Los ladrones de Londres/Capítulo XXIV

EN EL QUE SE DÁ CUENTA DE UNA CONVERSACION AGRADABLE ENTRE MR. BUMBLE Y UNA SEÑORA, PARA PROBAR QUE UN PERTIGUERO (POR MAS QUE SE DIGA) ALGUNA VEZ ES SUSCEPTIBLE DE ALGUN SENTIMIENTO.

REINABA un frio agudo. Una espesa capa de nieve cubria el suelo y resistia al viento que soplaba con violencia, quien como para desquitarse del obstáculo opuesto barria los montones que se habían formado á lo largo de las paredes y en los rincones y esparciéndolos en el aire los volvia á dejar caer en millares de copos.

Tal era el aspecto de los asuntos al exterior de la Casa de la Caridad que tantas veces tenemos nombrada en esta verídica historia, cuando la Señora Corney sentada cerca del fuego en su pequeño aposento, echó la vista con cierto aire de complacencia sobre una pequeña mesa redonda, que sostenia una pequeña hortera adornada de todos los pequeños utensilios necesarios para la colacion mas agradable que pueda hacer una matrona: en resúmen iba á regalarse con una taza de thé. Entre tanto que desde el rincon de su hogar (en el que el mas pequeño posible de los pucheros cantaba con una pequeña voz aflautada una muy pequeña cancion) la buena Señora contemplaba la mesa, su satisfaccion interior debió crecer súbitamente, porque se sonrió.

Acababa de tomar su primera taza, cuando fué interrumpida por alguien que llamó suavemente á la puerta del aposento.

—Entrad! —gritó —Sin duda algun vejestorio que se muere! Siempre escojen para morirse el momento en que estoy á la mesa! Entrad si os place y no os estais plantados ahí con la puerta abierta para hacerme helar de frio. Vaya! Qué hay de nuevo ahora?

—Nada; nada absolutamente. —contestó una voz de hombre.

—Cielos! —esclamó la matrona con tono mas dulce —Sois vos Mr. Bumble?

—Servidor vuestro señora. —repuso el pertiguero que se había detenido á la puerta para enjugar sus zapatos y sacudir la nieve de encima su redingote —Cerraré la puerta? —añadió entrando con el sombrero en una mano y un paquete en la otra.

Aquella vaciló en responder, temerosa sin duda de la inconveniencia que habria en estarse mano á mano con un hombre. Entre tanto Bumble aprovechándose de la incertitud de la señora, cerró la puerta sin mas ceremonia.

—Hace mucho frio Señor Bumble! —dijo la matrona.

—Es verdad señora; es tiempo al que yo llamo antiparroquial. Señora Corney hoy hemos distribuido cerca de veinte panes de á cuatro libras y un queso y medio, y con todo esos golosos de pobres no están todavia contentos!

—Oh! sin duda. —repuso la señora sorbiendo su thé. —Qué es pues lo que se deberia hacer para contentarlos?

—A la verdad bajo palabra de honor no sé lo que deberia hacerse! Figuraos por ejemplo un hombre á quien por consideracion á su numerosa familia, se le concede un pan y una libra de queso. ¿Creeis que esté satisfecho por ello señora? Qué os tributará el menor agradecimiento? Ya escampa! Qué es lo que hace? Pide un poco de carbon! Aun que no sea sino el que pueda caber en su pañuelo, dice. Carbon! ¿Y para qué hacer de él? Para hacer tostar su queso y luego volver á la carga con nueva demanda. Así son todos señora! Llenadles hoy un delantal de carbon y volverán mañana atrevidos como lacayos á pediros otro tanto!

—Esto pasa la raya de lo verosímil! —observó la matrona con enfasis —Pero no sois como yo Señor Bumble de opinion, que es muy mal sistema este de socorrer fuera del establecimiento? Vos que teneis esperiencia de ello, qué decis?

—Señora Corney! —dijo el pertiguero sonriendo como hombre que está convencido de sus conocimientos superiores. —Los socorros fuera del establecimiento, convenientemente administrados... comprendeis señora? convenientemente administrados, son la salvaguardia de las parroquias. El gran principio de este sistema que pareceis condenar, es justamente conceder á los pobres aquello que no necesitan, á fin de quitarles las ganas de volver á la carga.

—A fé mia esto es incontestable! —esclamó la Señora Corney —Sabeis que la farsa no es maleja?

