Los ladrones de Londres/Capítulo XVII

LA SUERTE QUE NO SE CANSA DE PERSEGUIR Á OLIVERIO, LLEVA Á LONDRES UN PERSONAGE ILUSTRE QUE ANONADA SU REPUTACION.

UNA mañana muy de madrugada Mr. Bumble salió de la Casa de la Caridad y enfiló la Calle Mayor con paso firme y seguro. Su semblante demostraba toda la gloria y el orgullo de su dignidad de pertiguero: los galones de su sombrero de tres picos y de su levita brillaban al sol y oprimia su baston con toda la fuerza de la salud y del poder. Mr. Bumble llevaba siempre la cabeza erguida, pero en este dia la llevaba mas tiesa que de costumbre. Había tal distraccion en sus miradas y tal nobleza en sus ademanes que un observador inteligente no hubiera podido menos de presumir que pensamientos de una naturaleza poco comun ocupaban la mente del pertiguero. No se dignó detenerse para conversar con los tenderos al por menor y las demas personas que le dirijieron la palabra; se contentó con responder á sus saludos por un movimiento de mano y no se detuvo su marcha hasta que hubo llegado á la granja en que la Señora Mann guardaba á los niños de la Casa con un cuidado parroquial.

—Que el diablo se lleve á ese importuno pertiguero, si no es él quien llega tan de mañana! —dijo viéndole sacudir con impaciencia la puerta del jardin —Ola Señor Bumble! Ya me figuré yo bien que no podiais ser otro que vos! Es gran placer y una sorpresa agradable el poderos ver tan de mañana! Os suplico que os tomeis la molestia de entrar!

Las primeras palabras fueron dirijidas á Susana y las últimas á Mr. Bumble mientras le abria la puerta y le introducia en la casa con las mayores señales de respeto y atencion.

—Señora Mann! —dijo Mr. Bumble dejándose caer gradual y pausadamente en una silla, en vez de sentarse bruscamente como lo haria un palurdo —Señora Mann os doy los buenos dias!

—Igualmente Señor Bumble! —contestó esta con muchas muecas graciosas —¿Cómo vá esa preciosa salud?

—Psi! psi! Señora Mann. —replicó el pertiguero —Una vida parroquial no es ningun lecho de rosas!

—Bien seguro que no! —apoyó la Señora. (Todos los niños confiados á su cuidado hubieran podido responder á coro si la hubiesen oido.)

—Una vida parroquial Señora Mann —continuó el pertiguero golpeando la mesa con su baston —es una vida de trabajo, de vejaciones y de tormentos! Pero todos los personajes públicos, si así puedo espresarme, deben esperarse el sufrimiento de la persecucion.

La Señora Mann no comprendiendo del todo lo que el pertiguero queria decir, levantó las manos al cielo con aire místico y suspiró.

—Ah! Bien podeis suspirar Señora Mann! —dijo Bumble.

Aquella viendo que había obrado bien, suspiró de nuevo con gran satisfaccion del funcionario público que reprimió una sonrisa graciosa mirando fijamente al sombrero de tres picos.

—Me voy á Londres Señora Mann!

—De veras Señor Bumble? —contestó ésta plegando las manos y retrocediendo tres pasos en señal de asombro.

—Si Señora. —replicó el imperturbable pertiguero —Me voy á Londres en la diligencia... yo y dos pobres de la casa. Tenemos un pleito por causa de esos pobres. No pertenecen á nuestra parroquia, de consiguiente por pleno derecho no queremos albergarlos... y yo soy quien el consejo de Administracion ha escojido por su representante y el que debe responder en su nombre en las prócsimas sesiones de Clerkenwell. [3] Figuraos ahora Señora Mann —continuó empinándose de toda su altura —Figuraos digo cuanto hilo tendrán que torcer las sesiones de Clerkenwell antes que concluyan conmigo.

—Oh! no vayais á tratarlas con demasiada severidad. —dijo la Señora Mann con tono adulador.

—Ellas me habrán obligado Señora Mann, y si las sesiones de Crekenwell no salen tan bien paradas como creen, á ellas mismas deberán echarse la culpa!

Estas palabras fueron pronunciadas con tal calor y tal acento de amenaza que la Señora Mann se estremeció.

—Os vais pues en la diligencia? —dijo —Creia que la costumbre era enviar á esos pobres en carretas?

—Esto Señora Mann es cuando están enfermos. Entonces les encajamos dentro de carretas descubiertas para impedir que los aires colados les costipen.

—Ah! esto es otra cosa!

—La Administracion de diligencias se encarga de esos por una biscoca. Ambos se hallan en muy triste estado, y calculamos que el cambiarlos nos costará dos libras esterlinas menos que enterrarlos; es decir, si logramos hacerlos recibir en otra parroquia, lo que creo no será dificil en caso de que el despecho no los mato en el camino... ah! ah! ah!

Despues que Mr. Bumble hubo reido á sus anchas, sus ojos se encontraron con el tricuspis y recobró su gravedad.

