Los pozos del Rey y compañia

Los pozos del Rey y compañia
de Isidoro de María


En figurillas debieron verse los primeros pobladores de San Felipe y Santiago para poder proveerse de agua potable, especialmente en la estación del verano, cuando ni charcos había donde tomarla. Tenían un gran río a sus pies, el descubierto por Solís, pero era salado en estas alturas. Más afortunados fueron en esa parte, los primitivos pobladores de Buenos Aires, porque les tocó el agua dulce del río en la opuesta margen.

Como se manejó aquella buena gente en los primeros tiempos para no morir de sed, no lo sabemos; pero imaginarse puede uno las necesidades de agua potable porque pasarían, cuando el cielo cerraba sus cataratas. En fuerza de la necesidad, el comandante del partido mandó abrir un pozo que se llamó del Rey dentro del trazo delineado de la población, para proveerse de agua. Abrióse en una altura al norte de la Plaza, en un solar que había quedado sin repartir, pero se encontraron con agua salobre. Paciencia, se dirían, pero salobre o no, sirviéronse de ella los vecinos del lugar, que componían ya unas 50 familias.

Sosa Mascareño, uno de los pobladores, natural de Chile, puso los puntos mejor a la cosa. Fuera del muro de piedra seca levantado entonces al este de la población con salida al campo por el portón que por razón de antigüedad, le quedó el nombre de Portón Viejo, se resolvió a abrir un pozo en el bajo, al norte, llamado los Manantiales, por donde pasaba una cañadita, y allí encontró agua potable, con gran contento sin duda de sus convecinos. Desde entonces el pozo de Mascareño fue el surtidero de agua dulce del vecindario "sacándole la oreja al salobre del Pozo del Rey".

Sucesivamente se abrieron dos fuentes más de aguada pública al este, y como por la línea trazada para la fortificación venían a quedar fuera de ella, represento el Cabildo el año 42 para que no se llevase a efecto la delineación proyectada. Así se hizo, pero las tales fuentes se cuidaban tan mal, que pronto hubo que proveer a su reparo, ordenando al Síndico procurador que se hiciese a prorrateo entre los vecinos.

Allá por los años 60 y tantos se presupuestaron dos fuentes más en la ciudad, y se crearon los Pozos del Rey, manantiales de buena agua, "en la planicie que hacían los médanos cerca de la playa, en donde hacían aguada las embarcaciones y se surtía la ciudad, desaguando por ese bajo una pequeña cañada que venía del N.E., que se llamó arroyo de la Aguada" (Oyarvide).

De aquí quedóle el nombre de la Aguada a ese paraje, por venir a hacerla en los referidos pozos las lanchas de las embarcaciones surtas en el puerto. Los tales pozos venían a quedar situados en la dirección de las actuales calles del Ibicuy y Queguay al oeste del gran peñón que se hallaba al este de la primera y que subsistió hasta ahora treinta y tantos años. Allí venía el marineraje con sus pipas y barriles a hacer su aguada, quedando las lanchas a más o menos distancia de los pozos, por lo bajo de la playa, operación que siguió en practica hasta ahora unos 50 años.

Por de contado, los pobres marineros a calzón remangado se metían en el agua trayendo los cascos para el lleno hasta los pozos, y retornándolos del mismo modo a la embarcación con un trabajo del diablo. En el verano, baño más o menos sería para ellos una jarana: pero en invierno y cuando se le antojaba al Plata hinchar el lomo", dijera algún paisano, la cosa era seria.

Como no sería, cuando el brigadier de la Real Armada, Bustamante y Guerra, encareciendo al Cabildo la necesidad de traer el agua del Buceo por cañerías a esta ciudad, decía en sus razonamientos al comienzo de este siglo: "Por estas poderosas razones y por otra que reclama la humanidad contra el bárbaro modo con que las marinerias de las estaciones hacen la aguada, aun en la cruda estación del invierno, cuando los vientos del Polo y del pampero, de una frialdad aguada y penetrante capaz de helar a los hombres, o "cuando menos de causarles las enfermedades que de esto se les originen, por meterse en el agua "para arrastrar las pipas a las lanchas, debe pensarse algún día eficazmente en la conducción de "las aguas del Buceo a este pueblo, haciendo en "el Cordón un espacioso lavadero, y formando "desde aquel sitio otro conducto o ramal por donde se dirigiese el agua al cubo del norte, para que hiciesen la aguada en aquel paraje los comandantes de las embarcaciones".

