Los ladrones de Londres/Capítulo XXX

POSICION CRÍTICA.

QUIEN vá? —preguntó Brittles entreabriendo la puerta y poniendo su mano ante la vela para ver mejor.

—Abrid —respondió un hombre —Somos los agentes de policía que se han mandado llamar esa mañana.

Tranquilizado por estas palabras Brittles abrió la puerta de par en par y se encontró cara á cara con un hombre vestido de redingote largo quien entró magestuosamente sin decir palabra y restragó sus piés sobre la estera con tanta sangre fria como si entrára en su casa.

—Enviad á alguien para que dé un golpe de mano á mi camarada! Lo entendeis jóven —dijo el agente de policía. —Está en el gig para guardar el caballo. Teneis una cochera donde se pudiera meter á este último bajo cubierto por algunos minutos?

Brittles respondió afirmativamente señalando una pequeña cuadra destinada para este objeto.

—Queréis anunciar á vuestro amo que los Señores Blathers y Duff están aquí? —dijo el primero pasando la mano por sus cabellos y colocando un par de manillas sobre la mesa —Ah! Buenas noches caballero! Me permitireis dos palabras en particular?

Estas espresiones se dirijian á Mr. Losberne, que apareció en este momento y que habiendo hecho señal á Brittles de retirarse, hizo entrar á los dos señores y cerró la puerta.

—Ahí teneis á la señora de la casa. —dijo volviéndose hácia la señora Maylie.

Mr. Blathers se inclinó respetuosamente é invitado para que se sentára, dejó su sombrero en el suelo, tomó una silla é hizo señal á Duff de que hiciera lo mismo. Luego pidieron los informes mas minuciosos sobre el suceso. El doctor que deseaba ganar tiempo, les contó los detalles con toda la latitud posible. Ellos escuchaban con ademan de interés el mas vivo como gentes que lo entienden.

—Pero qué significa ese muchacho de que hablan los criados? —preguntó Blathers.

—Es verdad que uno de los criados se ha metido en la cabeza la idea de que ese muchacho estaba para algo en el asunto; ¡pero esta idea es un absurdo! No hay nada de todo esto.

—Es muy fácil de decir! —observó Duff.

—Tiene razon! —dijo Blathers haciendo con la cabeza una señal de aprobacion y jugando instintivamente con las manillas como se haria con unas castañuelas. —Quién es ese niño? Qué dice de sí mismo? De dónde viene? Qué diablo! No puede haber caido de las nubes! No es cierto caballero!

—Sin duda. —contestó el doctor haciendo un guiño significativo á las dos señoras. —Estoy enterado de toda su historia; pero hablarémos luego de esto... Tal vez no os vendrá mal ver antes la ventana que han roto los ladrones hé?

—Ciertamente! —respondió Blathers —Mejor será que primero inspeccionemos los lugares... Luego interrogarémos á los criados... Esta es nuestra costumbre de proceder.

Trajeron luces y los Señores Blathers y Duff acompañados del constable del distrito, de Brittles, de Giles y en fin de todos los comensales de la casa, se dirijieron á la pequeña bodega situada al estremo de la entrada.

Despues de haber examinado su ventana, dieron la vuelta por el prado, examinaron de nuevo la ventana y luego el postigo y con la ayuda de un farol siguieron la huella de las pisadas y batieron los zarsales con una orquilla.

Hecho esto en presencia de todos los concurrentes que observaron durante este tiempo el silencio mas riguroso se entró otra vez en la sala y allí Giles y Brittles fueron requeridos á dar la representacion dramática del papel que habían desempeñado la noche anterior, y se vino en conocimiento el que despues de haber repetido esta escena cinco ó seis veces, no se contradijeron mas que sobre un solo hecho importante en la primera y sobre una docena á lo mas en las últimas.

Agotada la volubilidad de nuestros dos actores, Blathers y Duff se retiraron á la habitacion vecina y tuvieron consejo entre ambos. La naturaleza y la importancia de su coloquio fueron tales, que una consulta de los mas hábiles doctores sobre el caso mas espinoso en materia de medicina, comparada con él no hubiera sido mas que un juego de niños.

