Los embustes de Fabia/Acto III

Los embustes de Fabia
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto III

Acto III

Salen LELIO, VITELIO y FABRICIO.
VITELIO:

  ¡Bien estarás satisfecho
de lo que has hecho conmigo!

LELIO:

No tengo, el cielo es testigo,
culpa del mal que sospecho.
  Ya mi inocencia se sabe,
y la culpa considera,
que cuando yo la tuviera,
muy buena parte me cabe.
  Buena parte de dolor
me cabe deste suceso,
y tanto que pierdo el seso
entre el honor y el amor.
  ¡Bueno es que sea tercero
de aquella prenda que adoro!

VITELIO:

Mi suerte y la tuya adoro.
Si desesperas, yo muero.
  ¡Ah Lelio, mal haya el día
que a Fabia mis ojos vieron!

LELIO:

Y aquel que los suyos fueron
cárcel del ánima mía,
  que tú tienes cirujano.

VITELIO:

¡Con buen lance me convidas!
Si de las viejas heridas
aún no estoy del todo sano,
  que en memorias me deshago,
porque temo, justamente,
que la sangre me reviente
con esta fuerza que hago.

LELIO:

  Yo solo estimo la honra,
y no sé cómo me atreva
a darle tan mala nueva
a costa de mi deshonra.
  ¡Cómo! ¿Yo tengo de hablar
a Fabia de ajeno amor?

VITELIO:

¡Cómo! ¿Que al Emperador
a Fabia le he de llevar?

LELIO:

  ¿Que he de llevar por lo menos
a Fabia a tales abrazos?

VITELIO:

¿Que la prenda de mis brazos
lleve a los brazos ajenos?

LELIO:

  De Roma quiero ausentarme
si tan de veras lo toma.

VITELIO:

Quiero ausentarme de Roma,
y no a su gusto obligarme.

LELIO:

  Vitelio, yo determino
salirme de Roma al punto.

VITELIO:

Yo, Lelio, contigo junto
quiero tomar el camino.

LELIO:

  ¡Ah, qué industria imaginaba,
si tú la hicieras posible!

VITELIO:

Di, Lelio, aquese imposible,
  que si en mi mano la pones,
no dudo en la propria vida.

LELIO:

Si fuere industria perdida,
piérdanse cuatro razones,
  y tú responde una sola:
¿quieres a Brisena?

VITELIO:

Tanto
como el áspid al encanto
y la abeja a la amapola.
  Tanto me espanta su habla
como el favor de su gusto.

LELIO:

La sospecha viene al justo,
y nuestro enredo se entabla.
  Al fin, ¿nunca te dio pena?

VITELIO:

Ni me la da, ni la quita.

LELIO:

Pues, Vitelio, solicita
que llevemos a Brisena,
  que Nerón no la conoce
y podrá pensar que es ella,
y no la viendo tan bella,
podrá ser que no la goce.
  ¿Qué te parece?

VITELIO:

Un enredo
de tu raro ingenio digno,
y veremos de camino
lo que con Brisena puedo,
  que será suma fineza,
mas yo lo sabré trazar.
¡No me acabo de espantar
de tu aguda sutileza!

LELIO:

  A propósito sucede.
Brisena la calle pasa.

VITELIO:

¿Sin falta viene a su casa?

LELIO:

Hagamos que fuera quede.

VITELIO:

  Háblala luego.

LELIO:

Yo voy.

(BRISENA con un PAJE.)
BRISENA:

¡Qué tarde a casa llegamos!

PAJE:

Tarde, pero cerca estamos.

VITELIO:

Y yo de mi bien lo estoy.
  ¿De dónde bueno?

BRISENA:

De ver
a Flabia, mi hermana.

VITELIO:

Basta,
que el amor de vuestra casta
me quiere echar a perder.
  ¡Ha dos horas que os aguardo!

BRISENA:

¿Por una vez tantos fieros?

VITELIO:

Son del deseo de veros,
que en mirándoos me acobardo.
  Haced que el paje se aparte,
que me importa hablar con vós.

BRISENA:

Evandro, vete con Dios.

PAJE:

¿Aguardo en alguna parte?

BRISENA:

  No, bien te puedes volver,
y a mi hermana me encomienda.
[Vase el PAJE.]
¿Queréis que Lelio lo entienda?

VITELIO:

Sí, bien lo puede entender.
  Brisena, ya de mi amor,
como yo de la fe vuestra,
tenéis conocida muestra.

BRISENA:

Antes muy poca, señor,
  que me habéis sido del alma
un dulce verdugo.

VITELIO:

Entiendo
que ya os burláis, conociendo
que desta os rindo la palma.
  ¿Sabéis cómo os he querido?
¿Sabéis que os tengo en mis ojos?
Porque si os he dado enojos,
por ajena culpa ha sido.
  Mas ya ninguna ocasión
ha de ser, Brisena, parte
para que de vós se aparte
sin la muerte el corazón.

BRISENA:

  Dejemos cosas pasadas.

VITELIO:

Agora te doy mil vidas,
que bellas prendas perdidas
fueron por mi bien halladas.

BRISENA:

  ¡Oh señor, cuánto me debes!
¡Cuánta lágrima y suspiro!
Cuando tus maldades miro,
esta helada sangre mueves.
  ¡Cuántos desprecios me has hecho!
¡A cuánta rabia me obliga
ver tan loca a mi enemiga
de las prendas de mi pecho!
  Mas ninguna cosa es fuerte,
de cuantas la razón pide,
a que las tuyas olvide
en la vida ni en la muerte.

