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El cementerio


A D. D. T.


Misterios de la vida y de la muerte.
Calderón


Creation sleeps.
Young




Al resplandor sereno de la Luna
yo andaba por los sitios solitarios
que al vulgo atemorizan, pesaroso,
y en lúgubres ideas embebido;
y mis inciertos pasos me llevaron
a la mansión sagrada de los muertos:
religioso pavor cubriome al punto,
y exclamé sofocando mis angustias:
silencio ¡oh corazón! he aquí el asilo
donde reina la paz inalterable,
do no alcanza el tumulto de los hombres,
do se acaban las ansias y tormentos
de la altiva ambición y el infortunio,
do se estrella el poder y la grandeza,
do el amor y el deleite se anonadan,
donde la gloria es humo y las pasiones,
que agitan al mortal; aquí el esclavo
de sus hierros se olvida, y con el polvo
del que oprimió insolente, a confundirse
viene el feroz tirano; aquí del crimen
cesa el remordimiento y los gemidos
de la virtud paciente se sepultan;
aquí se abisman, sin cesar, los siglos,
y mil generaciones y mil otras,
con rapidez se agolpan, no dejando
vestigio de su ser; aquí su cetro
levantan el misterio y el olvido,
las esperanzas mueren, y en su aurora
el ingenio brillante se disipa.
Salud tristes despojos, monumentos
fúnebres del dolor, a visitaros
viene una alma abatida y borrascosa;
si los profanos ecos de la tierra
hasta vosotros llegan respondedme:
¿Hay vida mas allá?, ¿pero qué veo?
Un espectro confuso se levanta,
y con faz melancólica me mira:
Tú, cualquiera que seas, habitante
de esta mansión de luto misteriosa,
responde hoy a las dudas de quien viene
a interrogar la muerte y los sepulcros
transido de dolor ¿por qué tus ojos
brotan lágrimas tristes, y en tu frente
del funesto pesar vagan las sombras?
¿Hay dolor, por acaso, aun en la tumba?
¿Siente el polvo? -«Silencio reptil vano,
la mansión del misterio es el sepulcro».
Un eco moribundo respondiome,
y silencio, silencio repitieron
los cóncavos helados de las tumbas.
Se oscureció la Luna de repente,
y un pálido fulgor cubrió la tierra,
semejante al de antorchas suspendida
en medio de un Panteón: y yo miraba,
pasmado de terror, sin movimiento,
de la tumba fatal aquel portento.
Cuando un eco al de un ángel parecido
hechicero sonó: «ven, ven conmigo
ven, ven, a descansar infeliz joven:
la tumba es el amor; aquí las almas
en himeneo eterno, eternas viven;
¡Ay! ¡ay! Por ti padezco hace diez años,
ven, seremos felices, ven conmigo,
esperándote estoy». Y yo miraba,
pasmado de terror, sin movimiento,
de la tumba fatal aquel portento;
y vi de una mujer la vaga sombra,
de una mujer que conocí en la tierra,
y que profano labio nunca nombra.
Y otra voz repitió: «ven hijo mío,
ven te consolaré ¡qué infeliz eres!
Tu alma no es de ese mundo, aquí es su centro:
el lodo es del reptil». Un grito entonces
quise dar y no pude, y la voz madre
en mis labios se ahogó: y yo miraba,
pasmado de terror, sin movimiento,
de la tumba fatal aquel portento.
Quedó todo en silencio nuevamente;
se disipó el fulgor, como la llama
de un astro consumido, y las tinieblas,
la oscuridad fatal se condensaron.
Todo era noche y noche; uno por uno
los astros de la esfera se extinguieron,
como antorcha sin pábulo, y la tierra,
y el cielo, y el espacio no formaron
más que un lúgubre, denso, opaco abismo
de tinieblas palpables a mis ojos.
Me estremecí de horror: formas confusas,
fábricas gigantescas del orgullo,
cadáveres inmensos de los siglos,
pueblos, generaciones, seres, hombres,
cual rápido torrente descendían
en la inapeable sima confundidos,
y al caos daban ser... Un mortal frío
cubrió todo mi cuerpo; mis sentidos,
como de un largo sueño despertaron;
miré y vi, con asombro, que la tierra
al resplandor sereno de la Luna,
mientras yo solitario cavilaba,
como el callado asilo de los muertos,
en silenciosa calma reposaba.