Los estadounidenses en México (1914)

Los estadounidenses en México fue el título de un artículo que publicó la revista francesa L'Illustration el 13 de junio de 1914. Se refiere principalmente a los hechos en Tampico y en Veracruz.

Ha sido traducido al inglés (cortesía del Dr. Michael Miller del U.S. Marine Corps) y al español (cortesía de William K. Boone).

Éste ha resultado ser un documento muy importante para la historia de Veracruz, particularmente la Ocupación estadounidense de Veracruz de 1914.

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Notas sobre la traducción

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  • Los paréntesis rectangulares "[]" denotan comentarios de los traductores.
  • Los buques nombrados en francés como "torpilleurs" probablemente no sean propiamente "torpederos" sino lanchas de vapor pequeñas.
  • Los buques nombrados en francés como "destroyers" y traducidos al español como "destructores" pudieran ser los remolcadores de vapor llamados "Piket Boats" en inglés.




Los Americanos en México (1914)

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(Cartas de nuestro enviado especial)

Las cartas de nuestro enviado a México, Louis Botte, que publicamos hoy, nos cuentan con precisión detallada y cronológica sobre la captura de Veracruz y cómo las noticias de la invasión americana desencadenaron demostraciones patrióticas en Tampico cuya población, que se había mantenido indiferente a la guerra interna, el duelo entre los Huertistas y los Constitucionalistas, se levantó enardecida, repentinamente armada, para resistir el ataque americano del que se creía a su vez amenazada. Durante estos eventos y hasta el día antes de la captura de Tampico por los revolucionarios [13 de mayo], nuestro corresponsal se encontraba en esa ciudad. Fue sólo un poco después, cuando regresó a Veracruz, que pudo obtener los detalles muy completos que nos ha dado sobre la captura, por los americanos, del primer puerto de México.

La Resistencia Mexicana en Vera Cruz

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(Vera Cruz, Mayo 1914)

El martes 21 de abril a las 10:30 h de la mañana, el representante de Estados Unidos en Veracruz le avisó a nuestro cónsul, el señor Brouzet, que su gobierno había ordenado la ocupación inmediata y por la fuerza, en la ciudad mexicana, de la Estación de tren y de la Aduana. Ninguna comunicación anterior pudo haber previsto esta determinación. Sin embargo, a las 10:50 h, los primeros invasores tocaron tierra y, algunos instantes más tarde, los cañones del [USS] Prairie dispararon sobre esta ciudad expuesta.

Es sorprendente tal vez que las autoridades estadounidenses hayan comunicado a las potencias extranjeras un hecho tan grave, como la ocupación y el bombardeo de Veracruz, con tal falta de consideración. Ellas [las autoridades americanas] corrigieron en parte esta negligencia algunos días más tarde. El 29 de abril, ellas enviaron a todos los cónsules la copia de una carta fechada el día 21 y dirigida al General Maas, gobernador [sic] de Veracruz, firmada por el capitán Huse, jefe de estado mayor del almirante Fletcher. En esta carta, el firmante solicitaba al gobernador que rindiera la ciudad sin oponer resistencia, a falta de lo cual se vería obligado a bombardearla. Sin embargo, ¿el general Maas nunca recibió esa carta? Él dio su palabra de honor. De cualquier modo, esto fue suficiente para que las potencias neutrales no protestaran. También se debe decir que los agentes americanos recibieron con sorpresa el brusco cambio de frente [de guerra] de su gobierno. Los militares nunca creyeron tampoco en la inminencia de esta operación: ninguna precaución habían tomado y jamás las fuerzas americanas frente a la ciudad habían estado tan reducidas. Un solo buque de guerra, el [USS] Florida, enarbolando la bandera insignia del almirante Fletcher, estaba anclado frente a los muelles, y en el puerto solamente estaba el crucero transporte [USS] Prairie. Este último buque, es verdad, albergaba cuatro compañías del 2° Regimiento de infantería de marina y un destacamento del Regimiento de Panamá, llevado a México “por razones de salud”. Las otras fracciones del mismo regimiento estaban repartidas entre los buques de guerra que navegaban frente a la costa [sic: ?!]. Sin embargo, alrededor de las 10:00 h, el buque de guerra [USS] Utah, enviado desde Tampico [sic], llegó a reunirse con el Florida. Un poco antes, un tren repleto de americanos, procedente de la ciudad de México, había llegado a la estación. Todas esas gentes partían de México y se embarcaban en el vapor Esperanza. Apenas el último refugiado había dejado tierra [y subido a bordo], la orden del desembarco fue dada.

Mientras que los “marines” – es decir, la infantería de marina – del Prairie, alrededor de 350 hombres, dejaban su barco y desembarcaban en el Muelle de la Terminal, los del acorazado Florida, acompañados de varios marineros, formando un grupo tan numeroso como el primero, descendían a sus botes balleneros y eran [también] remolcados por botes de gasolina o de vapor, que los llevaban al puerto.