LELIO:

  ([Aparte.]
¡Bien se funda lo que intenta!

VITELIO:

¡Oh Lelio, y cuánto me adora!

LELIO:

Pues alto, díselo agora,
no aguardes que se arrepienta,
  que es palabra de mujer,
y averiguado argumento,
que en este proprio momento
mudará de parecer.

VITELIO:

  ¡Ah, quién pudiera, Brisena,
tras toda aquesa esperanza,
con segura confianza
darte cuenta de mi pena!
  ¡Triste de mí! ¡Cuál estoy!

BRISENA:

¿Qué novedad es aquesta?
Vitelio, ¿qué te melesta?

VITELIO:

El ver que tan pobre soy.

BRISENA:

  Desecha aquesa tristeza,
que si lo dices por mí,
no quiero después de ti,
Vitelio, mayor riqueza.
  Galas tengo que traer
y hacienda con que vivir;
bien te puedes persuadir
que no te puedo ofender.
  Si te da mala señal
que se acabarán sin duda,
si por ti quedo desnuda,
no he de parecerte mal.
  ¿No es esto lo que decías?

VITELIO:

No.

BRISENA:

Pues declara tu intento.

VITELIO:

Es la pobreza que siento,
Brisena, de cosas mías.
  Triste, mi padre está preso
por deudas, y al fin no sale,
que a lo que su hacienda vale
le hacen notable exceso.

LELIO:

   ([Aparte.]
¿Pues qué tiene eso que ver
con el concierto, Vitelio?

VITELIO:

Calla, no me impidas, Lelio.

LELIO:

No te acabo de entender.

BRISENA:

  Quisiérate remediar,
mas darete lo que tengo.

VITELIO:

No, Brisena, yo no vengo.

BRISENA:

Paso, no has de replicar;
  toma aquestas pocas prendas
y entra conmigo, Fabricio,
y la plata de servicio
te daré para que vendas.

LELIO:

   [Aparte.]
¡Qué mujer esta, oh mujeres,
para las que agora se usan!

VITELIO:

Dos mil razones me escusan.
Conozco lo que me quieres,
  es grande la cantidad.
Esto no basta, Brisena.
Toma tu anillo y cadena,
recibo la voluntad.
  De otra manera podrías
remediarme.

BRISENA:

¿De qué suerte?
Dilo, y importe la muerte.
¿Cómo de mí desconfías?
  ¿Quieres que me venda?

VITELIO:

Espera,
no me obligues tanto, no,
que el ver, mi bien, que soy yo
me avergüenza y desespera;
  y más puede avergonzarme
lo que me mandas que diga,
mas no quiera Dios prosiga
en ofenderte y matarme.

BRISENA:

  Acaba, que eres estraño.

VITELIO:

No se determina el pecho
a decirte su provecho
con el miedo de su daño,
  mas vaya aparte el temor.
Sabrás, Brisena, que ayer...
¡Ay!

BRISENA:

Dilo.

VITELIO:

...te pudo ver
este nuestro emperador.
  Informose de quién eras,
y dijéronle que mía,
que es o soy cortesanía
entre las lenguas parleras,
  que esto en la corte se halla
de ordinario al maldiciente.
¡Mal haya quien lo consiente
y la justicia que calla!
  Al fin me envió a llamar,
y quiere que yo te lleve
porque mayor muerte pruebe
de cuantas me pudo dar.
  Fuera de que es imposible
escusarte deste mal,
porque a un rey, a un hombre tal,
Brisena, todo es posible.
  Con la mucha paga puedes
escusar mi desventura.

LELIO:

 [Aparte a VITELIO.]
Buena escusa, y muy segura.
Digo que a Sinón excedes.

BRISENA:

  ¡Ah Vitelio, hombre sin honra!
Cuando tú amor me tuvieras,
por ninguno permitieras
tu maldad y mi deshonra.
  Haste afrentado y causado
en mi alma tal rigor,
que todo el pasado amor
en desamor has trocado.
  ¡Vete, infamia de los hombres,
con Fabia, a quien tú deseas!
Ni me busques, ni me veas,
ni solomente me nombres,
  y no me toque a la puerta,
que haré a la puerta matalle.

(Vase.)
LELIO:

Helo aquí echado en la calle.
¡Qué bonico se concierta!
  ¡Ha, Vitelio, razón tiene!
Tú lo has echado a perder.

VITELIO:

Di, ¿qué más se pudo hacer?

LELIO:

Que no te alargues conviene.
  No hay disculpa que te cuadre.

VITELIO:

Que me des la razón quiero.

LELIO:

Dijiste que era el dinero
para soltar a tu padre,
  que a fe que si la dijeras
que fuera para sus galas,
que los pies tuvieran alas
más que los vientos ligeras.
  Esto es hecho; de aquí vamos,
que a Fabia hablar nos importa,
porque ya el día se acorta
y este negocio alargamos.
  ¿Qué dudas, pues ha de ser?

VITELIO:

No dudo en nada, antes quiero
ser muy honrado tercero
de tan honrada mujer.

LELIO:

  Yo fío que no lo dude.

VITELIO:

Fabricio, quédate ahí,
y miraré por aquí
si alguno a la calle acude,
  que esta nueva libertad
tendrá su dime y direte.

