Los ladrones de Londres/Capítulo XXXIV

RESULTADO POCO SATISFACTORIO DE LA AVENTURA DE OLIVERIO ENTREVISTA DE ALGUNA IMPORTANCIA ENTRE ENRIQUE MAYLIE Y LA SEÑORITA ROSA.

CUANDO los comensales de la casa atraidos por los gritos de Oliverio llegaron apresuradamente al jardin, encontraron, á ese pobre niño pálido y azorado señalando con el dedo el prado, al detrás de la cerca y pudiendo apenas articular estas palabras.

—El judío! el judío!

Giles no podia comprender lo que esto significaba, pero Enrique Maylie á quien su madre había contado la historia de Oliverio estuvo pronto al caso.

—¿Qué camino ha tomado? —preguntó armándose de un buen garrote que estaba en un rincon.

—Por allí! —contestó Oliverio señalando con el dedo la direccion que habían tomado los dos hombres. Los he perdido de vista en un momento.

—Entonces están en el barranco. Seguidme tan de cerca como podais. Dicho esto, saltó la cerca y corrió con tal prisa que los demás tuvieron trabajo en seguir sus pasos.

Giles andó cuanto pudo. Oliverio hizo lo mismo; y Mr. Losberne, que había ido á dar un paseo por los campos, habiendo regresado en esta circunstancia, saltó la cerca como los otros tres y enderezándose con mas ligereza de la que podia creerse en él, les siguió muy de cerca llamándoles todo el camino para saber la causa de su escursion.

Así corrieron, sin tomar aliento hasta el angulo de un campo indicado por Oliverio. Entonces Enrique Maylie que había llegado el primero, se puso á inspeccionar el barranco y la cerca. En este tiempo se le reunieron los demás y Oliverio pudo esplicar á Mr. Losberne el motivo de esta persecucion.

Sus pesquisas fueron inútiles; no descubrieron mas que las huellas de los pasos de los dos fugitivos. En este momento se hallaban en la cima de una colina que dominaba la llanura, en un rádio de tres ó cuatro millas. La aldea estaba en el fondo á la derecha; pero suponiendo que los dos hombres hubiesen tratado de refugiarse en ella, tenian necesidad de hacer en rasa campiña un circuito que no les era posible recorrer en tan poco tiempo. Es verdad que un bosquecillo rodeaba la pradera en otra direccion pero no habían podido llegar á él por la misma razon.

—Oliverio de seguro habeis soñado! dijo Enrique Maylie tomando á parte á Oliverio.

—Oh! no seguramente Caballero! —replicó Oliverio á quien el recuerdo del asqueroso viejo hizo estremecer involuntariamente —Los he visto demasiado bien... Los he visto á ambos como os veo á vos ahora.

—¿Quién era el otro? —preguntaron á un tiempo el jóven y Mr. Losberne.

—Aquel de quien os he dicho me trató tan bruscamente á la puerta de la posada —dijo Oliverio —Nos hemos mirado uno á otro con harta fijeza paraque pueda engañarme... Juraria que es él.

—Estais seguro de que se han escapado por este lado? preguntó Enrique.

—Estoy tan seguro como es la verdad que estaban frente mi ventana —replicó Oliverio señalando con el dedo la cerca que separaba el jardin y la pradera. El mas alto ha saltado en ese mismo sitio y el judío ha pasado por ese agujero que veis á la derecha.

Enrique Maylie y Mr. Losberne se miraron y parecieron satisfechos de las respuestas de Oliverio. Sin embargo ningun indicio de personas que huyen precipitadamente, se ofreció á su vista: la yerba alta no... estaba pisoteada en ninguna parte escepto en los sitios que ellos mismos habían recorrido, los bordes del barranco eran todo barro, pero en ningun punto ese barro llevaba la marca de zapatos de hombre.

—Cosa estraña! —dijo Enrique.

—Estraña! —repitió el doctor —y tanto que los mismos Blathers y Duff perderian la brújula.

Apesar del resultado nulo de sus pesquisas, no renunciaron á ellas hasta que la noche que se le venia encima las hizo del todo infructuosas; y esto aun con sentimiento. Giles provisto de las señas de los dos hombres, fué enviado á las tabernas del pueblo en que pudieran estar con el objeto de beber ó divertirse; pero no trajo ninguna nueva capaz de aclarar ó disipar este misterio.

