Los ladrones de Londres/Capítulo VIII

OLIVERIO SE DIRIJE Á LONDRES, Y ENCUENTRA EN EL CAMINO UN JÓVEN SINGULAR.

OLIVERIO despues que hubo llegado al estremo del sendero, se encontró en la carretera. Eran las ocho de la mañana: á pesar de haber andado ya cinco millas, corrió y se ocultó como pudo tras las hayas hasta el medio dia temiendo ser cojido en el caso de que se le persiguiera. Entonces se sentó en un mojon y se puso á pensar per la primera vez en el punto donde debia ir para poder ganarse la subsistencia.

Muchas veces había oido decir á los viejos de la casa de Caridad que un muchacho de corazon no podia dejar de pasarlo bien en Londres y que había en esa gran ciudad recursos de que los habitantes de las provincias no podian formarse una idea. Este era justamente el punto propio para el niño sin asilo y que podia morirse en medio de la calle si alguno no venia á su socorro. Se puso pues en marcha con valor acostándose por la noche al aire libre, viviendo ya de limosnas, ya de los restos arrojados por los caminantes; despreciado y rechazado por todas partes.

El séptimo dia de su partida entró muy de madrugada fatigadísimo en la pequeña ciudad de Barnet. Las puertas de las casas estaban cerradas, las calles desiertas, nadie se había levantado aun para prepararse á los trabajos del dia. El sol se elevaba radiante; pero su luz solo demostraba al niño de una manera mas sensible su abandono y su miseria. Se sentó en las gradas de una iglesia con los piés llenos de sangre y polvo.

Poco á poco se abrieron las puertas, se estendieron los toldos y la gente empezó á circular por las calles. Algunas personas (en número muy pequeño) se detuvieron un momento para contemplarle ó solo se volvieron al pasar á toda prisa; pero nadie le socorrió ni se tomó siquiera la pena de indagar porque se encontraba de tal modo en aquel sitio. El pobre niño no se sentia con ánimo para mendigar y estaba sentado allí sin saber lo que seria de él.

Había ya algun tiempo que permanecía en tal posicion asombrándose del gran número de tabernas que veia, (pues que cas todas las casas de Barnet lo son) y mirando con displicencia los carruajes públicos que pasaban rápidamente ante él, cuando le sacó de su reflexion la vista de un jóven que hacia pocos instantes acababa de pasar sin mostrar haber reparado en él y que retrocediendo luego y colocándose al otro lado de la calle le miraba con la mayor atencion. De pronto no hizo caso de ello; pero viendo que el tal muchacho permanecia tanto tiempo en la misma actitud, levantó la cabeza y le miró del mismo modo. Entonces este atravesó la calle y dirijiéndose directamente á él dijo:

—Y bien monigote! Que haces ahí hecho un estafermo?

El individuo que hizo tal pregunta á nuestro jóven viagero, era poco mas ó menos de su edad, pero tenia el aspecto de una originalidad nunca vista por Oliverio.

—Y bien! De que se trata? —prosiguió.

—Me muero de hambre y estoy sumamente fatigado! —respondió Oliverio con las lágrimas en los ojos —He hecho un largo camino; he andado durante siete dias.

—Durante siete dias! —dijo el jóven —Ah! ya caigo. De órden del pico... he! —luego añadió notando la sorpresa de Oliverio. —¿sabes acaso lo que es un pico mi jóven camarada?

Oliverio respondió ingenuamente que siempre había oido decir que un pico era la boca de un pajaro.

—Vaya un zopo! —esclamó el jóven —El pico es el magistrado. Marchar de órden del pico, no es andar en derechura, sino trepando siempre sin jamás volver á descender. ¿No has estado nunca sobre el molino.

—Qué molino? —preguntó Oliverio.

—Que molino! que molino! Por vida de... el molino que rueda cien veces mas rápido cuando son bajas las aguas, es decir cuando la bolsa está en seco, que cuando están altas porque en este último caso siempre hay menos obreros... Esto se comprende perfectamente sin romperse los cascos. Ven conmigo; no tienes nada que meter bajo el diente y es necesario que rumies. No hay gran cosa en la faltriquera solo un rond y un Jaime pero no le hace ello vendrá. —Vamos en movimiento las canillas!

El jóven, ayudó á Oliverio á levantarse y lo condujo hácia una revenderia donde compró un poco de jamon y un pan de dos libras; hizo en este un agujero é introdujo por él el jamon para preservarlo del polvo; luego metiéndolo bajo el zobaco se dirijió hácia una taberna de sucia apariencia y entró en una sala trasera. Allí; puesta sobre la mesa una botella de cerveza de órden del misterioso jóven, Oliverio á una señal de este emprendió un espléndido almuerzo durante el cual el estraño muchacho le observaba por intervalos con la mayor atencion.

—Vas á Londres? —dijo el jóven cuando Oliverio hubo concluido.

—Si.

—Tienes posada?

—No.

—Y dinero?

—Tampoco.

—El jóven se puso á silvar metiéndose las manos en las faltriqueras todo lo que le permitieron las mangas de su casacon.

—Vivís vos en Londres? —preguntó Oliverio.