LELIO:

Vamos, señor alcagüete
de su real Majestad.

(Váyanse, y queda FABRICIO.)
FABRICIO:

  ¡Por Dios, estremados van
los dos señores terceros
en figura de romeros!
¡No los conozca Galván!
  ¿Cuánto les dan por la presa?
¿Es de buen precio la moza?
Guárdense de la conza,
que es la justicia traviesa.
  Debo de estar olvidado,
pues desta vez no me asombro.
¡Pesia tal!, la soga nombro
en casa del ahorcado.
  Huélguense vuesas mercedes,
que no es mi vidrio tan fino
que tire piedra al vecino
y le rompa las paredes.
  ¡Oh, como está el mundo lleno
deste ordinario cuidado,
debe mirar su pecado
quien reprehende el ajeno!

(BRISENA con manto.)
BRISENA:

  Huélgome que se han partido.
¡Fabricio, hola! ¡Ah, Fabricio!

FABRICIO:

¿En qué te hago servicio?

BRISENA:

¿Fuese tu señor?

FABRICIO:

Ya es ido.

BRISENA:

  ¿Quieres tenerme un secreto?

FABRICIO:

Si a ti no, señora, ¿a quién?

BRISENA:

Pues como le guardes bien,
el galardón te prometo.
  Vente a palacio conmigo.

FABRICIO:

¿Qué quieres hacer en él?

BRISENA:

Ser honrada y ser fiel
a tu señor, mi enemigo.
  Remediar su pena quiero
sin que lo entienda, y diré
que en otra parte busqué
la cantidad del dinero.
  La mujer noble y discreta,
Fabricio, cuando resbala
y ha de ser por fuerza mala,
procure serlo secreta.

FABRICIO:

  ¡Ah Brisena!, ¿quién podría
encarecer tu valor
y ese ingenio a quien amor
enseña filosofía?
  Cúbrete, ¡pobre de mí!,
que sale de aquella casa
una mujer.

(Entre CAMILA.)
CAMILA:

¿Esto pasa?
¡Cómo!, ¿delante de mí?
  ¡No en mis días, Fabricio!
¡Bellacona, desatápese!<poem>

(Entran FABIA y BELARISO.)
BELARISO:

  Si permites que te alabe,
advierte que me diviertes
con las dulzuras que viertes
de aquesa boca suave.
  Fabia, de perder me temo;
manda que de ti me aparte,
que llegado en adorarte
desde el principio al estremo
  por fuerza me he de perder.

FABIA:

Antes engañado vas,
que si en el estremo estás,
no te queda qué temer
  ni pasarás adelante.

BELARISO:

Como tu fe lo consienta,
pasaré por más tormenta
que la fortuna levante,
  que tienes mil cosas nuevas
estudiadas en amor
con que al oyente amador
atraes, rindes y elevas.
  Eres divino maestro;
premio y laurel se te dé.

FABIA:

A lo menos en la fe
que a mi dicípulo muestro
  gran caudal he descubierto
de tu peregrino trato.

BELARISO:

Y yo en el tuyo un retrato,
de glorias un seguro puerto.

CAMILA:

  ¿Para qué es tanto almacén
con tanto dime y direte?
No sé para qué se mete
tan hondo el que quiere bien.
  Las razones estudiadas
tienen mucho de fingidas,
y son más presto creídas
las que se dicen turbadas.
  ¡Bien haya yo, que no digo
más de un sí medio entre dientes!

BELARISO:

Hay pasiones diferentes.

CAMILA:

Y él es diferente amigo,
  pues digo, ¿puede él mirar
el pie de aquel Fabricelo
la cara de Cupidillo
acabado de azotar,
  los vivos ojos y lengua,
la voz graciosa y suave?

BELARISO:

Eso y más, Camila, cabe
en cosa de tanta mengua.

FABIA:

  No haya más, por vida mía.

(Entran LELIO y VITELIO.)
LELIO:

Temblando llego.

VITELIO:

Y yo, y todo.

LELIO:

Fabia, a los dos deste modo
el Emperador envía.
  Negocios pienso que son
de tu marido.

VITELIO:

Ansí es;
manda que vamos los tres
a averiguar la traición.

FABIA:

  ¿Mas no sea que intentéis
alguna para mi daño?

LELIO:

Segura vive de engaño.

FABIA:

¿Tan segura me tenéis?
  Belariso se irá conmigo.
Alto, yo me entro a cubrir;
adelante podéis ir.

LELIO:

Irnos queremos contigo,
  basta que vayas con él,
aunque si ésta traición fuera,
claro está que no viniera
Vitelio, ni yo con él.
  Lleva también tus criados.

BELARISO:

Yo basto, no hayas temor.

LELIO:

[Aparte.]
¡A fe que tiene el señor
parte de nuestros cuidados!

FABIA:

  Vamos, y tú mira bien
si alguno en la calle está.

LELIO:

Ansí, señora, se hará.
Manda que el manto te den

(Éntranse todos. Sale[n] NERÓN y criados.)
NERÓN:

  Váseme haciendo cada punto y hora
un año desigual, un siglo eterno:
tanto mi alma aquella Fabia adora
que de mi libertad tiene el gobierno;
en ella vive, en mis sentidos mora,
que en fuego me consume el pecho tierno.
Si imaginada no hay quien la resista,
ceniza quedaré después de vista.
  De suerte, amor, me pintas y figuras
dentro en la idea tu divina imagen,
que mil perfectas vivas hermosuras
no quieren que a la muerte se aventajen,
y tanta gloria en ella me aseguras
que, por más que se cansen y trabajen
sus invidiosas manos a bordalla,
con más paciencia vuelves a pintalla.