Tan pronto como las lanchas de los acorazados llegan a los muelles, los soldados se reúnen frente a la Estación, se forman en columnas dobles y entran a la Estación, la que ocupan sin resistencia. Después, cruzando los edificios, llegan a la calle de Montesinos cerca de la calle Independencia, y una sección se desprende para ir a tomar posesión de la oficina de la Compañía de Cables Telegráficos.

En ese momento, un primer disparo de fusil es hecho contra los americanos, pero ellos pasan sin responder. La columna regresa a la estación del tren y continúa su avance tras los muros, hasta la calle Cinco de Mayo. Deben seguir ahora por el camino. Pero los espera un grupo de una decena de mexicanos: soldados, agentes de policía, voluntarios, al acecho en un rincón. Los americanos son inmediatamente recibidos con nutridas descargas de fusil que los detiene firmemente. Antes de responder el fuego, deben esperar órdenes de su jefe, el Capitán de Marina Busch. Para liberar su columna, Busch coloca en el extremo de la calle una ametralladora que, con fuego segador, barre la calle a lo largo y ancho. Los tiradores (mexicanos) se dispersan; pero los transeúntes, ignorantes de los acontecimientos, o los curiosos que han venido a ver, resultan heridos o muertos.

Son ahora las 11:20 h. Los “marines” y los marineros del Florida, reunidos en tres compañías con dos ametralladoras Colt y dos cañones de campaña de 76 mm, se reúnen a su vez en una columna frente a la Estación. Para reducir la visibilidad de sus uniformes blancos, y tal vez también para evitar que se les confunda con los tiradores mexicanos, quienes también están vestidos de blanco, los marineros han manchado sus ropas con tintes ocre amarillo, de manchas de café o de permanganato de potasio. De esta manera han obtenido unos tonos curiosos e imprevistos, algo salvajes. De esta manera formados, su columna se pone en marcha en una dirección perpendicular a la tomada por los “marines” del Prairie.

Los americanos primero ocupan su consulado, luego se apoderan de la oficina de Correos, y continúan su avance hacia la Aduana por la calle Mirelos [sic: Morelos]. Pero entonces surge la resistencia. De cada esquina de la calle, de cada balcón, de todas las terrazas, disparan fusiles y pistolas. La formación de los americanos se disloca. A pesar de que responden fuego al ciento por uno, ellos deben avanzar lentamente, paso a paso, y tomar la calle casa por casa. Reciben disparos sin saber quién se los envía. En el faro de la biblioteca, un solo y hábil tirador frena el avance de toda la columna durante un largo rato. Para desalojarlo, los cañones de 120 del Prairie deben demoler el edificio.

Transcurre una hora para que los marineros lleguen a la Aduana, situada a menos de 200 metros. Se atrincheran fuertemente. Un poco después, los marineros del Utah vienen a reforzarlos y, juntos, proseguirán la lucha hasta la mañana siguiente.

Mientras la segunda columna captura la Aduana, la primera continua detenida en la esquina con la calle Cinco de Mayo. Disparos de fusil les llegan también desde la calle Independencia, hacia donde es necesario apuntar un cañón. Los tiradores mexicanos son muy poco numerosos: un centenar de hombres a lo mucho, pero permanecen muy diseminados y escurridizos. Ya hay sin embargo muchos muertos, pero estas víctimas son, en su mayor parte, gentes curiosas demasiado intrépidas. Sin embargo, un destacamento regresa a la Estación y protegiéndose tras los vagones amontonados sobre las vías, logran alcanzar y ocupar la Planta de Electricidad.

Ese día, los americanos deciden no avanzar más. Hacen su campamento, improvisando barricadas con tablas, sacos de harina, barriles. En la noche, se acuestan en el suelo, cansados y exhaustos por los combates que no esperaban.

De ese primer dia de operaciones, se deriva una primera conclusión. Los 700 americanos que desembarcaron solo encontraron uno o dos centenares de tiradores aislados. Y, sin embargo, a pesar de lo avanzado de su material y equipo, a pesar de su superioridad numérica, a pesar de sus cañones y sus ametralladoras, a pesar de sus oficiales de elite, les tomó muchas horas de combate para ocupar solamente dos calles en las que eran continuamente hostigados. Tras el anuncio del desembarco, la guarnición mexicana, unos 280 hombres al mando del general Maas, se batieron en retirada. Uno puede creer que, si ellos hubieran efectuado una contra ofensiva cuando los americanos estaban todos en tierra, y ya que su presencia impedía el uso de los cañones de los barcos, habrían podido, ese primer día, echar a los invasores de regreso al mar.

Los americanos intentaban ocupar solamente la Estación de Tren y la Aduana de Veracruz. Debido a la resistencia que se les opuso y a los ataques sobre ellos, se vieron obligados a ocupar toda la ciudad o retirarse. Esta es una primera sorpresa y una primera complicación. Habían dado el primer paso peligroso al meterse en el “nido de avispas mexicano.”