A la mañana siguiente, se practicaron nuevas indagaciones sin obtener mejor resultado. Al otro dia Mr. Maylie y Oliverio se dirijieron al villorrio vecino con la esperanza de saber algo relativo á los dos hombres, pero no regresaron mas sabios que cuando partieron. Pronto se acabó por olvidar este asunto, á ejemplo de tantos otros que mueren por sí mismos cuando se ha extinguido su sabor de maravilla.

Entre tanto Rosa se restablecia rápidamente. A los pocos dias se halló en estado de salir y mezclándose de nuevo con la familia volvió la alegria en todos los corazones.

Pero aun que este cambio feliz produjo un efecto visible sobre el pequeño círculo de amigos y aun que la felicidad y el contento reinasen aun otra vez en la casa, existia de cuando en cuando entre algunos de ellos (y Rosa era el del número) un embarazo desusado, que Oliverio se vió obligado á notar. La Señora Maylie se encerraba á menudo con su hijo durante horas enteras y la jóven compareció mas de una vez en el salon con los ojos húmedos de lágrimas.

Despues que Mr. Losberne hubo fijado el dia de su partida para Chertsey este embarazo redobló: era pues evidente que pasaba algo que afectaba vivamente á la jóven señorita y á otra persona además.

Una mañana que Rosa estaba sola en el comedor, Enrique Maylie entró y le pidió con mucha instancia hablarle un momento.

—Algunos minutos, Rosa! Solo algunos minutos! —dijo Enrique acercando su silla á la de la jóven. —Lo que tengo que deciros, debe haberse presentado por sí mismo en vuestra alma. No ignorais mis mas queridas esperanzas; mis sentimientos os son conocidos aun que no os los haya revelado yo mismo.

Rosa que se había puesto pálida desde la entrada de Enrique Maylie, hizo solo una señal de cabeza y entreteniéndose en desojar algunas flores que tenia en la mano esperó en silencio que continuára.

—Hace tiempo que debiera haber partido —dijo Enrique.

—Es verdad —contestó Rosa —Perdonadme si os hablo así; pero siento que no lo hayais efectuado.

—He venido aquí impulsado por el mas terrible de los temores —repuso el jóven; el de perder al objeto de todas mis afecciones... el sér que me es mas querido á la vida... aquella en fin sobre quien fundo mis deseos y mi esperanza.

En este momento se escaparon de los ojos de la jóven algunas lágrimas que aumentaron aun mas su belleza.

—Un ángel! —continuó Enrique con pasion —una criatura tan hermosa y tan pura como los ángeles del cielo, flotaba entre la vida y la muerte. Oh! quien podia pensar, que cuando iba á abrírsele la mansion de los bienaventurados de que es tan digna, debiere aun conocer las miserias y los sinsabores de este mundo! Rosa! Rosa! Os restableceis de dia en dia, diré casi de hora en hora y yo espío ese cambio de la muerte á la vida con la ansiedad mas viva... Y si el afecto que os profeso me ha hecho derramar lágrimas de ternura y de contento; no me reprocheis por ello, porque ellas han dulcificado mis penas y vuelto la calma á mis sentidos.

—No era esta mi intencion —dijo Rosa visiblemente conmovida —Por interés vuestro hubiera deseado veros proseguir únicamente ocupaciones mas sérias y mas dignas de vos.

—Y qué ocupacion mas digna de mi que el esforzarme en conquistar un corazon como el vuestro? —contestó Enrique tomando la mano de la jóven —Rosa! Yo os amo desde largo tiempo! Si procuro crearme un nombre, es solo para ofrecéroslo. Aunque ese tiempo no haya llegado todavia, aceptad este corazon que os pertenece... De vuestra respuesta depende mi porvenir!

—Vuestra conducta ha sido siempre noble y generosa! —dijo Rosa procurando dominar su emocion.

—Debo acumular todos los esfuerzos para mereceros? Hablad Rosa!

—Al contrario —repuso Rosa —debeis procurar olvidarme, no como la amiga y la compañera de vuestra infancia, esto me seria demasiado doloroso; pero si como el objeto de vuestro amor.

Se siguió á esto un instante de silencio durante el cual Rosa llevando la mano á sus ojos dió libre curso á sus lágrimas.

—Y cuáles son vuestras razones para obrar así? —dijo en fin Enrique con aire desazonado —¿Puedo saberlas?