(Entre un PAJE.)
PAJE:

  Un criado está aquí de aquel soldado
que fue por la mujer.

NERÓN:

Mi gloria es cierta.
¿Y viene solo?

PAJE:

Viene acompañado.

NERÓN:

Dime, ¿de quién?

PAJE:

De una mujer cubierta.

NERÓN:

Entren.

(Entren FABRICIO y BRISENA.)
FABRICIO:

Aquí, señor, por tu mandado
viene Fabia.

NERÓN:

No tengas encubierta
la gloria que me das, ni eclipse tanto
mi sol divino tan nublado manto.

BRISENA:

  Cual mandas, vengo, señor,
y humilde a tus pies me postro.

NERÓN:

No tienes, Fabia, buen rostro;
quitado se me ha el amor.
  ¡Por Dios, engañado estaba!
Sin cumplir muere el deseo.
Muy diferente la veo
de como la imaginaba.
  No verte fuera ocasión
de mayor gloria y ventura,
por no perder la dulzura
de aquella imaginación.
  ¡Oh locos desvanecidos,
al fin, como amantes ciegos!
¿Por quién publican sus fuegos
y se precian de perdidos?
  Traedme aquí el Senador,
quitadle aquellas prisiones,
hablarele dos razones.
¿Entendeislo?

PAJE:

Sí, señor.

NERÓN:

  Por Dios, Fabia, que le estás
obligada a la fortuna.

BRISENA:

Mas no habrá mujer alguna
que della se queje más.

NERÓN:

  ¿Por qué, pues de tantos modos
tantos te quieren ansí?

BRISENA:

Porque no te agrado a ti,
que eres mejor que no todos.

NERÓN:

  Ya Fabia, como hablas bien,
no me pareces tan mal.

BRISENA:

Por favor y merced tal
muchas gracias se te den.
  La hermosura en breve rato
se goza, cuando más es;
lo que enamora después
es el ingenio, y el trato.

NERÓN:

  Aciertas en las dos cosas,
aunque tu causa rodeas:
yo he visto mujeres feas
que, tratadas, son hermosas.
  La hermosura desvanece
con la edad o enfermedad,
pero el ingenio es verdad
que el tiempo no le envejece.
  Mas no desputemos, sabia;
de las dos, sea cualquiera,
más hermosa te quisiera,
aunque fueras menos sabia.
  No es cuerdo el hombre, antes loco,
que busca mujer discreta.

BRISENA:

¿Por qué?

NERÓN:

Porque se sujeta
a quien ya le tenga en poco.
  Entenderá su flaqueza,
y con su bachillería
le ofenderá noche y día
a costa de su cabeza.
  La mujer ha de tener
un ingenio moderado,
no agudo, libre, alterado,
atrevido y bachiller,
  que en siendo por este modo,
no se puede tolerar,
que quieren luego mandar
y ser cabeza de todo.

(Sale un PAJE.)
PAJE:

  El preso queda a la puerta.

NERÓN:

Fabia, cubrirte podrás,
que menos daño harás
cubierta que descubierta.

(El SENADOR y gente.)
CATULO:

  ¿Qué manda tu Majestad?

NERÓN:

Mando desaprisionarte,
Catulo, por sentenciarte.

CATULO:

Cúmplase tu voluntad,
  senténciame. Sin embargo,
yo cedo mis diligencias.
Hoy me prendéis sentencias
sin admitirme el descargo.
  ¿Qué mandas hacer de mí?

NERÓN:

Un gran castigo te doy,
y por la fe de quien soy
que lo fuera para mí.
  Tu mujer mirando estás.
Vete con Dios, y con ella,
que yo te condeno a ella
por cuatro meses no más.
  Esto lleva por sentencia.

CATULO:

¿Tan mala te ha parecido?
Yo la consiento, y te pido
que me alargues la licencia.
(Descúbrela.)
  ¿Mi Fabia? ¡Cielos!, ¿qué es esto?
¡Aquesta no es mi mujer!

NERÓN:

¡Cómo! ¿Cómo puede ser
que me haya engañado en esto?
  ¿No es tu mujer?

CATULO:

No, señor.

NERÓN:

Ya tengo el caso entendido;
muy buena disculpa ha sido.
Prendedme aquel embaidor.
(Asen a FABRICIO.)
  ¡Hola, vosotros! ¿Qué hacéis?
Al que así engañarme quiso
por toda Roma os aviso
que en el punto me busquéis,
  o juro por mi corona
que, si no parece luego,
de cordel, cuchillo o fuego
no se me libre persona.

CATULO:

  ¿A qué propósito has hecho
que salga de la prisión?

NERÓN:

Engañome la traición
de aqueste fingido pecho.
  Y tú, mujer, di quién eres.
¡Habla! ¿Por qué enmudeciste?

BRISENA:

La afrenta de las mujeres,
  mas yo he venido engañada
por aquel falso Vitelio
y por el capitán Lelio,
de quien he sido burlada.
  Dijéronme que me amabas,
y agora por cierto tengo
que en lugar de Fabia vengo,
pues a Fabia deseabas.