—Si; cuando estoy en mi casa! —respondió el otro —Supongo que no sabrás donde acostarte esta noche he?

—Es cierto. —repuso Oliverio. —No he dormido bajo tejado desde que abandoné mi pais.

—No te inundes de mocos por ello! Haces mal en atormentarte de este modo las pestañas. —replicó el jóven mozalvete. —Yo tambien tengo que estar en Londres esa noche y allí conozco un anciano respetable que te dará alojamiento de valde, entendámonos siendo presentado por alguno de sus amigos... Por que de lo contrario! ya escampa! No es lerdo el tal vejete!

Esto diciendo el jovenzuelo sonrió para dar á entender que la última parte de su soliloquio era puramente irónico y vació incontinenti su vaso.

Este ofrecimiento inesperado de un alojamiento era demasiado seductor para ser rehusado, sobre todo cuando fué seguido inmediatamente por la seguridad de que una vez conocido del anciano caballero, este no dejaria pasar mucho tiempo sin proporcionar á Oliverio alguna colocacion bastante ventajosa. Esto llevó á una conversacion mas confidencial en la que Oliverio descubrió que su amigo que se llamaba Jaime Dawkins era el amigo íntimo y el protegido del viejo señor en cuestion.

El exterior de Mr. Jaime no hablaba mucho que digamos en favor de las ventajas que su patronato obtenia pava aquellos que tomaba bajo su proteccion; pero como tenia un modo de espresarse pronto y obscuro á la vez y como confesó además que entre sus camaradas era mas bien conocido bajo el apodo de fino camastrón, Oliverio concluyó de ahí que su compañero siendo tal vez insustancial y ligero la moral del viejo señor no babia fructificado en él. Con tai pensamiento resolvió por su parte aprovecharse de ella lo mas pronto posible y si encontraba al Camastrón incorregible como tenia motivos para creerlo, renunciaria al honor de ser su camarada.

Como Jaime Dawkins había declarado no querer entrar en Londres hasta la noche, eran cerca las once cuando llegaron á la barrera de Islington. Pasaron por diferentes calles hasta llegar á Great-Saffron-Hille que el camastrón atravesó mas que de prisa previniendo á Oliverio le siguiera de cerca.

Este estaba pensando seriamente si se escaparia, cuando llegaron al estremo de la calle. Su compañero cojiéndole entonces por el brazo empujó la puerta de una casa cerca de Field-Lane, y metiéndole en el pasadizo cerró la puerta tras de ellos.

—Quien va! —gritó una voz que venia de abajo, respondiendo á un silvido del Camastron.

—Plumy y Slám! —tal fué su respuesta.

Este era probablemente el santo y seña ó el aviso de que nada había que temer, porque la débil luz de una vela se reflejó en la pared al extremo opuesto del pasadizo y se mostró una cabeza á flor de tierra en el punto donde estaba antes el antiguo tramo de la escalera de la cocina.

—Sois dos? —dijo un hombre cuya era la cabeza avanzando algo mas la vela y estendiendo su mano sobre los ojos para ver mejor —¿Quien es el otro?

—Un neófito —respondió Jaime empujando á Oliverio hacia adelante.

—De donde viene?

—Del pais de la Ganuza. ¿Fajin está arriba?

—Si; acomoda los desperdicios. Ea; subid.

La luz se hundió y con ella la cabeza.

Oliverio buscando su camino á tientas con una mano y con la otra cojiendo los faldones del casacon de su compañero llegó no sin trabajo á lo alto de la escalera sombria y medio rota que el Camastrón trepó con una seguridad y ligereza que probaban serle muy conocido el camino. Este abrió la puerta de un aposento situado en la parte trasera de la casa, é hizo entrar á su nuevo compañero.

En él estaban reunidos alrededor de una mesa, un viejo judío cadavérico y asqueroso, dos muchachos muy semejantes en aspecto al Camastron y dos jovencitas vivarachas. Cada uno tenia ante sí un plato con una tajada de tocino frito que cortaba en pedazos y los comia con mucha voracidad.

—Fagin! —dijo el Camastrón dirijiéndose al viejo —Os presento mi amigo Oliverio Twist.

Aquel sonrió, y haciendo un profundo saludo á Oliverio, le cojió la mano diciéndole tendria el honor de relacionarse con él.

—Estamos muy contentos de verte. —añadió —Camastrón! Saca esas salsichas de la sarten y acerca ese taburete á la lumbre para que Oliverio se sienta, coma y se caliente. Ah! miras los pañuelos de faltriquera de sobre aquel cofre amiguito? Algunos no son malejos he? Justamente acabamos de contarlos para mandarlos á lavar... esto es todo; todito... Ah! ah! ah!

La risita del judío exitó la hilaridad de sus jóvenes comensales y en medio de carcajadas estrepitosas continuaron la cena.

Oliverio tomó su parte de ella. Luego el judío le llevó un vaso de ginebra y agua caliente recomendándole lo bebiera de una sola vez para pasar el cubilete á otro; pero á penas lo hubo tragado se sintió atraer suavemente sobre unos sacos amontonados en un rincon y se durmió profundamente.