Los israelitas españoles y el idioma castellano: Artículo V
NOS acercamos al final de nuestra tarea, la cual, como se ha podido ver, es de tal índole que, aun despachada á escape y de modo superficial, sin detenernos con exposiciones y estudios á que brindan lo importante y sugestivo de las materias que esbozamos, no hemos podido sustraernos á la necesidad de consagrarle cuatro artículos. Todavía nos restan dos más, porque ¿cómo terminar sin decir algo de la importancia social que hoy tienen en el mundo esos que, llamándose hijos de España y hermanos de los que en ella hemos nacido, ostentan igual que nosotros una filiación nacional gloriosa ayer y desventurada hoy? ¿Y cómo terminar sin señalar cuando menos algunas medidas que opinamos deben tomar el Gobierno y algunas instituciones nacionales, para bien de la patria y lustre de su nombre?
Posible es que ciertos lectores, solamente al fijarse en el sujeto sobre quien recaen nuestros estudios, crean que abordamos un motivo baladí, y acaso hasta digno de censura. Sí, esto es muy posible todavía, porque aunque el mundo ha progresado mucho socialmente en los dos últimos siglos, y el espíritu de tolerancia religiosa y de confraternidad humana, han permitido ya conjunciones y obras evangélicas tan sublimes como aquel Congreso de las religiones de Chicago, que arrebató el entusiasmo de Castelar con una de sus más bellas y sublimes alabanzas; todavía hay quienes por su fanatismo, por su ignorancia ó por su rutinario discurso, cuando hablan del pueblo semita, en cualquiera de sus ramas y nacionalidades, no piensan más que en la raza deicida y en un tropel de mercaderes desharrapados, sucios, codiciosos y capaces de todas las infamias y crímenes por atesorar algunos centenes de oro. Pues qué, ¿no hemos visto y oído, en uno de estos últimos días —y citamos el hecho como un caso curioso de psicología social, sin ánimo de molestar á nadie—que un diputado republicano, quien por su natural comunión política entraña y simboliza la representación de los sentimientos democráticos, y del espíritu de tolerancia y reparación que se debe á las razas un día perseguidas y vejadas, por cultos religiosos y confesionales, de los que nadie es individualmente responsable, deseando zaherir y menospreciar á un presidente de Gobierno, gritaba en el Parlamento español: «¡Que siga hablando ese chueta!»; con lo cual utilizaba y reverdecía, á su manera, uno de los más injustos y abominables rastrojos de antigua lucha de razas, aún algo subsistente en el idílico y hospitalario suelo de Mallorca?
Con tiempo, recogiendo datos que tenemos solicitados, los cuales venimos recibiendo copiosamente, y consultando lo que sobre la importancia actual del pueblo israelita contienen muchas obras publicadas en todas partes, algunas respondiendo á líneas de ataque y defensa por esa persecución que dicho pueblo sufre en la revolucionaria Francia, y con más crueldad en Rusia, y hoy en Rumania principalmente, podríamos escribir algo interesante sobre este particular. Pero renunciando á tan notables informaciones, porque aquí resultarían desproporcionadas, y contrayéndonos á lo que hemos podido recoger al paso en nuestro viaje, y más aún á los buenos datos que nos han suministrado honorables amigos, queremos decir algo que permita formar de los israelitas españoles un concepto más elevado y justiciero que el generalmente admitido.
Ya lo hemos dicho: los judíos desterrados de España rivalizan hoy con las demás clases sociales en casi todos los pueblos de Europa, Asia y África donde existen; y, como hacen los de otras procedencias, cooperan en la milicia, en las universidades, en la prensa, en los laboratorios, en la industria, en el comercio, en los Parlamentos, en la banca, en el foro y en la Medicina....., en todas partes, al esplendor de la vida intelectual, á los adelantos del progreso, á la epopeya siempre sublime de la civilización, desarrollando la obra y la propaganda moral de redimir á los humildes, socorrer á los necesitados, aliviar á los doloridos, y mejorar, en fin, los destinos que sufre la desventurada humanidad; produciéndose en esta su misión con las mismas ineluctables pasiones y flaquezas con que lo hacen los individuos de todas las razas, en los pueblos todos.