NERÓN:

  ¿A mí se me sufre hacer
tal burla? ¡Ah, Lelio traidor!
Hola, dime, Senador,
¿adónde está tu mujer?
  ¿Hallaranla donde vives?

CATULO:

¡Señor, vuelve por mi honra!
Según eso a mi deshonra
pensaré que te apercibes.
  Tú quieres suma defensa,
no me maltrates mi honor.

NERÓN:

No, que de un emperador
honra se llama la ofensa;
  por las mujeres lo advierte,
que ya tienen por disculpa
cualquiera maldad y culpa
que cometen desta suerte.
  Son yerros muy bien pagados,
y aunque tan públicos son,
tienen por satisfación
que son yerros aceitados.
  Y no te fatigue, no,
juzgarme por atrevido,
que alguno la habrá servido
no tan bueno como yo.

CATULO:

  Ya, señor, que tanta mengua
de hacerme esta afrenta cobras,
pues me deshonran tus obras,
no me deshonre tu lengua,
  que si yo hubiera sabido
de mi mujer cosa incasta,
yo la acabara, y bien basta
lo que tienes entendido.
  Yo la he tenido por buena,
y pues te tengo por bueno,
no hagas con nombre ajeno
tuya la mujer ajena.
  Diga toda la ciudad
si tiene contrario indicio.
Mira, señor, mi servicio,
o mira tu gran bondad.
  Eres de virtud el templo,
y ansí considerarás
que más obligado estás
a dar a todos ejemplo,
  que si tu sumo poder
me deja así deshonrado,
no tendrá el pueblo a pecado
quitar la ajena mujer.

NERÓN:

  No me pienses tú enseñar.
¿No sabes que soy su rey?

CATULO:

Sí.

NERÓN:

Pues quien hace la ley,
ese la puede quitar.

CATULO:

  A su fuerza nadie iguala,
es cosa del Rey ajena
que quite la ley que es buena
y ponga la ley que es mala.
  Y si es que al Rey no resiste
quitar ley que pudo dar,
esta no la has de quitar,
pues que tú no la pusiste,
  que no es dado a tu grandeza,
puesto que gobierna el suelo,
quebrantar la ley del cielo,
razón y naturaleza.

NERÓN:

  No más, que mucho te alargas.

CATULO:

Es mucho el daño que veo.

NERÓN:

Y colérico el deseo
para razones tan largas.
  Allá en las aulas podrás,
en estudios y academias,
mostrar cuánto al bueno premias
y el castigo que me das.
  Y si pretendes enmienda,
compón un libro de aquí
y dirígemele a mí,
que yo haré que se te venda.

CATULO:

  Aun eso pudiera ser,
pero tengo más temor.

(Entran LELIO, VITELIO, FABIA y BELARISO.)
LELIO:

Aquí está Fabia, señor,
la que mandaste traer.

NERÓN:

  ¡Estraño enredo, por Dios!
La palabra habéis cumplido;
sin duda que habéis temido
perder las vidas los dos.
  Yo os perdono lo pasado
por el regalo presente.
¡Oh Fabia, bien diferente
original del traslado!
  ¡Gentil y perfecta unión
de miembros y compostura
que dan a la hermosura
el nombre de perfección!
  Tienes un divino agrado,
has confirmado mi amor,
que aun me pareces mejor
que te había imaginado,
  porque entonces se le aplica
la perfección, o la forma,
cuando a la idea conforma
del autor que la fabrica,
  y pues sales tan perfeta
como yo te imaginé,
mi alma, mi amor y fe
se rinde, humilla y sujeta.

BELARISO:

  ¡Cegaran antes mis ojos
que a ver su muerte vinieran!

LELIO:

¡Y los míos que pudieran
escusar tantos enojos!

FABIA:

  Señor, si a aqueso me llamas,
¿por qué causa has permitido
que nos vea mi marido,
cuya nobleza disfamas?
  ¡Muy grande agravio recibo
del bien que quieres hacerme!

CATULO:

No, Fabia, no ha de ofenderme
mientras estuviere vivo.
  Pues pretende mi deshonra,
vea en este caso tal
lo que un hombre principal
sabe volver por su honra.
  ¡Oh Roma, escucha el agüero
desta víctima ofrecida,
que ya te ofrezco la vida,
y alegre y contento muero!
  El cielo forma sentencia
contra ti, pues en rigor,
te ha dado un emperador
tu cuchillo y pestilencia.
  ¡Y qué te ha de hacer infame
su tirana monarquía!
  Veraste con sus hazañas
abatida, y infeliz,
y tu indomable cerviz
pisarán plantas estrañas;
  faltará en ti la justicia,
será el malo engrandecido,
verase el bueno abatido
por envidia o por malicia;
  tendrá perpetuo destierro
de tus hijos la verdad,
será muy peor edad
que la de alambre y de yerro.
  ¡Al fin reinarás, tirano!

NERÓN:

¡Hola, quitadle la vida!

CATULO:

¡No es tan baja y abatida
que ha de acabar de tu mano!
  ¡Mi muerte traigo en la mano!
Adiós, Fabia. Fabia, adiós.

(Queriéndole asir dos criados, hará que chupa la piedra de una sortija, y caerá muerto.)
NERÓN:

Ved que se acuerda de vós,
Fabia, en el postrero día.

FABIA:

  ¡Tiene mucha obligación!
Yo se la pienso pagar.

NERÓN:

Deja, Fabia, de llorar
y muestra buen corazón,
  que si pierdes buen marido,
bueno le cobras en mí.
Llevad ese hombre de ahí,
y paso, sin hacer ruido.

