Los intereses creados: Acto I, Cuadro segundo, Escena III
DICHOS y DOÑA SIRENA, que sale por
el pabellón.
SIRENA.-¿Qué es esto? ¿Quién
previno esa música? ¿Qué tropel de
gente llega a nuestra puerta?
COLOMBINA .-No preguntéis nada.
Sabed que hoy llegó a esta ciudad
un gran señor, y es él quien
os ofrece la fiesta esta noche. Su
criado os informará de todo. Yo aún
no sabré deciros si hablé con un
gran loco o con un gran bribón.
De cualquier modo, os aseguro que él
es un hombre extraordinario...
SIRENA.-¿Luego no fue Arlequín?
COLOMBINA.-No preguntéis...
Todo es como cosa de magia...
CRISPÍN. Doña Sirena, mi señor
os pide licencia para besaros las manos.
Tan alta señora y tan noble señor
no han de entender en intrigas
impropias de su condición. Por eso,
antes que él llegue a saludaros, yo
he de decirlo todo. Yo sé de vuestra
historia mil notables sucesos que, referidos,
me asegurarían toda vuestra
confianza... Pero fuera impertinencia
puntualizarlos. Mi amo os asegura
aquí (entregándole un papel)
con su firma la obligación que ha
de cumpliros ni de vuestra parte sabéis
cumplir lo que aquí os propone.
SIRENA .-¿Qué papel y qué obligación
es ésta?... (Leyendo el papel
para sí.) ¿Cómo? ¡Cien mil escudos
de presente y otros tantos a la muerte
del señor Polichinela si llega a
casarse con su hija? ¿Qué insolencia
es ésta? ¿A una dama? ¿Sabéis con
quién habláis? ¿Sabeís qué casa es
ésta?
CRISPÍN.-Doña Sirena... , ¡excusad
la indignación! No hay nadie
presente que pueda importaros.
Guardad ese papel junto con
otros.. ., y no se hable más del
asunto. Mi señor no os propone nada
indecoroso, ni vos consentiríais en
ello... Cuanto aquí sucede será
obra de la casualidad y del amor.
Fui yo, el criado, el único que tramó
estas cosas indignas. Vos sois siempre
la noble dama, mi amo el noble
señor, que al encontraros esta noche
en la fiesta, hablaréis de mil cosas
galantes y delicadas, mientras
vuestros convidados pasean y conversan
a vuestro alrededor, con admiraciones
a la hermosura de las damas,
al arte de sus galas, a la esplendidez
del agasajo, a la dulzura de la música
y a la gracia de los bailarines...
¿Y quién se atreverá a decir
que no es esto todo? ¿No es así la
vida, una fiesta en que la música
sirve para disimular palabras y las
palabras para disimular pensamientos?
Que la música suene incesante,
que la conversación se anime con
alegres risas, que la cena esté bien
servida. . . , es todo lo que importa
a los convidados. Y ved aquí a mi
señor, que llega a saludaros con toda
gentileza.