Y diremos más: los israelitas españoles siguen siendo todavía, dentro de su raza, como los favorecidos por una selección étnica y social que siempre hubo de reconocérseles. Consta en las historias de este desgraciado pueblo, y lo recuerda M. Franco en su Historia de los israelitas del Imperio otomano, que los judíos de España, y particularmente los de Cataluña, Aragón, Navarra, León y aun los de Portugal, designados bajo el nombre de Sefardim, se consideraban como de una raza superior á la de sus hermanos, Askenazim, procedentes de Rusia, Alemania y Austria; y pensaban tener entre ellos á los descendientes en línea directa de la familia del rey David; nobleza y distinción que todos los demás les reconocían; y así por esto, como porque su largo asiento en España y su cultura los habían formado en las enseñanzas, comodidades y regalos de una vida estable y normal, su destierro fué más terrible y cruel que lo fué el suyo para los que venían habituados á las aflicciones, insultos y malos tratos de una vida siempre adversa.
Me escribe mi hijo, que los hebreos españoles son mejor apreciados en Viena que los de origen alemán, quienes, por sus modales y su historia, aparecen como parvenus. Aquéllos tienen el orgullo de su pasado, de su consecuencia, de su estabilidad, y dícese—detalle singular—que hasta en las expresiones usadas para demostrar sus enojos y arrebatos pasionales, se muestran con mayor cultura. Su aspecto orgánico es igualmente típico; tienen rasgos que adquirieron en el suelo hispano; y sus mujeres son de tan celebrada hermosura, que en Viena gozan fama acreditada de ser las más lindas que posee la bellísima y aristocrática capital, «No vi ninguna fea—me dice mi hijo, hablando de un baile de israelitas españoles, al cual asistió recientemente—y me sorprendió la singular belleza de sus ojos negros, sólo comparables á los más seductores de nuestras murcianas y andaluzas.»
Pues lo mismo que en Viena, se lleva la palma también en otras naciones la belleza de las israelitas españolas. En prueba de ello recordaremos que Caroll Spence, ministro americano que fué en Constantinopla, publicó en 1870 un artículo en el Saturday Night, de Baltimore, donde, hablando del estado de los hebreos en la ciudad de la Sublime Puerta, decía que «los descendientes de los españoles tienen tonos claros y muchas veces cabellos rojos. Como raza están bien formados, sus rostros expresan inteligencia, y las mujeres son las más bellas de Oriente. Sus ojos azules ó grises y su hermoso color contrastan—dice—muy favorablemente con los ojos y los cabellos negros de sus hermanas, cuyos antepasados habitaban climas más cálidos. Su lenguaje—añade—es un dulce patois español».
La lista de los judíos celebérrimos, que han influído en el progreso moral y material de la humanidad, es grande. Durante dieciséis siglos Israel no ha cesado de trabajar. Leven podría recordar á otros muchos y muy gloriosos hebreos cuando recordaba á Saadia, Maimonides, Judas Halevy, Mendelsohn, Graetz, Munk, entre los bienhechores y genios de pasados tiempos; y nosotros los españoles nunca lamentaremos bastante haber impedido que figurasen entre nuestras más legítimas glorias, algunos de la grandeza de Espinosa, que hubieran podido enorgullecernos y servirnos, como lo hicieron Lord Beaconsfield y Lord Rothschild á Inglaterra, el primero de los cuales tuvo los mismos antecesores que la célebre familia Camondo, de Constantinopla, de origen hispanoportugués [1]; como el general Ottolenghi y el hacendista Luzzatti, á Italia; Millaud, Gambetta, Hausmann y Loevy, á Francia; Ballin, Bleichroder, Fustenberg y Goldberger, á Alemania; la mayoría de los cuales brillaron al frente de ministeriales departamentos, ó de grandes instituciones científicas, administrativas y financieras. Y decimos que hubieran podido enorgullecernos y servirnos, porque todavía hoy mismo las comunidades judaicas de origen español resplandecen por su inteligencia, su cultura, su laboriosidad, su correcto civismo y su amor á la familia [2], y atestiguan con sus producciones y su renacimiento literario, especialmente en Constantinopla, ser los dignos hijos de aquellos ilustrados y sabios escritores y tratadistas que en Amsterdam, Ferrara, Venecia, Padua, Amberes, Francfort, Salónica... y otras muchas ciudades, demostraron poseer grandes energías intelectuales, ricos tesoros de conocimientos y firmes caracteres para el trabajo; bienes que constituyen la más augusta grandeza de los pueblos.