Entre tanto el doctor que había quedado solo con las dos señoras se paseaba arriba y abajo de la sala, sumamente agitado mientras que Rosa y la Señora Maylie se miraban con aire de inquietud.

—Por vida mia! —dijo parándose en seco —Verdaderamente no sé que hacer!

—Estoy segura que la historia de este niño contada francamente á esos hombres bastaria para disculparle á sus ojos. —dijo Rosa.

—Yo lo dudo mucho querida! —contestó el doctor meneando la cabeza —No creo que ella pueda producir buen efecto en el ánimo de esas gentes.. ni mas ni menos que en el de los de un grado superior. En resúmen quién es? (objetarán) Un vagamundo y no mas. Si juzgamos por las apariencias y las consideraciones del mundo, su historia es bastante dudosa.

—Pero vos, la teneis por verdadera, no es cierto? —repuso vivamente la jóven.

—Sí; sin duda. Creo en ella por estraña que sea y por eso puedo ser muy bien un solemne papanatas replicó el doctor —Pero no creo (como os lo he dicho poco hace), que sea este el género de historia que pueda interesar á un agente de policía algo versado en la gramática de su profesion.

—Por qué no? —preguntó Rosa.

—Por qué bella niña? —contestó el doctor. —Porque considerada bajo cierto aspecto y sobre todo por esas gentes, hay en ella bastante de obscuro. Ese niño no puede probar mas que las circunstancias que están en contra suya y ni una de las que podrian militar en su favor —El diablo se lleve á los agentes de policía! Querrán tener los si y los porqué y de pronto no nos harán concesion alguna! Segun nos ha dicho él mismo ya veis que por espacio de algun tiempo ha estado con ladrones! Ha sido llevado á un tribunal de policía como autor del hurto de un pañuelo á un caballero, luego evacuando una comision de este mismo caballero que lo ha tratado con todas las consideraciones posibles, es arrastrado en un sitio que no puede describir y del que no tiene la menor idea... Es el caso, que les dá el capricho á unos hombres de conducirlo á Chertsey á su pesar; se le hace pasar por una ventana con el intento de pillar la casa y justamente en el instante en que quiere dar el grito de alarma (el único hecho que hubiera podido probar en su favor si se hubiese ejecutado), llega el mayordomo y le tira un pistoletazo, como para impedirle el obrar en su propio interés! Se ha visto nunca cosa semejante?

—No digo que no; —respondió Rosa sonriéndose de la vivacidad del doctor —Pero no veo en todo esto nada que demuestre la culpabilidad de ese pobre niño.

—No; sin duda. —contestó el doctor —Gracias á la belleza de vuestro sexo no veréis nunca mas que un lado de la cuestion; sea bueno ó malo, siempre es el que primero se presenta.

Esto diciendo, el doctor metió las manos en sus faltriqueras y se paseó de nuevo arriba y abajo con mayor agitacion que antes.

—Cuanto mas lo reflecsiono —dijo mas entreveo el sin número de dificultades que tendrémos que vencer. Si contamos á esos hombres la cosa tal como ella es, estoy cierto que no nos creerán y aun suponiendo que mas tarde acaben por disculpar á ese niño, la publicidad que darán á este asunto y la duda que lo envolverá, destruirán todo el afecto de la buena accion que os proponeis, sacándole de este mal paso.

—Entónces qué hacer? —esclamó Rosa —Dios mio! Dios mio! ¿Por qué se ha dicho á esos hombres que vinieran?

—Es verdad! —dijo la Señora Maylie —Lo daria todo en el mundo, porque no hubieran venido!

—Lo mejor que hay que hacer, segun mi opinion —dijo Mr. Losberne dejándose caer en una silla, como hombre que ha perdido toda esperanza —es revestirnos de una buena dósis de audacia... No veo otro medio... Nuestra intencion es laudable y en ello hay escusa... Ese niño tiene fuertes síntomas de fiebre y no se encuentra en situacion de poder hablar. Este es ya un buen recurso... Harémos todo lo posible y sino salimos con la nuestra á fé mia no tendrémos de ello la culpa! Entrad!

—Y bien paisano —dijo Blathers seguido de su compañero y cerrando la puerta —No era esto un golpe premeditado?