FABIA:

  Señor, gran crueldad es esta,
que a mi marido me quitas.
Aunque más lo facilites,
al cielo y tierra molesta.
  ¿Qué puedo fiar de un hombre
que así finge que me ama
en los ojos de una dama?

NERÓN:

Eres tú, vino en tu nombre,
  díjome que Fabia era.
Mira el rostro.

VITELIO:

¡Por Dios, bien!

LELIO:

Brisena, Brisena, ¿quién
te trujo desta manera?

NERÓN:

  ¿Conós[cesl]a?

LELIO:

Sí, señor.

VITELIO:

Dime, ¿quién te trujo aquí?

BRISENA:

¡Traidor, remediarte a ti,
tan a costa de mi honor!

NERÓN:

  ¿Lloras, mi Fabia? Advierte
que te quiero mucho.

FABIA:

¡Ay triste,
que aquel daño que me hiciste
pide lágrimas y muerte!
  ¡Bien viste que a mi marido
dio muerte por causa mía
el veneno que traía
en la sortija metido!
  ¿Pues qué piensas que he de hacer?

NERÓN:

No me digas lo que harás.
Fabia, detente no más,
convierte el llanto en placer,
  y ven conmigo, que quiero
que deseches los enojos.

FABIA:

¡No lo verán esos ojos,
romano crüel y fiero,
  que en esta sortija está
el fin de todos mis llantos!

(Pone la piedra en la boca y cae en el suelo.)
NERÓN:

¡Paso, por los dioses santos,
que se mató, muerto se ha!
  ¡Ah, Júpiter enemigo!,
¿cómo quisiste poner
tal furia en una mujer?
¡Dos mil veces te maldigo!
  ¡Hermosa Fabia! ¡Ah, mi Fabia!
El alma salir porfía
y el... ¡Ah, señora!, ¡ah, gloria mía!,
y el hermoso cuerpo agravia.
  ¡Ved vueltos los bellos ojos
y ved el sol ya vengado
de aquellos que le han quitado
sus altares y despojos!
  ¡Ved muerta la viva grana
y ved la nieve amarilla,
y en una y otra mejilla
la de la muerte inhumana!
  ¡Mirad cárdeno el rubí,
la mano ya helada y floja,
y entre esta pena y congoja,
miradme, miradme a mí!
  ¿Quién creyera tal suceso,
oh romana ilustre y bella?
Irme quiero por no vella,
que habré de perder el seso.

(Vase NERÓN.)


VITELIO:

  ¡Gloria de mi pensamiento!
¡Dulce prenda de mi pecho!
¡Tú que muriendo me has hecho
morir viviendo en tormento!
  ¡Si hasta agora he yo callado
tu amor poderoso y fuerte,
agora, agora en la muerte,
quede al mundo declarado
  que quiero tanto llorar
que la propria sangre acabe!

BRISENA:

¡Mirad lo que en hombres cabe!
¡Aprended a confiar!
  ¿Quién le vio fingir conmigo
tan locas hazañerías?
Entonces muy bien fingías,
pero no agora, enemigo.
  ¡Quisiera con una lanza
pasarle el pecho traidor!
Aunque esta ha sido mayor
y más alegre venganza.
  Pues yo, ¿qué le pido al cielo?
¡Llora, llora, muere, rabia,
y pide que te dé Fabia
a tus lágrimas consuelo!
  ¿Qué mujer se ha de fiar
de pecho de hombre aunque vea
que ya su muerte desea
y queda para espirar?
  Créanme a mí, si me entienden,
que cuando piensan que adoran,
si en su presencia las lloran,
en otra parte las venden.
  Lelio, ¿qué dices de aquesto?

LELIO:

Ha sido la confusión
tan grande, que en suspensión
alma y sentidos me ha puesto.
  ¡Oh Fabia!

BRISENA:

Todos lloráis,
y yo, que más causa tengo,
a tanta desdicha vengo
que mi muerte celebráis.
  Causa tengo principal
de dar lágrimas también,
que apenas supe del bien,
cuando ya me busca el mal.

LELIO:

  Brisena, yo estoy de suerte
que si de aquí no me voy,
te juro a fe de quien soy
que me procure la muerte.
  Vamos si quieres.

BRISENA:

¡Ay, Lelio!

(Vanse.)
(FABIA en lo alto de la torre con el NIÑO.)
FABIA:

Si aquesto no fuera ansí,
de mi desdicha y de mí
quedara ejemplo en el suelo.

CATULO:

  Hijo, ¿no me habláis de amor?

NIÑO:

Estoy agora muy alto,
y pensando en aquel salto.
Sin lengua estoy de temor;
  abajo nos hablaremos,
y haré lo que me mande
con un abrazo muy grande.

CATULO:

¡Oh medio en tales estremos!
  Ya retratas, hijo mío,
de Fabia el ingenio raro,
que me ha costado tan caro
cuanto mostrarte confío.

(Entran los criados con MARCO ATILIO y BELARISO, su hijo.)
ATILIO:

  ¡Estrañeza tien[e el viento]!

ERITREO:

Y pasará como [te di]go.

ATILIO:

¡Oh Catulo!

CATULO:

¡Oh Atilio amigo!

ATILIO:

¿En qué os sirvo?

