Los milagros del padre Racimo
En la librería del convento franciscano de Lima tuve, en 1884, oportunidad para leer un manuscrito de 21 folios con el siguiente título: — Carta que escribió el P. Fr, Jitan García Bacimo y religioso descalzo y procurador general de la orden de N. P. San Francisco en Filipinas.
De buena gana habría sacado copia íntegra del curioso manuscrito, que ha desaparecido ya de la librería; pero tuve que limitarme á hacer un extracto de los principales milagros que el autor consigna. Discurriendo, años más tarde, en Madrid, con un entendido bibliófilo, me aseguró éste que la carta del padre Racimo se había impreso, en España, por los años de 1670 a 1674
Sin comentarios, va el extracto de todo lo que, como maravilloso, relata en su carta el padre Racimo.
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Dice el buen franciscana que en 1667, hallándose en una gran ciudad de la China, fue testigo de que durante tres horas cayó lluvia de ceniza, y de que en el cielo se vieron una columna, una mitra y un azote formados por las estrellas.
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En el convento de Santo Domingo de Manila, estando un religioso en el coro vio entrar á nuestro padre san Francisco en la capilla mayor, el cual, por señas, le ordenó que se retirase á los claustros. Un minuto después de salido éste, se derrumbó el coro.
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Habiéndose un caimán comido el costado derecho de un indio; llevaron, en la noche, el cadáver á la iglesia para darle sepultura, y el obispo dispuso que hasta el día siguiente se dejase al pie de la imagen de san Francisco. Por la mañana hallaron el cuerpo íntegro, sin faltarle lo devorado por el caimán, y lo enterraron.
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Doce mil chinos fueron á demoler y quemar el convento de san Diego; pero no lo toleró el santo, porque, a cordonazos, arrojó á los enemigos en el río, donde se ahogaron muchos,pereciendo los restantes á manos de la guarnición española.
¡Valientazo el san Diego!
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Una escuadra holandesa de doce navios comenzó á batir la fortaleza de Cavite, junto á la cual se alzaban la iglesia y el convento de san Diego. Apareció en la torre una señora (María Santísima) vestida de blanco, que cogía las balas en el aire y las devolvía sobre los buques con mayor fuerza que las lanzadas por los cañones, forzando á los buques a retirarse con averías.
iQue lástima que el milagrito no se haya repetido en nuestros días! Verdad que ya no hay milagros. Hoy ni el padre Racimo creería en ellos.