Los viajes de Marco Polo/Libro I/Capítulo XLII
CAPITULO XLII.
El año 1187 los Tártaros eligieron un rey á quien llamaron Gengis Kan. Era hombre de singular valentía, de mucho sentido y gran prudencia. Los muchos Tártaros que habitaban esparcidos en várias comarcas lo reconocieron desde luego por señor, y él se manifestó digno de este título. Cuando Gengis Kan se vió á la cabeza de tanta gente, pensó en organizarla y en conquistar la Tierra, y empezando sin dlaciones su empresa, se hizo dueño bien pronto de ocho provincias; trataba bien á los vencidos, y ellos, viendo semejante conducta, se unían a él de muy buena gana para ayudarle en sus conquistas. De este modo allegó ejércitos numerosísimos, tanto que ya no tuvo reparo en manifestar declaradamente su propósito de hacerse dueño del Mundo. En el añoenvió un mensaje al Preste Juan pidiéndole su hija por mujer. El Preste contestó indignado; «Gengis Kan no tiene vergüenza en pedirme mi hija para mujer. ¿No sabe que es siervo y feudatario mio? Volved á él y decidle que ántes mataría á mi hija que dársela por mujer, y que se prepare á morir como desleal su señor.» Además intimó á los embajadores que se retirasen cuanto antes de su presencia y uno volviesen más.
Sabedor el orgulloso Gengis Kan de los baldones que el reste le había dirigido, se encendió tanto en ira que por poco le produjo la muerte; pero volviendo en sí, manifestó á los que le rodeaban que no continuaría reinando sin ántes tomar venganza de todos aquellos insultos. Reuniendo el más numeroso ejército que hasta entonces se había visto, avisó al Preste Juan para que se dispusiera á la defensa: el advertido, no dejó de hacer todolo conveniente para apoderarse de su adversario y concluir con él.
Llegó Gengis Kan á una llanura grande y hermosa llamada Tengua y perteneciente al Preste, y llí puso su campo: el ejé cito que llevaba era innumerable. Su contrario se fué accreando á marehas forzadas y en pocos dias pudo establecer sus reales á veinte millas de los de Gengis Kan. Ya descansadas y dispuestas las tropas de ambos monarcas, el invasor hizo que vinieran ante él astrólogos cristianos y sarracenos, y le preguntó cuál sería el vence lor. Unos y otros practicaron sus operaciones mágicas, pero los sarracenos nada pudieron decirle en cuanto á los cristianos, cogiendo una ca ña la dividieron y poniendo en un pedazo el nombre de Gengis Kan y en otro el de Irste, dijeron á su consultante: «Señor, guardad ambos pedazos: nosotros harémos de modo que, el que li ve el nombre del que ha de ser vencedor, se ponga sobre el otro;» y despues de cantar algunos salmos y hacer algunos hechizos, se vió que el trozo en que estaba el nombre de Gengis Kan se ponía sobre el otro sin que nadie le tocase y á la vista de todos los presentes.
Dos dias duró la batalla, sangrienta y porfiada como ninguna, hasta que la suerte se declaró por Gengis Kan: su adversario cayó muerto. Gengis se hizo dueño de aquellas tierras apoderándose de muchas pro vincias, hasta que á lo último fué herido en la rodilla, de un flechazo, ante el castillo de Cangui, de cuyas resultas murió; cosa digna de ser sentida porque era hombre de gran valer.