Los viajes de Marco Polo/Libro I/Capítulo VIII
CAPITULO VIII.
Debeís saber que el califa de Baldac poseía el mayor tesoro conocido y lo perdió de esta manera. Cuando los señores de los Tártaros comenzaron á dominar, había cuatro hermanos uno de los cuales, llamado Mongú, reinaba en la Sedia. Por entónces, y gracias á su poder, lograron hacerse due- ños del Catay y de otros países vecinos, pero no contentos con esto, pensaron en dominar el Universo mundo, para dividírselo en cuatro partes, y así cada uno tomó la direccion de uno de los puntos cardinales. A. uno de los hermanos, llamado Alau, tocó la parte del Mediodía, y reuniendo un grande ejército empezó la conquista del país, y luégo se acercó en 1250 á Baldac con objeto de tomarla, pero por astucia más que por armas, porque era ciudad muy bien fortificada y guarnecida. Poniendo parte de su gente oculta á un lado de la ciudad y en un bosque próximo otra parte, se acercó con la restante hasta las murallas. El califa, creyendo que sus enemigos eran pocos y confiando en Mahoma, hizo una salida pensando destruirlos, y entónces Alau se arrojó sobre él con todo su ejército y lo derrotó y prendió: entrando despues en la ciudad, la puso á saco y encontró en ella una torre llena de oro. Alau, en una conferencia que tuvo con el califa, lo reprendió porque en vista de la guerra no había confiado aquel tesoro á soldados que lo pudieran defender, y dispuso que el califa fuese encerrado en dicha torre sin ningun alimento: de este modo el pobre vencido murió de hambre en medio de sus riquezas. Yo creo que N. S. Jesucristo vengó de este modo las ofensas que sus fieles cristianos habian recibido del califa, porque habiendo éste formado el propósito de convertirlos á la fe mahometana, ó de lo contrario hacerlos morir, consultó á los sabios del reino y encontraron que había un lugar en el Evangelio donde se consignaba: que si algun cristiano tuviera, á lo menos, tanta fe como representa un grano de mos taza, haría mover los montes, y no creyendo posible que ni áun esta cantidad tuvieran, mandó llamar á todos los cristianos nestorianos y jacobitas que residian en Baldae, y preguntóles si era verdad cuanto decía el Evangelio, á lo que respondieron que sí. Entónces les hizo presente que, de no ser cierto, los tendría por réprobos é inicuos, y en su consecuencia les dió diez dias de plazo para que movieran los montes con ayuda de su Dios, ó que se convirtieran á la ley de Mahoma en el caso opuesto si querian salvar las vidas. Al oir tal proposicion, los cristianos se turbaron grandemente, pero confiando en el Divino Redentor, determinaron rogarle de todas veras en comun, y así pasaron ocho dias en continuos rezos y derramando abundantes lágrimas, hasta que á su santo obispo le fué revelado, en sueños, que buscasen á un zapatero (cuyo nombre no se sabe) tuerto, y que éste sería el encargado de mover los montes. Encontrado el zapatero, éste quiso por modestia excusarse de tan delicada mision; pero vencido por las súplicas de sus correligionarios, accedió. Era hombre de excelente vida y costumbres y muy observador de todas las prácticas religiosas. Habiendo entrado en su tienda, años atras una hermosa jóven para comprar calzado, como para probárselo tuviera que alzarse un poco los vestidos y enseñar la pierna, el zapatero se sintió acometido de pensamientos deshonestos; mas reponiéndose al instante despidió á la jóveny acordándose de la máxima del Evangelio que dice: más vale ir con un ojo al Paraíso que con dos al Infierno, se saltó el derecho con uno de los trebejos del oficio. Ya en el dia señalado, y despues de oir misa con mucha devocion, se dirigieron hácia la llanuradonde estaba el monte, llevando ante sí una Santa Cruz. El califa, que no esperaba nada de todo aquello, los siguió con multitud de gentes para destruirlos; mas el zapatero, clevando las manos al cielo y haciendo otras fervorosas demostraciones de piedad, pidió á Dios que ayudase á su pueblo en corroboracion de la fe cristiana, y despues de concluida la oracion mandó á la montaña en nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo que se moviera, y la montaña empezó á moverse con grande ruido y estupefaccion del califa y sus secuaces, de los cuales muchos se hicieron cristianos, y áun el mismo califa confesó secretamente que lo era; lo cierto es que al morir se le encontró una cruz debajo de los vestidos, y esto fué causa de que no se le enterrase con sus progenitores: desde entónces los nestorianos y jacobitas celebran solemnemente el aniversario de aquel dia y ayunan la víspera.