—Eh! á qué diablos llamais un golpe premeditado? preguntó el doctor con impaciencia.

—Nosotros llamamos un golpe premeditado —respondió Blathers, (dirijiéndose con preferencia á las señoras como si tuviera compasion de su ignorancia á la vez que despreciaba la del doctor.) —cuando los criados de la casa están para algo en el asunto.

—Nadie ha tenido la menor sospecha de ellos en esta circunstancia. —dijo la Señora Maylie.

—No digo lo contrario. —replicó Blathers —Con todo no es menos cierto, que podrian muy bien estar en él.

—Con mayor razon sabiendo que tienen la confianza de sus amos —repuso Duff.

—Tenemos motivos para creer que el golpe ha sido dado por pegres de la alta banda prosiguió Blathers —Nosotros reconocemos al momento esto por la clase de trabajo que es de mano maestra.

—Y algo pulido que digamos! —añadió Duff á media voz.

—Eran dos. —continuó Blathers —Y no cabe duda que con ellos iba un niño. Ello es muy fácil de adivinar viendo la ventana... Esto es lo que podemos decir por el presente. Nos falta ver al muchacho que teneis arriba. Si gustais guiarnos.

—No tomarán antes un vaso de cualquier cosa? —dijo el doctor ufano de haber encontrado este medio para entretenerles un poco.

—Ciertamente! —dijo Rosa adivinando la atencion de este último. —Al instante si os place?

—Con mucho gusto señorita. —dijo Blathers pasando la mano por sus lábios. Esta clase de faena no deja de ser fatigosa. No os incomodeis por nosotros señorita. Dadnos lo primero que tengais á mano.

—Qué queréis tomar? —preguntó él doctor dirigiéndose con Rosa á la alacena. Decid vuestro gusto señores!

—Una gotita de licor si os es igual paisano —dijo Blathers. —Señora no hacia calor que digamos cuando hemos salido esta mañana de Lóndres y paréceme que no hay nada mejor para reanimarse que un vasito de licor.

El doctor aprovechándose del momento en que la señora Maylie decia algo lisonjero, en respuesta á la reflexion de este último se escaballó con destreza.

Los Señores Duff y Blathers se pusieron á contar hazañas de ladrones y á encarecer su utilidad para realzarse á los ojos de las señoras que los escuchaban con complacencia á fin de dar tiempo al doctor, para prepararlo todo. Al cabo Mr. Losberne apareció.

—Ahora, señores, si gustais venir conmigo?

—Allá vamos! —dijo Blathers y los dos agentes de policía siguieron á Mr. Losberne que los condujo al aposento de Oliverio, precedidos de Giles que los alumbraba.

Oliverio había dormido; pero tenia un recargo de fiebre y parecia estar sumamente malo. Cuando el doctor le ayudó á incorporarse, miró á los dos forasteros sin dar muestras de saber donde estaba ni lo que sucedia á su alrededor.

—Mirad! —dijo Mr. Losberne hablando con dulzura; pero sin embargo con firmeza. Mirad al niño que habiendo sido herido casualmente por un fusil de viento al pasar por la propiedad del señor... (cómo le llamais vosotros? Quién habita detrás de aquí?) ha venido esa mañana para pedir socorro y ha sido indignamente maltratado por ese individuo que veis con la vela en la mano y que es causa de que la vida de ese muchacho está en el mayor peligro, como puedo afirmarlo en mi cualidad de médico.

—MM. Blathers y Duff flecharon su vista sobre Mr. Giles quien á su vez miró alternativamente á los dos agentes de policía, al jóven enfermo y al doctor con la espresion mas cómica de inquietud y de temor.

—Creo que no podeis decir lo contrario? —prosiguió el doctor acostando otra vez á Oliverio con precaucion.

—Todo lo que he hecho, ha sido con... con buen fin. —respondió Giles —Os aseguro que no tengo mal carácter. Si no hubiese creido que ese era... el niño de... del... de los... me habria guardado muy bien...

—El niño de quiénes decís? —preguntó Mr. Duff.

—El niño de uno de los ladrones. —contestó Giles —Es la pura verdad que llevaban... con ellos... un... un niño.

