Los ladrones de Londres/Capítulo XXVIII

ENMIENDA HONROSA DE UNA DESCORTESÍA HECHA Á UNA SEÑORA, QUE HEMOS DEJADO DE LA MANERA MAS IMPOLITICA EN EL CAPITULO XXV.

COMO no seria muy conveniente á un humilde autor, el hacer esperar, de espaldas al fuego y con las manos metidas bajo los faldones de su leviton, á un personaje tan distinguido como lo es un pertiguero y que seria además muy poca galanteria de su parte el comprender en este olvido de las atenciones debidas, á una señora sobre quien el dicho pertiguero había echado una mirada de ternura y cariño y á la que había dirijido, dulces palabras que procediendo de tal personage, hubieran podido conmover el corazon de toda jóven ó de toda muger cualquiera que fuera su rango, el historiador fiel cuya pluma traza esta historia, sabiendo á lo que su deber la obliga y poseido de la mayor veneracion por las personas elevadas á altas dignidades, se apresura á tributarles los honores que les son debidos y á tratarles con todas las consideraciones que su rango en el mundo y como consecuencia de sus sublimes virtudes reclaman de él.

Mr. Bumble había recontado las cucharas para thé, pesado de nuevo las tenazillas para lomar el azúcar, examinado con mas atencion el jarro de la leche y hecho el inventario exacto del moviliario hasta asegurarse de la calidad de la crin, que formaba el asiento de las sillas y había repetido esta tarea hasta cinco ó seis veces, antes de pensar que era ya tiempo de que la Señora Corney volviese. Un pensamiento lleva otro y como no se oia el menor ruido que anunciase el regreso de la Señora Corney, vino á las mientes de Mr. Bumble, que bien podria sin escrúpulo y solo para pasar el tiempo satisfacer plenamente su curiosidad echando una ojeada rápida en la cómoda de la matrona.

Despues de haber aplicado el oido al ojo de la llave para escuchar si alguien se acercaba, Mr. Bumble empezando por la parte inferior se enteró de los objetos contenidos en tres grandes cajones llenos de ropa blanca y de vestidos á la última moda envueltos entre dos cubiertas de periódicos sembrados de flor de espliego seco, los que parecieron causarle una viva satisfaccion.

Llegado al cajoncito á la derecha de arriba, en el que estaba la llave y habiendo visto una caja pequeña cerrada con cadenillas, la sacudió y sintiendo salir de su interior un sonido grato, como de plata acuñada Mr. Bumble volvió gravemente cerca el fuego y habiendo tomado su primera posicion se dijo á sí mismo con tono resuelto: —Vamos! está hecho! Me declararé.

En este momento la Señora Corney entró precipitadamente en el aposento, se dejó caer en una silla cerca el fuego y manifestó respirar con pena.

—Ah! Me siento ya mejor ahora —dijo ésta reclinándose en el respaldo de su silla despues de haber vaciado la taza en una mitad.

—Es menta! —añadió —con voz lánguida y sonriendo afectuosamente al pertiguero —Gustadla! No hay solo menta, sino tambien otra cosa muy buena.

Mr. Bumble gustó el brebaje con aire indeciso hizo castañear sus labios, lo llevó otra vez á la boca y vació enteramente la taza.

—Esto es muy confortante. —dijo la señora Corney.

—A fé mia es muy bueno! (Esto diciendo el pertiguero se sentó al lado de la matrona y le preguntó con acento de interés que era lo que le había sucedido.)

—Menos que nada —respondió la Señora Corney —Soy una simple y débil criatura!

—No sois débil señora. —repusó el pertiguero acercando su silla á la de la matrona. —Por ventura seriais vos una débil criatura señora Corney?

—Segun nuestra naturaleza todos somos débiles criaturas! dijo la Señora Corney aventurando una máxima general.

—Es verdad. —contestó el pertiguero.

A esta respuesta siguió un silencio de algunos minutos durante los cuales Mr. Bumble había dado una prueba de la debilidad humana retirando su brazo izquierdo que descansaba sobre el respaldo de la silla de la señora Corney.

—Señora Corney! —dijo Bumble, inclinándose sobre la espalda de la matrona. —Qué teneis Señora? Os ha sucedido algo Señora? respondedme os lo suplico! Estoy sobre... sobre... —y como en su turbacion no pudo encontrar al momento la palabra espinas... sobre botellas rotas. —añadió.

—Oh! Señor Bumble! esclamó la dama; —he sido horriblemente desconcertada!

—Desconcertada Señora! esclamó á su vez Mr. Bumble. —Y... quién ha sido tan audaz para? No me cabe duda —dijo interrumpiéndose con dignidad... Habrán sido esas atrevidas! pordioseras!