Durante la noche, importantes refuerzos llegan para los americanos. A eso de las 20:30 h, los cruceros San Francisco y [a eso de las 23:50 h] Chester, que habían zarpado de Tampico a toda velocidad, llegaron y anclaron dentro del puerto. Más tarde, dos divisiones de enormes acorazados, al mando del almirante Badger, comandante en jefe de la flota del Atlántico, fueron a su vez llegando.

Antes de amanecer, las tropas de desembarco, unos 350 hombres de cada acorazado, llegan a tierra. Se organizan en una Brigada de tres Regimientos de infantería con cuatro Batallones, con un Batallón de artillería, bajo el alto mando del almirante Fletcher. El 1er Regimiento se forma en una columna frente a la Aduana; el 3er Regimiento se alinea frente a la Estación y en la calle Montesinos; el 2º Regimiento desembarca frente a la Aduana y a lo largo de los muelles. Cada regimiento está bajo el mando de un Capitán de marina. Así también, un Capitán de marina coordina los movimientos de la brigada completa, integrada por alrededor de 4,200 hombres.

Una vez formado, el 3er Regimiento sube por la calle Montesinos hasta la Planta Eléctrica, en donde dobla a la izquierda y, dividida en columnas paralelas, baja hacia el sur. Las tropas más alejadas siguen por las vías del tren. Estos varios grupos encuentran poca resistencia. El 1er Regimiento, también divido en columnas paralelas al mar, avanza por las calles Morelos, Zaragoza e Independencia, recibiendo disparos que surgen de todos lados. Los cañones del Prairie, San Francisco y Chester apoyan fuertemente a los americanos, que avanzan sólo paso a paso. Una bomba dirigida al Palacio Municipal le da al reloj y detiene las manecillas a las 7:12 h.

En el Anexo del Hotel Diligencias, en donde hay una cierta resistencia, los americanos disparan a las ventanas y matan a 10 personas. Tienen que desalojar a tiradores del campanario de la Catedral. Pero el esfuerzo más grande recae sobre los 1400 hombres del 2º Regimiento que son detenidos por los 70 alumnos atrincherados en la Escuela Naval.

La Defensa Heroica de la Academia Naval

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Habiendo desembarcado frente a la Aduana, los marineros del 2º Regimiento avanzan en filas cerradas, con su Capitán al frente, hacia la Escuela Naval que creen ha sido abandonada. De pronto, a menos de cien metros, de todas las persianas surgen disparos de fusil, mientras que una ventana se abre y una ametralladora se asoma escupiendo balas. La columna de Americanos tambalea y se desconcierta. Los marineros de las dos primeras filas caen al suelo, los demás se desbandan y corren a buscar refugio. El Capitán es quien permanece más expuesto. Sin embargo, reorganiza su columna, la despliega en tiradores y la dirige al frente. Pero, una vez más, la metralla desbarata la tropa de asaltantes y los obliga a una nueva retirada. Algunos instantes después, el 1er Regimiento se aproxima a su vez a la Escuela Naval y busca rodearla, pero también es saludado por una vigorosa fusilada que los detiene. Toda la mañana, el ataque americano es detenido en este punto.

Debe terminar. El comandante del Chester recibe la orden de bombardear el edificio con sus cañones de 120. La bombas disparadas a menos de 800 metros, abren grandes agujeros en los muros de la Escuela. Los plafones caen, las paredes [interiores] se derrumban: toda resistencia es ahora imposible. El contraalmirante Azueta, jefe de la flota mexicana, oficial de la Legión de Honor, quien había organizado la defensa de los jóvenes alumnos, les ordena ahora la retirada; pero, para que eso sea posible, dos de ellos deben permanecer en su puesto y operar la ametralladora. Cuando ellos caen, cubiertos de heridas, sus camaradas han sido salvados. Estos dos héroes de 16 años se llaman Uribe y José Azueta. El primero, herido por muchas balas y por la explosión de una bomba, logra arrastrarse, todo ensangrentado, justo hasta su cama en donde muere dos horas más tarde. El segundo, el hijo del Contraalmirante Azueta, herido tres veces por proyectiles, puede sobrevivir otros 15 días. Estos dos jóvenes hombres y sus 70 compañeros han salvado, en Veracruz, el honor de México.

Pero la lucha aún no ha terminado. Así como ocurrió el dia anterior, unos pocos voluntarios, apenas unos 150 ó 200, pero muy escurridizos y astutamente escondidos, preparan emboscadas por toda la ciudad y disparan continuamente. Entre ellos están soldados, policías, y especialmente civiles, a quienes se les unen prisioneros que han sido apenas [con este fin] liberados de San Juan de Ulúa. (Éstos muy probablemente son de la guarnición de la prisión, ya que los individuos peligrosos permanecen encerrados y su presencia les causa mucha pena a los americanos.)

El bombardeo naval continúa. Una bomba del Chester cae en la casa del cónsul de Francia [¿André Brouzet (1873-1930)?], atraviesa las paredes, y casi mata a la Señora Brouzet. Varios disparos alcanzan al crucero inglés Essex: el pagador de ese buque es herido en el pie. El monumento de Juárez que servía de refugio a tres tiradores mexicanos es parcialmente demolido. Para combatir a los defensores, los americanos derriban las puertas de las casas y las vacían de sus ocupantes.