—Es como os lo aseguro señora! Acá entre nosotros, he aquí el gran principio! Y esa es la razon porque veis algunas veces en esos charlatanes de periódicos que muchos enfermos han recibido por todo socorro algunas tajadas de queso. Esta es una regla adoptada hoy por hoy en toda la Inglaterra. Sin embargo (continuó desenvolviendo su paquete.) esos son secretos del oficio, solo conocidos por nosotros los funcionarios parroquiales. Ved señora dos botellas de Oporto que la Administracion remite para la enfermeria. Es vino de superior calidad, natural, puro y sin mezcla, que solo de hoy está en botella, limpido como el sonido de una campana y que os aseguro no hará depósito.

Esto diciendo tomó una botella, la presentó ante la luz y la sacudió al mismo tiempo para probar su bondad y habiendo colocado las dos sobre la cómoda plegó el pañuelo que las había envuelto, lo metió cuidadosamente dentro su faltriquera y tomó su baston en ademan de marcharse.

—Señor Bumble, no os sobrará calor para volveros?

—Es cierto señora. —replicó éste levantando el cuello de su redingote —Hace un aire que corta las orejas!

—La señora Corney echando un vistaso al pucherito, lo reprodujo luego sobre el pertiguero que se dirijia hácia la puerta, y oyendo á este toser como para prepararse para darle las buenas noches, le preguntó con aire tímido si tenia á bien aceptar una taza de thé.

Mr. Bumble al instante volvió á bajar el cuello de su redingote, puso su baston y su sombrero sobre una silla y acercó otra á la mesa. Al sentarse su mirada topó con la de la señora que al momento bajó los ojos. El tosió de nuevo y sonrió graciosamente.

La Señora Corney se levantó para tomar otra taza y otra copa en la alacena, volvió á su sitio y sus ojos habiéndose encontrado por segunda vez con los del galante pertiguero un vivo encarnado de pudor cubrió sus mejillas y no sin alguna emocion escanció una taza de thé á su convidado. Mr. Bumble tosió de nuevo pero en esta ocasion mas fuerte de lo que lo había hecho hasta entonces.

—Os gusta muy azucarado Señor Bumble? —preguntó la matrona tomando la azucarera.

—Muy azucarado señora! —respondió Mr. Bumble fijando su vista en la Señora Corney. (Ciertamente si jamás pertiguero alguno se manifestó tierno, sin duda fué Mr. Bumble en este momento.)

—A lo que veo señora teneis una gata. —dijo viendo á uno de estos animales que se holgaba ante el fuego. —Y sino me engaño tambien gatitos?

—Los quiero tanto Mr. Bumble! No podeis imaginároslo! Son tan cucos, tan picaruelos, tan juguetones, que constituyen mi mejor sociedad.

—Oh Señora! Son animales muy dulces y muy caseros.

—Es muy cierto! —prosiguió la señora con entusiásmo —Son tan amantes de la casa, que es una gloria el tenerlos.

—Señora Corney! —dijo Mr. Bumble con tono doctoral marcando el compás con su cuchara —Tened bien entendido que un animal cualquiera que el sea que viviera con vos y no fuera amante de la casa, seria necesariamente un asno.

—Oh! Señor Bumble! —hizo la matrona.

—Es imposible disfrazar la verdad! —continuó Mr. Bumble agitando su cuchara con una amorosa dignidad que daba mayor fuerza á sus palabras —Si pudiera, yo mismo la negaria con satisfaccion!

—Entonces sois un cruel! —repuso vivamente la matrona alargando el brazo para tomar la taza del pertiguero —Es necesario que tengais el corazon muy duro!

—El corazon duro! —replicó Bumble —El corazon duro! —Diciendo esto alargó su taza á la Señora Corney, oprimió su dedo meñique en el acto de tomarla y llevando su mano al chaleco galonado exhaló un profundo suspiro y retrocedió su silla.

Como la mesa era redonda y la matrona y el pertiguero estaban sentados ante la chimenea frente por frente, será fácil comprender que alejándose del fuego sin apartarse de la mesa, Mr. Bumble aumentaba la distancia entre la Señora Corney y él; comportamiento que no dejará de admirar el lector considerándolo como un acto de heroismo por parte de Mr. Bumble que hasta cierto punto era tentado por la hora, el sitio y la ocasion de recitar esas dulces insustancialidades, que aun que convenientes en los labios de un atolondrado, están muy lejos de la dignidad de un magistrado, de un miembro del parlamento, de un ministro de Estado de un Lord-corregidor, ó cualquiera otro funcionario público y con mayoria de razon, de un pertiguero, que como nadie ignora de todos los hombres constituidos en dignidad es el mas severo y el mas inflecsible.

