Los israelitas españoles y el idioma castellano: Artículo I
EL viajero español que recorre la mayoría de lasEuropa, y más señaladamente las de Oriente y Sur, suele hallarse sorprendido de modo agradable cuando se entera de que en el tren, en el vapor, en las tiendas de comercio correspondientes á pueblos y ciudades cuyos naturales idiomas se diferencian radicalmente del suyo, encuentra con frecuencia extraordinaria, individuos que primero escuchan con interés su expresión española, y luego, con simpática espontaneidad, entablan conversación, y hablando un castellano rarísimo y en grado desigual, pero muy desigualmente inteligible, se le presentan con marcada satisfacción como compatriotas de Oriente, y mantienen regocijados y afectuosos un largo coloquio sobre motivos de raza, de historia y de nacionalidad: estos individuos son representantes de la extendida raza de judíos españoles, cuya existencia y conocimiento miramos torpemente con la mayor indiferencia todos en nuestro país, siempre imprevisor y ligero, desde los gobiernos á los sa bios, y desde los historiadores á los comerciantes y publicistas.
Decir que en muchos pueblos de Europa hay judíos españoles no encierra grande novedad, porque rara será la persona, y seguramente no habrá una entre las cultas, que no haya oído muchas veces decirlo y aun ligeramente comentarlo. Lo que sí tiene ya alguna es descender al examen de esta materia, apreciar su importancia y significación actual, relacionarla con esa actividad de enseñanza poliglota, intra y extranacional, que manifiestan y desarrollan los pueblos poderosos, como Alemania, Inglaterra, Francia, Italia......, empeñados en la concurrencia y lucha de intereses, y ver de qué manera se convierten, como ya seguramente lo habrían hecho aquéllos, en fuente de riqueza pública y en instrumento y testimonio de una dilatación de la propia soberanía nacional, las consecuencias de un dramático suceso de la historia patria, que todavía aparecen palpitantes é interesantísimas en gran parte del territorio europeo, asiático, africano y aun americano.
Tan grande juzgo su importancia, que reservando para otro más apropiado lugar, que muy bien pudiera ser un libro, exponer los copiosos datos que acerca del asunto reúno, y limitándome aquí solamente á esbozarle, he de conseguir, ó muy torpe voy á estar, que mis benévolos lectores adviertan pronto que en él germinan gravísimas cuestiones de cultura, de lingüística, de comercio y de relaciones internacionales, que piden con urgencia hombres de estado, sabios, publicistas y mercaderes que se apoderen de ellas, y las desarrollen para provecho y gloria de nuestro des venturado país. De mí puedo asegurar que, así cuando interpelé al Ministro de Estado, Conde de San Bernardo, en el Senado, la tarde del 13 de Noviembre pasado, sobre este asunto, como ahora que lo traigo á las columnas de revista tan castizamente española y culta como La Ilustración Española y Americana, no pasó por mi ánimo, ni pasa, la idea de tratar una materia especulativa, literaria, lingüística ó episódica, sino una materia de interés muy positivo, de aprovechamiento nacional muy grande, y que aspiro con ella, por consiguiente, á salir de los menguados límites de un pasatiempo más ó menos curioso, para acometer una obra verdaderamente patriótica, ya que no atreva á llamar transcendental, que bien debe serlo, cuyas más aprovechadas especulaciones y desarrollos incumbe á otras entidades intervenir y realizar.
El día último de Agosto de 1883, cuando recorría en uno de los lindos vapores que navegan por el Danubio el trayecto de Viena á Budapest, conversando con mi familia sobre cubierta, se nos acercó un grupo de tres pasajeros, de los cuales uno, de edad avanzada, grueso, con barba cana recortada y sombrero en la mano, me saludó en correcto español, y me dijo:
—Dispénseme usted, ¿es usted español?
—Sí, señor—le respondí;—y usted, según parece, también lo es.
—Sí, señor; pero yo no soy español de España, soy español de Oriente.
