= IX =


El poeta enfermo


A mi hermano D. J. M. E.


¡Oh juicio divinal!
Cuando más ardía el fuego
echaste el agua.
Jorge Manrique





El sol fulgente de mis bellos días,
se ha oscurecido en su primer aurora,
y el cáliz de oro de mi frágil vida
se ha roto lleno.



Como la planta en infecundo yermo
mi vida yace moribunda y triste,
y el sacro fuego, inspiración divina
devora mi alma.


¡Don ominoso! En juventud temprana
yo me consumo, sin que el canto excelso,
eco sublime de mi dulce Lira,
admire el mundo.


Gloriosos lauros las divinas musas
me prometieron, y guirnalda bella
a la sien tierna de la Patria mía
yo preparaba.


Mas el destino inexorable corta,
con mano impía, los frondosos ramos;
que el frío soplo de dolencia infausta
hiela mi vida.


Un foco inmenso de divinos ecos
mi alma era un tiempo, que al activo soplo
de las pasiones, exhalaba ardiente
voces sublimes.


Cuanto tocaba en su celeste fuego
la enardecía; el universo todo
armonizando resonaba en ella
cual laúd inmenso.


Mas negra sombra su esplendor eclipsa;
ángel de muerte de mi Lira en torno
mueve sus alas y suspira solo
fúnebre canto.


Como la lumbre de meteoro errante,
como el son dulce de armoniosa Lira,
así la llama que mi vida alienta
veo extinguirse.


Adiós por siempre aspiraciones vanas,
vanas, mas nobles, que abrigó mi mente;
adiós del mundo lisonjeras glorias,
deleites vanos.


Adiós, morada de tiniebla y llanto,
tierra infeliz que la virtud repeles,
y desconoces insensata al genio
que te ilumina.


Mi mente siempre en tu región impura
se halló oprimida; peregrino ignoto
por ti he pasado y sin pesar ninguno
de ti me alejo.


Lira enlutada, melodiosa entona
funeral canto, acompañadla gratas
musas divinas, mi postrer suspiro
un himno sea.