Finalmente, como a las 5 horas de la tarde, los tres regimientos se encuentran en el Alameda, frente al palacio del gobierno militar. La resistencia en todas partes parece haber sido eliminada.

La Resistencia es Derrotada

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Los americanos se ponen a cubierto, agotados. No podrían hacer un esfuerzo semejante al día siguiente. Afortunadamente para ellos, lo que les queda por ocupar de la ciudad son calles rectas y amplias, con casas de poca altura, de techos inclinados, que no ofrecen refugio seguro a los defensores. La ocupación de esos distritos es fácil de lograr, pero durante 10 días, todas las noches, los centinelas reciben disparos y hay varios muertos. En el hospital militar, por ejemplo, cinco soldados mexicanos enfermos salen de sus camas como a las 11 de las noche, van al jardín por los rifles que ahí esconden, trepan al techo y disparan sus armas a los soldados “gringos”. Después vuelven a poner los rifles en sus escondites y ellos regresan a sus camas. Lo repiten al día siguiente y el que sigue, hasta que soldados americanos se instalan por las noches en los techos. Por los primeros dos días de ocupación de Veracruz, los estadounidenses anunciaron 17 muertos y 47 heridos, entre ellos 3 fatalmente. Por el lado mexicano fueron 100 a 150 muertos y 150 a 250 heridos, casi todos por accidente.

Desde el punto de vista militar, la ocupación que debió haberse realizado sin enfrentar oposición, con 700 hombres, ha requerido, a pesar de que la guarnición se hubiera retirado, de 4, 000 hombres. Y la batalla ha durado tres días.

Posteriormente, el almirante Fletcher, comandante en jefe de las tropas que desembarcaron en Veracruz, restableció el orden rápidamente. El 22 y el 23 de abril obligó a los habitantes a dejar sus puertas y ventanas abiertas e iluminadas durante toda la noche. El 26 de abril se proclamó la ley marcial, aplicable al territorio ocupado, pero señalando, además, que se extendería a todas las regiones que fueran después ocupadas por las fuerzas americanas. También instituyó búsquedas que produjeron un millar de máusers.

Los americanos, se les debe reconocer, actuaron con un mínimo de brutalidad. Se ocuparon de reparar todos los edificios dañados y, si dejaron pendientes las demandas de indemnización mexicanas hasta la entrega de cuentas final, se ocuparon de inmediato de las demandas extranjeras. Visiblemente buscaron hacerse amables y respetuosos con la población. Debido a ellos, ya se habían distribuido víveres entre los necesitados; todos los días se organizaron varios conciertos. La bandera de los Estados Unidos fue izada sobre el cuartel general, en la Estación, solamente [hasta] el 28 de abril y no antes del 30 en San Juan de Ulúa. Se percibe que, seguros de su fuerza, ellos evitan toda humillación innecesaria. Los mexicanos se quedan tranquilos, pero se puede leer claramente en sus ojos lo que piensan: a la primera oportunidad mostrarán su odio a los invasores. Ya el 12 de mayo, en el entierro del joven Azueta, aunque se enviaron muy pocas invitaciones, más de cinco mil personas abarrotaron la calle de Independencia, el Alameda y todos los balcones. Fue la protesta silenciosa de los vencidos.

A partir de los primeros días, todos los funcionarios de Veracruz, excepto los concejales municipales, se pusieron en huelga. Los americanos entonces pusieron a sus propios oficiales en esos puestos y más tarde solicitaron formalmente a los funcionarios locales que reanudaran el servicio. La ciudad fue organizada en cuatro distritos. Luego las tropas, los marinos que desembarcaron, seguidos por el ejército regular, fueron instalados cómodamente. Los soldados que no fueron alojados en edificios oficiales se instalaron en tiendas de campaña, de doble techo, que ya quisieran nuestros oficiales en Marruecos. Cada una tenía una cama con mosquitero, mesa y sillas, y equipo completo de aluminio para comer. Usando un suave sombrero gris verdoso de fieltro , vestidos con una camisa de franela de cuello amplio, y unos pantalones anchos, calzados con zapatos de cuero y polainas altas de lona, por lo general tienen muy buena presencia.

La organización de Veracruz como base de operaciones no tardó mucho en lograrse. El 1 de mayo, después de la llegada de refuerzos y de equipo, el general Fenstar [sic: Funston] tomó el mando de las tropas en tierra mientras que el almirante Fletcher, con todos los marinos, se fueron de regreso a bordo. Por ahora hay en Veracruz entre 11,000 y 12,000 hombres, lo cual es mucho para ocupar la ciudad pero no lo suficiente para ir a [la ciudad de] México.