Me quedaba algo sorprendido, no acertando de pronto con la explicación de aquel enigma, cuando otro de los tres pasajeros, también entrado en años, que se había mantenido á respetuosa distancia, se decidió á intervenir en la conversación, y aumentó mi sorpresa diciendo: —También soy yo español, pero natural de Servia.
—Permítanme ustedes—repliqué, no comprendiendo todavía lo que después tantas veces habíande escuchar—que les advierta no entiendo bien esa naturaleza.
—Somos judíos españoles—añadió sonriéndose primero.
—¡Ah! ya; acabáramos—exclamé, haciéndome cargo de aquel españolismo.
Todavía se presentó otro hebreo, también español, y unidos los cuatro á los tres que íbamos de mi familia, formamos un corro de siete personas, sosteniendo conversación larga y animada, en la que preguntábamos de una y otra parte, sin cansancio, sobre mil motivos de la vida y de las sendas costumbres, viendo siempre en nuestros contertulios un extraño sentimiento de españolismo, cierto orgullo y aprecio incomprensibles por nuestro encuentro, y una solicitud por servirnos y complacernos que hubimos de utilizar después en la capital de Hungría, donde desembarcaron cuando lo hicimos nosotros. Apunté sus nombres, que registré en cartas á la sazón publicadas en El Liberal y después coleccionadas en jno de mis libros, el titulado Plumazos de un viajero; se llamaban y eran: uno, Semaria Mitrany, natural de Kalarasch (Rumania), y los otros tres, Moisés Isak, un hijo suyo, y Arón-Leví, vecinos de Belgrado (Servia).
Veinte años después, el 24 de Agosto del pasado año 1903, salíamos mi familia y yo al romper el día, á las cinco de su mañana, de Belgrado, en otro vapor que había de conducirnos hasta Orsova, buscando una ruta alta para ir á Constantinopla por el mar Negro, huyendo de los insurrectos macedónicos, y poco después de comenzada la navegación, hallándonos en la cubierta, observamos que nuestra conversación atraía la curiosidad de un señor de aspecto venerable, enjuto, de corta estatura que acompañaba á una señora de cabellera gris y también de apretadas carnes, visiblemente afligida, muy silenciosa, á la cual prodigaba frases consoladoras en el español extraño que ya habíamos oído otras veces.
Pronto entablamos conversación, y hechas las mutuas presentaciones supimos que aquel señor era un distinguido sabio de Oriente, reputado poliglota, cultivador de muchos idiomas, europeos y asiáticos, entre ellos: árabe, hebreo, alemán, inglés, francés, italiano, español, griego, armenio, eslavo, rumano......; director de la escuela israelita española de Bucarest, quien realizaba acompañado de su esposa, un viaje de recreo paradirector de la escuela israelita española de niños en bucarest
También esta vez advertí en dicho hebreo, con ser de muy distinta condición social á los antes citados—pues éste es un sabio rabino, y aquellos eran, según nos dijeron, acomodados mercadere—un extraño regocijo y orgullo con nuestro encuentro, cierto vivo sentimiento de confraternidad, que expresaba con exclamaciones y frases, tan hiperbólicas lisonjeras, que nos producían á veces alguna turbación, pues, entre otras parecidas, recuerdo de una ocasión en que, volviéndose á su desolada esposa, que permanecía inmóvil, con la mirada fija en las aguas del río, le dijo: «¿Ves cómo la Providencia nos atiende y consuela? Hoy nos proporciona la ventura de ir en este barco y conocer á estos señores, que son de España, de nuestra querida madre patria, y hacernos sus amigos. ¿Ves qué bueno es Dios?» Y de esta manera, con frase delicadísima, con muy exquisita ternura y donaire, celebraba nuestro feliz encuentro y el escuchar á hijos naturales de España, hermanos suyos, noticias, referencias y manifestaciones de cultura, dé tolerancia, de amor á lo genuinamente español, con las cuales, decía, tantas veces había soñado.
