Los ladrones de Londres/Capítulo XI

DE LA MANERA QUE ADMINISTRA LA JUSTICIA EL MAGISTRADO MR. FANG.

EL hurto había sido perpetrado dentro la jurisdiccion y de hecho en las inmediaciones de un tribunal de policía metropolitana muy celebrado. Los curiosos tuvieron la única satisfaccion de acompañar á Oliverio un corto trecho; es decir hasta un sitio llamado Multon-Hill donde le hicieron pasar bajo una bóveda sombría y baja que conducia á un patío súcio al detrás del que estaba ese dispensador de la pronta justicia. Alli encontraron un regordete con enormes favoritos en las megillas y un grueso manojo de llaves en la mano.

—Que hay de nuevo? —preguntó con suma displicencia.

—Un jóven pégre [1] —contestó el agente de policía.

—Sois vos el robado? —preguntó el carcelero al anciano caballero que estaba trás Oliverio.

—Si; —dijo este —yo soy; pero no estoy seguro que sea este niño quien ha cojido el pañuelo y por eso quisiera mas que la cosa no pasára adelante.

—Ya es tarde! Es preciso que se presente ante el magistrado. —repuso el carcelero —Pronto vá á ser puesto en libertad. —y dirijiéndose á Oliverio. —Ola in pasto de horca! Al avio!

Esto era para el niño una invitacion de entrar en una celdilla cuya puerta había abierto el hombrecillo y donde le encerró despues de haberle registrado y no encontrándole nada sobre él.

El anciano caballero al oir rechinar la llave en la cerradura se puso tan triste como Oliverio y dirijió suspirando sus ojos sobre el libro causa inocente de todo aquel fracaso.

—Hay algo en la fisonomía de ese niño —se dijo á sí mismo dando algunos pasos y golpeándose frente con el libro, completamente absorvido en sus reflecciones —algo que me choca y me interesa. Será tal vez inocente? Paréceme... Por vida de! —esclamó parándose en seco y mirando fijamente á las nubes— ¿Dónde he visto yo una fisonomía semejante á la suya?

Despues de haber reflecsionado algunos momentos, se adelantó en ademan pensativo hácia una pequeña sala que daba al patio y allí retirado y á solas pasó revista en su memoria á un gran número de rostros que hacia muchos años había perdido de vista, y sobre los cuales se había estendido un velo sombrío.

El carcelero le dispertó de sus sueños dándole un golpecillo sobre la espalda y haciéndole señal de que le siguiera: cerró inmediatamente su libro y pronto se vió á la presencia imponente del célebre Mr. Fang. La sala de audiencia que daba á la calle tenia el techo artesonado. Mr. Fang estaba sentado mas allá de una pequeña balustrada y en une de los estremos. A un lado de la puerta y en un banquillo colocado al efecto, estaba sentado el pobre Oliverio espantado de la gravedad de esta escena.

El anciano caballero se inclinó profundamente, se adelantó hacia el bufete del magistrado y dijo añadiendo la accion á la palabra:

—Esta es mi direccion caballero —y dando tres pasos atrás se inclinó de nuevo y esperó que se le preguntase.

Cabalmente Mr. Fang leia en este momento con profunda atencion en el Morning Chronicle un artículo concerniente á una sentencia que había dado, el cual artículo le recomendaba por la milésima vez á la atencion particular del ministro del interior. Estaba á mas de mal humor y levantando la cabeza con ademan uraño:

—Quien sois? —preguntó.

El anciano caballero algo sorprendido señaló con el dedo su tarjeta.

—Oficial de policía! —dijo Mr. Fang sacudiendo con desprecio la tarjeta y el periódico. —Quien es ese individuo?

—Mi nombre —dijo el anciano caballero espresándose con cortesia —mi nombre es Brownlow. Que me sea permitido á mi vez preguntar el nombre del magistrado que bajo el escudo de la ley insulta gratúitamente á un hombre respetable sin haber sido provocado. —Esto diciendo Mr. Brownlow dirijió una mirada á su alrededor como buscando quien quisiera responder á su pregunta.

—Oficial de policía! —dijo Mr. Fang tirando el periódico de revés —De que se acusa á ese individuo?

—No es él el acusado señor juez. —respondió el agente de policía —Comparece contra este muchacho.

El magistrado, lo sabia bien; pero era un medio como cualquier otro para vejar impunemente á las gentes.

—Ah! Comparece contra ese muchacho... no es oso? —replicó Mr. Fang examinando á Mr. Brownlow de la cabeza á los piés con aire de duda. —Recibid su juramento.

—Antes de prestar juramento —dijo Mr. Brownlow —me permitiré decir una sola palabra y es que sin una prueba tan convincente jamás hubiera podido crer....

—Silencio caballero! —dijo Mr. Fang con tono brusco.

—No me callaré señor magistrado! —replicó Mr. Brownlow.

—Silencio digo ó mando poneros á la puerta! Sois un impertinente, un bribon, al atreveros á desafiar un magistrado en el ejercicio de sus funciones!

—Que decís? —esclamó el anciano caballero palideciendo de cólera.

—Haced prestar juramento á ese hombre! —dijo Mr. Fang al escribano —Nada mas oiré! Hacedle prestar juramento!