Una Flota Formidable

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En Veracruz, los americanos han concentrado todas sus fuerzas navales del Atlántico, bajo el mando del almirante Badger. Éste ha izado su bandera en el acorazado Arkansas de 27,000 toneladas. El contraalmirante Fletcher, jefe de la 1ª división, está aún en el Florida; con él están los acorazados North Dakota [ND llegó a Veracruz el 26ABR] y Utah, los tres de 21,000 toneladas. El contraalmirante Busch, en el Louisiana de 16,000 toneladas, también está al mando de los acorazados Vermont, South Carolina, New Hampshire y Michigan, de tamaño similar. El contraalmirante Bealty [sic: Beatty], instalado en el Georgia, de 15,300 toneladas, comanda la 3ª división, que también incluye el Virginia, el Nebraska, y el New Jersey. De la 4ª división, comandada por el contraalmirante Mayo, actualmente en Tampico con el Connecticut, no están en Veracruz más que el Minnesota, pero, sin embargo, uno puede ver en el puerto al más grande acorazado del mundo, el New York, de 28,000 toneladas, ondeando la bandera del almirante Wireslon [sic:?]. Estos enormes buques están acompañados de numerosos botes auxiliares: arsenal flotante, buque hospital, barcos contratados [charters], cañoneros, contra destructores [?], usados como mensajeros. Rara vez se tiene la oportunidad de ver una flota de poderío similar y tan bien armada. Pero aún así no podría ayudar a los americanos a avanzar hacia el interior…

El 21 de abril, la noticia de la ocupación de Veracruz llegó a Tampico en donde provocó, contra los americanos, un movimiento patriótico del que nuestro corresponsal, atrapado en la ciudad bloqueada por los constitucionalistas, ha podido observar las manifestaciones características.

Los disturbios patróticos en Tampico

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21 abril

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El gran ataque anunciado ayer por los constitucionalistas no se hizo. Los oficiales federales parecen estar muy sorprendidos de que los rebeldes hayan faltado a su palabra, ya que nunca ha ocurrido. El calor, pesado y húmedo, es abrumador. Cada esfuerzo se torna doloroso. He estado en Tampico apenas 2 dias pero ya comprendo por qué las gentes aquí parecen dormir desde la mañana hasta la noche. Un poco antes de las 4 de la tarde, cuando la temperatura es apenas soportable, el capitán de Bertier se reúne conmigo y salimos juntos.

Apenas hemos dado unos diez pasos cuando nos encontramos a un mexicano, de origen francés, que antes nos ha sido presentado por nuestro cónsul. Llega a nosotros con un aire misterioso: “¿Han sabido las noticias? Todos los cafés, aquí, se cierran a la 1 de la tarde, por orden del general Zaragoza. ¿Qué piensan ustedes de esta medida, que va a disgustar a quienes apoyan al gobierno? ”

Nos quedamos todos asombrados, sin poder encontrar una explicación razonable, cuando, un poco después, nuestro guía es interrogado por uno de sus amigos: “¿Sabes por qué los cruceros americanos Des Moines, Chester y Dolphin acaban de salir del rio? Vengo del puerto. El Des Moines, en su trayecto, tenía sus cañones apuntados a la ciudad. ¡He visto a los artilleros en sus puestos!”

Llegamos a la Plaza de la Constitución. La plaza está repleta de gentes de todas las clases, que hablan animadamente. Esta vez estoy fuertemente intrigado: ¡es la primera vez que veo a los mexicanos alborotados de esta manera! Frente al Palacio Municipal, sobre todo, la muchedumbre es particularmente densa. Hombres vestidos con saco, señal de que saben leer, rodean a un agente de policía que escribe sobre un pizarrón negro. Alrededor de ellos, las masas de “pelados” curtidos, en mangas de camisa y con sombreros cónicos, esperan a que alguien les comunique las noticias. Nosotros, muy intrigados, nos acercamos y leemos: “Boletín 21 abril 1914. Desde esta mañana, a las 11:00 horas, nuestros valientes soldados están luchando en Veracruz contra el extranjero invasor que, injustamente y de acuerdo con traidores que los han llamado, pretenden ocupar nuestro suelo. La Patria reclama de sus buenos hijos, aún a costa de su existencia, su apoyo en la lucha contra aquellos que, a mano armada, están tratando de despojarnos de nuestros bienes. Paz y buena amistad con los extranjeros que se solidaricen con nosotros y apoyen nuestra causa y guerra sin piedad contra el injusto invasor que, sin ningún derecho, abusa de su fuerza. Habitantes de Tamaulipas, no toleren que nuestro suelo sea pisoteado por el injusto invasor.”

¿Los americanos han ocupado Veracruz? El acontecimiento es de consideración. Corremos en búsqueda del general Zaragoza. El gobernador [sic?] no está disponible, pero uno de sus oficiales nos explica que el presidente Huerta ha reusado dar satisfacción a las exigencias americanas relativas al incidente del [día] 9; sólo aceptaría un intercambio de saludos, simultáneos, con protocolo por escrito describiendo el acuerdo. Otro incidente ha sido injertado sobre el primero: el encargado de negocios de México en Washington ha dado a conocer a su gobierno que el presidente [Wilson] exige que Tampico fuera tratado como neutral, pero el presidente Huerta ha rehusado enajenar de cualquier forma y en cualquier momento, la soberanía de México. Ésos serían los dos hechos que han provocado la intervención armada de los americanos en Veracruz y que los llevará muy probablemente a ocupar con urgencia Tampico. La ciudad se prepara a oponer resistencia, hasta el último extremo.

