Los ladrones de Londres/Capítulo XXII

ROBO DE NOCHE CON FRACTURA.

QUIEN va ahi? —esclamó una voz ronca, luego que hubieron puesto el pié en el pasadizo.

—No muevas tanto ruido! —dijo Sikes cerrando la puerta con los cerrojos —Alumbra Tobias!

—Ah! Eres tu compadre? —repuso la misma voz —Barney enciende la vela! Oyes Barney? Despavilate y acompaña al caballero! No puedes?

El individuo que hablaba arrojó sin duda un calzador á la cabeza de aquel á quien se dirigia, porque se oyó el ruido de algo de madera que cayó pesadamente sobre el piso: á cual ruido se siguió un gruñido como de hombre medio dormido.

—Me oyes? —gritó la misma voz —Guillermo Sikes está en el pasadizo y no hay nadie para recibirle, mientras que tu te estás ahí durmiendo como si hubieras tomado láudano en la cena! Te encuentras ya mas agil, ó será preciso que te tire el candelero á las orejas para dispertarle del todo?

Apenas fueron pronunciadas estas palabras cuando se oyó un roce de zapatos en el suelo y se vió de pronto un débil resplandor que salia por la puerta de la derecha, luego al mismo individuo que tenemos descrito como hablando con la nariz y llenando las funciones de mozo en la taberna de Saffron-Hille.

—Señor Sikes! —esclamó Barney con una alegria real ó fingida —Tomaos la pena de entrar.

—Ea pasa tu el primero! —dijo Sikes á Oliverio —Mas vivo ó te piso los talones!

Lanzando una imprecacion contra la lentitud del niño, lo empujó bruscamente y entraron en una salita obscura y llena de humo, cuyo mueblaje consistia en dos ó tres sillas rotas, una mala mesa y un sofá, sobre el cual estaba un hombre tendido con los piés mas altos que la cabeza y teniendo una pipa de barro en la boca. Vestia una casaca color de tabaco de rapé cortada á la última moda con gruesos botones de cobre, un chaleco de flores de un color vivo, un pantalon de paño moreno y una corbata amarillo-naranja.

El señor Crachit (porque era él.) no tenia gran cantidad de cabellos; pero los que poseia, eran de un tinte rojo y le caian en largos tirabuzones, entre los que pasaba de vez en cuando sus dedos huesosos adornados con gruesos anillos falsos. Era de un poco mas de mediana talla y tenia las piernas algo flacas; pero esta circunstancia no disminuia en lo mas mínimo su admiracion por sus botas que contemplaba con la mayor satisfaccion.

—Ola compadre! —dijo volviendo la cabeza hácia la puerta —Me alegro de verte... Empezaba ya á temer que no hubieras renunciado á la empresa y en tal caso me hubiera aventurado á llevarla á cabo yo solo. Ola! —esclamó con sorpresa viendo á Oliverio —Quién es este?

—Es el pequeñuelo! —contestó Sikes acercando su silla al fuego.

—De Fagin he? —repitió Tobias mirando á Oliverio —Lindo cráneo... promete para las faltriqueras de las viejas ladis en las iglesias... Tiene una pelota que augura gran fortuna!

—Basta, basta ya! —prorumpió Sikes con impaciencia, é inclinándose al oido de su amigo le dijo en voz baja algunas palabras que excitaron su hilaridad y le hicieron mirar á Oliverio con una atencion mezclada de curiosidad.

—Ahora —dijo Sikes volviéndose á sentar —si tuvierais algo que darnos para comer y beber mientras esperamos, nos daria algun ánimo, á mi al menos. Siéntate aquí cerca el fuego mocito y descansa, porque aun tienes que salir con nosotros esta noche, si bien no para ir muy lejos!

Oliverio lanzó una mirada temerosa y acercando al fuego un taburete se sentó en él, apoyando su cabeza ardiente sobre sus manos y no pudiéndose dar razon de donde estaba y lo que iba á ser de él.

Despues de una cena bastante modesta; pero en la que se bebió mucho al buen éxito de la empresa, lo bandidos se durmieron. Oliverio amodorrado en el rincon de la chimenea creia estar aun rodando al través de las callejuelas, cuando fué desvelado por Tobias Crachit que se levantó gritando que eran ya la una y media.

En un instante los otros dos estuvieron en pié y cada uno se ocupó en los preparativos de la marcha. Sikes y su compañero, abrocharon sus redingotes mientras que Barney abriendo un armario, sacó de él muchos objetos que metió de prisa en sus bolsillos.