Consignado está el glorioso hecho que los emigrados hispano-lusitanos desarrollaron la impresión y la librería en grado considerable con los libros hebreos y judeo-españoles, y que por ellos Salónica, Constantinopla y Esmirna poseyeron prensas pocos años después que se descubriese este maravilloso invento, y doscientos años antes que los turcos lo empleasen. Notorio es que su dispersión por el mundo les dió facilidades y aptitudes para los negocios bancarios; que entre ellos era proverbial una sentencia que las madres españolas solían decir á sus hijos en Oriente, para estimularles al estudio:
que la medicina, la jurisprudencia, la música, la filosofía y la literatura, eran artes liberales en las cuales brillaban con indiscutible y proclamada superioridad; y que si en la primera de ellas había algunos rabinos exorcistas y cabalistas, que curaban con salmodias y conjuros, había mayor número de profesores ilustres y geniales, cuya sabiduría y acierto superaron en Turquía á las prácticas de los médicos cristianos, armenios, griegos y de otras nacionalidades.
Faltaríamos á la exactitud histórica si ocultásemos que, terriblemente castigada y perseguida siempre esta raza por leyes excepcionales, prejuicios humillantes, imputaciones horrendas, atentados, fanatismos y preocupaciones, que arrasaban sus haciendas, robaban sus tesoros, asesinaban sus hombres y violaban sus mujeres,—contra cuyo destino nefasto de poco servían muchas veces la protección de los sultanes y las amenazas y represiones do las leyes,—tuvieron por ello períodos de profunda decadencia, y en sus capas sociales inferiores se mostraron siempre, y muestran hoy, la miseria, la suciedad, el abandono, lá indiferencia de una raza sometida á la profunda desesperación acumulada por espacio de muchos siglos. Pero la verdad es que cuando se lee su historia, se comprende que también ellos pudieran decir, como el convencional, que demasiado habían hecho con poder vivir, resistiéndose á tan numerosas, porfiadas y espantables causas de aniquilamiento. Distinguidos en la corte imperial turca por los siglos XVI y XVI, decayeron mucho en el XVIII, durante el cual perdieron casi todas las posiciones ya aquistadas en la Administración pública y en las carreras liberales, y vuelven á rehabilitarse en el siglo XIX, gracias á los decretos dictados por sultanes como Mahmoud II, Abdul-Médjid, Aziz y Amid, y por gus grandes visires, quienes con sentimientos paternales y noble tolerancia, procuraron igualar los derechos de sus súbditos todos; defendieron á los hebreos contra sangrientas enemigas de cristianos ortodoxos, árabes y turcos; los distinguieron con cargos, nombramientos, honores y comisiones, y los permitieron marchar otra vez por el camino del progreso, reconquistando gran parte de la delantera que les llevaban otros pueblos de su Imperio, especialmente los armenios y los griegos. Gracias á esto, se han puesto en aptitud de aprovechar las eficacísimas enseñanzas organizadas por asociaciones y alianzas israelitas, tan poderosas y eficaces como la Alliance Israélite Universale, la Jewish Colonization Association y la Anglo Jews Association.
