Los ladrones de Londres/Capítulo XV

EN EL QUE SE DEMUESTRA HASTA QUE PONTO EL VIEJO JUDÍO Y LA SEÑORITA NANCY AMABAN Á OLIVERIO.

Entretanto Fagin, Sikes y Nancy disfrazada de cocinera, se habían reunido en una taberna del barrio mas sucio de Londres y deliberaban allí en compañía del perro de largo pelo blanco y puerco. Sikes siempre huraño, el judío mas obsequioso y Nancy decidida mas que nunca á ponerse de parada para cazar á Oliverio.

—Vaya! ¿No es cierto Nancy que vas á emprender la caza? —dijo Sikes presentándole un vaso.

—Si Guillermo. —respondió la jóven despues de haber tragado el licor de una sola vez. —Ya le tengo la pista á Dios gracias! El pobre Diablillo ha estado enfermo, obligado á guardar cama, y... alguna importancia es que ella se calló y sonriendo graciosamente á Sikes llevó la conversacion á otro objeto. Poco despues el viejo judío fué acometido de una tos tan violenta que Nancy echando su chal sobre las espaldas, declaró que era tiempo de partir. Sikes que iba por el mismo lado una parte del camino, espuso la intencion de acompañarla y salieron juntos seguidos á poca distancia del perro feo que salió de un pequeño establo luego que su amo estuvo fuera de su vista. Despues que Sikes hubo partido, el judío asomó la cabeza por la puerta de la sala y mirándole andar por el callejon obscuro y estrecho le enseñó el puño profiriendo horribles imprecaciones y rechinando los dientes; hecho lo cual volvió á sentarse á la mesa y pronto se engolfó profundamente en las páginas interesantes de la Gaceta de los Tribunales.

—Ah! querida Nancy! —dijo Fagin levantando la cabeza:

Si una ojeada significativa y un fruncimiento de las cejas rojas del judío, advirtió á Nancy de que era demasiado comunicativa, es lo que no nos importa saber; el solo hecho á que damos

Entretanto Oliverio no sospechando siquiera que estaba tan cerca de la habitacion del viejo chulo, se dirijia á la tienda del librero. Cuando estuvo en Clerkerwell, tomó por distraccion una calle que si bien paralela, con todo le estraviaba un poco de su camino; pero no reparando en su error hasta que la hubo andado ya mas de dos tercios y sabiendo además que ella le conducia al mismo punto, no juzgó oportuno retroceder y avanzó buen trecho con sus libros bajo el brazo.

Caminando pensaba en sus adentros cuan feliz debia ser y lo que daria para ver únicamente al pequeño Ricardo, quien azotado y falto de pan, tal vez en este momento se hallaba con ansias de llorar, cuando le sacó de su meditacion la voz de una muger que gritaba desaforadamente: —Oh! Querido hermano mio! —y apenas hubo vuelto la cabeza para ver lo que era cuando se halló estrechamente oprimido por dos brazos vigorosos pasados bruscamente al rededor de su cuello.

—Dejadme estar! —gritó él resistiéndose —Soltadme! Quien sois? Porque me deteneis?

La respuesta á esto fué una multitud de quejas y lamentaciones por parte de una jóven, llevaba una cesta pequeña y una llave gruesa en cada mano y que lo abrazaba con transporte.

—Ay! gracias á Dios! Al fin le he encontrado! —dijo ella —Oliverio! Oliverio! Has sido un mal muchacho en haberme hecho tan desgraciada! Ven, ven conmigo á casa! Cielos! Si; es el mismo! O felicidad! Con que lo hé encontrado!

En medio de estas esclamaciones incoherentes, la jóven se sintió acometida por un exceso de histérico que hizo temer por sus dias hasta tal punto que algunas mugeres atraidas por sus gritos pidieron á un mancebo carnicero de cabellera lustrosa de grasa hallado alli por casualidad, fuera en busca de médico; pero éste que era de un natural lento (por no decir indolente) contestó que no lo creia necesario.

—Oh! no; no hagais caso! —dijo Nancy cojiendo la mano de Oliverio —Me siento ya mejor!.. Ea tu desgraciado! ven pronto á casa!

—Que... que es esto señorita? —preguntó una de las mugeres.

—Ah señora! —respondió la jóven. —Hace un mes que se escapó de la casa de sus padres (personas muy respetables y buenos jornaleros) y se ha juntado con una banda de ladrones y de mala gente; de modo que su pobre madre es cuasi-muerta de tristeza.

—Pilluelo! —dijo una muger.

—Pequeño salvage! ¿quiéres volverte á tu casa? —añadió otra.

—Esto no es verdad! —esclamó Oliverio sumamente alarmado —Yo no la conozco!.. Yo no tengo ni hermana, ni padre, ni madre! Soy huérfano! Vivo en Pentonville!

—Se ha visto descaro igual! —dijo Nancy.

—Cielos! Nancy! —gritó Oliverio reconociéndola al fin y retrocediendo de espanto.

—Ya lo veis como me conoce! —repuso Nancy recurriendo al testimonio de los presentes. —No puede menos!.. Como honradas gentes que sois ayudadme á llevarlo á nuestra casa, ó sino matará á su padre á su madre y yo me moriré tambien de tristeza!

—Que Diablos sucede aqui? —dijo un hombre saliendo precipitadamente de una taberna seguido de un perro blanco lleno de cicatrices —Oh!.. mil truenos! Es el pequeño Oliverio! Tunantuelo te volverás pronto á tu casa con tu pobre madre?

—Yo no les pertenezco! No les conozco! Socorro! Socorro! —gritó el niño procurando desprenderse de las manos del hombre.

—Ah! gritas socorro! —repuso éste. Pillastron! Yo voy á dártelo el socorro!.. Que significan esos librotes que traes aqui? Sin duda los habrás robado! Dame esto pronto!

Esto diciendo, le arrancó los tomos de las manos y le dió un gran puñetazo en la cabeza.

—Bien hecho! —dijo un hombre que miraba desde la ventana de una guardilla —Este es el único medio de hacerle entrar en razon.

—Sin duda alguna. —esclamó un carpintero medio dormido, dirijiendo una mirada de aprobacion al que acababa de hablar.

—Esto le sentará bien! —dijeron las dos mugeres.

—Por esto cabalmente no quiero que le pase la presente! —repuso el bandido cogiendo á Oliverio por el cuello de la chaqueta y asestándole otro puñetazo —Andarás pillastron? —A mi Cesar! A mi! —prosiguió dirijiéndose á su perro.

Debilitado por la enfermedad que acababa de pasar, aturdido por los golpes y por un ataque tan repentino, espantado por el horrible gruñido del perro y la brutalidad del hombre y anonadado por la conviccion de los presentes que le tomaban por lo que no era ¿que podia hacer el pobre niño en tal circunstancia? La obscuridad de la noche, en semejante barrio hacia todo socorro improbable y toda resistencia inútil. En menos que nada fué conducido con tal rapidez por un laberinto de callejuelas sombrias y estrechas que los pocos gritos que osó proferir no fueron oidos, y aun que lo hubieran sido nadie había á quien pudieran llamarle la atencion...

Los faroles estaban encendidos por todas partes; la Señora Bedwin esperaba con ansiedad á la puerta de la casa; la criada había corrido veinte veces hasta al cabo de la calle para ver si encontraria á Oliverio y los dos amigos estaban en el salon sin luz, teniendo siempre el reló ante su vista.