Los ladrones de Londres/Capítulo VII

OLIVERIO ES UN REFRACTARIO COMPLETO


NOÉ corrió como un galgo por las calles y no se paró para tomar aliento hasta que hubo llegado al portal de la Casa de caridad. Allí esperó algunos minutos á que vinieran en su ayuda las lágrimas y los sollozos y pudiera prestar á su fisonomía un aire de espanto y de terror. Luego llamó bruscamente á la puerta y, manifestó un semblante tan lastimoso al viejo pobre que vino á abrirle, que este aunque muy acostumbrado á no ver á su alrededor mas que semblantes lastimosos aun en los mas bellos días del año retrocedió asombrado.

—Que te pasa muchacho? — preguntó.

—Mr. Bumble! Mr. Bumble! — gritó Noé fingiendo terror y alzando tanto la voz que su acento no solo llegó á los oidos de Mr. Bumble que se hallaba distante algunos pasos si que tambien lo espantó hasta el estremo de precipitarse en el patio sin su fiel tricorne (circunstancia tan rara como curiosa que nos convence de que un pertiguero cuando es presa de un impulso repentino y poderoso, puede muy bien caer en una fascinación momentánea y olvidarse á la vez de si mismo y de su dignidad personal.

—Señor Bumble! — dijo Noé —si supierais señor... Oliverio, ha...

—Y bien! que? que ha hecho Oliverio? —preguntó el pertiguero brillando un rayo de placer en sus ojos metálicos —¿Se ha fugado?

—No Señor; muy al contrario; en vez de fugarse se ha vuelto asesino! —replicó Noé —Ha querido asesinarme á mi y luego á Carlota y luego á la señora... Oh! la... la... la... la. ¡Dios mio, que dolor! Señor si supierais... Oh! hu! ah! (al mismo tiempo se retortigaba en todas direcciones, removiendo el vientre con ambas manos y haciendo contorsiones y visajes horribles, para hacer creer á Mr. Bumble que por el ataque violento que había sufrido se le había desarreglado algo en el cuerpo que le hacía sufrir cruelmente en aquel momento.)

Viendo que había logrado su objeto y que su relacion había paralizado al pertiguero, juzgó oportuno añadir al efecto producido una serie de lamentaciones sobre una octava y media mas alta que antes. En esto apercibió á un caballero de chaleco blanco que atravesaba el patio y le vino la feliz idea de llamar la atencion y excitar el enojo del susodicho caballero gritando mas recio que nunca.

En efecto el caballero no hubo dado dos pasos cuando retrocedió y se informó del motivo que hacia aullar de tal modo á aquel cachorro de presa; amonestando á Mr. Bumble porque no le había administrado dos buenos bastonazos para hacerle llorar por alguna cosa.

—Es un pobre muchacho de la escuela de la caridad —dijo Bumble —que ha estado muy cerca de ser asesinado por el jóven Twist.

—No lo dije! —esclamó el hombre del chaleco blanco parándose secamente —Estaba yo bien seguro! Desde el momento tuve el extraño presentimiento de que ese pilluelo algun día se haria colgar de una horca.

—Tambien ha intentado asesinar á la criada! —dijo Bumble pálido de terror.

—Y luego á su ama! —añadió Noé.

—No habeis dicho que tambien á su amo? —repuso el pertiguero.

—No señor; porque había salido de otro modo le hubiera asesinado —replicó Noé —Así lo ha dicho.

—Hijo mio! con que ha dicho que lo quería asesinar? —dijo el caballero del chaleco blanco.

—Si. —repuso Noé —Y á propósito mi ama me envía para suplicar á Mr. Bumble venga por un momento á casa si puede para zurrar á Oliverio ya que mi amo está ausente.

—Tienes razon amiguito! tienes razon! —dijo el caballero del chaleco blanco con aire melifluo, y pasando su mano sobre la cabeza de Noé que era mas alto que el á lo menos de tres pulgadas añadió —Toma ahi tienes un sueldo para tí. Bumble! corred con vuestro baston á casa Sowerberry y ved vos mismo lo que hay que hacer. No haya cuartel Bumble; lo entendeis?

—Perfectamente. —replicó el otro encajando un látigo que se adaptaba al estremo de su baston y del que se servia para imponer correcciones parroquiales.

—Decid á Sowerberry que tampoco le perdone. Solo á golpes se podrá algo con él. —dijo el hombre del chaleco blanco.

Ajustados el baston y el tricorne cada uno en su lugar y sitio con gran satisfaccion de su comun dueño, Mr. Bumble y Noé Claypole se dirijieron precipitadamente á la casa de Sowerberry.

En ella el estado de los asuntos no había mejorado lo mas mínimo. Mr. Sowerberry aun no había vuelto y Oliverio continuaba dando puñetazos á la puerta de la carbonera con brio igual. El fiel relato que Carlota y la Señora Sowerberry hicieron de la ferocidad del niño fue le un carácter tan alarmante que Mr. Bumble juzgó prudente parlamentar antes de abrir la puerta. De consiguiente dió por si mismo un puntapié en ella á guisa de exordio, y aplicando sus labios al ojo de la llave dijo con tono grave é imponente.