—Y estais aun en la conviccion de que ese sea el mismo? —preguntó Blathers.

—Qué sea el mismo quién? —contestó Giles mirando á Blathers con aire despavorido.

—El mismo niño imbécil! —dijo Blathers perdiendo la paciencia.

—No podria deciros... A la verdad no sé. —respondió Giles completamente desconcertado... —No podria afirmarlo... Pienso...

—Qué pensais? —preguntó Blathers.

—No sé que pensar. —replicó el pobre Giles —No pienso, en verdad que ese sea el mismo niño. Estoy cuasi seguro de que no es él... Vos mismo sabeis bien que no puede ser él.

—Acaso ese hombre ha bebido? —dijo Blathers dirijiéndose al doctor.

—Sois un famoso avestruz! Largaos. —añadió Duff dirijiéndose á Giles con el tono del mas profundo desden.

—Mr. Losberne que durante este diálogo había tomado el pulso del enfermo, se levantó de su silla y dijo á los señores de la policía, que si abrigaban la menor duda sobre este asunto, no tenian mas que pasar al aposento inmediato para interrogar á su vez á Brittles.

Habiendo gustado la proposicion, se mandó subir á Brittles quien, con sus contradicciones innumerables, no hizo mas que embrollar el hecho en vez de esclarecerlo. Dijo entre otras cosas que le seria imposible reconocer al niño, aun cuando en aquel momento estuviera, ante su vista: y que había pensado que era Oliverio porque el mismo Mr. Giles, lo había creido; pero que este último acababa de confesar en la cocina aun no hacia cinco minutos, que empezaba á temer no hubiera sido demasiado vivo de genio.

Conforme esta deposicion, se trató de saber si Mr. Giles había realmente herido á alguno y verificado el exámen de la segunda pistola, se vió que no estaba cargada mas que con pólvora y un poco de taco cosa que sorprendió considerablemente á todos; escepto al doctor, que diez minutos antes había sacado de ella la bala. Pero, sobre el ánimo de quien ese descubrimiento hizo mas impresion fué sobre el de Mr. Giles quien despues de haber sido atormentado durante algunas horas por el temor de haber herido mortalmente á uno de sus semejantes se tragó el anzuelo con la mayor satisfaccion del mundo.

Al fin, sin ocuparse ya mas de Oliverio, los agentes de policía, dejaron en la casa al constable de Chertsey y se fueron á dormir á la ciudad, despues de haber prometido volver á la mañana siguiente muy de mañana.

En dicha mañana muy de mañana corrió la voz de que en la prision de Kingston había dos hombres y un niño que habían sido presos la noche precedente como sospechosos. En consecuencia MM. Blathers y Duff hicieron rumbo hácia Kingston.

El crímen de aquellos hombres consistia en haberlos encontrado dormidos en un rimero de heno, crímen que aun que sea enorme que digamos, no es castigado mas que con pena de prision: porque á los ojos de la ley inglesa (esta ley tan dulce y tan buena para todos los vasallos del rey.) no hay en esta accion de dormir bajo el bello fulgor de las estrellas prueba suficiente de que los que se han hecho culpables de ella hayan por esto cometido un robo con escalamiento y fractura é incurrido de consiguiente en la pena de muerte. MM. Blathers y Duff volvieron pues á casa la señora Maylie tan sabios como habían partido de ella.

En fin, despues de una conferencia bastante larga, respecto á Oliverio fué convenido que la señora Maylie y Mr. Losberne, serian sus fiadores; en el caso de que la justicia volviera á este asunto y un escribano de los alrededores fué llamado á este efecto para otorgar la caucion.

Nuestros dos agentes de policía despues de haber recibido un par de guineas por la pena que se habían dado, regresaron á Lóndres cada uno con opiniones del todo diversas respecto á su espedicion: El uno (Duff.) despues de maduras reflecsiones, sosteniendo que la banda de Pett estaba para algo en la tentativa de robo; y el otro (Blathers.) atribuyendo todo el mérito de ella al famoso Conney Chickweed.

Gracias á los cuidados de la Señora Maylie, de Rosa y del benévolo Mr. Losberne, Oliverio se restableció poco á poco.