Los ladrones de Londres/Capítulo IX

ALGUNOS DETALLES CONCERNIENTES AL VIEJO CHISTOSO Y SUS ALUMNOS SOBRESALIENTES.

ERA ya tarde cuando Oliverio se dispertó á la mañana siguiente. En el aposento no había mas que el viejo ocupado en hacer hervir café y silvando por lo bajo mientras lo removia con una cuchara de hierro. De vez en cuando se paraba para escuchar al menor ruido que oia y cuando había satisfecho su curiosidad volvia á remover el café y á silvar de lo lindo.

Despues que el café estuvo hecho, puso la cafetera en el suelo y no sabiendo como matar el tiempo, se volvió maquinalmente hacia Oliverio y le llamó por su nombre. Era probable que el niño dormia, porque no respondió. Luego que se hubo asegurado de ello se dirijió de puntillas á la puerta y la cerró con los cerrojos. En seguida á lo que le pareció á Oliverio (que realmente no dormia) levantó un ladrillo del pavimento; sacó de un hoyuelo practicado debajo de el una cajita, y la colocó sobre la mesa. Sus ojos brillaron al levantar la tapadera y al sumerjir dentro de ella su mirada. Por último acercando una silla vieja, se sentó y sacó de la caja un reloj de oro magnífico y resplandeciente de diamantes.

—Ah! ah! —dijo encojiéndose de hombros y haciendo una mueca horrible —Eran ellos unos famosos conejos! unos verdaderos hurones! Firmes hasta el fin! Incapaces de decir al negro bonete donde esto se encontraria! Jamás, jamás han vendido al viejo Fagin! Además ¿les hubiera servido esto acaso para librarse del balanceo? Pamema! Tampoco se hubiera aflojado el nudo escurridizo. No, no! Ah! Eran buenos vivientes! Famosos conejos!

Haciendo estas reflecciones y otras de la misma naturaleza, el judío volvió el reló á su sitio primitivo. Otros cinco ó seis por lo menos fueron sacados sucesivamente de la misma caja y pasados en revista con la misma satisfaccion, como tambien sortijas, alfileres, braceletes y otros artículos de joyeria de una materia tan magnífica y de un trabajo tan precioso que su vista tenia á Oliverio en babia.

Despues de haber colocado el judío estas joyas en su sitio anterior tomó otra tan pequeña que la tenia en el hueco de su mano. Esta parecia tener cincelada una inscripcion muy diminuta, porque la puso sobre la mesa y garantizándola de la falsa luz poniendo la mano ante ella, la examinó largo tiempo con la mas viva atencion. En fin renunciando á la esperanza de descifrar aquella leyenda remitió la joya en la cajita inclinándose en el respaldo de su silla.

—Magnífica cosa la pena capital! —murmuró entre dientes— Los muertos no regresan para bachillerear. Oh! Es una gran garantia para el comercio! lineó de ellos enfilados en la misma cuerda y ninguno tan ruin para desembuchar el secreto!

Al decir esto el judío que hasta entonces había tenido sus ojos negros y penetrantes sobre la joya en un estado de fijeza estática los dirijió á Oliverio y viendo que el niño le miraba con muda curiosidad, comprendió que había sido observado. Entonces cerrando bruscamente la cajita, se apoderó de un cuchillo que estaba sobre la mesa y se levantó furioso. Sin embargo no estaba seguro, pues Oliverio á pesar de su espanto pudo notar que el cuchillo temblaba en la mano del viejo.

—Por vida de! —esclamó el judío —¿Me espiabas? Estabas dispierto? Que has visto? Oh! habla... niño! responde pronto! va en ello tu vida!

—No he podido dormir mas tiempo señor! —respondió Oliverio —siento haberos interrumpido.

—Tu no estabas dispierto hace media hora he? —preguntó el viejo con acento estraviado.

—No señor es la pura verdad! —repuso Oliverio.

—Estás de ello seguro? —gritó el judío dando á su mirada una espresion mas feroz y tomando una actitud amenazadora.

—Si, si señor! lo juro! —replicó el niño con ansia —Os aseguro que no estaba dispierto! de toda verdad! de toda verdad!

—Cállate; cállate! —dijo el judío recobrado de repente sus maneras ordinarias y aparentando jugar con el cuchillo antes de volverlo sobre la mesa para dar á entender que no lo había cojido mas que por broma —Ya lo sabia buen amigo y esto no era mas que para darte miedo, para reirme. Sabes hijuelo mio que eres un valenton! Ah! ah! eres un valenton Oliverio! —Mientras decia esto frotaba sus manos con falsa sonrisa y no dejando de mirar la cajita con alguna inquietud. Luego poniendo su mano sobre la tapadera añadió despues de un momento de silencio. —Has visto tu algunas de esas cosas hermosas amigo mio?