CATULO:

Estadme atento;
  de miedo de haberme visto
con enojo violento,
porque el primer movimiento
muy pocas veces resisto,
  mi mujer, mi Fabia bella,
allí se quiere encerrar,
y ha jurado no bajar
si tú no juras por ella
  que has de hacer las amistades.

ATILIO:

¡Buenos andan los señores!

BELARISO:

Ellos son finos amores,
si va a decir las verdades.
  Aunque soy moro, te envidio.

ATILIO:

Calla, Belariso, calla,
que del amor la batalla
muy tarde causa fastidio.

CATULO:

  Basta, que ya vuestro hijo
hace burla de los viejos.

ATILIO:

Con hartos buenos consejos
su libertad le corrijo.
  Ahora, ¡sus! Quiérole hablar.
¡Señora Fabia!

FABIA:

¿Señor?

ATILIO:

¿Basto yo por fiador?

FABIA:

Siempre bastó porfiar.
  Como vós vengáis, subí.

ATILIO:

¿Y abrireisnos a los dos?

FABIA:

Sí, como venga con vós.

CATULO:

¿Qué? ¿Mandas que suba?

FABIA:

Sí.

ATILIO:

  Quédate aquí, Belariso.

CATULO:

Hijo, esperemos aquí.

BELARISO:

Y que te guardes de mí
de hoy más, Senador, te aviso.
  ¡Ah Fabia mala y aquel
que a tal hombre te entregó!
¡Oh el tirano que causó
la envida que tengo dél!
  ¡Oh, cómo es justo suspires
y eclipses los ojos bellos
cuando tus rubios cabellos
y sus blancas canas mires!
  No bajes, Fabia, a morir,
o allá mejor te sería
que con esta compañía
solo un minuto vivir.
  Si bajas hecha pedazos,
no temas, pobre mujer,
¿qué te puede suceder
como entregarte en sus brazos?
  Pero como tengo en poco
la honra de un hombre tal,
accidentes son del mal,
del mal que me tiene loco.
  ¡Ay adorado imposible!
¡Oh fuego nacido en nieve!
¿Cómo en un tiempo tan breve
eres un tiempo insufrible?
  ¿Qué me quieres, vano amor,
nacido de cuatro días?
¿Qué buscas en casas mías,
tan a costa de mi honor?
  Mira que es grande traición,
siendo Catulo mi amigo,
¿mas quién se pone contigo
a persuadirte razón?

(Entran ATILIO, CATULO, FABIA y CAMILA.)
ATILIO:

  Huélgome que en paz estéis,
y por ese abrazo estrecho
me habéis, Fabia, satisfecho
lo mucho que me debéis.
  Haz, Catulo, que te apriete,
y abrázala tú también.

BELARISO:

([Aparte.]
Basta, padre, que estáis bien
en lo que toca alcagüete.

ATILIO:

  Pues tórnale a dar sus brazos.

BELARISO:

¿Cómo no te satisfaces,
sino que a todos nos haces
testigos de sus abrazos?

ATILIO:

  Eres un desvergonzado.
¿Quién te mete a ti en esto?

BELARISO:

Más tengo, pobre de mí,
de invidioso enamorado.

CATULO:

  Atilio, mucho me obligas
con este bien que me das;
siempre acudes, siempre estás
a remediar mis fatigas.
  Este sol de que me adornas
ya no le agradezco yo
al cielo que me le dio,
sino a ti que me le tornas,
  que le gané por tu auxilio.

ATILIO:

¡Bien me sabes obligar!

CATULO:

Hoy os quiero convidar
a ti, y a tu hijo, Atilio.

ATILIO:

  ¡No, no, por vida de aqueste!

CATULO:

Fabia os lo puede mandar.

FABIA:

¿Yo, mi señor? Suplicar,
y que muy mucho me cueste.
  No hay réplica a tal merced.
¡Ea!, a comer nos entremos.

CATULO:

¡Hola! Haced que no esperemos;
lo necesario traed.

ATILIO:

  ¿Vienes, Belariso?

BELARISO:

Voy.
[Aparte a AURELIO.]
Aurelio, venme a llamar
cuando quieran comenzar.

AURELIO:

Ya sabes que tuyo soy.

(Vanse todos, y queda BELARISO.)
BELARISO:

  Y yo de aquella hermosura
que llevarme el alma prueba,
que es piedra imán que se lleva
el hierro de mi ventura,
  que si la tuve contigo
en merecerte querer,
fue gran hierro pretender
prendas que son de amigo.
  Mas esta culpa es ajena,
pues, ¡triste!, ¿qué me molesta
si buena ocasión es esta
para decirle mi pena?
  Que en la mesa mis enojos
a Fabia publicaré,
y a falta de voz haré
que le den voces mis ojos.
  Tendrelos en una calma,
que ella me entiende sin duda,
pues son una lengua muda
de las razones del alma.
  Y más que el paso me allana
decirse por cierta cosa
que Fabia es alma piadosa
y por estremo liviana.
  ¡Oh pesada necedad
digna que en mi mal redunde,
que mi esperanza se funde
en su mucha liviandad!
  Esto los hombres tenemos,
que si de una dama el lance
seguimos por darla alcance,
que fuese mala queremos,
  y en alcanzando su vuelo,
todos queremos, en fin,
que habiéndola hecho ruin,
fuese la mejor del suelo.
  ¡Oh Fabia, yo te suplico
seas mala! Gente viene.

