Fábulas argentinas
Los dos carneros​
 de Godofredo Daireaux


Los carneros, en una majada, celosos y peleadores, habían criado uno para con el otro un odio tremendo. No se podían ver; hablaban pestes uno de otro y no se podían encontrar sin soltarse alguna grosería o por lo menos una ojeada de esas que morderían si los ojos tuvieran dientes.


Asimismo nunca se habían atrevido a pelear uno con otro, y quizá por no haberse descargado la tormenta, era por lo que andaba tan pesada la atmósfera.


Un día por fin reventó. Una palabra más fuerte, una mirada más insultante, o quizá sencillamente el viento norte, y se desplomó una tempestad de topadas.


¡Y fuertes!, no de esas topaditas de carnero mocho que son de pura parada, sino topadas de carneros aspudos, que suenan y duelen. Al fin ambos se cansaron sin haber cedido ninguno; y desde entonces mantuvieron entre sí una amistad inviolable y hasta edificante por lo desinteresada que era.


De la topada, la amistad.