque.
—No os apresureis, mi buen señor, interrumpió el rey. Tengo otra alianza en vista para la hermana de nuestra reina... Serà la esposa de mi pariente Joyeuse.
—Vuestra magestad parece poseer muchos secretos de mi familia, de los que yo estaba en completa ignorancia, observó el duque de Mercoeur.
—Si, replicó el rey, y tambien estoy enterado de algunos de los pasages de la vida pasada del que debia haber sido vuestro yerno, que no me agradeceria los descubriese... No mudeis el color, señor conde; no lo mudeis asi: estamos dispuestos á perdonar vuestros pasados despues, con tal de que vos nos perdoneis la pérdida de tan bella novia.
—Vuestra magestad me ha mostrado mi temeridad en aspirar á llamar mi condesa á la que ahora ofrezco con la debida humildad el homenage que la reina exije de sus súbditos, replicó el conde de Brienne; y con tanto agrado como pudo manifestar, firmó como testigo en los esponsales de su soberano con la linda Luisa de Lorena.
Tres semanas despues el casamiento se efectuó, y Luisa fué esposa de Enrique. El enlace causó alguna sorpresa al principio; pero un rey nuevo, y un rey bien parecido es un ser muy privilegiado en Francia; y la belleza y dulzura de la jóven reina la hicieron objeto del interes general y de una popularidad sin límites con la buena gente de Paris; popularidad que sus virtudes lograron hacer permanente.