Por traer a colación la buena idea del gobernador Bustamante y Guerra, que no se realizó, surgida en vista del modo como se hacía la aguada para los buques desde 50 años atrás, íbamos dejando una laguna mas grande que la del Buceo, entre los Pozos del Rey del siglo pasado y el pensamiento del jefe de la Real Armada, a principios del presente. Volvamos a tomar el hilo de la narración interrumpida. Gobernando don Joaquín Viana, que por más señas desempeñó la gobernación por 18 años, y aún fue reelegido por bueno, acostumbraba dar sus paseos a caballo al Cerro, acompañado algunas veces de su señora, que según la tradición, era una apuesta amazona de buena pasta, que gustaba cabalgar por la playa, y tan animosa, que era la primera en pasar la barra de Cuello (que sí se llamaba el arroyo Pantanoso) aunque fuese con el agua hasta el estribo. Contaban los viejos de la época que llevaba vestido corto, pero extremadamente ancho, a semejanza de la Infanta de Velázquez, del siglo XVI; y debía ser así, porque en aquel tiempo no estaba en uso el vestido largo de montar; y eso que las señoras no usaban calzón, con peligro de que Eolo les jugase alguna de las suyas.

El gobernador, que cada vez que se disponía a ir al Cerro a ver como iba la obra de la fortaleza, mandaba ensillar y desensillar el caballo de su silla, tres o cuatro días, sin emprender la partida resueltamente, el día que lo verificaba lo hacía a la buena de Dios que es grande, excusando hasta a la guardia del Portón los honores de ordenanza. Su excursión la efectuaba por la playa, deteniéndose a conversar sin ceremonia con los marineros que hacían la aguada en los Pozos del Rey, regalándoles alguna monedilla de plata, como que entonces no corría cobre. Cuando le acompañaba la amazona, ésta no se quedaba atrás en eso de dirigir palabras bondadosas al paso a la marinería, y cuando notaba mutismo les decía. ¡Qué! No me dicen nada. ...díganme aunque sea Maríscala" Y seguían su camino por aquella playa de Dios, que daría gusto. Hasta entonces aquellos pozos de buena agua, eran el surtidero de las embarcaciones y de los vecinos más cercanos, que allá iban con sus cántaros y botijas en busca "del líquido elemento".

Poco a poco fueron construyéndose otros pozos o fuentes dentro de los muros, y al sur fuera de ellos. Uno al oeste del fuerte de San José, frente a las casas de Diago, otro en el Baño de los Padres, otro en el Cuartel de Dragones, los llamados de Policía fuera del Portón Nuevo; la fuente abovedada contigua a la Aduana Vieja, que llamaban de Toribio, por hallarse la entrada que conducía a ella en un largo zaguán al lado de la casa de éste.[1]

. y otra bajo bóveda al costado sur de la Ciudadela fuera de murallas. La misma que subsiste después de un siglo, oculta a las miradas del vulgo, al costado oeste del teatro Salís, a espalda de los edificios que la cubren, en esa cuadra de la calle del Cerro, y que conocen perfectamente los bomberos del gran teatro; y por fin, la fuente de Elío, en el arroyito fuera del Portón.

Salobre o no, pesada o liviana, el agua de esos pozos o fuentes manantiales, sirvió para tantos usos de la vida, mientras no se obtuvo otra de mejor calidad, y entraron en juego los Aguateros, a tres y cuatro canecas por medio real, de los pozos del arenal, que se extendía desde la quinta de las Albahacas hasta inmediaciones de lo de Sobera que, entre paréntesis, era una subida o repecho de mi flor, para cuyo terraplén o relleno hecho ahora 29 años, necesitóse la friolera de 21,455 pies cúbicos, importando toda la obra 6,600 pesos, incluso las paredes a los costados. Juzgue el lector cómo sería la mentada barranca de lo de Sobera.


Referencias

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  1. Esta fuente fue de propiedad pública desde el tiempo de los españoles, y como tal corrió con ella la Junta E. Administrativa hasta el año 1861, en que se desenterró una resolución del año 42, por la cual se reconocía que el terreno en que se hallaba construida pertenecía a un don Luis Antonio Castro, y como consecuencia, la fuente, pero con la obligación de dar al vecindario el agua necesaria para el consumo doméstico.