—Sin duda —contestó Rosa —teneis derecho de conocerlas! —Todo lo que podais decirme no me hará cambiar de resolucion...

—Ella es pues irrevocable?

—Si Enrique! Me debo á mi misma, pobre jóven, sin padres, sin fortuna y sin nombre, el no dar que pensar al mundo, que por un motivo de interés he alentado la primera pasion de un jóven y que he sido un obstáculo á sus proyectos futuros.

—Ah! vuestra inclinacion concuerda con eso que creeis vuestro deber! dijo Enrique.

—No; repuso Rosa. —ruborizándose hasta el estremo —No lo creais!

—Entonces participais de mi amor? —replicó Enrique —Ah! decid Rosa, decid solamente esto y dulcificareis la amargura de esta cruel contrariedad!

—Si hubiese podido hacerlo sin causar daño al que amo —dijo Rosa —tal vez hubiera...

—Recibido esta declaracion de modo muy diferente? repuso vivamente Enrique —Hablad Rosa. Merezca al menos de vos esta confesion!

—Es verdad —replicó la jóven desprendiendo su mano de la de Enrique. —Pero por qué prolongar una entrevista que me es tan dolorosa, aun que me procure la dicha de saber que un dia he podido ocupar el sitio mejor de vuestro corazon? A Dios Enrique! Jamás semejante entrevista se renovará entre nosotros. Que una franca y pura amistad nos una como en el pasado.

—Una palabra aun! —dijo Enrique —Que yo oiga vuestras razones de vuestro propio labio. Dadme á conocer el motivo de vuestra denegacion.

—El porvenir que se os ofrece es brillante! —dijo Rosa con firmeza —todos los honores que acompañan á los grandes talentos, os están preparados... Teneis amigos poderosos que os ayudarán con todo su poder... pero esos amigos son orgullosos y yo no me mezclaré jamás con personas que podrian despreciar á mi madre... mucho menos quisiera envolver en mi desgracia al hijo de aquella que me ha hecho sus veces. En una palabra —prosiguió la jóven volviéndo la cabeza —mi nombre lleva una mancha que el mundo haria recaer sobre inocentes; la guardaré para mí y la vergüenza será para mi sola.

—Una última palabra Rosa! no mas que una palabra! esclamó Enrique poniéndose ante ella cuando iba á retirarse —Si yo hubiese sido menos feliz —(segun el mundo considera la felicidad.) si mi vida hubiese sido sencilla y obscura... Si hubiese sido pobre, enfermo y abandonado de todo el mundo, hubierais rechazado mis ofrecimientos?

—No me obligueis á responder —dijo Rosa —Esto no es así ni será nunca. No es conveniente para vos apurarme de este modo.

—Si vuestra respuesta debe ser tal como me atrevo cuasi á esperarla —repuso Enrique —ella arrojará un rayo de felicidad sobre mi triste destino. Rosa! En nombre del afecto que os profeso; en nombre de todo lo que he sufrido y de lo que estoy condenado á sufrir por causa vuestra responded á esta sola pregunta!

—Si vuestro destino hubiese sido otro —contestó la jóven —si no hubiese habido una diferencia tan grande entre vuestra suerte y la mia, si hubiese podido haceros la ecsistencia mas dulce y no ser un obstáculo á vuestro adelantamiento en el mundo, esta entrevista hubiera sido menos dolorosa. Tengo motivos para ser feliz... muy feliz ahora; pero entonces Enrique lo hubiera sido mucho mas. No puedo impedirme esta flaqueza; pero mi resolucion no será por eso menos firme —dijo tendiendo la mano á Enrique. —Es preciso que os deje!

—No os pido mas que una cosa —dijo Enrique... permitidme (que dentro un año ó quizá mas pronto) os hable por la última vez sobre este objeto.

—No para apremiarme á que cambie de resolucion —contestó Rosa con una sonrisa melancólica —esto seria inútil.

—No —replicó Enrique —pero para oíroslo repetir si quereis. Entonces pondré á vuestros piés mi posicion y mi fortuna y si persistís en vuestra resolucion os prometo no hacer nada para cambiarla.

—Pues bien sea! repuso Rosa —estos no son mas que nuevos dolores que me preparo, pero en esa época tal vez esté en estado de soportarlos.

Tendió de nuevo su mano á Enrique y se separaron.