—Por vida de... hablando nos olvidamos de los asuntos. —dijo —Señora Mann aquí tenéis vuestro salario parroquial del mes.

Esto diciendo sacó de su cartera algunas monedas de plata envueltas en un papel y pidió un recibo que la Señora Mann se apresuró á escribir.

—Hay muchos garabatos —dijo esta —pero ya pasará. Muchas gracias Señor Bumble. Os estoy muy agradecida.

El pertiguero respondió á esta cortesia con una ligera inclinacion de cabeza y preguntó por la salud de los niños.

—Pobres angelitos! —contestó la vieja con emocion. —Están lo mejor posible, esceptuando los dos que se murieron la semana pasada y luego el pequeño Ricardo que anda alicaido.

—No mejora? —preguntó el pertiguero.

La Señora Mann sacudió la cabeza.

La mañana siguiente á la seis Mr. Bumble, despues de haber cambiado su sombrero de tres picos por otro redondo y empaquetado su individuo dentro un redingote azul, tomó asiento en la delantera de la diligencia en compañía de los dos criminales de quienes la Administracion pretendia deshacerse, y que eran la causa bien inocente del proceso que llamaba al pertiguero á Londres. Este llegó á la capital sin haber esperimentado en el camino otra incomodidad que la producida por la conducta inconveniente de los dos pobres que se obstinaron en quejarse del frio, y en titiritar de tal manera durante todo el viaje que (á lo que dijo Mr. Bumble.) sus dientes le castañearon en la cabeza y se encontró muy poco á su gusto á pesar de tener un grueso redingote sobre su cuerpo.

Habiéndose desembarazado el pertiguero de tan incómodos individuos por toda la noche, se instaló en la fonda donde había parado la diligencia y se hizo servir una opípara comida compuesta de tajadas de buey con salsa de ostras y una botella de escelente vino de Oporto. Luego que hubo concluido, llenó un vaso de grog que puso sobre la chimenea, acercó su silla á la lumbre y despues de algunas reflecsiones morales sobre la incomodidad que resulta de viajar con personas que titiritan y que se quejan, se puso á leer un periódico.

El primer artículo sobre el que se fijaron sus ojos fué el anuncio siguiente:

CINCO GUINEAS DE RECOMPENSA.

«Un muchacho de Pentonville llamado Oliverio Twist, ha dejado su habitacion el jueves último al anochecer sin haber vuelto á ella.

«La recompensa arriba espresada será concedida al que dará instrucciones que puedan facilitar el descubrimiento del susodicho Oliverio Twist, ó que tiendan á arrojar alguna luz sobre los pormenores de su historia, que la persona que hace insertar este anuncio tiene gran interés en saber.»

Venia en seguida la descripcion exacta de la edad, del traje y del exterior de la persona de Oliverio; el modo como había desaparecido y finalmente el nombre y la direccion de Mr. Brownlow.

Mr. Bumble abrió los ojos, leyó pausadamente y con la mas escrupulosa atencion, por dos ó tres veces consecutivas el artículo y cinco minutos despues estaba en camino para Pentonville habiéndose olvidado con la precipitacion el vaso de grog de sobre la chimenea.

—Mr. Brownlow está en casa? —preguntó á la jóven que le abrió la puerta.

A tal pregunta ésta contestó del modo evasivo que tenia por costumbre: —No lo se. ¿De parte de quién venís?

No bien Mr. Bumble hubo pronunciado el nombre de Oliverio y esplicado él motivo de su visita, cuando la Señora Bedwin que escuchaba á la puerta de la sala se precipitó desalentada en el recibidor.

—Entrad! Entrad! —dijo —Estaba segura de que tendríamos noticias suyas! Pobre chico! Me lo decia el corazon! Querido niño! Siempre lo dije!

Esto diciendo la buena anciana volvió á entrar en la sala á toda prisa y sentándose en el sofá prorumpió en lágrimas, mientras que la criada menos sensible subió los escalones de cuatro en cuatro y volvió pronto para decir á Mr. Bumble que la siguiera. Le introdujo en el gabinete de estudio donde Mr. Brownlow y su amigo Grimwig estaban sentados á una mesa con una botella y dos vasos ante si.

—Un pertiguero! Un verdadero pertiguero de parroquia! Me comeria la cabeza que es un pertiguero! —esclamó este último.

—Os ruego querido amigo que no nos interrumpais por algunos momentos. —dijo Mr. Brownlow. Y dirijiéndose á Bumble añadió —Caballero tened la bondad de sentaros!

Mr. Bumble se sentó muy preocupado por la originalidad de los modales de Mr. Grimwig, Mr. Brownlow colocó la lámpara de modo que pudiera ver mejor al pertiguero y dijo con alguna impaciencia.

—Supongo que el motivo de vuestra venida, ha sido el artículo que he hecho insertar en el periódico?

—Si señor. —respondió Bumble.

