Los sucesos de París y «La Internacional»
Cuando las generaciones venideras estudien con calma la historia del periodo revolucionario por que están pasando las naciones de Europa, sin duda alguna que una de las cosas que han de causarles más admiracion es la sorpresa con que ciertas gentes contemplan las terroríficas manifestaciones de socialismo que se producen de tiempo en tiempo en la sociedad moderna.
Si Dios concede á nuestros descendientes dias más venturosos y tranquilos que los nuestros en que la razon se vea libre del influjo de las pasiones que hoy la dominan, al estudiar la historia de nuestros dias, encontrarán demostrado que los hechos tienen su encadenamiento lógico, y que no hay uno sólo de los que afectan al estado social que no baya podido preverse sin gran esfuerzo por los hombres medianamente pensadores.
Cuando ellos vean con la claridad que permite el desapasionamiento que á pretesto de corregir abusos, introducir reformas políticas y mejorar la condicion de los pueblos, los presuntos reformadores han emprendido una cruzada contra todo principio de autoridad en el órden político y en el órden religioso; cuando vean que el trabajo de la revolucion ha tenido, por principal objeto emancipar á los pueblos de la servidumbre de la Iglesia primero, del yugo de toda religion positiva despues, y por último, borrar la idea de Dios, ellos se darán razon completa de las grandes convulsiones sociales de nuestros dias. Lo que les costará trabajo comprender es la estúpida ceguedad de los que sientan premisas y se admiran de las consecuencias, de los que arrojan la piedra y se pasman de que la piedra caiga.
Tras del reinado escéptico é impío de Luis Felipe, tras de aquella desmoralizacion general y aquel materialismo grosero que relejaba todo vinculo moral y ocupaba por entero el corazon de casi todas las clases de la sociedad sin dar cabida á Dios, la explosion del socialismo en las calles de París en las memorables jornadas de 1848 debe aparecer á los ojos del espíritu ménos reflexivo como un fenómeno, terrible, sí, pero casi natural, perfectamente lógico. Un pueblo apartado de Dios, un pueblo pervertido es semejante á una casa de Orates, en que solo por el miedo al loquero se mantienen sumisos los infelices encerrados en ella. En el momento en que el loquero desaparece ó se descuida en ir provisto de los medios que debe tener siempre á mano para mantener en órden material á los que no pueden entrar en razon, la casa se convierte en un infierno.
Tras el reinado de Luis Felipe vino en Francia el imperio da Napoleon. La parte sana del pueblo francés esperaba y desbaba que este hombre, que llegó á ser dueño de los destinos de la nacion vecina, aplicase con firmeza los remedios radicales que el mal exigía. Hacia falta restablecer en Francia la verdadera autoridad, es decir, el imperio de la fuerza moral que solo puede existir en una sociedad rectamente dirigida; pero Luis Bonaparte cayó en el grandísimo error de poner más confianza en la fuerza material. Si al principio quiso mostrarse reparador y dar algunas señales de proteger los derechos de la Iglesia, pronto tuvo miedo de seguir el camino emprendido. Creyó de más eficacia los medios materiales que los morales para sostenerse en el trono, y en lugar de pensar en la reforma de la sociedad que regia, pensó primeramente en reformar estratégícamente la ciudad de París, y se rodeó de bayonetas; y cuando le pareció que las jornadas de 1848 no podían reproducirse y que las barricadas eran imposibles, todavía para mayor seguridad púsose al frente de la revolucion. Los derechos de la Iglesia eran cercenados; pero en cambio, la impiedad era libre, las sectas anticatólicas y anti-sociales tenian una existencia legal, y los altos dignatarios del Estado hacían público alarde de ocupar un puesto importante en la masonería, mientras el Gobierno ponia trabas á las asociaciones de caridad y perseguía á los Prelados de la Iglesia. El imperio, orgulloso con su fuerza material, daba rienda suelta á la impiedad y á todos los vicios. París era un lugar de perpétua orgía.
