Los ombúes de doña Mercedes 1804 - 1825
A una legua justa de distancia de la ciudad descollaban dos grandes ombúes, conocidos por de doña Mercedes, que servían desde el tiempo del rey, como de Marco oficial de la legua.[1] Llamaban a ese paraje el Cardal, porque en efecto existía uno de inmensas proporciones en aquel despoblado, donde no había más casa que la de doña Mercedes, esposa en primeras nupcias de don José Antuña, un buen español, cuyo trágico fin, como tal, ya lo sabrán los lectores. Tuvo por vecindad a principios del siglo una casucha, que allá por el año 4, sirvió de escuelita de Argerich.
Doña Mercedes era una criolla varonil, de buena pasta, hacendosa, matera como la mejor, que tenía delirio con los ombúes, pues aunque primos hermanos de tantos otros tan frondosos como aquellos que se alzaban en lo de Seco, Masini, Oficial Real, Árraga, Grajales, etc., tenían, como ninguno, el mérito de servir de marco oficial de la legua. De eso hacía gala doña Mercedes, a cuya sombra se había criado.
Su primer marido, porque ha de saberse que fue casada tres veces, con Antuña, Tajes[2] y Arévalo, se hallaba el año 7 en la plaza cuando el asalto de los ingleses, en que quedó prisionero y contuso. En esa condición lo embarcaron los ingleses con otros prisioneros para mandarlos a Inglaterra. Al subir al buque vio desde él la bandera inglesa flameando en la Ciudadela, y fue tal la impresión que le causó que exclamó: "¡Mis hijos en poder de los ingleses!", y cayó redondo sin vida.
Cuando la triste nueva llegó a oídos de doña Mercedes, que había quedado en el Cardal, ya puede uno figurarse la aflicción de la pobre señora.
No abandonó su hogar al pie de los ombúes, y con el alma dolorida, vio pasar por su camino fuerzas anglicanas que se dirigían a la Chacarita de los Padres.
Firme allí como una roca, pasó los años a la sombra de los añosos ombúes, casándose en segundas y terceras nupcias.
Los ombúes de doña Mercedes. ¿Quién no los conocía por aquellos parajes, en que fueron por tantos años testigos mudos de tantas cosas, de tantas peripecias políticas, resistiendo a la acción de los tiempos, como guardianes del cardal de sabrosos tallos, y guías para los viandantes que se dirigían a lo de Pacheco Medina, a lo de don Luis Sierra, a Maroñas o a la Chacarita?
Erguidos los encontró el año 25, cuando la guerra con el Brasil, y a doña Mercedes en su modesto hogar al pie de ellos, mateando como buena criolla, y convidando, franca y bonachona, con un cimarrón a los patriotas en armas de la línea sitiadora, que, desprendidos de Maroñas y de la guardia avanzada de la cuchilla frente a lo de Pacheco Medina, se venían hasta lo de doña Mercedes a platicar de la patria, hacerse de algunos avíos que les proporcionaba como buena patricia, y a tomar un mate de a caballo, cebado por su mano, con el ojo alerta a los portugueses del reducto en lo de Piñeirúa, que tenían su guardia avanzada en la esquinita del Molino de viento de don Manuel Ocampo.
Paisanos, solía decirles, apéensen no más, a matear bajo los ombúes, mientras les preparo una fritanga, que yo mandaré un muchacho de vichiador para que avise si salen los portugueses.
Y como decía lo hacía; y ¡cuántas veces Marcelino Pérez, Juan Carballo, Martín Aguirre, Miguel Aguilera (a) el Diablito, Gregorio de la Peña y otros bizarros oficiales del N° 9, no saborearon así las fritangas preparadas por la patriota doña Mercedes; la de los célebres ombúes de que dimos fe desde aquella época, y que aún se conservan, después de un siglo!