(Salen LELIO, VITELIO y criados.)
LELIO:

¡Por Dios, Vitelio, que tiene
Brisena salado pico!
  Resistir puede el encuentro
de la dama que os abrasa.

BELARISO:

Gente sale de la casa
de mi vecina, yo me entro.
  Mis ojos, amor permita
sepáis hablar de mi mal.

(Vase.)
VITELIO:

Yo os digo, Lelio, que es tal,
que su memoria me quita.

LELIO:

  Si de aquella hermosa mano
estábades tan herido,
por Dios que habéis acudido
al más cierto cirujano.

VITELIO:

  En la amorosa dolencia,
aunque trata con rigor,
oigo decir que es mejor
el cirujano de ausencia.

LELIO:

  Muy engañado estuvistes,
que es a costa de más daño,
y si no pasa de un año,
os volveréis como fuistes.
  No os andéis a padecer
larga ausencia y desventura,
que amor de mujer se cura
con amor de otra mujer.
  Dejad de ausencia los celos
y Brisena cure a Fabia,
que es mordedura que rabia
y sanará con los pelos.
  Tenéis bastante experiencia,
porque, para conclüir,
por el dolor del partir
se ha de escusar el ausencia.

VITELIO:

  Según eso, yo me alegro,
que mi salud cierta es.

LELIO:

Yo os fío que antes de un mes
desechéis el luto negro.

(Entra AURELIO.)
AURELIO:

  ¿A cuándo, señor, aguardas?
Entra, que están en la mesa.
  Ya debe de haber entrado.

LELIO:

¡Hola! Espera un poco, Aurelio.

AURELIO:

¿Quién es? ¡Oh, mi señor Lelio!
¿Qué mandas a tu criado?

LELIO:

  Mucho regalo me hacéis.

AURELIO:

Merécelo tu presencia.

LELIO:

¿En que paró la pendencia?

AURELIO:

Confirmáronse las paces.

LELIO:

  Fue muy necia confianza.

AURELIO:

De otra mejor se socorre.

LELIO:

¿Pues no bajó de la torre?

AURELIO:

Bajó con una fianza.

LELIO:

  ¡Por Dios que fue desatino!

AURELIO:

De los daños fue el menor.

LELIO:

¿Quién salió por fiador?

AURELIO:

Atilio, nuestro vecino.

LELIO:

  ¿Y él no pidió que señale
fiador que será buena?

AURELIO:

Fiad de puño de arena,
que por los dedos se sale
  quien la había de fiar.

LELIO:

Nadie con tanta deshonra,
porque no es deuda la honra
que el fiador puede pagar.

AURELIO:

  Ahora quedan haciendo
entre sus conciertos uno,
que no ha tenido ninguno
mayores voces ni estruendo.
  Él pide, y tiene por bueno,
que cuando con ella coma,
porque se teme que en Roma
se suele usar el veneno,
  lo pruebe primero Fabia,
que teme algún mal suceso.

LELIO:

¿Y ella qué responde a eso?

AURELIO:

Que sí responde.

LELIO:

Es muy sabia,
  y así quiere prevenir
de algún cauteloso engaño.
Como puede a vuestro daño
con el remedio acudir,
  desde hoy no receles más,
que es el temor sin provecho.

VITELIO:

¡Con cuánta fuerza en el pecho
de tu firme amante estás,
  que si mi vida te agravia,
la muerte, la muerte pido!

(Sale FABIA.)
FABIA:

No, no, Vitelio querido,
que está viva vuestra Fabia.

VITELIO:

  ¡Santos dioses! ¿Qué es aquesto?
¡Ha vuelto de la otra vida!
Detente, Fabia querida.
Vuelve allá, vuélvete presto,
  que todo temblando estoy.
No, aguarda, juntos iremos.

FABIA:

No hagas tales estremos.
Vida tengo, viva estoy,
  que aquella muerte fingí
porque el traidor me dejase.

VITELIO:

Aunque tus brazos tocase,
no estoy seguro de ti.

FABIA:

  Sosiega, Vitelio, el pecho.

VITELIO:

Fabia, es gran temeridad.

FABIA:

En prueba de que es verdad,
recibe este abrazo estrecho.

VITELIO:

  Señora, el temor me asombra.

FABIA:

Estiende, Vitelio, el brazo.

VITELIO:

Sin duda que a Fabia abrazo,
vivo cuerpo o muerta sombra,
  gloria de mi vida, y alma.

FABIA:

¡Dulce Vitelio, mi bien!

VITELIO:

¡Gracias al cielo se den
y a vós la vitoria y palma!
  Otra vez, Fabia querida,
me dad un abrazo fuerte,
que no pensé de la muerte
sacar tan alegre vida.

FABIA:

  Ya como el fénix me mira.

VITELIO:

¿Y cómo, si lo eres cierta,
que de la ceniza muerta
a nueva vida respira?

FABIA:

  En esa muerte perdí
la vida que ya pasé,
y en la nueva que saqué
otra salgo para ti.
  Ya murieron mis costumbres;
otra soy, y siempre tuya.

VITELIO:

Aquí, mi Fabia, concluya.
  Dame, señora, tu mano,
y atadas recibe aquestas.

FABIA:

Vitelio, mucho me cuestas,
mas ya de nuevo te gano.

VITELIO:

  ¡Eres por estremo sabia!

FABIA:

Esta mano me remedia.

VITELIO:

Aquí acaba la comedia
de Los embustes de Fabia.