—Oliverio!

—Abrid esta puerta! —respondió el niño.

—Oliverio reconoces esta voz? —preguntó el pertiguero.

—Si. —repuso Oliverio.

—Y no os da miedo? No temblais, mientras os hablo?

—No. —respondió Oliverio con resolucion.

—Una respuesta tan diferente de la que tenia derecho á esperar y á la que no estaba acostumbrado, desconcertó en gran manera á Mr. Bumble. Dió tres pasos atrás, se empinó todo derecho y paseó alternativamente sus miradas sobre los tres espectadores sin poder proferir una palabra.

—Ya lo veis Señor Bumble! —dijo la Señora Sowerberry —Es necesario que esté loco. Otro muchacho que no poseyera mas que la mitad de su razon, so guardaría muy bien de hablaros de este modo.

—No es la locura señora! —dijo Mr. Bumble despues de algunos instantes de refleccion —Es la comida!

—Que me decís? —esclamó la Señora Sowerberry.

—La comida señora! —repuso el pertiguero con tono enfático —No mas que la comida. Lo habeis sobrecargado de alimento; habeis erijido en él un alma y una inteligencia artificiales que de ningun modo convienen á las personas de su clase; como o lo dirán por su propio labio los Administradores que son filósofo experimentales señora Sowerberry. Que necesidad tienen los pobres de poseer una inteligencia y un alma? No basta el que les hagamos vivir? Si vos señora no le hubieseis dado mas que puches no hubiéramos llegado á este caso.

—Dios mio! Dios mio! —esclamó la Señora Sowerberry elevando piadosamente sus ojos al techo do la cocina —Es posible que esto dimane de un exceso do liberalidad!

La liberalidad do la Señora Sowerberry para con Oliverio consistia en una prodigalidad confusa de escamochos que ningun otro que el hubiera querido comer; por lo que había mucha abnegacion y deferencia en soportar voluntariamente la pesada acusacion de Mr. Bumble de la que (sea dicho con justicia) era inocente de pensamiento, de palabra y de accion.

—Ahora bien —dijo el pertiguero cuando la Señora vuelta de su éxtasis dirijió de nuevo sus ojos á la tierra —lo que conviene por el momento en mi sentir es dejarle veinte y cuatro horas aquí hasta que el hambre empiece á hacerle cosquillas; luego le pondreis en libertad y lo sujetareis á los puches claros durante todo el tiempo de aprendizage. Señora Sowerberry tened entendido que procede de mala semilla. El cirujano y la enfermera me han dicho que su madre vino á la casa entre dificultades y penas que hubieran acabado mucho antes con una muger virtuosa.

A este punto del discurso Oliverio que había comprendido lo bastante para saber que se hacia de nuevo alusion á su madre, volvió á golpear con tal fuerza que aturrullaba los oidos. En medio de esta bataola entró Mr. Sowerberry y habiéndole las señoras contado el crímen de Oliverio con toda la exajeracion que creyeron á propósito para exitar su enojo, en un abrir y cerrar de ojos abrió la carbonera é hizo salir de ella á su rebelde aprendiz cojiéndole por el cogote.

Durante la lucha los vestidos de Oliverio habían sido rasgados, su rostro estaba magullado y arañado, sus cabellos caian en desórden sobre su frente. El rojo de la cólera no había desaparecido aun de sus megillas, y al salir de su prision lejos de manifestarse acobardado dirigió una mirada amenazadora á Noé.

—Ola! bravo mozo! —dijo Sowerberry sacudiendo la cabeza de Oliverio y dándole luego un bofeton en la oreja.

—Porque ha hablado mal de mi madre. —replicó el niño.

—Y aun que así fuera pillastron! —dijo la Señora Sowerberry —No ha dicho todo lo que ella merece!

—No lo merece! —dijo Oliverio.

—Lo merece. —objetó la Señora Sowerberry.

—Es mentira!

La Señora Sowerberry derramó un torrente de lágrimas. Este torrente de lágrimas privaba á Mr. Sowerberry de toda alternativa. El lector prevenido comprenderá fácilmente que si este último hubiese titubeado un solo momento en castigar severamente á Oliverio, hubiera sido bajo el aspecto de los usos establecidos cuando se trata de disputas conjugales, un bruto, un marido desnaturalizado, una ridícula imitacion del hombre y tantos otros hermosos epitetos demasiado numerosos para insertarlos en este capítulo. Para hacerle justicia tenia á favor del niño toda la buena disposicion que le permitia su poder muy limitado: pueda tambien que le impulsara el propio interés; ó bien porque su muger no lo podia sufrir. Asi es que como tengo dicho ese torrente de lágrimas no le dejaba alternativa y de consiguiente lo zurró de lo lindo para satisfacer á su ultrajada esposa y hacer al mismo tiempo inútil el baston parroquial. Nuestro jóven héroe fué encerrado por todo el resto del dia en la carbonera en compañía de un jarro de agua y un mendrugo de pan. Por la noche la Señora Sowerberry lo abrió no sin haber hecho antes algunas observaciones poco lisongeras respecto á su madre y entre las burlas y sarcasmos de Noé y de Carlota fué á echarse en su lecho de dolor.