—Mis parlanchinas? —dijo Tobias Crachit.

—Ahí las teneis. —contestó Barney mostrando un par de pistolas —Las habeis cargado vos mismo.

—Está bien! —repuso el otro poniéndolas sobre la mesa —Los persuasivos?

—Yo los tengo. —contestó Sikes.

—Lan ganzúas, escoplos, linternas sordas, máscaras... no se han olvidado? —preguntó Tobias sujetando por medio de un cinturon una pequeña alza-prima de hierro debajo los faldones de su casaca.

—Tenemos todo lo necesario. —contestó su compañero —Barney trae esos palillos que están ahí! Al avio!

Esto diciendo tomó un enorme garrote de manos de este, quien habiendo entregado el otro á Tobias, se puso á abrochar la chaqueta de Oliverio.

—Ahora dame la mano. —dijo Sikes.

Oliverio aturdido á la vez por una marcha desacostumbrada, por el frio de la noche y por el licor que le habían obligado á beber, dió maquinalmente su mano á Sikes.

—Cójele la otra Tobias. —dijo Sikes —Tu Barney pon un momento el ojo alerta!

Este fué á entreabrir la puerta y volvió diciendo que por afuera todo estaba tranquilo. Los dos bandidos salieron con Oliverio entre ellos y Barney habiendo cerrado otra vez la puerta con los cerrojos, se arropó y volvió pronto á dormirse.

La obscuridad era completa; la niebla mucho mas espesa que al empezar la noche. La atmósfera estaba tan húmeda, que si bien no llovia los cabellos y las cejas de Oliverio quedaron mojados en menos de un instante. Pasaron el puente y parecieron dirijirse hácia las luces que antes había visto. No estaban ya lejos de ellas y como marchaban muy aprisa pronto llegaron á Chertsey.

—Atravesarémos la poblacion! —dijo Sikes en voz baja —A esta hora no hay nadie en las calles.

Tobias accedió en ello y enfilaron la calle mayor, que en hora tan adelantada de la noche estaba del todo desierta. Una luz debil aparecia acá y acullá en algunas ventanas y el ladrido de los perros interrumpió de vez en cuando el silencio de la noche. Cuando hubieron pasado las últimas casas sonaron las dos en el reló de la Iglesia. Entonces doblando el paso tomaron un camino á la derecha y despues de cerca cinco minutos de marcha se pararon frente de una casa aislada, rodeada de un muro, al que en un abrir y cerrar de ojos se encaramó Tobias.

—Pronto; el niño! —dijo —Hízamelo.. yo lo recibiré!

Antes que Oliverio tuviera el placer de dar un suspiro de desahogo, Sikes lo había cojido por debajo el brazo y en el propio momento Tobias y él estaban sobre el prado del otro lado. Sikes no tardó en seguirles y se dirijieron hácia la casa.

Esta fué la primera vez que Oliverio casi loco de tristeza y de angustia, comprendió que el robo y la fractura (sino el asesinato) eran el objeto de su espedicion. Plegó las manos involuntariamente y lanzó un grito de terror; sus ojos se nublaron, un sudor frio corrió por todo su cuerpo, las piernas le flaquearon y cayó de rodillas.

—Levántate! —refunfuñó Sikes trémulo de cólera y sacando la pistola de su faltriquera —Levántate ó te hago saltar la tapa de los sesos!

—Oh! por el amor de Dios dejadme ir! —esclamó Oliverio —Dejadme marchar y morir en medio de los campos! Jamás me acercaré á Lóndres! jamás, jamás! Oh! os lo suplico! tened piedad de mi y no me obligueis á robar! Por el amor de todos los santos que están en el cielo; tened piedad de mi!

El hombre á quien fué dirijida esta súplica arrojó un juramento horrible, había amartillado su pistola... cuando Tobias arrancándosela, puso su mano sobre la boca del niño y lo arrastró hácia la casa.

—Cállate —le dijo —porque de nada te servirán los gritos! Si pronuncias una sola palabra mas, yo mismo te despacho por un garrotazo en la cabeza! Esto tiene la ventaja de no meter ruido y es mas seguro y mas gentil... Ea Guillermo! Hunde el postigo... Yo respondo del vicho... A otros mas audaces que él les he visto á su edad hacer lo mismo durante un minuto ó dos y en médio de un frio como este.