—Da horror solo el pensarlo —continuó la dama temblando... de todo su cuerpo.

—Entonces no lo penseis! repuso Mr. Bumble.

—Me es imposible! replicó esta con voz entrecortada por los sollozos.

—Tomad algo! —dijo el pertiguero habiendo arrumacos... un poco de vino!

—Por todo el oro del mundo no tomaria una gota! O Dios! Dios! —en el estante de arriba... en el rincon de la derecha —O Dios! (Al mismo tiempo la buena señora señalando con el dedo el armario, parecia presa de convulsiones internas.)

Mr. Bumble corrió al armario; cojiendo de sobre el estante en cuestion la botella que se le había señalado llenó una taza del thé del licor que ella contenia y la llevó á los labios de la matrona.

—Este aposento señora es muy confortante. —dijo Mr. Bumble lanzando una mirada á su alrededor. —Una sola pieza añadida á esta constituiria una pequeña y hermosa habitacion!

—Seria demasiado grande para una sola persona.

—Si; pero para dos —repuso tiernamente Mr. Bumble —he? Señora Corney?

A estas palabras del pertiguero, la Señora Corney inclinó la cabeza y Mr. Bumble hizo otro tanto para ver su rostro. Esta volviendo con rubor, alargó su mano para cojer su pañuelo y la colocó insensiblemente en la del pertiguero.

—La administracion os abona el carbon no es esto Señora Corney? —preguntó Mr. Bumble apretando afectuosamente aquella mano.

—Como la luz. —contestó la Señora Corney, volviendo ligeramente el apreton.

—El carbon, la luz y el alquiler además? —añadió Mr. Bumble —Oh! señora Corney sois un ángel!

Esta no pudo resistir un transporte tan dulce; se dejó caer en los brazos del pertiguero, quien en su agitacion imprimió un casto beso en la nariz de la matrona.

—Una perfeccion tan parroquial! esclamó Mr. Bumble con arrobamiento. Sabeis bella encantadora, que Mr. Lloret, está mas malo esta noche?

—Lo sé. —respondió la señora con aire tímido.

—El médico asegura que no pasará esta semana —prosiguió Mr. Bumble... Es el director de este establecimiento... Su muerte vá á dejar su plaza vacante... Esta plaza debe ser llenada! Oh! Señora Corney! Qué perspectiva tan brillante! Qué favorable ocasion para unir dos corazones que se aman y desean fundar una familia.

La señora Corney sollozó.

—Vaya la palabrita! —dijo Mr. Bumble inclinando su cabeza sobre la de la púdica beldad... La dulce palabrita mi divina Corney!

—S... s... si. —dijo la matrona suspirando.

—Aun otra palabra! —prosiguió el pertiguero —Reponeos de vuestras cándidas emociones por una sola palabra mas ¿Cuándo será el matrimonio?

La Señora Corney intentó por dos veces hablar y por dos veces la palabra espiró en sus lábios. Al fin armándose de valor arrojó sus brazos al rededor del cuello de Mr. Bumble y dijo que eso seria cuando él quisiera y que era un ser irresistible.

Asi arregladas las cosas amistosamente y con satisfaccion de ambas partes, el convento fué rectificado solemnemente, con otra taza de menta que la agitacion de la señora había hecho necesaria. Durante este tiempo ésta participó á Mr. Bumble la muerte de la vieja.

—Muy bien! —dijo el pertiguero saboreando su licor. —Voy á pasar á mi regreso por casa Lowerberry y le diré que mañana por la mañana se llegue acá —Es esto lo que os ha espantado hermosa mia?

—Querido mio, en ello no ha habido nada de extraordinario! —dijo la señora con tono evasivo.

—Sin embargo es indispensable que haya habido algo —replicó el pertiguero. —No quereis decirlo á vuestro Bumble?

—Ahora no; —repuso la señora. —uno de estos dias... cuando estarémos casados.

—Cuando estarémos casados! —esclamó Mr. Bumble —Acaso seria una imprudencia de esos audaces pobres?

—No, no, querido mio! —contestó súbitamente la matrona.

—Si creyera tal! —prosiguió Mr. Bumble —si creyera que uno de esos atrevidos hubiese osado levantar sus ojos vulgares sobre este noble rostro.

—No se hubieran atrevido perrillo mio! —replicó la Señora.

—Obrarán santamente —dijo Mr. Bumble cerrando los puños. —Que vea yo á un hombre, cualquiera que el sea parroquial ó extra-parroquial, ser presuntuoso para ello y puedo muy bien asegurarle que no lo intentára por segunda vez.