La indignacion de Mr. Brownlow estaba á su colmo; pero reflexionando que dándola salida podria hacer daño al muchacho, se contuvo y prestó inmediatamente el juramento.

—Ahora —dijo Mr. Fang —decid: de que se acusa á esto muchacho? Qué teneis que deponer contra él?

—Estaba ante la parada de un librero —empezó Mr. Brownlow.

—Silencio caballero! —interrumpió Mr. Fang —Agente de policía! Donde está el agente de policía? Acercaos. Escribano hacedle prestar juramento. Ahora hablad. ¿Que teneis que decir?

El agente de policía relató con tono humilde: que el había preso al muchacho y que habiéndole registrado, nada había encontrado encima de él; añadiendo que esto era todo lo que tenia que decir.

—Hay testigos? —preguntó Mr. Fang.

—No; señor magistrado. —respondió el agente de policía.

Mr. Fang guardó silencio por algunos instantes; luego volviéndose á la parte acusadora dijo con tono irritado —Quereis esplicar los motivos de vuestra querella contra ese muchacho; si ó nó? Si rehusais administrar pruebas voy á castigaros por falta de respecto á un magistrado! Oh! Lo haré por.....

Por quien ó porque nadie lo sabe; pues que en este mismo momento el escribano y el carcelero tosieron con fuerza muy á propósito sin duda; y el primero dejando caer por descuido un voluminoso libro, privó que el resto pudiera oirse.

Entre las numerosas interrupciones y los insultos reiterados de Mr. Fang, Mr. Brownlow procuró relatar el hecho,

observando que en el primer momento de sorpresa corriera trás el niño porque lo había viste huir. Y —añadió —me atreveré á esperar que en el caso en que el Señor Magistrado considerára á este muchacho sino como ladron al menos como afiliado con ladrones, se dignára obrar respecto á él tan suavemente como se lo permita la justicia? Además está herido y temo mucho —prosiguió, con aire de compasion dirijiéndose á la barra —temo realmente que se encuentra malo.

—Oh! sin duda! Esto se comprende. —Observó Mr. Fang con acento burlon. —Ea tu... pequeño vagabundo! Tus pillerias están cosidas con hilo blanco. A mi no me la pegarás. Como te llamas?

Oliverio procuró responder; pero la lengua se le pegó en el paladar. Estaba horriblemente pálido y todo parecia dar vueltas á su alrededor.

—Como te llamas bribonzuelo? —clamó Fang con voz de trueno —Oficial! Cual es su nombre?

Esta pregunta se dirigia á un inoflelude de chaleco rayado que estaba en pié cerca de la barra. Se inclinó hacia el niño y repitió la pregunta; pero viendo que realmente se hallaba incapaz de comprenderla y sabiendo que su silencio no haria mas que escitar la cólera del magistrado y de consiguiente aumentar la severidad de la sentencia, respondió al acaso: —Se llama Tomás White señor magistrado.

—Ola! no quiere hablar ¿no es esto? —dijo Fang —Muy bien! Donde habita?

—Donde puede señor magistrado. —respondió el digno oficial fingiendo recibir la respuesta de Oliverio.

—Tiene padres? —preguntó Mr. Fang.

—Dice que se le murieron cuando niño. —replicó el otro del mismo modo.

En este punto del interrogatorio Oliverio levantó la cabeza y lanzando á su alrededor una mirada suplicante, pidió con voz moribunda que se le hiciera el favor de un vaso de agua.

—Todo eso son maulerias. —dijo Fang —No pienses cojerme por tonto.

—Señor magistrado creo que verdaderamente se encuentra malo. —dijo el oficial de policía.

—Se algo mas que vos en esta materia —replicó Fang.

—Cuidado señor oficial de policía! —dijo el anciano caballero, estendiendo instintivamente sus brazos —Cuidado!... vá á caer.

—Retiraos de aquí oficial de policía! —gritó Fang con acento brutal —y que caiga si bien le place.

—Oliverio se aprovechó del asiduo permiso y cayó desmayado en el suelo. Los hombres de servicio en la sala se miraron unos á otros pero ninguno osó menearse.

—Sabia bien que lo hácia adrede. —dijo Fang. (como sí este accidente hubiese sido para el una prueba incontestable de su eserto) pero pronto tendría su galardon.

—Que fallais señor? —preguntó en voz baja el escribano.

—Le condenó sumariamente —dijo Fang —á tres meses de prision, con mas al treadmill [2] Despojad la sala!

La puerta estaba abierta á este fin y dos hombres se preparaban para llevar al pobre Oliverio todavia sin sentidos á la prision, cuando un sujeto de alguna edad y de esterior decente aun que pobre á juzgar por sus pantalones negros un tanto deslustrados, se precipitó dentro la sala y acercándose á la barra. —Deteneos..! —dijo sofocado y sin darse tiempo de respirar —no le lleveis! Suspended la sentencia!

A pesar del mal humor y las groserías del juez Fang, le fué preciso escuchar al testigo. Este era el librero que lo había visto todo. Contó el hecho y Oliverio fué puesto en libertad. Mr. Brownlow estaba indignado de la conducta de Fang. Quiso protestar, pero fué hechado de la sala. Una palidez mortal cubria las mejillas de Oliverio, á penas podia tenerse. El compasivo anciano hizo acercar un fiacre y habiéndole colocado sobre las almohadas del mismo, partieron.