Me interesó y hasta me conmovió aquel puro y legendario amor á la patria de sus remotísimos abuelos, aquel sentido homenaje de adhesión y cariño á unos españoles que se veían casualmente por vez primera, y formé entonces el propósito de anudar lazos de amistad con el ilustre varón que la suerte me deparaba, utilizando su solícita devoción para lograr algunos conocimientos personales y acometer una propaganda en favor de relaciones que juzgo convenientes.
Desde las seis de la mañana en que cambiamos las primeras frases, hasta las cuatro de la tarde que desembarcábamos en Orsova, mientras el matrimonio hebreo cambiaba de vapor para dirigirse á la Bulgaria, no cesamos de hablar, y pude apreciar el profando conocimiento en antiguos prosistas y romanceros españoles de mi contertulio, su aticismo literario y honda sabiduría en artes de expresión y lenguas varias, su donaire para el relato, la posesión de numerosas consejas y fábulas de la antigua literatura hispana, y otros testimonios varios que le acreditaban de hombre superior y cultísimo. Supe después, por referencias que me hicieron en Constantinopla y Bucarest, que aquel honorable varón, D. Enrique Bejarano (así se llama), era un sabio de bien sentada y estimadísima reputación por todo Oriente.
Conocedor de mi viaje y profesión, me proporcionó al punto dos cartas escritas en español, con caracteres rabínicos, dirigidas á los doctores Elías é Isaac Pachá, médicos del Sultán de Turquía; y seguramente me las hubiera proporcionado para celebridades de la mayoría de los pueblos orientales si las hubiera necesitado y pedido, pues su gusto en complacerme era extraordinario.
Cuando, pasados algunos días, visité Bucarest tuve el gusto de conocer, acompañado de mi señora é hijos, la escuela israelita española, donde residía la familia de este profesor; conocí también sus muy simpáticas hijas, cuya despierta inteligencia y esmerada instrucción comprendimos cuando nos enteramos de que se dedicaban, como su señor padre, á la enseñanza; examinamos las aulas del nuevo edificio construído hace poco, y que ha costado 130.000 francos, adquiridos por suscripción entre los judíos españoles, y pudimos apreciar su elegante arquitectura y distribución de servicios. Parece un hotel, cuyas aulas, destinadas á recibir niños de uno y otro sexo, son pequeñas, pero bien ventiladas, como para acoger número corto de alumnos, y están provistas de escaso material de enseñanza.
La institución de esta escuela data del año 1730, y enseña la instrucción primaria durante cuatro años; las materias profanas se explican en rumano, que es la lengua del país; pero el Catecismo, la Biblia y la Religión son explicados en español.
El Sr, Bejarano, su actual director, que es también rabino, como ya he dicho,—y cuya sinagoga, de lindo gusto bizantino, se halla contigua—nació en Diciembre de 1850, en la pequeña ciudad de Zagara la Vieja, donde recibió su educación teológica. A los dieciocho años se dedicó á la carrera del profesorado en materia religiosa, y á los veintidós comenzó á instruirse en idiomas modernos, los cuales viene cultivando desde entonces con grande devoción y alegría (son sus frases).
Su grande amor á todo lo español aparece tanto más extraordinario, cuanto que no ha estado en España. Tiene hijos educándose en París, y ha visitado esta ciudad, pero nunca ha venido á una tierra que evoca con sentidísima emoción, y en cuya visita sueña, como si se tratara de un venturoso y casi inefable acontecimiento.
El día en que se verifica el reparto de premios á los alumnos del Instituto, el 25 de Junio, suelen éstos recitar composiciones en varios idiomas, parade los hijos de la comunidad israelitas españoles
(bucarest)
A ti, lengua santa,
á ti te adoro,
más que á toda plata,
más que á todo oro.
Tú sos la más linda
de todo lenguaje;
á ti dan las ciencias
todo el ventaje.
Con ti nos hablamos
al Dios de la altura,
patrón del Universo
y de la Natura.
