Los consuelos/XXXIV
= XXXIV =
A María
A fortuna me traz peregrinando,
novos travalhos vendo e novos danos.
Camoes
Ya llegó el momento
de pena y tormento
para el alma noble que sabe sentir;
llegó, dulce amiga,
que siempre enemiga
fortuna de nuevo me fuerza a partir.
Se fue mi ventura,
como sombra oscura,
quedome el recuerdo para más pesar:
se fue mi esperanza,
como la bonanza,
del triste nauclero que vaga en el mar.
Sin faro, ni puerto
quedé en un desierto,
en la edad risueña de sentir y amar;
la vida maldije,
y a mi pena dije
me voy a la tumba consuelo a buscar.
Mas, cándida y bella,
como ángel o estrella,
por acaso entonces, amiga, te vi;
te vi, y de la vida
la imagen florida
de nuevo hechicera se mostró ante mí.
Me distes el alma,
y la suave calma
descendió a mi pecho con el dulce amor;
y en tu seno amante
apuré constante,
de inefables dichas, el grato dulzor.
Mas quiere fortuna,
que gloria ninguna
feliz y tranquilo, yo pueda gozar;
pues ya mi ventura,
en tiniebla oscura
de enojosa ausencia, se vuelve a eclipsar.
Por nuevo camino
me lleva el destino,
sembrado de riesgos, tormentas y azar;
sin que el tierno llanto
de tu amor, un tanto
su rigor injusto, consiga aplacar.
A mi alma no abate
el fatal combate
de inciertos acasos que voy a sufrir.
la pena que siento,
es ver que me ausento
y te dejo sola llorar y gemir.
Yo aprendí temprano
del pesar tirano
con frente serena la saña a mirar;
pero tú su triste
furor no sufriste,
ni el tormento fiero de no ver y amar.
Al crudo despecho
no abrigo en tu pecho,
amoroso y tierno, dulce amiga, des:
acógete al ara
de la imagen cara,
que en tu seno siempre colocada ves.
«Él me ama» repite,
cuando airado agite
en tu triste pecho, su dardo el dolor;
«Él me ama, y suspira
como yo, y delira
de su dulce estrella buscando el fulgor».
«Duerme y sueña ahora,
que yo encantadora,
como ángel benigno, mirándole estoy;
ora que amorosa
la pena enojosa
a ahuyentar de su alma con halagos voy».
«Ora las estrellas,
contempla, y en ellas
risueña y hermosa mi imagen cree ver;
ora de las aves,
en los trinos suaves,
do quier halagüeña mi voz entender».
Mas ¡ay! que yo insano
me dilato, en vano,
buscando remedio para tanto mal:
adiós; ya mi dicha
se fue, y la desdicha
de nuevo me espera con ceño fatal.