​Los naranjos​ (1897) de Ignacio Manuel Altamirano

Perdiéronse las neblinas

en los picos de la sierra,

y el sol derrama en la tierra

su torrente abrasador:

y se derriten las perlas

del argentado rocío

en las adelfas del río

y en los naranjos en flor.

Del mamey el duro tronco

picotea el carpintero,

y en el frondoso manguero

canta su amor el turpial;

y buscan miel las abejas

en las pinas olorosas,

y pueblan las mariposas

el florido cafetal.

Deja el baño, amada mía,

sal de la onda bullidora;

desde que alumbró la aurora

jugueteas loca allí.

¿Acaso el genio que habita

de ese río en los cristales

te brinda delicias tales

que lo prefieres á mí?

¡Ingrata! ¿Por qué riendo

te apartas de la ribera?

Ven pronto, que ya te espera

palpitando el corazón.

¿No ves que todo se agita,

todo despierta y florece?

¿No ves que todo enardece

mi deseo y mi pasión?

En los verdes tamarindos

se requiebran las palomas,

y en el nardo los aromas

á beber las brisas van.

¿Tu corazón, por ventura,

esa sed de amor no siente,

que así se muestra inclemente

á mi dulce y tierno afán?

¡Ah, no! Perdona, bien mío;

cedes al fin á mi ruego,

y de la pasión el fuego

miro en tus ojos lucir.

Ven, que tu amor, virgen bella,

néctar es para mi alma;

sin él, que mi pena calma,

¿cómo pudiera vivir?

Ven y estréchame, no apartes

ya tus brazos de mi cuello,

no ocultes el rostro bello,

tímida huyendo de mí.

Oprímanse nuestros labios

en un beso eterno, ardiente,

y transcurran dulcemente

lentas las horas así.

En los verdes tamarindos

enmudecen las palomas;

en los nardos no hay aromas

para los ambientes ya.

Tú languideces; tus ojos

ha cerrado la fatiga,

y tu seno, dulce amiga,

estremeciéndose está.

En la ribera del río

todo se agosta y desmaya,

las adelfas de la playa

se adormecen de calor.

Voy el reposo á brindarte

de trébol en esta alfombra,

á la perfumada sombra

de los naranjos en flor.