Si mi pueblo santo
él fué captivado,
con ti, mi querida,
Y nos refería un testigo presencial de aquella fiesta escolar, que cuando el niño declamaba esta sentida poesía, lloraban algunos de los oyentes, emocionados porque la exaltación del idioma patrio agitaba hondos sentimientos religiosos y añoranzas tristes por la pérdida de una tierra querida, donde yacen las cenizas de sus antepasados, y de donde siguen considerándose hijos condenados á luctuoso destierro.
Daríamos prueba de entregarnos fácilmente á un entusiasmo irreflexivo y juvenil—que no seríaperdonable en quien lleva recorrida la mayor parte del camino de su vida contemplando unas veces, interviniendo muchas en las apasionadas batallas que mantienen pueblos, razas, Corporaciones y particulares, por defender sus intereses y servir á sus egoísmos—si fuéramos á creer que ese histórico sentimiento, el cual encarna en el idioma el símbolo más familiar y querido de un pueblo que por todas partes vive desterrado y perseguido, podíamos convertirlo en motivo de burda especulación. ¡Buena raza la hebrea para tamañas empresas! No se trata de eso, ni a tan menguada granjería hay que rebajar la atención y el propósito, pues tiene la materia otros más dignos y fraternales aspectos, que pueden y deben producir cuantiosos beneficios á nuestra patria, y á ellos hay que remontar el espíritu, como han intentado remontarle algunos otros, muy pocos, compatriotas; por ejemplo, el ya difunto Marqués de Hoyos, y el ilustradísimo actual director general de Aduanas, D. Juan B. Sitges, quienes han consagrado estudios á este importantísimo tema de los judíos españoles.
En el mismo Viena, donde el primero hubo de ostentar la alta representación de embajador de España, supimos por referencia del Dr. Beer, que tan honorable aristócrata había escrito una Memoria interesante de los judíos españoles que allí, en la capital del Imperio austrohúngaro, existen, y de la cual conserva inédito un ejemplar la Biblioteca Nacional. Deseando conocer este trabajo, solicitamos permiso de la Sra. Marquesa viuda, y por tan distinguida señora supimos que hay varias copias de esa Memoria, una de las cuales posee la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, por ser la que destinaba á discurso de ingreso el autor, electo miembro de dicha corporación, donde la muerte le privó de ingresar. Según nos dijo la mencionada dama, la Academia publicará en sus anales, dentro de este mismo año, tan interesante trabajo.
Los estudios del Sr. Sitges los conocimos escuchando de los labios de este honorable patricio el interés con que hace años viene cultivando dicha materia; las correspondencias que procuró entablar con algunos renombrados judíos españoles de Oriente, entre ellos el propio Sr. Bejarano; lo que gestionó para interesar á varios Gobiernos en que iniciaran dichas relaciones, aún totalmente desatendidas; la solicitud que mostró para conseguir que varios israelitas afamados y algunos Ministros de Fomento impidiesen que se acabara de destruir esa, por su antíquisima historia, veneranda é interesantísima sinagoga que aún se alza en Toledo, llamada El Tránsito, procurando su restauración antes de que se venga al suelo y perdamos con ella una de las joyas más típicas de la imperial ciudad, y así otros muchos testimonios semejantes de su competencia y su afición acerca de tan interesante y sugestivo asunto.
Pero más y mejor que cualquiera solicitud y encarecimiento de origen netamente español, hablan en pro de la materia que tratamos, la solicitud y el afan que muestran los propios judíos, quienes en diferentes pueblos de los muchos que ellos habitan, procuran hoy arbitrar medios y enseñanzas para impedir que el idioma español, que vienen conservando de padres á hijos, no ya se corrompa y desnaturalice mucho, sino hasta se pierda por completo, ante la extensión más y más absorbente que cada día muestran los idiomas de los grandes imperios que, como el alemán, el inglés y el francés, luchan con grandes esfuerzos por adquirir cultivadores y aumentar el número de los que le utilizan en sus necesidades, ya científicas, ya literarias, ya comerciales.
Pero ésta es materia que reclama artículo aparte y la trataremos en el próximo.