La regeneración que están determinando los colegios creados por estas instituciones es extraordinaria, y se puede asegurar que Israel cambia hoy su personalidad histórica radicalmente; y surge una raza nueva, instruida, de horizontes amplios, de constitución mental y moral fuerte y poderosa, que se prepara á reconquistar sus derechos civiles y su importancia social con otras diferentes y más distinguidas artes de las que parecían encarnadas fatalmente, por siempre, en la evolución histórica de su raza. La educación europea implantada en Oriente es tal, que hace ya años, en 1889, el Bulletin Annuel registraba una cantidad de más de 700.000 francos gastados anualmente en enseñanzas, y años después se podía afirmar que 100.000 judíos otomanos, hombres y mujeres, conocían la lengua francesa tan bien como la lengua del país, la turca [3].
Franco ha detallado los grandes progresos realizados en las prácticas escolares, y bien merece que los españoles de Occidente las conozcamos por muchos motivos, pues se trata de la transformación recaída en los españoles de Oriente.
Durante el siglo XVIII y principios del XIX, la instrucción se limitaba en general á lo siguiente: salido el niño de la maëstra, ó escuela de párvulos, donde era confiado á una mujer, pasaba á un Talmud-Thora, ó escuela primaria, que contenía hasta sesenta alumnos, á quienes enseñaba un profesor, llamado señor haham. En esta sala los niños constituían grupos, se sentaban en el suelo formando un círculo, llamado haboura, alrededor del profesor, y recibían enseñanzas distintas: el primero la del alfabeto hebreo; el segundo los puntos-vocales; el tercero el deletreo; el cuarto la lectura corriente; el quinto la traducción de la Biblia en judeo-español; el sexto la traducción del Comentario de Raschi (rabino francés del siglo XII); el séptimo la lectura en judeo-español de algunos libros piadosos, como el Méam Loez ó el Kav-ha-Jaschar; y el octavo, ó clase superior, enseñaba las primeras nociones del Talmud, la escritura cursiva judeo-española, llamada soletreo, de letras aisladas (solo-létéro), y las cuatro operaciones de aritmética. En estas clases permanecía desde los siete á los trece años, y después pasaba á una Yéchiba, ó casa de estudio superior, donde cursaba cuatro años. Por fin, luego se dedicaba al comercio ó á la carrera de rabino,
Hoy, después de los cinco años de escuela, los niños israelitas salen lectura y escritura judeo-española, el hebreo, y además otras dos ó tres lenguas vivas: francés, turco, árabe ó inglés; nociones de historia universal, especialmente la de Turquía y del pueblo israelita; de geografía, fisiología, higiene, zoología, botánica, mineralogía, física y química; las cuatro operaciones de números enteros y decimales en aritmética; cálculo comercial, monedas, pesos y medidas; reglas de interés, de cambio, etc.; caligrafía, dibujo, geometría y álgebra.
Pertrechados así de más copiosas y útiles armas para las luchas de la vida, se van transformando la dignidad y el carácter del pueblo hebreo de una manera apreciable.
En la actualidad tienen conciencia de sus derechos y libertades civiles y de la protección que les concede el Gobierno Imperial; se comunican ampliamente con los de otros cultos; la higiene, inculcada ya en las escuelas, les cambia su aspecto repugnante; visten á la europea, y la mujer compite con el marido en cultura y en gustos para su tocado; su ghetto, ó judería, nauseabundo, se abre á las hermosas exigencias de la urbanización moderna; son menos religiosos en sus actos y relaciones exteriores, y, por consiguiente, son más transigentes, más sociables y menos expuestos á las disertaciones teológicas y á los peligros que de ellas se derivaban; ya no se exponen á los propios menosprecios, odios y censuras, Como en pasados tiempos, por estudiar lenguas extranjeras, mostrarse librepensadores en mayor ó menor grado, comer en mesas de cristianos ó musulmanes, faltar á oficios religiosos....., etc., y ya no se casan en precoces edades, ni se recogen desconfiados y asustadizos en sus barriadas y sinagogas.
Su prensa periódica es importante, y las oficinas de Viena, Belgrado, Constantinopla, Salónica y Esmirna arrojan muchas obras judeo-españolas, que no son Biblias, ni discursos morales y extractos de Sohar solamente; sino gramáticas, vocabularios hebreo-latinos, historias, geografías, astronomías, aritméticas, biografías de judíos célebres, novelas traducidas, libros de ciencias, etc., etc.
