Los espejos (1896) de Ángel de Estrada
Nota: Se respeta la ortografía original de la época
ÁNGEL ESTRADA (hijo)


LOS ESPEJOS
(POEMA)







BUENOS AIRES
1896

Los espejos



En las penumbras misteriosas, viven
Meditabundos, con la faz nublada;
Al reflejar las cosas, las conciben
Con tristezas de ensueño en la mirada,

Y acentuado el silencio,, por rumores
Fugitivos y leves acaricia,
Sus adormidos lánguidos fulgores
Con muelle y blanda singular delicia.
 

Cuando la luna soñadora lanza
Sus besos blancos, y á filtrarse empieza
Por los cristales, si á un espejo alcanza,
Florece su fantástica belleza.

Hace él con nieve de la luz, espuma,
Y espuma desterrada de su astro;
Lágrimas llora de impalpable bruma
Prisionera en contornos de alabastro,



Ved cual retrata la celeste esfera
Vivo espejo de lago rutilante,
Y ved al mundo del dolor, quimera
Que se evapora en su cristal sonante

Con que gloriosa lumbre llena el seno
De las profundas aguas lo infinito,
Bajo la curva del zafir sereno
En paz inmensa, sin la voz de un grito;
 

Y entre los dos espacios, suspendida,
Su Ensueño mece con hechizo el alma,
Como una nube de algodón dormida
En un ambiente de sublime calma!



Entre exótícas hojas de esmeralda
Brillan al son de la febril orquesta,
Y tejen sus reflejos, la guirnalda
De la alegría en la galante fiesta.

Si se miran las lunas nigromantes,
De una imagen, imágenes difunden,
Ligándolas así como vibrantes
Arpas, sonidos acordados funden.

Y flotantes, aéreas, repetidas
En sus nimbos quiméricos las cosas,
Encienden al morir desvanecidas
El ansia de las huellas luminosas.
 

Así lejos de labios convulsivos,
Entre los tules de espumoso rastro,
La blonda mata de sus oros vivos
Contemplé destellante como un astro.

¡Y hacía padecer! ¡Oh caravana
Del Ensueño inmortal! por el espejo
Vedte á la luz de sensación lejana
En el encanto del gentil reflejo.




Se incendian con las púrpuras triunfales,
Los tonos claros con amor suavizan;
Y con miradas de mujeres reales
Arreboles ideales armonizan;

Las siluetas afirman resaltantes,
Emblanquecen las nítidas blancuras,
Y asi lucen los mármoles radiantes
Contentos de sus propias hermosuras.
 

Los arabescos en los campos de oro,
Porcelanas, bugias, resplandores,
Las leves formas del cristal sonoro
Desplegando sas risas de colores;

Pensamientos de vírgenes del cielo
Corporizados en fragantes rosas,
Lienzos que cantan el febril anhelo
De las almas, con tintas prodigiosas;

Todo lo hechizan, todo se hermosea
En la frente dormila del semblante,
Como si el soplo que estremece y crea
Los abrasara en lumbre palpitante.

Ah! Si sentís la plenitud del cielo,
Con los ojos cargardos de tristeza,
Y lo que vive, con el vivo anhelo
De hallar el alma de su ideal belleza;
 

Y toda sensación, como sonido
Huye en alas de leve movimiento,
Y os deja, con recuerdos sin sentido,
Angustias al estéril pensamiento:

Al mirar como rozan un espejo
Los engarces de luces y colores,
Y contornos y lineas, sin un dejo
Estelar del tumulto de primores;

Crecerá vuestra pena palpitante
Sobre su nimbo luminoso y yerto,
En que armoniza con lu luz vibrante
El frío extraño de la piel de un muerto.



En el hogar que reflejara un dia
Opulento y feliz, leyó en aurora,
Sin sol de regocijo, la elegía
De los adioses que entre cirios llora.
 

Mujeres, danzas, y la danza aguella
Encantadora de los trajes, nunca
Volvió á mirar en los salones, bella;
¡Hiedra envolvía la columna trunca!

Desde entonces parece que refleja
La pensativa luna de la casa,
Una sombra, que es símbolo de queja
En el recuerdo del dolor que abrasa

Al mustio corazón del que la mira,
Y al evocar el rostro, la cabeza
Que ya no puede reflejar, suspira,
Cubriendo su cristal con su tristeza.



Severas las ferales colgaduras
Tapizan el salón; sin un ruido,
Está el aire entre viejas envolturas
En el silencio sepulcral dormido.
 

Un billete de letra amarillenta
Nostálgico de un tiempo de fulgores,
Galante intriga de aventuras cuenta
Al polvo tenue de olvidadas flores.

Se piensa que si se abrén los armarios
Esparciránse en voluptuosos giros,
Sacudiendo sus gláciles sudarios.
Madrigales, perfumes y suspiros.

Y numen elegiaco de la sala,
Sobro fondo sombrío en un testero,
Sutil tristeza misteriosa exala
El retrato de noble caballero.

Entre dibujos de espejuelos blancos
Redonda luna de Venecia, crece;
Platineas sierpes corren por sus flancos,
Y en el hastío esteril, envejece.
 

Cual arpa muda que el pesar concibe
Está el reloj ornamental, erguido;
Meditando en que el tiempo ya no, vive
En el vaivén del péndulo mecido.

Parece que el espejo reverbera
Con la quietud de los tapices mudos,
El solemne silencio de su esfera
Coronada por ángeles desnudos:

Y por sobre él, sobre la luna, vivos,
Con inquietante lucidez que asombra,
Reflejan pensamientos aflictivos.
Los ojos del retrato de la sombra!




En un desván, dentro de marco de oro
Sin brillo, de la vida desterrado,
Está el vetusto reflector, tesoro
De una gentil generación amado.
 

Al ultimo viviente que sus bellos
Rulos dorados reflejó de niño,
Fijaba taciturno en sus destellos
Tocado ya por el fatal armiño.

Y un dia ante su imagen reflejada
Vertió el viejo dos lágrimas ansiosas;
Quizá al ver del espejo en la mirada
El adiós pensativo de las cosas.

Vinieron otros, pero ya evocados
No vieron en su luna antiguos dias,
Ni extinguidos semblantes adorados
Con recuerdos de penas y alegrías.

Y es su asilo el desván: de las cornisas
Cuelga en girones polvoroa malla;
Húmedo alicato de las acres brisas
Corrompe el oro de su dura talla.
 

Y al mirarse un instante en sus reflejos
En pleno amor de juventud sonriente,
Con el tinte amarillo de los viejos
De la caricia de su luz; se siente:

La rara angustia con que el alba roza
Del cuerpo insomne las nocturnas huellas,
Cuando Psiqué tras de la fiesta hermosa
Ve apagarse las pálidas estrellas.