Los tres durazneros
¡Qué hermosura! gritaron una mañana de agosto todos los árboles de una huerta al ver cubierto de flores a un duraznero precoz.
Otros dos durazneros estaban allí también, pero sin flores todavía; y creyendo el peral que por envidia no aplaudían, se lo reprochó.
-¿Cómo quiere usted que celebremos la desgracia de este desdichado? -contestaron ellos.
Y efectivamente, pocos días después vino una helada que hizo caer al suelo, quemadas, todas las frutitas apenas cuajadas.
Otro de los durazneros floreció entonces y se apuró a dar en la fuerza del verano una enorme cantidad de frutas, pero pequeñas, comunes y de poco valor por su misma abundancia.
El último esperó para florecer que el sol fuera más fuerte y dejó que durante todo el verano creciesen sus frutas, almacenando despacio en ellas todo el calor posible para ostentar en el otoño la admirable cosecha de sus hermosas frutas, grandes, sabrosas y bien sazonadas.
La precocidad es siempre peligrosa.