Al momento mismo en que los americanos estaban tomando posesión de Veracruz, el almirante Mayo telegrafió al comandante del crucero inglés Hermione, anclado en el Pánuco, frente a Tampico: “La situación está decididamente tensa.” Al mismo tiempo, él se limitó a prevenir al buque francés: “La situación está algo tensa.” ¿Qué podrá explicar esta diferencia de tono?”

La noticia, ahora, se ha extendido por toda la ciudad. Mientras se espera el inminente ataque de los americanos, los extranjeros temen motines y quizás una masacre. Los cónsules avisan a sus nacionales para que estén listos a ser embarcados, a la primera señal, en sus navíos de guerra. Los ingleses y su equipaje ya se están apilando en el muelle, en espera de que las embarcaciones de su crucero Hermione vengan por ellos. Nuestro Descartes aún no ha podido entrar en el rio debido a su gran calado; ya es hoy muy tarde para que sus lanchones crucen la barra; será necesario que un navío extranjero, inglés o alemán, dé alojamiento a nuestra colonia por algunas horas. Por otra parte, nuestra colonia es poco numerosa: comprende sólo siete u ocho familias francesas o de origen francés…Desde luego, uno primero piensa en acudir al abrigo de la nación amiga, a la inglesa. Pero ha presentado todo tipo de dificultades para auxiliar a nuestros compatriotas y no ha ofrecido asilo, y eso sólo por una noche, mas que con la intervención muy insistente de su cónsul. Afortunadamente, esta actitud de su comandante es redimida por la exquisita cortesía de sus oficiales, que se esfuerzan por hacer que los refugiados estén cómodos durante su estancia en el barco.

Con el capitán de Bertier, regresamos al hotel que se encuentra vacío de sus huéspedes; casi todos los americanos se han ido. El dueño alemán se lamenta. Ya es de noche; solamente algunas lámparas están encendidas. En el vestíbulo, los viajeros que van a partir, cuentan sus equipajes alineados en el muro. En el restaurante, sólo dos o tres mesas están preparadas. Tomamos asiento en una de ellas. Apenas hemos empezado con la sopa cuando un rumor sordo, que por algún tiempo se ha estado escuchando, no sé dónde, se hace más fuerte, se expande, se aproxima. Los meseros se lanzan hacia las ventanas y jalan de las cortinas, los comensales se detienen, el jefe palidece.

El tumulto está ahora muy cerca. Viene hacia nosotros. Es el rugir de la tormenta que surge de una delirante multitud que grita su entusiasmo, exige su pan o quiere sangre. Fuera del hotel, una especie de ola negra se extiende y llena la calle. Es un enjambre de sombreros de paja, de fieltro, de gorras, armado de palos, sobre el que flotan las banderas con verdes, blancos, rojos. Escuchamos el clamor que aumenta: “Mueran los gringos! Mueran los gringos! Mueran!

Tres, cuatro, diez pistolas truenan y rasgan la noche con sus tantos destellos de luz. Algunos cristales caen al lado de nuestras mesas. Los comensales se levantan. De repente, la luz se apaga. Puedo escuchar la voz de nuestro anfitrión, implorando: “Yo no soy Gringo, yo soy Alemán. Alemán, amigos: Alemán.”

Tal vez este ruego fue escuchado; o tal vez el ardor destructivos de los manifestantes quedó satisfecho momentáneamente con las cinco o seis ventanas rotas… Pero la multitud de patriotas ya se ha ido lejos y lanza sus gritos vengativos en otras partes. Nuestro anfitrión respira. Acepta volver a encender las lámparas. Luego, va a buscar una bandera de su país, abre un poco la puerta, desliza su cuerpo por la calle hasta la cintura y rápidamente cuelga en la ventana la bandera, que cuelga como un trapo mojado. Después de cerrar la puerta con cerrojo, se nos acerca y nos pide permiso de colgar también, al día siguiente, una bandera francesa. Dos precauciones valen más que una…

El capitán y yo somos los únicos que estamos sentados a la mesa. Esta noche, por lo tanto, el servicio es muy rápido. Los meseros, por lo general lentos, se apresuran y nos carrerean. Por lo tanto, terminamos rápidamente nuestra cena cuando, de nuevo, escuchamos los disparos de pistolas, con los gritos repetidos de: Mueran los gringos! Mueran los gringos!

Es el alboroto que regresa hacia nosotros. Esta vez, el valor de los meseros se tambalea. Nos imploran que nos retiremos. Pero, así como el otro día los rebeldes en el puente Iturbide, deseamos pagar nuestra cuenta. El personal ya no nos escucha. Se van corriendo, apagando los interruptores y dejándonos en la obscuridad. La prudencia de esta gente es verdaderamente excesiva: esta vez, la indignación popular sólo le cuesta al hotel una ventana.