Con todo fuera cual fuera la intencion del pertiguero (y no debe dudarse, que era de las mejores.) la desgracia hizo que siendo la mesa redonda cuanto mas se apartaba Mr. Bumble de la chimenea mas disminuia poco á poco la distancia que le separaba de la matrona de modo que á fuerza de viajar por este estilo al rededor de aquella, acabó por encontrarse pegado al lado de la Señora Corney. En efecto las dos sillas se tocaron y entonces Mr. Bumble se paró.

Si la Señora Corney se hubiese escurrido hácia la derecha, indudablemente hubiera caido en el fuego; por poco movimiento que hubiera hecho hácia la izquierda, se encontraba en los brazos del pertiguero: he aquí porque como muger sábia y prudente, que, prevé de ante mano los resultados, se mantuvo quieta en su sitio y ofreció una segunda taza de thé á Mr. Bumble.

—El corazon doro señora Corney! —prosiguió este sorbiendo su thé y mirando fijamente á la matrona. —¿Teneis vos el corazon duro señora Corney?

—Cielos! —esclamó esta. —Vaya una pícara pregunta por parte de un celibatario! ¿Qué me preguntais Señor Bumble?

El pertiguero bebió su thé hasta la última gota, concluyó su tostada, sacudió las migas que tenia sobre sus rodillas, enjugó sus labios y sin mas ceremonia abrazó á la matrona.

—Señor Bumble! —balbuceó esta en voz baja; pues fué tan grande su espanto que perdió enteramente el uso del habla. —Señor Bumble! voy... a... gri... tar!

El pertiguero, la dejó decir y sin pronunciar una sola palabra, pasó amorosamente su brazo al rededor de la cintura de la señora.

Despues de la amenaza que ésta hiciera de gritar, este nuevo acto de audácia del pertiguero, debia escitarla mas y probablemente, iba á efectuarlo cuando llamaron réciamente á la puerta del aposento.

Mr. Bumble, abalanzándose entonces hácia la cómoda con la rápidez del rayo se puso á arreglar las botellas con gran seriedad mientras que la matrona gritó vivamente.

—Quién va ahí?

Fué cosa digna de atencion, come prueba del poder físico de la sorepresa sobre el miedo que la voz de la Señora Corney recobró instantáneamente su aspereza ordinaria.

—Mil perdones Señora nuestra! —dijo una anciana pobre, entreabriendo la puerta y enseñando su fea cabeza. —La vieja Sally se muere.

—Y qué me importa á mi? —esclamó bruscamente la matrona. —Puedo yo algo en ello?

—Oh! no señora nuestra! Bien seguro que no! —replicó la pobre —Nadie puede nada... A mas que no queda esperanza! He visto morir tantas (grandes y pequeñas.) que conozco cuando no hay ya remedio! Pero tiene algo que la atormenta y en sus momentos lucidos que son muy raros (porque acaba como una vela.) dice que tiene alguna cosa que comunicaros y que es necesario sepais. Señora nuestra no morirá tranquila hasta que vengais...

A esta noticia la digna matrona murmuró una multitud de invectivas contra las viejas pobres que ni siquiera podian morir sin incomodar á propósito sus superiores y envolviéndose en un chal tupido que se echó de prisa sobre sus espaldas, suplicó á Monsieur Bumble que se esperára hasta su vuelta para el caso que sucediera algo estraordinario. En esto habiendo mandado á la vieja que fuera adelante y no le hiciera pasar la noche en la escalera, la siguió de mal talante; refunfuñando todo el trecho del camino.

Mr. Bumble solo y entregado á si mismo, emprendió una tarea estraña. Abrió la alacena, contó las cucharitas para el thé, probó el peso de las pinzas del azucarero, examinó un jarro pequeño para leche con el fin de asegurarse de que realmente eran de plata y cuando hubo satisfecho su curiosidad sobre este punto se puso el sombrero bastante ladeado por la parte derecha y dió cuatro veces la vuelta á la mesa bailando gravemente de puntillas.

Despues de haberse entregado á tan ridículo ejercicio, volvió el tricornio sobre la silla y pavoneándose ante la chimenea, la espalda vuelta al fuego pareció ocupado mentalmente en hacer el inventario de los muebles.