—Si señor. —respondió Oliverio.

—Ah! —hizo el judío cambiando de color —Estos son... es mi pequeño haber Oliverio; es mi propiedad, todo lo que tengo para descansar en mis viejos días! El mundo dice que soy avaro; si amigo mio, solamente avaro; nada mas que esto.

Oliverio pensó que efectivamente el viejo señor debia ser avaro pues que vivia en un sitio tan miserable con tantos relojes; imaginándose luego que tal vez su ternura por el fino camastron y los demás muchachos le costaba mucho dinero no dejó de tenerlo en mayor estima y le preguntó respetuosamente si podia levantarse.

—Ciertamente amigó mio! ciertamente! —respondió él viejo judío —Espera; detras de la puerta hay un cantaro de agua: traelo aquí: voy á darte una cofaina para lavarte.

Oliverio se levantó, atravesó el aposento y se bajó para tomar el cantaro; cuando se volvió la cajita había desaparecido.

Apenas había concluido de lavarse y poner cada cosa en su sitio despues de haber arrojado el agua de la cofaina por la ventana á tenor de las órdenes del judío, cuando el fino camastron Volvió á entrar acompañado de uno de sus amigos, jóven alegrillo que Oliverio había visto la víspera anterior. Este le fué presentado con todas las fórmulas debidas, como que era el Señor Cárlos Bates. Cada uno se sentó á la mesa y comió con el café bollos todavia calientes y jamon que el Camastron había traido en la copa de su sombrero.

—Y bien amigos! —dijo el judío lanzando sobre Oliverio una mirada maligna el propio tiempo que se dirijia al Camastron —Espero que habreis estado en el taller esta mañana.

—Un poco abuelo! —respondió el Camastron.

—Y con unas ganas deliciosas! —repuso Cárlos.

—Vaya, vaya! sois buenos chicos; muy buenos chicos! —dijo el judío —Que es lo que tu has traido Jaime?

—Dos agenda —respondió este.

—Guarnecidos he! —preguntó él viejo con interes.

—Asi asi... —replicó el Camastron sacando de su faltriquera dos agenda la una colorada y la otra verde.

—No tan macisos como deberian! —esclamó el viejo despues de haber examinado el interior con una atencion escrupulosa —Pero con todo no deja de ser un trabajo exquisito: de mano maestra.

No es así Oliverio?

—Oh! de un trabajador muy hábil os cierto señor! —respondió Oliverio.

—Aquí el Señor Cárlos esplotó en una estrepitosa carcajada con grande asombro de Oliverio que no veia en ello ningun motivo de risa.

—Y tu viejecito! —dijo Fagin á Cárlos —Que es lo que tu nos traes?

Pingajos. —respondió maese Bates sacando cuatro pañuelos de faltriquera.

—Bravo! —repuso el judío despues de haberles pasado revista —No son malejos á fé mia! Si; pero no los has señalado bien; será preciso quitarles estas marcas con una aguja, y ya enseñaremos á Oliverio como es preciso gobernarse para ello.

—Te gustará aprenderlo Oliverio! he?

—Si señor! —respondió Oliverio.

—Gustarias de hacer el moscardon con tanta maestría como Cárlos Bates ¿no es así amigito? —preguntó el judío.

—Oh! si señor: me gustaria mucho. Si quisierais enseñarmelo?

—Maese Bates vió en esta peticion algo de chistoso, pues esplotó en una nueva carcajada que habiéndole hecho tragar el café malamente, poco faltó para que no le ahogase.

—A la verdad es bien nuevo! —dijo luego que se hubo repuesto, como para excusar su conducta impolítica.

El Camastron pasando su mano por la cabeza de Oliverio y aplanándole los cabellos sobre su frente dijo que pronto sabria bastante. En esto el judío viendo que el rostro del niño se ponia colorado, cambió de conversacion preguntando si había habido mucha gente en la sentencia de muerte que había tenido lugar en aquella misma mañana. Esto sorprendió tanto mas á Oliverio comprendiendo por las respuestas de los dos muchachos que habían asistido á ella y no podiendo darse razon como habían tenido tiempo bastante para haber sido tan laboriosos.