Regresamos a nuestros cuartos donde nuestro anfitrión, abandonado por su personal, nos trae personalmente velas. Durante toda la noche, escuchamos que bajo nuestras ventanas pasa y vuelve a pasar la vociferante turba, que ataca a los edificios sospechosos, rociando el cielo estrellado con balas, y exigiendo beber la sangre de los pérfidos gringos, de los que afortunadamente no encuentra ninguno.

22 Abril

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Esta mañana la ciudad guarda un aspecto inusual. Todas las fuerzas de la policía y la caballería –los pocos hombres del escuadrón Victoria— patrullan las calles para restaurar el orden. El disturbio, por cierto, verdaderamente se ha calmado. Hizo más ruido que daño. Solamente una tienda, que ostentaba una bandera americana, ha sido seriamente dañada. Los miles de disparos de pistola hechos por los manifestantes hirieron a cinco o seis personas. Los americanos que aún permanecen escondidos en la ciudad, el cónsul que se ha refugiado con su colega Inglés, se dirigen al puerto, bajo la protección de la policía.

Queremos regresar a los puestos de avanzada para entrevistar a los oficiales y conocer sus sentimientos actuales. Detenemos un carruaje de alquiler. De inmediato el conductor nos pregunta: ¿Son ustedes Gringos? No. Entonces, qué pena. Esta mañana sólo llevo a Gringos, pues, para que los lleve, no les importa cuántos pesos yo les cobre. Busquen otro.

Nos encontramos otro que, sin embargo, sólo nos quiere llevar hasta el Puente Iturbide. Nos hubiera gustado ir a ver al coronel Himorosa [sic: Hinojosa] para obtener una versión del incidente del que él es responsable. Pero no ha salido del cuartel.

Hacia el puesto de Tampico nos dirigimos enseguida y somos rebasados por un automóvil que va por el camino a toda velocidad. El oficial de guardia nos dice que esas gentes van en delegación a los rebeldes, para invitarlos a la paz y la unión, y a enfrentar la amenaza extranjera. Le preguntamos: ¿Cree que los rebeldes escucharán a estos embajadores? El oficial inclina la cabeza: Yo creo que más bien los van a colgar de una rama!

La ciudad a la que llegamos sigue muy agitada. Hay multitudes, sobre todo frente al palacio de gobierno militar. Las gentes se agolpan y se empujan para entrar: son voluntarios que solicitan armas.

El consul de los Estados Unidos quien, temprano esta mañana, salió de la ciudad en una lancha inglesa, se reunió con el almirante Mayo a eso de las 8 horas. Ignoro absolutamente de qué manera reportó los “disturbios” y “ataques” de esa noche, pero a las 8 y media se envía un radio telegrama, sin cifrarlo. Por lo general, todos los despachos americanos son en clave. Pero, en esta ocasión, quieren que todo el mundo se entere de las seis palabras muy expresivas de este telegrama: « Birmingham and destroyers rush to Tampico ! » (Crucero Birmingham y destructores, diríjanse a toda velocidad a Tampico!)

Menos de una hora más tarde, 13 columnas de humo se elevan en el horizonte y unos instantes después 13 destructores de 740 toneladas están alineados en dos filas atrás del acorazado insignia Connecticut. Casi de inmediato cuatro barcos asumen disposición de combate y se aproximan al canal. No antes de las 12:30 horas, el crucero Birmingham llega al puerto de Tampico, a pesar de haber navegado a toda velocidad.

Cuando los navíos americanos se aproximan, nosotros nos encontramos a bordo del cañonero mexicano Zaragoza. Su comandante, el capitán Carvallo, está en tierra en conferencia con el gobernador [sic: General Zaragoza]; pero su segundo, el capitán Aldrete, nos guía en un recorrido por su pequeño barco, ya preparado para la lucha que se anuncia.

A fin de observar las maniobras de la escuadra “enemiga”, descendemos a tierra con el oficial, y llegamos hasta uno de los tanques de depósito de petróleo de la Compañía Huasteca. Desde la plataforma superior uno puede ver todos los alrededores. A cierta distancia, la pequeña ciudad de Tampico, de blanco y rosa, aparece encajada en un lazo plateado del rio Pánuco; a todo nuestro alrededor, la planicie se extiende como una enorme alfombra verde, tachonada de negro por los esparcidos tanques de petróleo, rasgada por las brillantes superficies de lagunas. Pero los mexicanos solamente observan, por sobre la banda azul gris del mar, los pequeños penachos negros [columnas de humo] que lentamente dibujan grandes [figuras de] ochos.

Estos destructores, preguntamos, ¿les pueden ustedes impedir que lleguen a la ciudad? El capitán Aldrete nos responde: nuestros cañones y los del Bravo, anclado a nuestro lado, sin duda hundirán a los dos primeros; quizás también podremos detener al tercero, pero ciertamente los demás nos enviarán al fondo. Sin embargo, los tres o cuatro barcos hundidos en el rio impedirán que se pueda remontar. Y por unos días más, Tampíco estará a salvo.

Ésta es la primera vez, en México, que me encuentro un hombre.

