Los desgraciados
SI en las tranquilas horas de la tarde,
Del viento en el monótono sonar,
Oís entre las hojas de los árboles,
Gemir ó suspirar,
Y os parece ilusión de los sentidos
Y que es rumor de hojas nada más;
Pensad en los que lloran en el mundo
Con angustioso afán,
Y sabréis como el viento ha arrebatado
Al tedio, á la miseria, á la orfandad,
Esas notas tristísimas que suenan
Allá en la soledad.
Si os asomais al cristalino arroyo
En una hora de calma y de soláz,
Y el rítmico murmullo de sus aguas,
Que corren sin cesar,
Os deja percibir raras cadencias,
Ó una nota argentina y musical
Que, perdiéndose á veces y creciendo.
Parece sollozar;
No penseis que el impulso entre las guijas
Pudo tales sonidos arrancar:
Es que el agua se lleva entre sus ondas
las lágrimas al mar.
Si en el silencio de una noche lóbrega
En que ruge furioso el huracán
Y en que os hallais á solas meditando
En dulce bienestar,
El viento al penetrar por las rendijas
Gime medroso y lúgubre y se vá.
No penseis que es el genio de las sombras,
Ni la turba faláz
De trasgos, de vampiros y fantasmas
Que os burlan con sus cábalas; pensad
Que esos gemidos que conduce el viento
Son una realidad:
Han salido de un pecho acongojado,
El viento los halló en la inmensidad,
Y los lleva después de puerta en puerta
En busca de piedad.
Y si después del baile, en la mullida
Y vaporosa almohada os reclinais,
Y aún vibra en vuestro oído la cadencia
Del fugitivo wals,
Y, las manos de rosa de los sueños,
Logrando vuestro párpado cerrar,
De súbito temblais sobrecogidos
Volviendo á despertar;
No pregunteis la causa á los salones
Que os vieron un momento delirar,
No le pidais la clave á las delicias
Que acaban de pasar:
Es que vuestra alma, de gozar cansada,
Recobró en vuestro sueño libertad,
Y sintió, al contemplar á los que sufren,
La herida del pesar.
Orad entonces, y si blando y tierno
Teneis y noble el corazón, orad,
Orad por el que sufre, por el pobre
Y por el criminal;
Por el que, torpe, en la maldad se sacia,
Por el que ciego en el error está,
Por el que, enfermo, á su dolor sin tregua
Ya no resistirá.
Y cuando al coro de perdón adune
Vuestro pecho su efluvio de piedad.
Vuestros ojos el angel de los sueños
Contento cerrará.
Y si al oír mis versos por ventura,
Os conmueve un afecto fraternal,
Y pensais un momento en los que lloran
En dura adversidad;
Sabed que no soy yo; los desgraciados
Son los que os hablan en su inquieto afán:
¡Pobres víctimas tristes de la suerte!
¡Rogad por ellas con amor, rogad!