Los relojes del soldado
Dieron alojamiento
a un tunante sargento
en la casa de cierta labradora,
viuda, joven, con humos de señora,
cuyo genio intratable
en breve con su huésped se hizo amable,
habiendo reparado
que era rollizo, sano y bien formado;
tanto, que dijo para su capote:
-¡ Vaya! Tendrá un bellísimo virote.
Al tiempo que cenaron,
mil pullas a los dos se les soltaron,
y después el sargento
dijo: -Patrona mía, lo que siento
es que mi compañía
marcha al romper el día,
por lo cual tendré que irme tempranito,
y quizá no habrá en este lugarcito
un reloj de campana
que se oigan dar las tres por la mañana.
-Aunque no haya ninguno,
la viuda respondió, yo tengo uno
en mi corral guardado,
que es más fijo que el sol por lo arreglado:
mi gallo, que no atrasa ni adelanta,
porque a la aurora sin falencia canta.
-Yo también, respondiola prontamente
el sargento, un reloj conmigo tengo
que, cuando está corriente,
todas las horas da que le prevengo;
pero para arreglarle
es preciso las péndolas colgarle,
dándolas movimiento
mientras que el minutero toma asiento,
que, en teniéndolas a gusto,
apunta bien y da las horas justo;
mas yo, solo y cansado,
no le puedo poner en tal estado.
-Lo hará el señor sargento con mi ayuda,
le dijo la viuda.
-Tanto mejor, exclama
el tunantón; pero será en la cama.
Y no lo dijo en vano,
que, tomándola luego de la mano,
al lecho la conduce y,
halagándola, pronto la reduce
a que en forma se ponga:
el minutero mete,
las péndolas le cuelga y arremete
tan firme a la patrona a troche y moche,
que dio todas las horas de la noche.
Gustosa la viuda, aunque cansada,
vino a dormirse hacia la madrugada,
y también el sargento, sin cuidado,
en el gallo fiado,
cogió el sueño, contento
de la repetición del movimiento.
Y bien entrado el día,
le despertó la prisa que tenía
de marcharse temprano,
porque no cantó el gallo, o cantó en vano;
y viendo que ya había falta hecho,
al corral fue derecho,
pilló al pobre reloj de carne y pluma,
y con presteza suma
el pescuezo torciole
y en el morral, colérico metiole.
Queriendo antes de irse
de su amable patrona despedirse,
volvió a entrar en la alcoba
y encontró a la muy boba
destapada y despierta;
conque cerró la puerta
y, montándola presto,
le dijo: -Mi reloj se ha descompuesto
otra vez y, antes de irme en tal estado,
quiero que me lo pongas arreglado.
La dócil labradora
lo arregló y le hizo dar la última hora;
y él, de la compostura agradecido,
tomó la puerta habiendo concluido;
mas ya en la calle, díjola en voz alta:
-Si su reloj, patrona, le hace falta,
no se la dé cuidado,
porque andaba también algo atrasado,
y yo para ponerlo como nuevo,
en mi morral a componer lo llevo.