[¿] PORQUÉ LOS AMERICANOS NO CAPTURARON TAMPICO [?!]

23 Abril

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Anoche esperábamos un ataque americano a la ciudad. ¿Porque aún no ha tenido lugar? Cada día de retardo hará que esa tarea sea más difícil. Tres mil fusiles y cartuchos se han ya distribuido a los jóvenes voluntarios que se inquietaron poco por los rebeldes pero desean la muerte de todos los Gringos.

Los embajadores enviados ayer a los rebeldes no fueron ahorcados. Ahora han vuelto con dos cartas, una dirigida al general Zaragoza, la otra al cónsul de los Estados Unidos que aún creían en la ciudad. No desean decir nada sobre el resultado de su misión, pero, por lo que no dicen, yo creo entender que los rebeldes aceptarían la alianza con los federales para cazar a los Gringos, si se les rinde a ellos la ciudad; si no, se unirán a los Gringos para capturar la ciudad.

Toda la colonia francesa, excepto el cónsul quien permanece en su puesto, se encuentran ahora reunidos en el Descartes. El capitán Pervinguieres ha hecho prodigios para instalar cómodamente a todo el mundo, y su buena voluntad le ha hecho merecedor de tanto agradecimiento que, más tarde, ninguna persona querrá descender a tierra.

A las 12:30 h, llega al puerto el transporte Dixie, de 6,000 toneladas, repleto de tropas. Sin duda, la ocupación americana de Tampico está próxima… Un poco más tarde, dos torpederos se dirigen hacia el sur.

24 Abril

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La lancha del Descartes, que partió hacia el puerto esta mañana, regresó [al mar] a eso de las 11:00 h. A medida que bajaba por el rio, el oficial y los marineros que iban en ella escucharon violentos disparos de cañón que parecían venir de los cuarteles. Entre federales y rebeldes, la batalla recomienza…

Cerca del medio día, el acorazado Connecticut leva anclas y se dirige al norte. Se lleva a 700-800 refugiados americanos. Un poco después, numerosas lanchas salen del transporte Dixie llenas de soldados y los transfieren a los torpederos. Enseguida, el Dixie, junto con el crucero Wheling [sic: Wheeling], levan anclas y se dirigen al sur.

Esa noche, mientras cenamos a bordo, el timonel se acerca al oficial de guardia: « Teniente, dos torpederos americanos , prestos para entrar en acción, dejan su anclaje y avanzan hacia el paso, con todas sus luces tapadas. –Esta vez, dice alguien, es el ataque: apresurar la cena! » Diez minutos después, el timonel regresa: «Los otros dos torpederos, prestos para combate, han cubierto sus luces y se dirigen en la misma dirección que los primeros. Aquellos han desaparecido.»

Abandonamos la comida para subir al puente [de mando]. Uno tras otro, todos los torpederos americanos se ponen en marcha y apagan sus luces. Escuchamos atentamente por si se produjera un cañoneo o una explosión. Pero la distancia es grande, y no hay ruido que nos llegue. Pienso en el capitán Aldrete, en el Zaragoza, quien en este preciso instante puede estar cumpliendo con su último deber, bloqueando la entrada del rio con su buque herido de muerte.

25 Abril

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¿El almirante Mayo ha entrado en combate esta noche? ¿O simplemente ha preparado el ataque? Salto al interior de la primera lancha que se dirige a tierra. Encuentro a todos los torpederos americanos alineados en dos columnas, bordeando el canal. Anoche, ellos sólo ocuparon sus lugares para el combate. Por lo tanto no me sorprende, un poco después, el encontrar a los cañoneros mexicanos de regreso a sus lugares.

Vuelvo una vez más a los puestos de avanzada, y tengo el placer, en el Puente Iturbide, de encontrar a un amable capitán mexicano. Me dice que los refuerzos han llegado. Yo le pregunto acerca del combate librado anoche contra los rebeldes. “¡No, señor: hicimos unos centenares de disparos de cañón, pero ni un solo disparo de fusil!”

Cuando, unos pocos momentos después, en el regreso a bordo, al pasar a un lado del Bravo y del Zaragoza, ellos disparan sus grandes cañones hacia la campiña. Yo no veo a los rebeldes, pero los proyectiles caen en mi campo visual. De los diez o quince obus que vi que dispararon, sólo dos explotaron.

Esa tarde, varios torpederos americanos se van hacia el sur.

26 Abril

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Esta mañana los americanos enviaron fuera a tres más de sus torpederos. Ya no quedan en el canal más que los cruceros Birmingham, Dolphin, y Des Moines, y cinco destructores. Ahora estamos bastante confiados de que no atacarán a la ciudad. Pero, ¿porqué no la ocuparon hace algunos días? Sólo lo sabré más tarde, cuando sepa de la resistencia del pueblo de Veracruz. Los americanos deben haber tenido que enviar todas sus fuerzas allá y les fue imposible ocupar Tampico…

Pero sus amigos los rebeldes están ahí, muy cerca, y serán ellos quienes capturen la ciudad.


Louis Botte

Referencias

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