Los dioses de la Pampa: 35


Un estridente silbido ha desgarrado los oídos y rajado la atmósfera tranquila; la diosa Pampa despertó de su majestuosa serenidad, y todos los dioses campestres abandonando majadas, rodeos y manadas, huyeron, quién sabe a dónde, dejando perplejo al pastor solitario.

Y después del silbido, se oyó un ruido sordo, como de trueno subterráneo, que hizo temblar la tierra; mientras que en medio de una nube espesa de vapores blancos y livianos, se ponía en movimiento un enorme monstruo, tan rápido como pesado, negro, reluciente, de formas desconocidas. Y los hombres se prosternaron asustados, ante ese nuevo conquistador de la pampa.

Cuando se pudieron juntar con sus dioses familiares, preguntaron a Pan quién era ese dios desconocido, temiendo que fuera uno de los antiguos ocupantes monstruosos de la tierra. Pan, primero, no supo que contestar, pero disfrazándose de gaucho como suele hacer, empezó sus indagaciones, y llegó hasta poder subir en el monstruo con los hombres que lo manejaban. Y cuando volvió y contó lo que había visto, oído y hecho, primero no lo quisieron creer; pero Pan es el dios amigo de los pastores y bien saben ellos que deben tener fe en sus palabras. Todo se lo contó y con su sonrisa de siempre, tan sardónica que haría dudar de la luz del sol, agregó: «Montados en el monstruo, llegaron el dios Progreso, con su compañera la Ciencia y su hija la Felicidad».

El Progreso y la Ciencia, con su fecunda actividad se pusieron a la obra. Removieron la tierra, la fertilizaron, mejoraron y aumentaron el producto de los rebaños; edificaron casas, palacios y ciudades; cautivaron las aguas para hacerlas correr por donde quisieron y cuando quisieron; atravesaron los ríos anchos, y hondos, divulgaron al hombre por medio de libros los secretos de la Naturaleza, y le enseñaron a dominarla por su trabajo arduo, en vez de quedarse contemplándola.

Agrupando a los hombres, haciéndoles juntar sus fuerzas y su trabajo poniendo a su disposición máquinas poderosas y bien combinadas, les hicieron producir en cantidad enorme todo lo que podían necesitar, y muchísimo más, para vestirse bien y comer mejor.

Y poco a poco, gracias al Progreso y a su compañera la Ciencia, la Pampa se volvió una llanura cualquiera, muy cultivada, muy poblada, donde, como en todas partes, vive opíparamente el rico haragán, y miserablemente el pobre trabajador. Los dioses sencillos de los tiempos primitivos, uno a uno, se fueron, dejando ya para siempre la Pampa insulsa, sin poesía y despojada de su serena majestad. Y cuando el mismo Pan se iba a despedir de sus amigos los pastores, estos le preguntaron cuando le parecía que llegarían a conocer a la Felicidad, hija del nuevo dios Progreso y de su compañera la Ciencia; y Pan, con la sonrisa de siempre, tan sardónica que haría dudar de la luz del sol, les contestó: «Mañana».