Sin gesticulacion ni sin vehemencia, esta amenaza tal vez hubiera producido pésimo efecto en el ánimo de la señora Corney; pero, como las palabras del pertiguero fueron acompañadas de gestos guerreros esta Señora quedó profundamente afectada de tal prueba de afeccion y altamente admirada esclamó que era un verdadero tortolillo.

Entonces el tortolillo levantó el cuello de su leviton y habiendo enviado con su futura mitad, un robusto beso desafió de nuevo el viento y el frio, no sin, detenerse antes algunos instantes en el patio de los pobres (el de los hombres bien entendido.) para brutalizarles un poco con el solo fin, de ensayar si podria llenar con toda la severidad debida la plaza de director de la casa de la Caridad.

Adquirida la certidumbre de que poseia para ello todas las cualidades requeridas dejó el establecimiento con el corazon alegre y lleno de esperanza y la brillante perspectiva de su futuro ascenso ocupó su alma hasta que hubo llegado ante la tienda del empresario de los entierros.

Como el Señor y la Señora Sowerberry habían ido á pasar la velada en alguna parte, Noé Claypole que jamás se hallaba dispuesto para hacer mas ejercicio que el que se necesita para beber y comer, no había aun cerrado la tienda á pesar de que la hora de cerrarla ordinariamente, hacia largo tiempo que había sonado. Mr. Bumble golpeó con su baston sobre el mostrador repetidas veces; pero no obteniendo respuesta y viendo luz á través de la ventana de la trastienda, se tomó la libertad de mirar, para ver lo que aeontecia y cuando hubo visto lo que acontecía, no quedó poco sorprendido.

Los manteles estaban puestos para cenar y la mesa se hallaba cubierta de pan, manteca, platos, vasos, un jarro lleno de porten y una botella de vino. Al cabo de la mesa Noé Claypole se pavoneaba en un sillon. A su lado estaba Carlota tomando de un pequeño tonel, ostras que abria y que el susodicho jóven tragaba con una avidez notable. Un encarnado, algo mas subido que de lo ordinario en la punta de su nariz y cierto pestañeo en su ojo derecho anunciaban bastante claro, que estaba un si es ó no es calamucano.

—Hé ahí una de bien gorda y que parece muy deliciosa —dijo Carlota —Gustadla Noé! Vamos no mas que esta!

—Qué cosa tan deliciosa es una ostra! dijo maese Claypole despues de haberla engullido. —Lástima, que el comer demasiado de esto, pueda hacer daño! ¿no es cierto Carlota?

—Es una cosa inaudita! dijo esta.

—Sin duda; es una verdadera crueldad —repuso Claypole— No os gustan á vos las ostras Carlota?

—No las tengo demasiada aficion que digamos. —Me gusta mas véroslas comer Noé, que comerlas yo misma.

—Qué barbaridad! —esclamó Noé con aire pensativo.

—Vaya; otra continuó Carlota —Esta tiene una hermosa barba!

—No comeré ni una mas! Aun que quisiera seria imposible... dijo Noé. —Estoy ya harto de ellas —Venid Carlota, venid que os abraze!

—Muy bien! —esclamó Mr. Bumble entrando bruscamente en la sala —Repetid esto caballero!

Carlota lanzó un chillido y se ocultó el rostro con el delantal en tanto que maese Claypole, contentándose solo con retirar sus piernas de sobre el brazo del sillon, miró al pertiguero con un terror báquico.

—Repetid esto, jóven audaz! dijo Mr. Bumble —Cómo teneis valor para decir tales cosas! Y vos desenvuelta pillastrona! como osais sufrirlo y aun anunciarle. Abrazar! —gritó Monsieur Bumble, sumamente indignado —puahá!

—No tenia de ello intencion! —balbuceó Noé —Ella es la que me abraza siempre quiera ó no quiera.

—Oh! Noé! —esclamó Carlota con acento de reproche.

—Si, es cierto! demasiado lo sabeis! —respondió Noé. Ella es la que me abraza siempre señor Bumble! Me toma por la cara y me hace toda clase de arrumacos.

—Silencio! —gritó el pertiguero con ademan severo —Señorita bajad á vuestra cocina! Vos Noé cerrad la tienda y no desplegueis el lábio hasta que regrese vuestro amo y cuando esté de vuelta le direis que mañana por la mañana envie un ataud para una vieja de la Casa de Caridad! Lo entendeis caballero! Abrazar! Qué horror! —esclamó levantando sus manos al cielo.

Esto diciendo el pertiguero salió gravemente de la tienda del empresario.