Por esto, el sultán Abdul-Hamid, á semejanza de muchos antecesores suyos, les ha mostrado su aprecio, y en su corte ocupan lugar distinguido, superior al que siempre ocuparon, desde que el éxodo español llevó con ellos á Constantinopla un elemento de cultura, que el sultán Bayaceto estimó y acreditó con aquella su célebre frase, ya publicada en nuestro artículo segundo.
Se calcula que pasan de mil los funcionarios hebreos españoles que desempeñan cargos distinguidos en Turquía: generales, coroneles, capitanes; médicos, cirujanos y farmacéuticos; miembros del Consejo Superior; publicistas y periodistas renombrados. Hay, según datos que nos han proporcionado: 1 en el Consejo Municipal Superior; 14 en el Ministerio de Estado; 2 en el de la Guerra; 3 en el de Comercio; 3 en Correos y Telégrafos; 2 en el Ministerio de Instrucción pública; 6 en la enseñanza imperial, en las escuelas militares y Civiles....., y muchos más.
En el comercio otomano, los judíos españoles figuran en primera línea, y algunos son millonarios. Me decía Bejarano: «Si España hubiera gestionado y estimulado la repatriación de estos judíos, yo sé de unos pocos que consigo hubieran llevado más de mil millones de francos. No se trata de admitir gente pobre y buscona, sino gente rica y emprendedora.»
Refiriéndose á la misma ciudad de su residencia, Bucarest, afirmaba que había varias casas que adquirían de Barcelona artículos de manufactura y de otras clases, las cuales se hallaban satisfechas con los precios y la calidad de los géneros españoles.
Hemos dicho que su prensa periódica es importante, y esto es exacto. Los periódicos judeo-españoles, fundados en poco más de medio siglo, son numerosos. Desde el primero, turco, fundado en Esmirna en 1846, por Rafael Uziel Pincherte, con el título de Chaaré-Mizrah ó Puerta de Oriente, se abre una lista larga de ellos, los cuales aparecen en distintas poblaciones. Por ejemplo: La Luz de Israel, El Nacional, El Tempio (el Tiempo), El Progresso, El Telégrafo, El Sol, El Amigo de la Familia, El Instructor, en Constantinopla; El Lunar, Salónica, La Epoca, en Salónica; La Esperanza, La Verdad, en Esmirna; El Dragoman, El Nacional, El Correo de Viena, La Política, Illustra Guerta de Hestoria, El Progreso, en Viena; El Lucero de la Paciencia, en Turn-Severín (Rumania); El Amigo del Pueblo, en Belgrado (Servia), etc., etc.; publicaciones que han dado merecida fama á ilustres escritores, cuya notoriedad no ha rebasado del pueblo israelita, por su perjudicial costumbre de imprimir solamente con caracteres rabínicos. De algunos hablaremos en nuestro próximo y último artículo, pues ya pasa de una bien proporcionada longitud el actual.
- ↑ Esta familia, después del destierro, se estableció en Venecia, donde muchos de sus miembros se hicieron célebres por su saber y el servicio que prestaron á la nueva patria. Después fueron á Constantinopla, donde en 1785, nació el conde Abraham de Camondo, llamado el Rothschild de Oriente, quien murió en 1873, en París, en su hotel del parque de Monceau, dejando una fortuna de 125 millones de francos, y habiendo ordenado que sus restos fuesen trasladados al famoso cementerio de Haskeuy, que refleja sus piedras blancas en el espejo líquido del Cuerno de Oro. (Essai sur l'histoire des Israélites de l'empire Otoman. Franco.)
- ↑ En Tánger, en Tetuán y en todas las poblaciones de Marruecos donde los judíos hablan español, la mujer es considerada por el hombre como su igual; come en la mesa del esposo, recibe visitas, lleva la cuenta de la casa, entra, sale, ríe y habla con entera libertad. (Bullet de l'Alliance Israélite, 1903, página 109.)
- ↑ Al terminar el año 1902 eran 118 las escuelas sostenidas ó subvencionadas por la Alliance con un efectivo de 30.000 niños.