Sikes maldiciendo á Fagin por haber enviado Oliverio en semejante comision, hizo uso de la alza prima con toda su fuerza, sin por ello hacer mucho ruido. Algunos segundos y un poco de ayuda por parte de Tobias bastaron para que el postigo rodara sobre sus goznes.

Este postigo era de una ventanilla á cinco ó seis piés del suelo, que daba luz á una especie de bodega situada al detrás de la casa y haciendo frente á la entrada. La abertura era tan pequeña, que los habitantes de la casa no habían juzgado necesario asegurarla mas, y sin embargo podia muy bien pasar por ella el cuerpo de un niño. Un poco de destreza y de práctica en la profesion por parte de Sikes, le facilitaron el forzar el postigo que fué abierto en un santiamen.

—Ahora escucha bien lo que voy á decirte! —murmuró Sikes sacando de su faltriquera una linterna sorda y dirijiendo la luz al rostro de Oliverio —Voy á pasarte al otro lado. Toma esta linterna, sube los escalones que estarán ante tí, luego atravesarás el vestíbulo y nos abrirás la puerta de la calle.

—Hay unos cerrojos muy altos que no podrias alcanzar. —añadió Tobias —Subirás sobre una de las sillas del vestíbulo. Hay tres Guillermo, con los blasones de la vieja en el respaldo de cada una. (un soberbio unicornio azul con un cuerno de oro.)

—Quiéres callar tu lengua! —repuso Sikes con tono amenazador —La puerta del aposento está abierta, no es cierto?

—De par en par. —contestó Tobias despues de haber mirado por la ventanilla para asegurarse de ello. Lo mejor de todo esto es que se deja siempre entreabierta por medio de un gancho, para que el perro que tiene su perrera en algun rincon de por aquí pueda ir y venir cuando no duerme... Ah! ah! Barney esta noche, os lo ha engaitado de lo lindo!

Aun que Crachit hizo esto observacion en voz baja, Sikes le mandó imperiosamente que se callára y se pusiera al avio. Aquel empezó por poner la linterna en el suelo, apoyó la cabeza contra la pared debajo de la ventanilla, puso sus manos sobre sus rodillas y Sikes subiendo luego sobre sus espaldas pasó á Oliverio por la ventanilla los piés delante y le dejó suavemente en el suelo sin dejar por esto el cuello de su chaqueta.

—Toma esta linterna! —dijo metiendo la cabeza en la ventana —¿Ves ante tí esa escalera?

Oliverio mas muerto que vivo hizo una señal afirmativa, y Sikes indicándole la puerta de la calle con el cañon de su pistola, le advirtió friamente que siempre estaria á tiro y que si tenia la desgracia de dar un trás pié era muerto.

—Es negocio de un segundo. —prosiguió el bandido en voz baja —Al momento que te deje cumple tu deber. Escuchad!

—Qué hay? —preguntó Tobias.

Prestaron oido con la mayor atencion.

—No es nada. —dijo Sikes soltando á Oliverio —Ea! Marcha!

En el breve instante que tuvo para reponerse, el niño había tomado la firme resolucion (aun que le costára la vida) de correr á lo alto de la escalera y dando el grito de alarma despertar á los habitantes de la casa. Lleno de esta idea avanzó al momento; pero con precaucion.

—Ven acá! —gritó de repente Sikes —Pronto! pronto!

Espantado por esta esclamacion súbita de Sikes en medio del silencio de la noche y por un grito penetrante salido del interior de la casa, Oliverio dejó caer su linterna y no supo si avanzar ó retroceder.

El grito fué repetido. Una luz brilló en la meseta del vestíbulo. La aparicion de dos hombres medio vestidos y pálidos de terror flotó ante sus ojos en la escalera. Una llamarada, una esplosion, una humareda espesa, un crujido en alguna parte de que no pudo darse cuenta y vaciló hácia atrás.

Sikes que había desaparecido un momento, metió otra vez la cabeza en la ventanilla y asió á Oliverio por el cuello antes que el humo se hubiera disipado. Tiró un pistoletazo á los dos hombres que empezaban ya á tocar retirada y tomó al niño.

—Coje esto! —dijo tirándole de la ventana al suelo —Dame un pañuelo, Tobias! Condenacion! Lo han tocado! Cuanta sangre echa este niño!

El repique de una campanilla se mezcló con el ruido de las armas de fuego y los gritos de la gente de la casa. Oliverio se sintió llevar rápidamente al través de los campos. Entonces las voces se perdieron á lo lejos. Un frio mortal se apoderó de sus sentidos y se desmayó.