Completamente ciego debía estar quien no viese cómo se iban nivelando la fuerza material del imperio y la fuerza de la demagogia, alimentada por el imperio mismo. En los dos últimos años del reinado de Napoleon empezó á generalizarse la creencia de que París y Francia entera estaban muy expuestos á un cataclismo social. Ya nadie se atrevía á confiar en los grandes cuarteles fortificados de París, ni en las galerías subterráneas, ni en el ensanche de las calles y otras medidas estratégicas adoptadas por el imperio; sobre todo no se tenia ya confianza en el ejército, después que se vió á muchos regimientos votar en contra de Napoleon en el último plebiscito. El imperio, lejos de reformar la sociedad de que se hizo cargo hace veinte años, la desmoralizó muchísimo más de lo que estaba y es seguro que si la guerra no hubiese precipitado la caida de Napoleon, andando el tiempo este hubiera sido víctima de la revolucion á que tanto ha favorecido. Los sucesos de estos dias en París se hubieran retrasado años tal vez; pero eran inevitables. Tarde ó temprano la muchedumbre de París, corrompida, apartada de Dios, emancipada de todo vínculo moral y organizada y excitada por las sectas, habia de probar nuevamente sus fuerzas para hacer triunfar los principios socialistas que se le han enseñado.
Esos cien mil ó más socialistas ó comunistas de París, no hacen más que aplicar rigorosamente al órden civil los principios que algunos querían limitar, segun su conveniencia, al órden religioso y al órden politico. «¿No hay dogmas en religion, no hay principios de justicia snperiores al hombre en política? Pues no hay razon para no aplicar esa doctrina al orden civil, gritan los demagogos. ¡Abajo el derecho de propiedad! ¡Abajo la herencia! ¡Guerra al capital! ¡Guerra á los ricos! ¡Viva la emancipacion social!»
El nuevo ensayo de los socialistas parisienses, dura esta vez más que el de 1848. No pasará de ensayo, aunque dure algunos ó muchos dias más, porque si la situacion de París se consolidase, la sociedad del pueblo vecino desapareceria, y á Dios gracias no creemos que haya llegado aún ese caso; pero piensen los gobiernos en los progresos que va haciendo el liberalismo en las clases ménos pudientes y más numerosas por consiguiente. El liberalismo, sí; porque el socialismo no es en suma otra cosa que un eslabon de la cadena que forma la doctrina liberal rectamente entendida.
¡Ojalá que los sucesos de Francia sirvan de saludable ejemplo á cuantos directa ó indirectamente prestan sus apoyo á las ideas liberales! ¡Ojalá que la leccion no sea perdida para España!
Hace muchos años que un escritor y orador ilustre decia que España por especiales circunstancias era uno de los pueblos que empujados por el liberalismo corrian más peligro de sentir los terribles efectos de las ideas socialistas. Muchos se rieron entonces de esa afirmacion. Pues bien; recuérdese la historia de la revolucion española en estos dos años, y párese la atencion en el incremento que ciertas asociaciones han tomado.
La masonería que ha vivido oculta en España hasta el triunfo de la insurreccion de Cádiz, existe ya públicamente. Los signos masónicos se ostentan sin rebozo por los afiliados, y sirven de membrete para ciertas hojas que se reparten con profusion. De la masonería es hija la sociedad titulada La Internacional, que marca sus impresos y comunicaciones manuscritas con la escuadra y el triángulo; y lo que quiere esa sociedad que se llama de obreros, lo sabemos ya. Aunque expresadas con alguna nebulosidad, sus aspiraciones no son dudosas para nadie que sepa la parte importantísima que La Internacional, extendida por toda Europa, tiene en los sucesos de París.
«Emancipacion social», es la fórmula de los insurrectos de París. Emancipacion social pide tambien La Internacional de la «region española.»
Fuente
editar- El Pensamiento Español (12 de abril de 1871): «Los sucesos de París y «La Internacional». Página 2.