Solo cuando se vió aislado en el taller del Zampa-muertos, dió libre curso á la emocion que el tratamiento del dia debió dispertar en su pecho de niño. Había escuchado los sarcasmos con desprecio; había sufrido los golpes sin proferir un solo lamento, por que sintiara nacer en el esa noble fiereza capaz de ahogar el menor grito aun cuando le hubieran quemado vivo; pero ahora que nadie podia verle ni oirle se dejó caer de rodillas sobre el pavimento y ocultando su rostro con sus manos derramó tales lágrimas que Dios quiera que para el bien de nuestro espíritu ningun niño tan jóven haya tenido ocasion de derramarlas por nosotros ante él!

Oliverio permaneció largo tiempo en esta postura: la vela iba á consumirse del todo en el tubo de su candelera cuando se levantó; y habiendo mirado con precaucion á su alrededor y escuchando con suma ansiedad tiró los cerrojos de la puerta de entrada y fijó su vista á la calle.

La noche estaba sombria y fria y las estrellas parecieron á los ojos del niño mas lejanas de la tierra que no las había visto antes. No soplaba el menor aire y las sombras negras de los árboles por su inmobilidad tenian algo de sepulcral como la misma muerte. Volvió á cerrar suavemente la puerta y aprovechándose de la luz vacilante del cabo de la vela que finia para envolver en un pañuelo los pocos harapos que tenia se sentó sobre su jergon esperando el dia.

A los primeros rayos de la aurora que empezaron á filtrar al través de las rendijas de la puerta de la tienda, Oliverio se levantó y abrió de nuevo la dicha puerta. Una mirada temerosa en torno suyo; un momento de vacilacion... la cerró tras si y hele ah en medio de la calle. Miró á derecha é izquierda no sabiendo por que lado huir. Recordó haber visto los carros cuando dejaban el pais subir lentamente la colina... se dirije por este lado y habiendo llegado á un sendero que sabia iba á desembocar en la carretera un poco mas lejos le tomó y marchó á buen paso.

Al hallarse en este mismo sendero Oliverio recordó haber trotado por el al lado de Mr. Bumble cuando este le volvia de la sucursal á la casa de Caridad. Este camino conducia á aquella. Su corazon latia muy fuerte pensando en ello y le vinieron ganas de retroceder. Sin embargo había ya andado un largo trecho y perdía mucho tiempo obrando asi; además era tan de mañana que no había peligro de que se le viera. Continuó pues y llegó delante de la casa. No había apariencia de que los comensales estuvieran ya levantados en una hora tan matinal. Se paró y miró con precaucion al jardín. Un niño estaba en el ocupado en arrancar las malas yerbas de un cuadro y al levantar la cabeza pare descansar Oliverio reconoció en él á uno de sus camaradas de la infancia. Tuvo mucha satisfaccion de verle antes de partir; porque aunque mas jóven que él, este niño había sido su amigo y compañero de juego. Habían tenido hambre, habían sido golpeados y encerrados juntos tantas y tantas veces!

—Silencio Ricardo! —dijo Oliverio viendo al muchacho correr á la puerta y pasar sus bracesitos al traves de la verja para recibirle —Se han levantado ya aquí?

—No; yo solo! —respondió el niño.

—Que no digas que me has visto; lo entiendes Ricardo? —dijo Oliverio —Yo me escapo: me golpeaban y me maltrataban muchísimo! Voy á buscar fortuna lejos, muy lejos de aquí; no se donde. ¿Que pálido estás?

—He oido decir al médico, que me muero. —repuso el niño con una lánguida sonrisa —Estoy tan contento de verle querido amigo! Pero no te entretengas; vete pronto!

—No, no! quiero decirte hasta la vista. —prosiguió Oliverio —Volveré á verte Ricardo; estoy seguro de ello. Entonces estarás bueno y serás mas feliz.

—Asi lo espero! —dijo el niño —pero cuando habré muerto; no antes. Se bien que el médico tiene razon Oliverio; porque sueño muy amenudo en el cielo y en los ángeles y veo fisonomías dulces cual no las he visto nunca cuando estoy dispierto. Abrázame! —continuó encaramándose en la puerta del jardin y pasando sus bracecitos alrededor del cuello de Oliverio —Hasta la vista allá arriba amigo! Que Dios te bendiga!

Aunque dada por un niño, esta bendicion era la primera que Oliverio sentia invocar sobre su cabeza y en medio de los sufrimientos y de las vicisitudes de su vida futura, no la olvidó una sola vez.