Los diez libros de Diógenes Laercio: Carneades

C A R N E A D E S.

1. Carnéades, hijo de Epicomo, o bien de Filocomo, según aseguró Alejandro en las Sucesiones, fue natural de Cirene. Habiendo leído los libros de los estoicos, singularmente los de Crisipo, los refutó modestamente, y esto con tanta sinceridad, que solía decir: «Si no hubiese habido Crisipo, no habría Carnéades». Fue amantísimo del trabajo[1], y menos aplicado a la física que a la moral. Se dejaba crecer el pelo y las uñas, en fuerza de la continua aplicación a los libros. Era tan hábil en la filosofía, que hasta los maestros de oratoria dejaban sus escuelas y concurrían a oírlo. Tenía la voz muy recia, de manera que el jefe del gimnasio tuvo que enviarle recado que no gritase tanto; pero él respondió que «le diese la medida de la voz». A esto repuso sabiamente aquél, diciendo: «Medida tenéis en los que os oyen». Era acérrimo en las reprensiones e inexpugnable en los argumentos, y por esto excusaba los convites. Como Mentor Bitinio, discípulo suyo y muy frecuente en la escuela, comerciase con una concubina suya, dice Favorino en su Historia varia que en medio de la lección lo motejó así:

Por ahí anda un viejo despreciable
parecido a Mentor en voz y cuerpo,
y quiero desterrarlo de mi escuela.

Y él levantándose, dijo:

Luego que ellos hablaron,
se levantaron éstos prontamente.

2. Parece tenía una suma aversión a la muerte, pues solía decir con frecuencia: «Lo que la Naturaleza compuso, lo disolverá». Habiendo sabido que Antípatro era muerto de haber bebido veneno, se estimuló a querer quitarse la vida, y dijo: «Dadme también a mí». Y diciendo los circunstantes: «¿Qué queréis?», respondió: «Vino con miel». Refiérese que cuando murió se eclipsó la luna; y de eso podrá decir alguno que parece sentía su muerte el astro más hermoso después del sol. Apolodoro dice en las Crónicas que murió el año cuarto de la Olimpíada CLXII, habiendo vivido hasta los ochenta y cinco años. Corren unas Epístolas suyas a Ariarate, rey de Capadocia. Lo demás lo escribieron sus discípulos, pero él nada dejó escrito. Mi epigrama a él, en metro logádico y arquebuleyo, es el siguiente:

¿Qué quieres, musa, note a Carnéades?
Torpe será de mente quien no vea
cuánto temió la muerte; pues enfermo
de una temible tisis, todavía
no consintió la solución del cuerpo;
antes habiendo oído
que Antípatro veneno había tomado,
«dadme, dijo, también cosa que beba.»
¿Y qué queréis? «¿Qué? dadme miel con vino.»
Repetía igualmente con frecuencia:
«¡Ah, la Naturaleza
que me supo formar, sabrá sin duda,
no menos, disolverme!»
Esto no obstante descendió a la tierra.
Era bien conveniente
bajase a los infiernos
quien granjearse supo tantos males.

3. Dicen que de noche se le agravaban los ojos sin advertirlo, y mandaba al criado trajese luz; como éste la trajese y le dijese «ya está aquí», respondía: «Pues lee tú». Tuvo muchos discípulos, pero el más aventajado fue Clitómaco, de quien hablaremos luego. Hubo otro Carnéades, poeta elegíaco muy frío.


  1. La frase griega es: φιλόπονος δέ άντρωπος γέγονεν, εί χαί τις άλλος. Los latinos la expresan así: laboris amans fuit si quis alius.