Despues de levantada la mesa, el viejo chistoso y los dos muchachos empezaron un juego tan curioso como poco comun. El primero metió una petaca en uno de los bolsillos de su pantalon y una cartera en el otro; en la faltriquera de su chaleco un reloj unido á una gruesa cadena de seguridad que pasó al rededor de su cuello y clavando en la pechera de su camisa una aguja de quincalla se abotonó hasta debajo la barba; luego colocando el estuche de sus anteojos y su pañuelo en los bolsillos de su leviton, se paseó arriba y abajo del aposento empuñando un baston, del mismo modo que vemos á nuestros viejos señores en las calles á cada momento del dia. Unas veces se paraba ante la chimenea; otras á la puerta finjiendo examinar las mercaderias en los aparadores de las tiendas. En ciertos momentos, miraba á su alrededor y tentaba alternativamente sus faltriqueras para asegurarse de que no le habían hurtado nada y esto lo hacia tan naturalmente que Oliverio se desternillaba de risa. Durante este tiempo los dos mozalvetes le seguian de cerca evitando tan diestramente sus miradas cada vez que se volvia, que era imposible al ojo seguir sus movimientos. Al fin, el Camastron le picó los talones y Cárlos, tropezó con él (se entiende sin hacerlo expresamente) y en el propio instante le birlaron en un decir Jesus y con la mas asombrosa destreza, petaca, cartera, reló, cadena de seguridad, ajuja, pañuelo de faltriquera y hasta el estuche de los anteojos. Si el viejo señor sentia una mano en una de sus faltriqueras, decia en cual y volvia á empezar el juego.

Rato había que se estaba repitiendo esta diversion, cuando dos jóvenes señoritas entraron á hacer visita á los dos señoritos. La una se llamaba Betsy y la otra Nancy. Sus cabelleras naturalmente espesas, se ostentaban algo descuidadas del peine; sus zapatos no llevaban cordones y sus medias iban tiradas con mucha negligencia. Tal vez no eran lo que puede llamarse precisamente bonitas; pero tenian subidos colores, abultadas mejillas y parecian bastante alegrillas. Como manifestaban ademanes excesivamente libres y desenvueltos, Oliverio pensó que debian ser muy amables (y lo eran sin ninguna clase de duda.)

Las tales señoritas se quedaron un buen rato y habiéndose traido algunas botellas de licores en atencion á haberse quejado una de ellas de que tenia el estómago seco, la conversacion se hizo viva y animada. Al fin Cárlos dijo era de opinion que había ya llegado el buen tiempo de trillar la cemilla, expresion que Oliverio entendió por salir; porque inmediatamente el Camastron, Cárlos y las dos señoritas se marcharon juntos provistos de algun dinero que les dió el bueno del judío para refocilarse durante el camino.

—Y bien amigito! No te parece agradable esta vida? —dijo Fagin —Ya se han marchado por todo el dia!

—Y han concluido su trabajo Señor? —preguntó Oliverio.

—Si; á menos que no encuentren ocupacion en el camino; entonces, no se estarán con las manos plegadas, está seguro. Toma ejemplo de ellos hijo mio: toma ejemplo de ellos! —continuó golpeando el suelo del hogar con el badil como para dar mas fuerza á sus palabras —Haz todo lo que te digan y consúltales en todo, especialmente al Camastron. Este llegará muy alto y tú lo mismo si lo tomas por modelo. ¿Acaso sale el pañuelo de mi faltriquera amiguito? —dijo interumpiéndose secamente.

—Si señor. —respondió Oliverio.

—Prueba pues un poquito si podrias sacarlo sin que yo lo advirtiese, del mismo modo que has visto hacerlo, cuando nos divertíamos hace poco.

Oliverio levantó la faltriquera con una mano como había visto hacerlo al Camastron y con la otra tiró ligeramente el pañuelo.

—Esta hecho? —preguntó el judío.

—Ahí lo teneis señor! —contestó Oliverio enseñándoselo.

—Eres un muchacho muy diestro amiguito! —dijo el viejo adulador pasando su mano cadavérica sobre la cabeza de Oliverio en señal de aprobacion —No he visto un chico mas hábil. Toma é aquí un schelling para ti. Si continuas de este modo serás el mas grande hombre de tu siglo. Ahora ven aquí para que te enseñe á quitar las señales de los pañuelos.

Oliverio se preguntó á sí mismo que tenia de comun la accion de escamotear divirtiéndose el pañuelo del viejo con la espectativa de llegar á ser un grande hombre; pero refleccionando que por ser el judío de muchísima mas edad que el debia ser mas sabedor de ello, se arrimó á la mesa y pronto fué entregado profundamente á su nuevo estudio.