—Vos sois pertiguero ¿no es cierto? —preguntó Mr. Grimwig.

—Soy pertiguero parroquial señores. —replicó aquel con orgullo.

—Lo ois? —repuso Mr. Grimwig, dirijiéndose á su amigo aparte —Estaba seguro de que era un pertiguero. El corte de su redingote es parroquial, y huele á pertiguero á la legua.

Mr. Brownlow impuso silencio á su amigo con un movimiento de cabeza y luego continuó:

—Podeis decirnos donde se halla al presente ese niño?

—De ningun modo. —contestó Bumble.

—Entonces ¿que es lo que sabeis de él? —preguntó Monsieur Brownlow. —Hablad amigo mio si teneis algo que decir. ¿Qué sabeis de él?

—Nada bueno sin duda? —dijo Mr. Grimwig despues de haber examinado atentamente al pertiguero.

Este tomó la pregunta al pié de la letra y meneó la cabeza con aire compungido.

—Ya lo veis! —dijo Mr. Grimwig dirijiendo á su amigo una mirada de triunfo.

Mr. Brownlow procuró leer en la fisonomía del pertiguero la respuesta que iba á recibir de él y le instó para que le dijera con la brevedad posible lo que sabia respecto á Oliverio. Mr. Bumble se quitó el sombrero, desabrochó su redingote, se cruzó de brazos y despues de algunos momentos de reflecsion empezó su relato.

Seria fastidioso reproducir aquí las palabras que el pertiguero ensartó por el espacio de veinte minutos. Bastará saber que en resúmen contó que Oliverio era un niño expósito de baja procedencia que desde su nacimiento no había desplegado otras cualidades que la perfidia, la ingratitud y la maldad; habiendo terminado su corta estancia en el lugar de su nacimiento por un acto villano y sanguinario ejercido sobre la persona de un muchacho de la escuela de caridad, despues del cual se había escapado en medio de la noche de casa su amo. Luego para probar que realmente estaba revestido del carácter con que se había manifestado poco antes, estendió sobre la mesa los papeles que se había llevado de la Casa de la Caridad y cruzando de nuevo los brazos esperó las observaciones de Mr. Brownlow.

—Temo que lo que habeis dicho será demasiado cierto. —dijo éste tristemente despues de haber inspeccionado rápidamente los papeles —Esta suma es muy mezquina para las instrucciones que acabais de darme; pero de buena gana os hubiera dado el triple ó cuadruple, si ellas hubiesen sido favorables al niño.

Es muy probable que si Mr. Bumble hubiera sabido esto un momento antes hubiera dado un giro del todo diferente á su relato; pero no era ya tiempo y sacudiendo gravemente la cabeza embolsó las cinco guineas y se retiró.

Mr. Brownlow se paseó arriba y abajo de la sala tan preocupado por la relacion del pertiguero que el mismo Mr. Grimwig se guardó bien de contrariarle por mas tiempo. Al fin se detuvo y tiró con fuerza el cordon de la campanilla.

—Señora Bedwin! —dijo á la ama de llaves que vino para recibir sus órdenes —Ese muchacho... Oliverio! es un impostor.

—No puede ser señor! Estoy segura de ello! —dijo enérgicamente la buena anciana.

—Os digo que lo es! —repuso secamente Mr. Brownlow —¿Qué quereis decir con... no puede ser? Acabamos de saber lindas cosas de él. Parece que desde su nacimiento hasta el presente no ha sido mas que un pilluelo.

—Jamás lo creeré señor! —replicó Bedwin con firmeza.

—Vosotras las viejas, no dais fé mas que á los charlatanes y á los cuentos de brujas! —interrumpió bruscamente Mr. Grimwig —¿Porqué no seguisteis mis consejos desde el principio? Lo hubierais hecho sino hubiese tenido la fiebre he? Ella le hácia interesante no es esto? Interesante! Que bestialidad! —Esto diciendo atizaba el fuego revolviéndole con el hurgón.

—Ese niño es dulce, amable y reconocido. —repuso la Señora Bedwin con indignacion —Tal vez tengo motivos para conocer el carácter de los niños... Hay mas de veinte años que trato con ellos y las personas que no pueden decir otro tanto, debieran tener el pico cerrado. Al menos esta es mi opinion!

Esta era una pulla directa lanzada á Mr. Grimwig que era celibatario; pero como ella no hizo mas que exitar una sonrisa por parte del viejo muchacho, la buena señora sacudió la cabeza y rollando maquinalmente entre sus dedos el cabo de su delantal, iba sin duda á contestar como correspondia.

—Silencio! —dijo Mr. Brownlow fingiendo una cólera que estaba lejos de subir —No pronuncieis jamás ante mi el nombre de ese niño! Os había llamado para decíroslo! Jamás! jamás! bajo pretexto alguno... No lo olvideis! —Es todo lo que tenia que deciros señora Bedwin! Fijad en la memoria que os hablo seriamente...